Gustavo
Gómez Ardila
Son muy pocas las partes donde todavía se acostumbra
gastronomizar la navidad con buñuelos y natilla. Es una costumbre que nos llegó
de España y se regó por todas estas
tierras, junto con la costumbre de hacer pesebres y reunirse en familia, de
noche, a rezar la novena de Aguinaldos.
Después de los gozos y los villancicos, venía la
comilona de buñuelos, que luego la dueña de casa remataba con la natilla o
dulce en platico. Se jugaba a los aguinaldos, se hacían apuestas y se contaban
cuentos de miedo de las nochebuenas antiguas (la mujer que no quiso hacer el
pesebre y se la llevó el Mandingas, el perro negro con ojos de fuego que
destruyó el pesebre de la iglesia, la loca que se robó la imagen del Niño Dios
y se convirtió en una bola de fuego)
En nuestros pueblos, la cosa era más sabrosa pues
después de la novena, que se hacía en la iglesia, venían los juegos en la
plaza: vaca de candela, quema de voladores y morteros, comparsas de
disfrazados, música de cuerda y algún sainete en el atrio de la iglesia. Todo
el pueblo asistía, pues era la única diversión de la temporada. Sin radio, sin
televisores, sin internet, sin blacberrys, la vida era más sencilla y en los
pueblos las actividades giraban alrededor de la máxima autoridad: el cura.
Pero los tiempos cambian. Ya en muy pocas cocinas
preparan buñuelos y natilla para la Navidad. Ahora se comen hayacas, costumbre
que nos llegó de Venezuela. Los esclavos negros, en la costa atlántica
venezolana y de Centroamérica, enterraban, envueltas en hojas de plátano y de bijao, las sobras de alimentos que les
daban los patronos, y así las conservaban varios días. Ese es el origen de las
hayacas, una costumbre nuestra navideña que se degeneró: ahora comemos hayacas
todo el año, hasta en Semana Santa.
Aún se mantiene la costumbre del pesebre, aunque poco
a poco se va desmontando. Ya el Papa desautorizó la presencia del burrito y el
buey, en la pesebrera donde nace el Niño Dios. Muchos pesebres tienen ahora carros, helicópteros y barcos,
como si María y José hubieran hecho el recorrido entre Nazareth y Belén en
algún convertible, y los reyes magos hubieran llegado en un avión de alguna
compañía árabe petrolera.
Aunque es una costumbre protestante, el árbol de
navidad aún se mantiene, pero lo que antes se hacía en un chamizo traído del
monte, cubierto de algodón para significar la nieve, que no conocemos por estos
contornos, ahora es un árbol, muy bien iluminado y lujosamente adornado. Debajo
de sus ramas, los regalos se van amontonando, para ser abiertos a la media
noche del 24.
La novena de aguinaldos en familia ya no se reza. Los
muchachos salen desde temprano a discoteca y llegan a la madrugada, sin
enterarse de que el Niño Dios está por nacer y que nos va mejor si le cantamos
con fe el Ven, ven, ven, ven, no tardes tanto.
El juego de los aguinaldos es algo pasado de moda, en
cambio hay que dar regalos costosos, porque la sociedad de consumo así nos lo
exige. Los niños de hoy no creen en el cuento de que es el Niño Jesús quien les
trae los regalos, ni Papá Noel, ni santa Claus. Ellos saben que si los papás
está sin trabajo, ni el Niño Dios, ni santa Claus, ni san Nicolás, ni Papá Noel
les traerán algún regalo. Y ni siquiera una hayaca, ni un buñuelo, ni natilla.
A menos que haya corazones generosos.…
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.


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