Daniela
Sánchez Villamizar
A las cinco de la tarde, en medio de una congestionada
Avenida Cero, donde el ruido de los carros y los gritos de los ambulantes
empañan y esconden las pequeñas cosas del día a día, se escucha el particular
sonido del andar de las ruedas de una bicicleta.
Lo acompaña el pitido de una oxidada corneta amarrada
al lado derecho del manubrio, que avisa a los vecinos de las calles 14 y 15,
que, justo cuando el sol comienza a esconderse, don Jesús llega a dejar sus
pedidos. Es ‘el mono’ del pan.
A esa hora, los canastos amarrados delante de la
bicicleta y el cajón de madera que lleva detrás, tienen aún la mitad de los
encargos que Blanca Cecilia, su esposa, alistó a las 10 de la mañana, mientras
‘el Mono’ terminaba de cambiarse para recorrer, como todos los días, las calles
de la ciudad.
El día a día de esta pareja comienza a las 5 de la
mañana. En su casa de La Libertad, empiezan labores mientras observan la salida
del sol. Harina, huevos, levadura, agua, mantequilla y sal están sobre la mesa,
listos para iniciar trabajos.
Para muchos, ver a este hombre es una novedad.
Mientras el panadero hablaba con los periodistas, la gente joven que transitaba
a esa hora por allí, le preguntan qué vende. Y otros, los más curiosos, se
admiran de la familiaridad con que todos saludan a ‘el Mono’.
Y cómo no recibir esos calurosos saludos, si ‘el Mono’
se volvió amigo de sus clientes: les vende pan desde hace más de 45 años.
Este hombre de estatura media, tez blanca y ojos
claros nació el 13 de septiembre de 1947 en Pamplona, y vender pan es lo que
más le ha gustado en la vida.
Desde 1955 hizo cortas estadías en Cúcuta, pero fue en
marzo de 1968 cuando se radicó de manera definitiva en esta ciudad, para
ofrecer lo que mejor sabe hacer: sus panes.
El hombre prepara, como muchos aseguran, un pan
excepcional. “Pan consigo en todas partes, pero como el de él, no”, aseguró
Eduardo Salas, quien le compra desde hace 40 años.
Entre la premura de entregar a tiempo el pan a sus
clientes, Jesús recordó el inicio de sus pedaleadas. Desde joven repartía pan
en los colegios de Pamplona. Entonces trabajaba para Rosa Delia y Gonzalo
Granados, conocidos panaderos.
En Cúcuta, trabajó en 1968 en la Panadería Americana,
de donde renunció luego de un tiempo, para trabajar en sociedad con su hermano,
Luis Domingo. Durante años, este par de panaderos llevó siempre a tiempo los
encargos a las casas de cientos de familias.
Hoy, su hermano tiene tres meses de haber fallecido, y
Jesús está al mando del negocio. Sus pedaleadas ahora se duplicaron, pues
además de recorrer las calles de barrios como La Ceiba, El Popular, Lleras,
Latino, La Playa, Los Caobos y Blanco a diario, como siempre lo ha hecho, se le
suman otras por las de Quinta Oriental y Colsag. Le falta su socio, pero
siempre le acompaña su fiel bicicleta, la tercera que ha tenido y que lo
transporta desde hace 20 años.
Mientras piensa en retirarse pronto del negocio, sus
contemporáneos se preguntan como hace para montar bicicleta por tanto tiempo y
todos los días, y con curiosidad cuestionan su secreto, porque le admiran su
vitalidad. Según ‘el Mono’, su salud es impecable, tanto así que en el hospital
no tiene historial.
Casi nadie piensa en la idea de dejar de recibir el
pan tajado, integral o blanco, ni los roscones y paledonias en la puerta de su
casa. Pero la advertencia de Jesús, de retirarse, es clara.
Cuando eso suceda, ‘el Mono’ se llevará a casa su
oficio admirable, pues el legado de la familia no fue acogido por ninguno de
los 7 hijos de don Jesús y doña Blanca.
Muchos han intentado seguirle los pasos, pero no han
sido constantes, y abandonan muy rápido, aseguró ‘el Mono’, que se siente
satisfecho con el cariño que sus conocidos le tienen.
A las 5:30 de la tarde, contó billetes, sacó cuentas,
anotó en su libreta y con una sonrisa se despidió de todos.
Aún le faltaba entregar unos roscones a un cliente de
toda la vida, y no podía incumplir.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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