viernes, 8 de noviembre de 2013

474.- CUCUTA TUVO SU FIN DE MUNDO: EL TERREMOTO DE 1875



Ernesto Duarte Ossa

Ruinas, dolor y muerte dejó en Cúcuta el terremoto que la destruyó en 1875

Al concluir la última letra de la escritura que precede, principió el temblor que destruyó, el día dieciocho de mayo de mil ochocientos setentaicinco, la hermosa Perla del Norte, la culta San José de Cúcuta, escribió textualmente el notario Juan E. Villasmil.

Se trata de la ‘partida de defunción’ oficial de la ciudad cuando quedó vuelta añicos, acontecimiento que recobra vigencia por las interpretaciones que se le han dado al fin de la era maya, entre las que se cuenta el presunto apocalipsis.

Eusebio Aparicio llegó a la Notaría en donde se encontró con Rafaela Chacón para venderle una casa de bajareque. Como testigos de la operación inmobiliaria estuvieron José Antonio Atalaya y Elías Calderón.

El negocio quedó consignado en la escritura 225 que no pudo ser terminada, porque a la Notaría entró el demoledor terremoto destructor.

-Toda la anaquelería, donde se guardaban los contratos, las obligaciones, los testamentos y demás atestaciones de la vida civil individual, se vino al suelo quebrantada y deshecha, y quedó materialmente cubierta con una espantable pirámide de tierra, sobre la cual cayó enseguida el rigor de copiosos aguaceros.

Así se lee en El terremoto de Cúcuta, de Luis Febres Cordero, que consigna que en el fatídico día a los cucuteños los informarían sobre las fiestas julianas.

-El 18 se iba a publicar por las calles el programa de las fiestas en preparación para el 20 de julio y días siguientes, y al efecto en la tarde anterior, el impresor me consultó qué fecha debía ponerse al documento, y yo le indiqué que la del día siguiente, 18. Esto dio motivo para que en ciertos lugares a donde llegó el programa entraran en duda respecto a la enormidad de la desgracia, escribió Francisco Azuero, el alcalde del terremoto, en el anuario de Vanguardia Liberal, el 31 de enero de 1924.

El general Belisario Matos dijo que la ciudad estaba ansiosa por conocer el contenido de la rumba y el 16 de mayo de 1875 al atardecer, mientras se arreglaba la corbata frente al espejo para irse a un baile en la casa de Andrés Berti Tancredi, lo sorprendió un sacudón.

Al alcalde la movida lo encontró, a las 5:30, en la acera de la Casa Municipal ocupado en hacer respetar el espacio público, pues alguien había dejado un bulto en  la calle, lo cual era prohibido.

Ambos personajes, que hasta ese momento no tenían ni idea de lo que era un temblor, padecieron cada uno por su lado la cataclísmica destrucción de la ciudad.

El alcalde Azuero almorzó antes de las 11 de la mañana y salió para la botica de Elías Estrada donde al estar mirando unos sombreros llegados de Antioquia lo sorprendió el primero de los tres terremotos destructores.

Cuando salió a la calle, el tercer violento sismo por poco lo lleva a hacer parte de la lista de muertos porque al ir a recoger el sombrero alcanzó a ver que el alar se venía abajo, aplastando la prenda que le cubría la cabeza. Al moverse y cambiar de posición, se salvó de perecer.

-Una ráfaga de viento venida de Venezuela desvaneció la densa capa de polvo amarillo. Restablecida así la claridad, sacudimos nuestros vestidos y tendimos la vista hacia el norte, ya no vimos sino los numerosos árboles en los antiguos solares. El silencio era sepulcral. Es decir, en quince segundos sucedieron los tres temblores y la ciudad se convirtió en ruinas.

Belisario Matos estaba en su almacén escuchando al bromista y contabilista José Andrés Carrasquero, quien hacía chistes sobre el susto que les provocó los temblores anteriores.

-Sentimos de repente como a las 11:27 de la mañana un ruido terrible que nos sobrecogió de espanto; yo les grité a los amigos Vale y Carrasquero que saliéramos pronto a la calle pues vi que el cielo raso del almacén ya caía.

-Una vez afuera, Carrasquero alcanzó a ver a su esposa que venía corriendo a buscarlo, pero cuando él le gritaba que se bajara del enlosado, vimos que la casa de la esquina cayó sobre la dama y la aplastó.

Julio Añez tenía 26 años el apocalíptico día. “Por todas partes, en loca dispersión se mueven grupos de hombres que lloran como niños y de mujeres que lanzan alaridos unas, otras que ríen con hirientes carcajadas”, describió.

-Mirad uno de aquellos semblantes: los ojos parecen salirse de sus órbitas; gira la vista sin encontrar un punto en donde detenerse. Al fin lo halla en donde se oye un grito sordo, como salido de una tumba, o donde se ve un brazo, un pie o un pedazo de vestido. Allí se sienta y llora y ríe alternativamente. ¡Es una loca… era una madre!

Lo que vio Dolores

Resulta que dos meses antes, partió hacia Cúcuta una ‘ambulancia’ cargada por cuatro peones, en la  que era conducido gravemente enfermo el cuarto obispo de la Diócesis de Nueva Pamplona, Indalecio Barreto.

En el camino, el guando se accidentó cayendo a tierra el prelado, quien sufrió lesiones que le aceleraron la muerte.

Al llegar a la ciudad la caravana mortuoria, les pidieron permiso a las autoridades locales para sepultarlo bajo las naves de la iglesia mayor, recibiendo una negativa adobada con una irónica y a la postre premonitoria afirmación.

-Tanto valdría cavar allí (en la iglesia mayor una fosa) como convertir a Cúcuta en un vasto cementerio.

En la mañana del 18 de mayo, la humilde lavandera Dolores Barrientos, media hora antes del terremoto, vio pasar por el puente de San Rafael una caravana con un enfermo que iba camino a la ciudad.

Cuál sería la sorpresa de Dolores cuando al preguntarle a Esteban Sáenz, encargado de recaudar el pontazgo, a quién pertenecía el sillón del presunto enfermo, él le contestó que “ni había subido ni había bajado guando alguno”.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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