Ernesto
Duarte Ossa
Ruinas,
dolor y muerte dejó en Cúcuta el terremoto que la destruyó en 1875
Al concluir la última letra de la escritura que
precede, principió el temblor que destruyó, el día dieciocho de mayo de mil
ochocientos setentaicinco, la hermosa Perla del Norte, la culta San José de
Cúcuta, escribió textualmente el notario Juan E. Villasmil.
Se trata de la ‘partida de defunción’ oficial de la
ciudad cuando quedó vuelta añicos, acontecimiento que recobra vigencia por las
interpretaciones que se le han dado al fin de la era maya, entre las que se
cuenta el presunto apocalipsis.
Eusebio Aparicio llegó a la Notaría en donde se
encontró con Rafaela Chacón para venderle una casa de bajareque. Como testigos
de la operación inmobiliaria estuvieron José Antonio Atalaya y Elías Calderón.
El negocio quedó consignado en la escritura 225 que no
pudo ser terminada, porque a la Notaría entró el demoledor terremoto
destructor.
-Toda la anaquelería, donde se guardaban los
contratos, las obligaciones, los testamentos y demás atestaciones de la vida
civil individual, se vino al suelo quebrantada y deshecha, y quedó
materialmente cubierta con una espantable pirámide de tierra, sobre la cual
cayó enseguida el rigor de copiosos aguaceros.
Así se lee en El terremoto de Cúcuta, de Luis Febres
Cordero, que consigna que en el fatídico día a los cucuteños los informarían
sobre las fiestas julianas.
-El 18 se iba a publicar por las calles el programa de
las fiestas en preparación para el 20 de julio y días siguientes, y al efecto
en la tarde anterior, el impresor me consultó qué fecha debía ponerse al
documento, y yo le indiqué que la del día siguiente, 18. Esto dio motivo para
que en ciertos lugares a donde llegó el programa entraran en duda respecto a la
enormidad de la desgracia, escribió Francisco Azuero, el alcalde del terremoto,
en el anuario de Vanguardia Liberal, el 31 de enero de 1924.
El general Belisario Matos dijo que la ciudad estaba
ansiosa por conocer el contenido de la rumba y el 16 de mayo de 1875 al
atardecer, mientras se arreglaba la corbata frente al espejo para irse a un
baile en la casa de Andrés Berti Tancredi, lo sorprendió un sacudón.
Al alcalde la movida lo encontró, a las 5:30, en la
acera de la Casa Municipal ocupado en hacer respetar el espacio público, pues
alguien había dejado un bulto en la
calle, lo cual era prohibido.
Ambos personajes, que hasta ese momento no tenían ni
idea de lo que era un temblor, padecieron cada uno por su lado la cataclísmica
destrucción de la ciudad.
El alcalde Azuero almorzó antes de las 11 de la mañana
y salió para la botica de Elías Estrada donde al estar mirando unos sombreros
llegados de Antioquia lo sorprendió el primero de los tres terremotos
destructores.
Cuando salió a la calle, el tercer violento sismo por
poco lo lleva a hacer parte de la lista de muertos porque al ir a recoger el
sombrero alcanzó a ver que el alar se venía abajo, aplastando la prenda que le
cubría la cabeza. Al moverse y cambiar de posición, se salvó de perecer.
-Una ráfaga de viento venida de Venezuela desvaneció
la densa capa de polvo amarillo. Restablecida así la claridad, sacudimos
nuestros vestidos y tendimos la vista hacia el norte, ya no vimos sino los
numerosos árboles en los antiguos solares. El silencio era sepulcral. Es decir,
en quince segundos sucedieron los tres temblores y la ciudad se convirtió en
ruinas.
Belisario Matos estaba en su almacén escuchando al
bromista y contabilista José Andrés Carrasquero, quien hacía chistes sobre el
susto que les provocó los temblores anteriores.
-Sentimos de repente como a las 11:27 de la mañana un
ruido terrible que nos sobrecogió de espanto; yo les grité a los amigos Vale y
Carrasquero que saliéramos pronto a la calle pues vi que el cielo raso del
almacén ya caía.
-Una vez afuera, Carrasquero alcanzó a ver a su esposa
que venía corriendo a buscarlo, pero cuando él le gritaba que se bajara del
enlosado, vimos que la casa de la esquina cayó sobre la dama y la aplastó.
Julio Añez tenía 26 años el apocalíptico día. “Por
todas partes, en loca dispersión se mueven grupos de hombres que lloran como
niños y de mujeres que lanzan alaridos unas, otras que ríen con hirientes
carcajadas”, describió.
-Mirad uno de aquellos semblantes: los ojos parecen
salirse de sus órbitas; gira la vista sin encontrar un punto en donde
detenerse. Al fin lo halla en donde se oye un grito sordo, como salido de una
tumba, o donde se ve un brazo, un pie o un pedazo de vestido. Allí se sienta y
llora y ríe alternativamente. ¡Es una loca… era una madre!
Lo que vio Dolores
Resulta que dos meses antes, partió hacia Cúcuta una
‘ambulancia’ cargada por cuatro peones, en la
que era conducido gravemente enfermo el cuarto obispo de la Diócesis de
Nueva Pamplona, Indalecio Barreto.
En el camino, el guando se accidentó cayendo a tierra
el prelado, quien sufrió lesiones que le aceleraron la muerte.
Al llegar a la ciudad la caravana mortuoria, les
pidieron permiso a las autoridades locales para sepultarlo bajo las naves de la
iglesia mayor, recibiendo una negativa adobada con una irónica y a la postre
premonitoria afirmación.
-Tanto valdría cavar allí (en la iglesia mayor una
fosa) como convertir a Cúcuta en un vasto cementerio.
En la mañana del 18 de mayo, la humilde lavandera
Dolores Barrientos, media hora antes del terremoto, vio pasar por el puente de
San Rafael una caravana con un enfermo que iba camino a la ciudad.
Cuál sería la sorpresa de Dolores cuando al
preguntarle a Esteban Sáenz, encargado de recaudar el pontazgo, a quién
pertenecía el sillón del presunto enfermo, él le contestó que “ni había subido
ni había bajado guando alguno”.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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