Manuel Francisco González Durán
Aeropuerto
Lansa
Soñé con mi ciudad nativa,
su olor a Lobatera y sus matarratones
La rica frescura de los almendros
y el fétido chapetón en sus acacias
Con las alas quebradas de la Saco,
Allá, en un hangar oxidado en Los
Patios
Y entonces quise decirle a mi sueño:
No
canse Carlo Julio…
Pero, el sueño dilató la ausencia
Y la distancia humedeció los ojos:
Recordé el alambique de la once
y el inalámbrico en la diez,
El aeropuerto de Lansa, con Aguascalientes
Muy cerquita, casi en las afueras de
San Luis
El ronroneo de un DC 3 en Cazadero,
En la antigua vereda de Totumito,
Y donde Pacha, en la avenida quinta,
la chicha, el masato y el pastel…
La muralla del río trazada a cordel
Una montaña de tamo o cáscara de arroz,
No había barrio Blanco, ni la
Libertadores,
sólo algunas casas… Nacía el Calasanz
y la avenida cero moría en Quinta Bosch,
llegaron los Carmelitas y la avenida
Primera
con sus bellas casonas y frondosa
arboleda,
fue nuestro primero y auténtico
boulevard…
Entonces, tuve una feliz idea
y a Cúcuta sus cruzados vientos dominé,
y en un pomo de perfumes olvidados,
poco a poco, un poco de esos vientos yo guardé…
Y al despertar, hice de aquel sueño
Una tangible realidad… Es por eso que
hoy,
en un pequeño frasco, de los de huevos
chimbos,
guardo tibio aire cucuteño con sabor a
Guaimaral
Y calor del Pamplonita, evaporado
Detrás del triángulo azul de Tasajero,
tan febril…
Muy aparte de la memoria infiel,
Apelo a algunas fuentes fidedignas
Como viejos números de La Opinión,
Un amarillento Diario de la Frontera,
Unas deshechas hojas de ´Comentarios´
Y hasta un ejemplar del Oriente liberal…
La entrada a La Salle por la Diagonal
con Cero,
Tres cuadras abajo del viejo Rosetal,
En donde vendían batidos, a menos de un
rial…
Y la figura afable del Hermano Benildo,
Dándonos la mano para recordarnos
Cuando Fernando Séptimo usaba paletón…
En él también conservo los diez lustros
Que cursa Eduardo Cote Lamus en la
inmortalidad,
Más la Suave leyenda de Teodoro y su
Canción del Violín
Y cálido, como un recuerdo de la
muerte,
El vino rojo de la siesta que no durmió
Gaitán Durán…
También están, autografiados, los
papeles
De Miguel Méndez Camacho y de su Amada
infiel,
En medio de una colección de sabatinas
de Antonio García Herreros,
salpicadas de gallo cucuteño…
O simplemente humor, las rimas líricas
de Hulda,
Y su carta postrimera, borrosa por el
tiempo
Como el muñeco de la Aire Libre en la
dieciocho
Repintado por Polo Sanabria con olor de
pan,
Ungido con la bendición, arriba en
Puente Barco
De nuestro colosal y majestuoso Cristo
Rey…
Del padre Grillo brillan sus versos peregrinos
Cosidos con el hilo desteñido
De una remendada sotana de dril
Los pasos silenciosos de Agudelo,
El salesiano, recibiendo al mediodía
El diario bautismo de un intenso sol…
La retórica urticante de Demetrio
Heredada en misa de once
Por el trueno moralista de Daniel
Los ecos de un recital a media noche,
Entonado por Milton Erre,
para los muertos y los vivos
desde un panteón saliente
del viejo camellón,
Antes de convertir el Cielo
En una heladería con piano-bar……..
Desfilan por el Asilo Andressen,
Trompoloco y el niño de la petaquita,
Y el caballero de la Tumba cuatro,
Y un micrófono de Radio Guaimaral
Viene Arnulfo con su bagaje de canciones,
Haciéndole preguntas al abuelo
Por qué lo quiere engañar,
Mientras el Café Galavís riega su
aroma,
Esparcido por Álvaro Barreto,
En el torrente de su voz…
El Canto a María de las Hermanitas
Pérez,
Grabado en las canas del Padre Calderón
Guardo también azúcar de los
arrastrados,
Que el genio pulverizado de Mojica,
Melifica con la retreta en el parque
Colón
Y con su obesa silueta de monseñor
opulento
Aparece enseñando, paternal, Adolfo
Paz,
En tanto que Joaco Faría degusta un
aguardiente,
Bien temprano, antecitos de desayunar…
En el aire de ese tarro igual viven,
Quizá La noche de Madera de David
Bonells,
El Hasta el Sol de los Venados de
Carlos Perozzo,
Con un Juego de Mentes singular…
Aparecen Arturo Mesa y su figura obesa,
Desparramando atenciones a todos por
doquier,
Y aquellas hamburguesas, cual Bolas del
Palacio,
Degustadas a bordo, en un moderno
Autolunch,
Después que al Zulima, en los jueves de
estreno,
Menores de veintiuno nos lográbamos
colar…
Y si no era posible, triunfar en el
propósito,
Había una alternativa: era el corrigo
mores,
De acento mexicano en el cine del
Guzmán
Están las noches calurosas y el Faro
del Catatumbo,
Con su intermitencia tutelar, cuando
las visitas,
Generan tertulias informales en donde
las lenguas sudan,
Paralelas a los cuerpos, mientras se
come prójimo,
Con dulce de platico, agua helada o
mojicón…
A este frasco le he puesto una etiqueta
Que reza: Debe destaparse con cuidado,
Aunque al contrario de la Caja de
Pandora,
Este etéreo contenido de verdades y
añoranzas,
El cual cabe hasta en los pliegues de
un pañuelo,
Comprimió la ciudad con sus cujíes,
sequías y demás…
Mientras, el calcinante y voraz calor
del mediodía,
Se reparte para bien en las distancias,
Cuando evocamos nuestra ciudad nativa,
Y la amamos y defendemos como tal,
Bien cuando escuchamos Las Brisas del
Pamplonita,
De don Elías Mauricio o, de Fausto
Pérez, El inmortal…
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