Sandra Caicedo Bustos/Juan Pabón
LA GRAN AVENTURA (Sandra
Caicedo de Bustos)
Nunca nos imaginamos que sentarnos a recordar la
vida de mi padre, llamar a nuestros más queridos amigos para que se unieran a nosotros,
fuera a convertirse en una gran aventura de vida.
Este libro es el compendio de una vida, de una
trayectoria, de una familia. Nuestro trabajo era sencillo porque, a pesar de
que encuentro presuntuosa esta afirmación, se trató de hacer un trabajo sobre
un hombre bueno, generoso, sonador, visionario y por encima señor en el sentido
más amplio de la palabra. Además, fue un proyecto que nos afirmó cada vez más
que bien podemos estar orgullosos de ser sus hijos.
La idea de hacer esta publicación nace de Ximena,
porque ella sintió la necesidad de hacer un homenaje al padre, al ciudadano que
quiso a la región como si fuera la suya y a la que dedicó sus mejores energías.
Nosotros todos la acogimos, sin reservas, en la seguridad de que un libro sirve
para recoger y guardar informaciones y recuerdos que, de otro modo, corren el
riesgo de perderse.
Así las cosas nos dedicamos a señalarnos las tareas
y a buscar las personas que podían
ayudarnos. Juan Pabón nos aportó su experiencia y nosotros nos dedicamos
a ser obreros de esta causa que se fue convirtiendo en nuestra más querida
aventura.
Al principio lo único que teníamos en nuestro
archivo eran recuerdos de toda clase: escritos, fotografías, mensajes y, en
general, documentos que había que ordenar para poder lograr el propósito y
hacer posible que hoy ustedes lo tengan en sus manos.
Pero, de todos modos, Ximena fue la directora y
Eliana, acuciosa como siempre, fue la investigadora y la recopiladora de la
información. Jorge consiguió la financiación. Además él y yo estuvimos
dispuestos a prestar nuestro mejor apoyo y Mauricio, a pesar de la distancia,
ayudó en la medida de sus posibilidades.
Esto fue un esfuerzo de todos y, por eso, con orgullo entregamos a ustedes con el mayor de
los cariños esta edición que pretende ser un homenaje a este Patojo excepcional
que quiso a su familia y a sus amigos, que creyó en la región que volvió de sus
caros afectos y que pretendió muchas veces “con incomprensiones” echarla para
adelante; para utilizar sus propias palabras, este libro pretende además darle
las gracias a Cúcuta y a su gente.
Les entregamos en nombre de la familia Caicedo Gutiérrez una
semilla del árbol de Neem. Plantar este árbol en todo Cúcuta fue su sueño. Sus
grandes bondades como fungicida, e insecticida, y su sombra hacen de este árbol
el mejor de todos para arborizar una ciudad. Todos tenemos ahora un gran reto.
Plantar esta semilla en tierra firme y fértil.
VIGENCIA AFECTIVA DE JULIÁN (Juan Pabón
Hernández)
Las últimas conversaciones que tuve con Julián se centraron en
temas de literatura, historia, música y viajes. De hecho, antes de acelerarse
su muerte habíamos pensado ir a Popayán, su ciudad natal, notable por ese
impacto profundo en la intelectualidad colombiana. No pudimos hacerlo, por cuanto
desde entonces se agravó de su enfermedad.
Sin embargo, aún conservo la esperanza de conocer esa ciudad y
el Cauca, por cuanto los relatos nostálgicos de Julián dejaron en mi alma esas
semillas caucanas que se sembraron en la historia con indeleble huella. (Cada
vez que uno se remonta al pasado de Colombia, recuerda los genes payaneses, en
los cuales se revive la síntesis de vida que se contuvo en sus mejores
hombres).
Este poema le gustaba…
“Los años pasarán. Débil
anciano,
del Cauca en la ribera
me sentaré en las tardes de
verano,
a recibir la risa lisonjera;
y acaso un niño, juguetón, ufano
acaricie mi blanca cabellera
y estando fijo en mis pupilas
frías
me pregunte la historia de otros
días”.
SU ADOPCIÓN
Julián Caicedo Arboleda, payanés (patojo), llegó a nuestra
ciudad para sembrarse en ella con espíritu de empresario, mística por el
servicio, fervor religioso y un empeño especial por concretar los sueños que
revoloteaban en su nostalgia con el ímpetu de quien sabía que, de seguro, con
dedicación y esfuerzo los habría de cumplir.
Entonces asumió su misión con la constancia y vocación,
necesarias y suficientes, de ser un ingeniero trabajador y, sobre todo,
disciplinado, para acometer proyectos que hoy dan testimonio de su labor
profesional, como muestra fehaciente de que el hombre, cuando se lo propone,
deja su huella inscrita en el devenir de una ciudad.
En paralelo, su disposición maravillosa para darse a los demás
en obras que mejoraran la condición de los necesitados, la entrega a la causa
rotaria con la grandeza de su alma, dispuesta siempre a la generosidad. Y en
otro paralelo, igual, el anhelo (quizá ancestral) de procurar espacios de
cultura, de la una o de la otra, popular o clásica, lo cual reflejaba su
sencillez, porque sabía ser señor en medio de sus obreros (… “en mi caso
personal, debo contarles que el hecho de acompañar a un subalterno en sus
fiestas, matrimonio, bautizos, enfermedades y a veces la muerte de sus seres
queridos, me permitió siempre estrechar los lazos con ellos”…), o en los elegantes
ámbitos de una sociedad que lo acogió con cariño.
UNA VOZ SENTIMENTAL Y AGRARIA
“Por ancestro llevo metida en mis venas sangre de tierra, de
cultivos, de campo, de olor a boñiga, a pelos de caballo, en fin, el campo me
atrae como un imán irresistible.
Llegué a Cúcuta el 1 de Mayo de 1950 (fecha por demás
premonitoria de lo “camelluda” que habría de ser mi vida) y me inicié como
gerente de Jabones Garza, empresa fundada por Manuel Antonio Ruán, Gabriel
Vegalara y otros, en Pamplonita. Soñé luego con adquirir esas instalaciones y
las tierras aledañas, pues estaba convencido de la bondad y calidad de los
terrenos.
Compré a la sociedad y a los hermanos Ruán los predios donde
funcionaba Jabones Garza, para fundar una finquita que se llamaría “Conestay”.
El origen de este nombre fue muy discutido: que si Chino, o Japonés, Incaico o
Guaraní: nada de eso, su significado era Con Esta Hay, nombre que
posteriormente se popularizó.
Vendí Conestay como consecuencia del primer infarto de Nelly,
mi esposa. Roté el eje de mis esperanzas en busca de otras tierras. Con
Danielito Bustamante recorrimos caminos y valles de Durania, Arboledas y
Salazar y, finalmente, paramos nuestras mientes y pasos en Chinácota para dar
origen a Kayluz: cultivos de hortalizas y frutales nacieron de mis genes
campesinos…”
De estos fragmentos se deriva la experiencia agrícola de
Julián, hasta llegar al cultivo de la Jojoba, del cual fue pionero. Su voz
agraria rememoraba, constantemente, las sombras de los antepasados; le
encantaba un poema payanés, no recuerdo de quien, en versos plenos de
nostalgia, cada vez que la melancolía lo embargaba, de seguro pensando en el
amor por su familia:
“…a veces, del hogar a los
umbrales,
mirábamos la luna,
vagar por los espacios
celestiales
como cisne perdido en la laguna;
y me decía mi padre: las señales
que nos muestran a Dios, una por
una,
se ven pasar en la nocturna
sombra,
y con este silencio, Dios se
nombra…”
INGENIERO Y EMPRESARIO
Con sus hijos Sandra, Diego, Ximena, Jorge Julián,
Eliana y Mauricio
Después, el gran Ingeniero, constructor de impresionantes
proyectos y tantas obras, las cuales son el testimonio de su capacidad de
trabajo, inmensa e intensa, de las madrugadas diarias que comenzaban con la
misa y seguían con jornadas técnicas que daban paso a las edificaciones: “El
entrenamiento del Ingeniero no puede limitarse a las matemáticas. Es preciso
formarlo integralmente, para que no olvide nunca que las matemáticas no son
otra cosa que filosofía de la más pura y profunda y que, por eso, por poseer
una mayor capacidad de pensamiento, el ingeniero debe desarrollar su vida en
forma ejemplar y digna, con respeto absoluto de de la ética constituida por
esas reglas claras y estrictas de comportamiento que le fueron enseñadas…
Me retiré del ejercicio profesional por dos motivos: primero,
la muerte de mi hijo Diego, mi mano derecha. Diego fue un trabajador insigne,
patrón inmejorable, vinculado a cuanta actividad sin ánimo de lucro se
desarrollara o proyectara en Cúcuta. A esa gran pérdida se sumó mi sentimiento
personal para luchar en un campo de batalla donde el ejercicio profesional
había dejado de ser gobernado con armas como la honorabilidad, el señorío, la
amistad y la competencia leal que primaban cuando éramos quijotes. En resumen…”
LA VIGENCIA AFECTIVA DE JULIÁN
Si yo actualizara una de esas conversaciones que manteníamos,
de seguro abordaríamos temas de todo tipo, ora trascendentales, ora
costumbristas o bien aquellos culturales de los que tanto sabía, quizá como
resultado de las numerosas lecturas, además de la experiencia viajera en
jornadas de recorrido por el mundo. (De hecho, recuerdo el mapamundi, en el
cual señalaba, con botones de colores, cada ciudad que conocía, como sembrando
en ellas su recuerdo, o insistiendo en su actitud de soñador).
También hablaríamos de música, o de campo, de hijos y de
rotarismo, de todas las añoranzas que conformaban la estructura de su
intelectualidad, de las cosas políticas y de la nación, de la escasez de
liderazgo, en fin, de innumerables asuntos que siempre ocupaban su mente
fecunda.
A sus ochenta y seis años falleció, pero Julián Caicedo está
aún vigente, aunque diez más hayan transcurrido en la eternidad, a la sombra
del crepúsculo mayor, en la esperanza íntima de la espiritualidad, que es la de
contemplar el don de Dios.
UN CONFIDENTE GENEROSO
Era inevitable hablar con él de mis cosas, tan extrañas para
los demás, pero sensatas para él, de mi afán por el estudio, de mi soledad y el
silencio, de la noción de ser sólo un peregrino que aún no halla la verdad, que
la busca intensamente en cada recodo del pensamiento.
Cómo me complacía que me entendiera, aunque sé que era
demasiado generoso en sus apreciaciones acerca de mi labor intelectual.
Cuánto quisiera corresponder a esa expectativa de Julián.
Ahora, después de diez años de nuestra última plática, muy poco antes de su
muerte, siento que me hace falta su luz, la sensación de estar frente a uno de
aquellos sabios que predicaban el buen consejo, la prudencia y, en especial, la
conciencia profunda de batallar con ahínco por lo que uno se propone.
No sé si habré cumplido su ilusión, creo que no, porque aún soy
demasiado frágil, más romántico, menos exitoso y más pequeño ante la historia
de los sueños. Lo que sí sé, es que mi admiración por él ha crecido con el
tiempo, sin importar la ruta mansa del olvido rutinario que a los difuntos
rige, por la que pasa el tiempo diluyendo su imagen: a Julián lo recuerdo
siempre, porque con él tengo la grata sensación de contar con un amigo en la
sombra. (Una de las muchas anécdotas: Cuando tenía 23 o 24 años y era yo
secretario del Club Rotario, fui con Julián y Nelly a Cartagena, a una reunión de carácter internacional,
y allí me promocionaban como un gran partido (?) con la misma generosidad, ante
las niñas, hijas de los rotarios, con palabras que ni para qué les cuento…)
MI SERENATA
Debo recordar dos canciones que le fascinaban: ‘El Sotareño’,
aire típico caucano y ‘El Aguacate’; quizá sueñe que estamos en cualquier
patio, en Cúcuta, o en Chinácota, disfrutando un par de aguardientes de esos
que le gustaba tomarse, pocos, pero sentidos, como decía...
El Sotareño (Bambuco)
Letra
y música: Francisco Eduardo Diago
Hierbecita de la montaña azul
que aromaba la puerta de su
hogar,
ya se fue quien te pisaba:
¿qué hacés que no te secás?
(bis)
Se oyen las flautas
entristecidas en lostrigales,
gimen las brisas de abril en los
gramales (bis)
porque sus lindos ojos de linda
espigadora
presto se llevaron la alegría de
la siembra,
y se la llevaron para nunca más volver,
¡ay!... para no volver... para
no volver.
Pero el cielo con su palio
de luceros resplandecientes
dice que el alma de la zagala
vive con los querubes
entre las nubes de la alborada
y que radiosa surge la virgen
diosa;
ya los pastorcillos cuidarán de
su rebaño
como las ovejas que se amparan
al redil
¡ay!...para bien morir...para
bien morir.
El Aguacate
Juan
Fernando Velasco
Tu eres mi amor,
mi dicha y mi tesoro, mi solo
encanto,
y mi ilusión
Ven a calmar mis males mujer
no seas tan inconstante,
no olvides al que sufre y llora
por tu pasión.
Yo te daré mi amor, mi fe
todas, mis ilusiones tuyas son
Pero tú no olvidaras
al infeliz que te adoró,
al pobre ser que un día fue
tu encanto, tu mayor anhelo y tu
ilusión.
Ven a calmar mis males mujer
no seas tan inconstante,
no olvides al que sufre y llora
por tu pasión.
EPÍLOGO
De él recibí un supremo y afectuoso homenaje: “La vida y la
personalidad de Juan me hacen remembrar aquél poema de La Candelilla: huyendo
de la luz, la luz llevando, sigue alumbrando la misma sombra que buscando va”.
Desde luego, esa afirmación fue producto de la estimación que
me profesaba y no dejo de agradecerla, aunque sé que sigo buscando la verdad.
Y otro, material, por llamarlo de alguna manera: hace treinta y
dos años me vendió la misma oficina que hoy tengo, la cual compré con el 50% de
un crédito hipotecario y el otro 50% al fiado, de palabra, “como podás”, que le
pude pagar en tres o cuatro años, sin intereses.
Ahora sus hijos le ofrecen un homenaje con la edición de este
libro: una maravillosa manera de perpetuar su memoria, en el afán de estar con
el tiempo a su lado, con su descendencia que, de seguro, admirará la impronta dejada
en el destino por un noble patojo, un agricultor frustrado...
Y al incluirme a mí y pensar en que yo pueda condensar para
ello alguna nota interesante, también me extienden ese afecto que su padres me
tenían. Mil gracias; a todos ellos los he sentido como parte de mí: incluso me
comprenden en mis soledades y me dejan sentirlos parte de mi vida, aunque no
nos veamos tan frecuentemente, por mi culpa…
Como expresó Julio Arboleda, su paisano, adiós…Julián.
“En el Cauca buscando con
cuidado
Un lugar hallareis en las
orillas
De un riachuelo de arenas
amarillas
Que corre sin cesar.
El nombre de este sitio será el
todo
De la charada que anunciada
tengo:
Su memoria bendita yo mantengo
Con gloria y con pesar.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario