viernes, 6 de diciembre de 2013

489.- JULIAN CAICEDO ARBOLEDA: Un patojo visionario



Sandra Caicedo Bustos/Juan Pabón





LA GRAN AVENTURA (Sandra Caicedo de Bustos)

Nunca nos imaginamos que sentarnos a recordar la vida de mi padre, llamar a nuestros más queridos amigos para que se unieran a nosotros, fuera a convertirse en una gran aventura de vida.

Este libro es el compendio de una vida, de una trayectoria, de una familia. Nuestro trabajo era sencillo porque, a pesar de que encuentro presuntuosa esta afirmación, se trató de hacer un trabajo sobre un hombre bueno, generoso, sonador, visionario y por encima señor en el sentido más amplio de la palabra. Además, fue un proyecto que nos afirmó cada vez más que bien podemos estar orgullosos de ser sus hijos.

La idea de hacer esta publicación nace de Ximena, porque ella sintió la necesidad de hacer un homenaje al padre, al ciudadano que quiso a la región como si fuera la suya y a la que dedicó sus mejores energías. Nosotros todos la acogimos, sin reservas, en la seguridad de que un libro sirve para recoger y guardar informaciones y recuerdos que, de otro modo, corren el riesgo de perderse.

Así las cosas nos dedicamos a señalarnos las tareas y a buscar las personas que podían  ayudarnos. Juan Pabón nos aportó su experiencia y nosotros nos dedicamos a ser obreros de esta causa que se fue convirtiendo en nuestra más querida aventura.

Al principio lo único que teníamos en nuestro archivo eran recuerdos de toda clase: escritos, fotografías, mensajes y, en general, documentos que había que ordenar para poder lograr el propósito y hacer posible que hoy ustedes lo tengan en sus manos.

Pero, de todos modos, Ximena fue la directora y Eliana, acuciosa como siempre, fue la investigadora y la recopiladora de la información. Jorge consiguió la financiación. Además él y yo estuvimos dispuestos a prestar nuestro mejor apoyo y Mauricio, a pesar de la distancia, ayudó en la medida de sus posibilidades.

Esto fue un esfuerzo de todos y, por eso, con orgullo entregamos a ustedes con el mayor de los cariños esta edición que pretende ser un homenaje a este Patojo excepcional que quiso a su familia y a sus amigos, que creyó en la región que volvió de sus caros afectos y que pretendió muchas veces “con incomprensiones” echarla para adelante; para utilizar sus propias palabras, este libro pretende además darle las gracias a Cúcuta y a su gente.

Les entregamos en nombre de la familia Caicedo Gutiérrez una semilla del árbol de Neem. Plantar este árbol en todo Cúcuta fue su sueño. Sus grandes bondades como fungicida, e insecticida, y su sombra hacen de este árbol el mejor de todos para arborizar una ciudad. Todos tenemos ahora un gran reto. Plantar esta semilla en tierra firme y fértil.

VIGENCIA AFECTIVA DE JULIÁN (Juan Pabón Hernández)

Las últimas conversaciones que tuve con Julián se centraron en temas de literatura, historia, música y viajes. De hecho, antes de acelerarse su muerte habíamos pensado ir a Popayán, su ciudad natal, notable por ese impacto profundo en la intelectualidad colombiana. No pudimos hacerlo, por cuanto desde entonces se agravó de su enfermedad.

Sin embargo, aún conservo la esperanza de conocer esa ciudad y el Cauca, por cuanto los relatos nostálgicos de Julián dejaron en mi alma esas semillas caucanas que se sembraron en la historia con indeleble huella. (Cada vez que uno se remonta al pasado de Colombia, recuerda los genes payaneses, en los cuales se revive la síntesis de vida que se contuvo en sus mejores hombres).

Este poema le gustaba…

“Los años pasarán. Débil anciano,
del Cauca en la ribera
me sentaré en las tardes de verano,
a recibir la risa lisonjera;
y acaso un niño, juguetón, ufano
acaricie mi blanca cabellera
y estando fijo en mis pupilas frías
me pregunte la historia de otros días”.

SU ADOPCIÓN

Julián Caicedo Arboleda, payanés (patojo), llegó a nuestra ciudad para sembrarse en ella con espíritu de empresario, mística por el servicio, fervor religioso y un empeño especial por concretar los sueños que revoloteaban en su nostalgia con el ímpetu de quien sabía que, de seguro, con dedicación y esfuerzo los habría de cumplir.

Entonces asumió su misión con la constancia y vocación, necesarias y suficientes, de ser un ingeniero trabajador y, sobre todo, disciplinado, para acometer proyectos que hoy dan testimonio de su labor profesional, como muestra fehaciente de que el hombre, cuando se lo propone, deja su huella inscrita en el devenir de una ciudad.

En paralelo, su disposición maravillosa para darse a los demás en obras que mejoraran la condición de los necesitados, la entrega a la causa rotaria con la grandeza de su alma, dispuesta siempre a la generosidad. Y en otro paralelo, igual, el anhelo (quizá ancestral) de procurar espacios de cultura, de la una o de la otra, popular o clásica, lo cual reflejaba su sencillez, porque sabía ser señor en medio de sus obreros (… “en mi caso personal, debo contarles que el hecho de acompañar a un subalterno en sus fiestas, matrimonio, bautizos, enfermedades y a veces la muerte de sus seres queridos, me permitió siempre estrechar los lazos con ellos”…), o en los elegantes ámbitos de una sociedad que lo acogió con cariño.

UNA VOZ SENTIMENTAL Y AGRARIA

“Por ancestro llevo metida en mis venas sangre de tierra, de cultivos, de campo, de olor a boñiga, a pelos de caballo, en fin, el campo me atrae como un imán irresistible.

Llegué a Cúcuta el 1 de Mayo de 1950 (fecha por demás premonitoria de lo “camelluda” que habría de ser mi vida) y me inicié como gerente de Jabones Garza, empresa fundada por Manuel Antonio Ruán, Gabriel Vegalara y otros, en Pamplonita. Soñé luego con adquirir esas instalaciones y las tierras aledañas, pues estaba convencido de la bondad y calidad de los terrenos.

Compré a la sociedad y a los hermanos Ruán los predios donde funcionaba Jabones Garza, para fundar una finquita que se llamaría “Conestay”. El origen de este nombre fue muy discutido: que si Chino, o Japonés, Incaico o Guaraní: nada de eso, su significado era Con Esta Hay, nombre que posteriormente se popularizó.

Vendí Conestay como consecuencia del primer infarto de Nelly, mi esposa. Roté el eje de mis esperanzas en busca de otras tierras. Con Danielito Bustamante recorrimos caminos y valles de Durania, Arboledas y Salazar y, finalmente, paramos nuestras mientes y pasos en Chinácota para dar origen a Kayluz: cultivos de hortalizas y frutales nacieron de mis genes campesinos…”

De estos fragmentos se deriva la experiencia agrícola de Julián, hasta llegar al cultivo de la Jojoba, del cual fue pionero. Su voz agraria rememoraba, constantemente, las sombras de los antepasados; le encantaba un poema payanés, no recuerdo de quien, en versos plenos de nostalgia, cada vez que la melancolía lo embargaba, de seguro pensando en el amor por su familia:

“…a veces, del hogar a los umbrales,
mirábamos la luna,
vagar por los espacios celestiales
como cisne perdido en la laguna;
y me decía mi padre: las señales
que nos muestran a Dios, una por una,
se ven pasar en la nocturna sombra,
y con este silencio, Dios se nombra…”

INGENIERO Y EMPRESARIO


Con sus hijos Sandra, Diego, Ximena, Jorge Julián, Eliana y Mauricio

Después, el gran Ingeniero, constructor de impresionantes proyectos y tantas obras, las cuales son el testimonio de su capacidad de trabajo, inmensa e intensa, de las madrugadas diarias que comenzaban con la misa y seguían con jornadas técnicas que daban paso a las edificaciones: “El entrenamiento del Ingeniero no puede limitarse a las matemáticas. Es preciso formarlo integralmente, para que no olvide nunca que las matemáticas no son otra cosa que filosofía de la más pura y profunda y que, por eso, por poseer una mayor capacidad de pensamiento, el ingeniero debe desarrollar su vida en forma ejemplar y digna, con respeto absoluto de de la ética constituida por esas reglas claras y estrictas de comportamiento que le fueron enseñadas…

Me retiré del ejercicio profesional por dos motivos: primero, la muerte de mi hijo Diego, mi mano derecha. Diego fue un trabajador insigne, patrón inmejorable, vinculado a cuanta actividad sin ánimo de lucro se desarrollara o proyectara en Cúcuta. A esa gran pérdida se sumó mi sentimiento personal para luchar en un campo de batalla donde el ejercicio profesional había dejado de ser gobernado con armas como la honorabilidad, el señorío, la amistad y la competencia leal que primaban cuando éramos quijotes. En resumen…”

LA VIGENCIA AFECTIVA DE JULIÁN

Si yo actualizara una de esas conversaciones que manteníamos, de seguro abordaríamos temas de todo tipo, ora trascendentales, ora costumbristas o bien aquellos culturales de los que tanto sabía, quizá como resultado de las numerosas lecturas, además de la experiencia viajera en jornadas de recorrido por el mundo. (De hecho, recuerdo el mapamundi, en el cual señalaba, con botones de colores, cada ciudad que conocía, como sembrando en ellas su recuerdo, o insistiendo en su actitud de soñador).

También hablaríamos de música, o de campo, de hijos y de rotarismo, de todas las añoranzas que conformaban la estructura de su intelectualidad, de las cosas políticas y de la nación, de la escasez de liderazgo, en fin, de innumerables asuntos que siempre ocupaban su mente fecunda.

A sus ochenta y seis años falleció, pero Julián Caicedo está aún vigente, aunque diez más hayan transcurrido en la eternidad, a la sombra del crepúsculo mayor, en la esperanza íntima de la espiritualidad, que es la de contemplar el don de Dios.

UN CONFIDENTE GENEROSO

Era inevitable hablar con él de mis cosas, tan extrañas para los demás, pero sensatas para él, de mi afán por el estudio, de mi soledad y el silencio, de la noción de ser sólo un peregrino que aún no halla la verdad, que la busca intensamente en cada recodo del pensamiento.

Cómo me complacía que me entendiera, aunque sé que era demasiado generoso en sus apreciaciones acerca de mi labor intelectual.

Cuánto quisiera corresponder a esa expectativa de Julián. Ahora, después de diez años de nuestra última plática, muy poco antes de su muerte, siento que me hace falta su luz, la sensación de estar frente a uno de aquellos sabios que predicaban el buen consejo, la prudencia y, en especial, la conciencia profunda de batallar con ahínco por lo que uno se propone.

No sé si habré cumplido su ilusión, creo que no, porque aún soy demasiado frágil, más romántico, menos exitoso y más pequeño ante la historia de los sueños. Lo que sí sé, es que mi admiración por él ha crecido con el tiempo, sin importar la ruta mansa del olvido rutinario que a los difuntos rige, por la que pasa el tiempo diluyendo su imagen: a Julián lo recuerdo siempre, porque con él tengo la grata sensación de contar con un amigo en la sombra. (Una de las muchas anécdotas: Cuando tenía 23 o 24 años y era yo secretario del Club Rotario, fui con Julián y  Nelly a Cartagena, a una reunión de carácter internacional, y allí me promocionaban como un gran partido (?) con la misma generosidad, ante las niñas, hijas de los rotarios, con palabras que ni para qué les cuento…)

MI SERENATA

Debo recordar dos canciones que le fascinaban: ‘El Sotareño’, aire típico caucano y ‘El Aguacate’; quizá sueñe que estamos en cualquier patio, en Cúcuta, o en Chinácota, disfrutando un par de aguardientes de esos que le gustaba tomarse, pocos, pero sentidos, como decía...

El Sotareño (Bambuco)
Letra y música: Francisco Eduardo Diago

Hierbecita de la montaña azul
que aromaba la puerta de su hogar,
ya se fue quien te pisaba:
¿qué hacés que no te secás? (bis)

Se oyen las flautas entristecidas en lostrigales,
gimen las brisas de abril en los gramales (bis)
porque sus lindos ojos de linda espigadora
presto se llevaron la alegría de la siembra,
y se la llevaron para nunca más volver,
¡ay!... para no volver... para no volver.

Pero el cielo con su palio
de luceros resplandecientes
dice que el alma de la zagala
vive con los querubes
entre las nubes de la alborada
y que radiosa surge la virgen diosa;
ya los pastorcillos cuidarán de su rebaño
como las ovejas que se amparan al redil
¡ay!...para bien morir...para bien morir.

El Aguacate
Juan Fernando Velasco

Tu eres mi amor,
mi dicha y mi tesoro, mi solo encanto,
y mi ilusión
Ven a calmar mis males mujer
no seas tan inconstante,
no olvides al que sufre y llora
por tu pasión.

Yo te daré mi amor, mi fe
todas, mis ilusiones tuyas son
Pero tú no olvidaras
al infeliz que te adoró,
al pobre ser que un día fue
tu encanto, tu mayor anhelo y tu ilusión.

Ven a calmar mis males mujer
no seas tan inconstante,
no olvides al que sufre y llora
por tu pasión.

EPÍLOGO

De él recibí un supremo y afectuoso homenaje: “La vida y la personalidad de Juan me hacen remembrar aquél poema de La Candelilla: huyendo de la luz, la luz llevando, sigue alumbrando la misma sombra que buscando va”.

Desde luego, esa afirmación fue producto de la estimación que me profesaba y no dejo de agradecerla, aunque sé que sigo buscando la verdad.

Y otro, material, por llamarlo de alguna manera: hace treinta y dos años me vendió la misma oficina que hoy tengo, la cual compré con el 50% de un crédito hipotecario y el otro 50% al fiado, de palabra, “como podás”, que le pude pagar en tres o cuatro años, sin intereses.

Ahora sus hijos le ofrecen un homenaje con la edición de este libro: una maravillosa manera de perpetuar su memoria, en el afán de estar con el tiempo a su lado, con su descendencia que, de seguro, admirará la impronta dejada en el destino por un noble patojo, un agricultor frustrado...

Y al incluirme a mí y pensar en que yo pueda condensar para ello alguna nota interesante, también me extienden ese afecto que su padres me tenían. Mil gracias; a todos ellos los he sentido como parte de mí: incluso me comprenden en mis soledades y me dejan sentirlos parte de mi vida, aunque no nos veamos tan frecuentemente, por mi culpa…

Como expresó Julio Arboleda, su paisano, adiós…Julián.

“En el Cauca buscando con cuidado
Un lugar hallareis en las orillas
De un riachuelo de arenas amarillas
Que corre sin cesar.
El nombre de este sitio será el todo
De la charada que anunciada tengo:
Su memoria bendita yo mantengo
Con gloria y con pesar.”

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