Gerardo
Raynaud D.
Despuntaba el año 1974 y todas las actividades
ciudadanas se enfocaban a definir qué hacer para celebrar el centenario del
trágico suceso del ‘terremoto’. Se había constituido un Comité que se
encargaría de programar todos los pormenores del aniversario, incluida la
presentación al Congreso de la República, de una ley conmemorativa del episodio
telúrico que devastó la ciudad pero que a la vez, sirvió de punto de partida
para una renovación total, tanto en lo urbanístico como en lo social y
económico.
Tal como sucede cuando se aproxima la reminiscencia de
un evento de trascendencia, empresas, instituciones y en general agentes de las
más diversas índoles, están pendientes de ofrecer o de aprovechar la ocasión
para sacar de ella el mayor beneficio. Pues bien, en ese año del Señor, se
apareció por estos lares un personaje de mucho reconocimiento en el campo de la
tauromaquia, con el objeto de beneficiarse de los múltiples escenarios que la
nueva ley que se tramitaba para favorecer la ciudad, a presentarle a las
autoridades locales una propuesta que, además de atractiva sería beneficiosa
para las arcas del municipio.
Escribía el periodista taurino Eduardo de Vengoechea
en su habitual columna del diario El Siglo, que Luis Lozano, un renombrado
empresario de la capital, había venido a la ciudad, cito textualmente ‘no
propiamente para ir a San Antonio a comprar matute para llevar a sus madriles,
sino para hacer una propuesta concreta respecto a la construcción de una plaza
de toros en la capital del Norte de Santander’.
Efectivamente así sucedió, solo que hasta el sol de
hoy la tal plaza no se ha visto o por lo menos, no ha trascendido lo suficiente
como para enloquecer a los ‘fans’ como sucede con la de San Cristóbal o la
pequeña pero acogedora de Chinácota, donde se escenifican grandes corridas con
toreros de gran notoriedad.
Afortunadamente no se logró concretar la propuesta, a
pesar de haberse adelantado todos o casi todos los trámites necesarios, pues
hoy estaríamos enfrascados en otras discusiones sobre si son o no legales las
corridas o si se debe o no matar al astado, llegando de esta manera a la
culminación, con la suerte suprema en la faena de remate que le permite al
torero obtener su tan anhelado trofeo, las orejas y hasta el rabo cuando se
redondea con perfección la jornada.
Pero regresemos a la narración de los hechos y veamos
como transcurrieron los acontecimientos de tan noble proyecto. Habían pasado
las fiestas navideñas y de fin de año; recién comenzaba la actividad laboral y
como en la península ibérica, por esos días el invierno desplaza la actividad
toreril, los diestros y sus cuadrillas se trasladan a la América ibérica a
mostrar sus destrezas, riesgosas y peligrosas de enfrentar los toros de lidia.
Es necesario aclarar que la fiesta brava no se da en toda la América Latina
sino en algunos países ubicados entre el sur de México y el norte del Perú y no
todos tiene la misma legislación respecto de esta actividad.
Era alcalde de la ciudad el doctor Luis Tesalio
Ramírez y director ejecutivo de Cúcuta-75, comité creado para organizar los
festejos del centenario del ‘terremoto’. La propuesta presentada por un grupo
de empresarios afiliado a ESCOL, el gremio de taurinos, era muy concreta. Se
necesitaba un terreno de unos dos mil metros cuadrados que ya habían sido
vistos y estudiados por los proponentes, en las cercanías del aeropuerto de la
ciudad y le habían pedido al municipio el aporte de dicho lote, que
constituiría el treinta por ciento del valor de la sociedad y el resto lo
aportarían los empresarios a través de ESCOL.
El proyecto de la Plaza de Toros de Cúcuta ya venía
siendo estudiado desde el año anterior por los taurinos y posiblemente, habrían
adelantado conversaciones, ya que cuando este proyecto fue entregado, existía
muy avanzado el desarrollo de los planos
y la maqueta, pues en la presentación formal que hicieron, facilitaron todos
los detalles, al punto que en el documento de entrega se mencionaba que ‘será
una de las más hermosas del continente y contará con todos los servicios tanto
internos como externos’.
La reunión se concertó entre el alcalde Ramírez, el
director de Cúcuta-75 Eustorgio Colmenares y el representante de ESCOL, Manuel
Ossa Escallón y al parecer, no hubo mayor discusión, pues no tardaron más de
una hora reunidos y al cabo de ella se dijo que si los trámites se realizaban
dentro del cronograma establecido, la Plaza de Toros estaría lista para la
fecha conmemorativa, en el mes de mayo del año siguiente.
Incluso ya se tenía listo el cartel que la
inauguraría. Estarían en el redondel los diestros, Sebastián Linares, el famoso
‘Palomo Linares’, Pedro Moya, más conocido como ‘el Niño de la Capea’ y el
crédito local Curro Lara.
Tal vez, el más beneficiado con esta propuesta era el
torero cucuteño, pues además de la corrida de inauguración, los empresarios
liderados por los Lozano, se comprometían con él a contratarlo en las corridas
de la temporada ibérica, tanto en España como en Portugal y en las pocas faenas
que se llevan a cabo en el sur de Francia.
Aún después de tanta belleza, quedaba un obstáculo por
sortear y era la autorización del Concejo, no para el proyecto de la Plaza como
tal, sino la de participar en la sociedad que proponían los empresarios
taurinos.
Al final de cuentas, parece que el proyecto se
desvaneció en los anaqueles de la alcaldía, pues la famosa plaza, tal como se
había proyectado, nunca se vio y los aficionados continuaron asistiendo a las
corridas en las famosas ‘plazas portátiles’ que aún hoy vemos, especialmente en
algunos de los grandes pueblos del país donde subsiste la afición por un
¿deporte? o ¿arte? tan cuestionado.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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