Gerardo Raynaud
A mediados de los años 60 la tranquila
ciudad se veía convulsionada ocasionalmente por sucesos de sangre que vinculaba
familias y personajes de mucha prestancia en el medio, especialmente entre los
comerciantes que era el gremio de mayor reconocimiento.
Este último argumento se sustenta en el
registro que desde principios del siglo XX se venía llevando en la Cámara de
Comercio de Cúcuta y que al revisarlo, se encontraba que tanto las empresas
como las personas naturales, inscribían sus actividades como comerciales así
éstas fueran manufactureras o industriales, pues era de mejor ‘status’, de más
‘caché’ ser comerciante que cualquier otra actividad, me refiero de las
independientes. Así mismo, el carácter fuerte y recio del santandereano hacía
que sus discrepancias se arreglaran por la vía de la violencia, cualidad
ancestral y diría yo, casi genética de los pobladores de la región, baste con
repasar la historia y veremos el cúmulo de actos no propiamente pacíficos que
ocurrían por estos contornos, que muchas veces erizaban el pellejo por la
crueldad de las acciones.
Puede decirse que esto venía ocurriendo
desde principios de la Colonia, ahí tenemos el ejemplo de los Comuneros,
pasando luego por las gestas de la Independencia y terminando por la Guerra de
Mil Días, esto, sin considerar las guerras civiles que se desarrollaron durante
la primera mitad del siglo, desencadenando la violencia partidista bastante
arraigada en algunos de los municipios nortesantandereanos.
Recuerdo con particular admiración que
durante las elecciones, cuando éstas se hacían con papeletas y no con
tarjetones, que en los pueblos dominados por un determinado partido, solamente
aparecían votos por candidatos de ese partido. Cuando comenzaron a pacificarse
los ánimos y empezaron a aparecer votos por el partido contrario, no solo
comenzaban las especulaciones sino también las persecuciones entre quienes se
creía habían depositado el sufragio.
Ya en la nueva era, la democrática que
apareció con el Frente Nacional, los bríos fueron disminuyendo y la violencia
mermó en términos colectivos pero no así de manera individual. Un comandante de
la policía local, nos recordaba en una reunión, que el mayor problema que había
encontrado entre la población, era que sus problemas eran resueltos ‘a tiros’ y
que ese era un rasgo distintivo regional que él pretendía resolver, mediante
campañas de prevención y de información.
Con esta introducción les narraré uno de
los sucesos relacionados, ocurrido en el año 65 del siglo pasado, cuando dos
reconocidos comerciantes ‘arreglaron’ sus diferencias por la vía de los hechos,
con las consecuencias previsibles que siempre se presentan en estos casos.
En una tarde de un mes cualquiera, pues no
vale la pena ubicarnos en el tiempo, los propietarios de los almacenes El
Paisano y de la Agencia El Progreso, ambos ubicados en los bajos del Edificio
San José, esto es en pleno centro de la ciudad, a eso de pasadas las seis de la
tarde, cuando se disponían al cierre de sus negocios, ambos en la misma
actitud, comenzaron a lanzarse ‘pullas’, pues al parecer, entre ellos se había
presentado en días anteriores, una desavenencia en torno a la desaparición de
la hija de uno de ellos, que según cuentan los chismes de la época, había sido raptada
por el otro. Ante esta situación, se había interpuesto una caución que en esos
precisos momentos, agentes adscritos al Permanente Central de Policía se
disponían a cumplir y esto caldeó aún más los ánimos y en lo álgido de
discusión se produjo un corte de energía eléctrica aprovechado, no se sabe por
quién, para comenzar el tiroteo que trajo como consecuencia heridas a tres de
los participantes de la reyerta, los comerciantes Rincón, Fornez y Cuéllar.
Los dos primeros fueron trasladados al
hospital San Juan de Dios y el tercero a la Clínica San Antonio. Mientras
tanto, Víctor Cuellar quien había estado presente en la escena, por razones
inexplicables emprendió la fuga en su automóvil Mercedes Benz de placas
venezolanas lo que hizo despertar las sospechas de los agentes del orden y se
comunicaron con sus similares de San Antonio para que en caso, de que
apareciera, lo detuvieran, como efectivamente así sucedió horas más tarde. El
peor librado de la balacera fue Luis Iván Rincón, un bumangués que se había
afincado en la ciudad unos años atrás con buen éxito, lo que en opinión de
algunos despertó envidias y resentimientos. Murió afectado por el disparo y su
deceso fue muy lamentado por el gremio y su familia, quienes año tras año, lo
recordaban con mensajes en los periódicos y las misas rigurosas para pedir por
el eterno descanso de su espíritu.
Las diligencias preliminares de
investigación se le asignaron al Comisario de turno, el abogado Jorge Enrique
Rivera Gélvis quien, en compañía de su secretario, realizaron el levantamiento
y dieron inicio a las pesquisas. El fugitivo a quien la PTJ había aprendido,
fue entregado a sus similares colombianos y lo primero que hicieron fue
aplicarle la prueba del ‘guantelete de parafina’ para determinar si había disparado
su arma. Posteriormente, el investigador del caso, el juez Sexto Penal
Municipal Francisco Arb Bautista, llamó a los detectives que estaban presentes
cuando se produjo la debacle, recordemos que estaban notificando de la caución
a uno de los involucrados, para conocer su versión de los hechos, eran los
detectives 1190 y 2446, agentes secretos como verán, quienes respondieron que
‘ni mi compañero ni yo podemos determinar con precisión quién disparó primero
ya que en aquel momento se fue la luz’, dijeron que no pudieron intervenir y
que tuvieron que buscar refugio ante la lluvia de balas que se produjo en ese
momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario