Erika Tatiana Ayala García y
José Alfredo Suárez Ospina
Un viejo recuerdo del Ferrocarril
de Cúcuta
Nuevas
tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La
ciudad te seguirá. Vagarás por las
mismas calles.
Y
en los mismos barrios te harás viejo,
y en estas mismas casas encanecerás. La ciudad-Constantino Cavafis
CIUDAD
S(IN) MEMORIAM
La
espuma del jabón en el lavadero, las aulas de nuestro kinder, una vieja cocina o
la iglesia durante la misa, el árbol de nuestro patio y los de nuestra calle,
el barrio, la plaza, el parque…son los lugares y recuerdos que conforman
nuestra memoria, arraigada y enraizada en algún lugar de la ciudad y del
planeta.
Y, hoy,
cuando la globalización nos impone una época donde todo es efímero y pasajero ante
la homogenización de las marcas y el espacio de los flujos, paradójicamente lo
que valoramos de la arquitectura y su ciudad es la permanencia en el tiempo.
La utilidad
ante las demandas de una sociedad, la solidez de su construcción y la belleza que
otorga un carácter de seducción a la arquitectura y sus obras hará que tal cómo
lo deseaba Apollinaire: le preparemos a la hiedra y al tiempo unas ruinas hermosas.
Ni los
muros derribados por los atentados terroristas resultaron ser los últimos, ni los
desfalcos que dejan huecos en el centro de la ciudad marcaron su declive sino
que evidencian más una vulnerabilidad social que técnica y, a su vez, fracturan
el territorio y segregan las poblaciones que alimentan su resentimiento tenaz y
violento, profundizando la herida ya abierta emocional y física, entre aquellos
que se han podido subir al rápido tren de la globalización y los olvidados y
abandonados en lugares de la ciudad donde no llega representación alguna del
Estado, sirven de advertencia sobre los pies de barro y riesgos de nuestra
apuesta como sociedad de creciente dependencia energética, que nos inscribe en
la inevitable amenaza del cambio climático.
Pero
nuestras contiendas, divisiones y particular forma de ver las cosas, o solo
blancas o solo negras, nos inhabilitan para distinguir lo urgente de lo
importante, y nos llevan a plantear respuestas genéricas frente a las demandas
específicas y fundamentales de una sociedad segregada, separada y diferenciada.
Estos
dilemas dramáticos de Cúcuta son también en gran medida los de Colombia y
América Latina y, en general, los de una población que se debate entre la
adaptación a la globalización y la pérdida de las memorias de sus historias comunes.
PASADO:
PRESENTE
Víctor
Hugo en su texto Notre-Dame de Paris publicado en 1831, señalaba “Esto matará a
aquello. El libro matará al edificio”, donde por el auge y difusión de la
imprenta se quebrantó el significado y simbolismo de los edificios.
Afortunadamente no fue así, aunque la actual era de comunicación instantánea le
ha restado gran importancia a la arquitectura como el gran libro abierto de la
humanidad y expresión del tiempo, reduciéndola en muchos casos a imágenes borrosas
y distantes, carentes de significado o pérdidas en un espacio entre lo
particular y lo comunitario, donde nadie se cuestiona que sucedió o donde quedó.
Como
optimistas pensamos el futuro e imaginamos la ciudad de nuestros sueños, con
edificios que innoven y representen progreso social. Sin embargo, debemos recordar
que tenemos raíces que nos imponen la obligatoria tarea de renovar la memoria
construida como una oportunidad obligatoria de desarrollar proyectos enriquecidos
con el valor de la historia.
Las
construcciones donde se arraiga la memoria de la ciudad, son testimonios hoy de
una época de antaño, son el pasado presente, que debemos legar al futuro. En ellos
reside una gran lógica material, tectónica y climática que puede servir como estímulo
y ejemplo para producir poesía, comodidad y belleza en un entorno en crisis.
Tal como lo expresaba Nietzsche en “Más allá del bien”: “estamos bailando con
cadenas”, debemos proteger los edificios y lugares que han sido el teatro de nuestras
vidas, enfrentándonos a un culto al consumo que agota y hace limitados los recursos,
son estas las cadenas para bailar en el testarudo paso del tiempo para que estos
monumentos no sean ya como el pasado representado solo en fotografías pálidas,
discos rayados y olvidados en un rincón o perfumes rancios.
Vírgen de Fátima
HACER
MEMORIA
En el
libro “En busca del Tiempo Perdido” (À la recherche du temps perdu), Marcel
Proust describe al protagonista cuando remoja su magdalena en una taza de té y
el sabor de este, desencadena los recuerdos y nostalgias de su vida
pasada...Bajo este orden de ideas, dentro del contexto local que nos pertenece,
la Catedral de San José, la Columna de Padilla, la Columna de Bolívar, Cristo
Rey, las iglesias San Antonio, San Luis, San Rafael, La Candelaria, el
Cementerio Central, el hoy Banco Popular de la Avenida 5, la Quinta Cogollo, la
Quinta Yesmín, la casa Steinworth, el Asilo Andressen, las estaciones del
Ferrocarril, la torre del Reloj, el consultorio jurídico de la Universidad
Libre, y todo el patrimonio vivo de la
ciudad:
sus árboles y zonas verdes, son los lugares donde residen nuestros recuerdos… ellos
son nuestra magdalena de Proust. Es allí donde los ecos de la historia resuenan
en la infancia de muchos, pero que apenas si se escuchan hoy y son pocos los
que lo lamentan.
La
bonanza y prosperidad de hace seis años no bastaron para impulsar un resplandor
y rescate de la ciudad, que desde luego requería más solidez institucional,
transitando del derroche al rescate; las ganancias económicas hicieron que nos
comportáramos cual niños malcriados que olvidan sus viejos juguetes para
sustituirlos por otros de moda, dejando atrás nuestras más preciadas
construcciones -signifi cativas y memoriales-, aquellas que evocan recuerdos,
nos generan un sentido de lugar, manifiestan un sentido de pertenencia, aquellas
para y por las cuales debemos reeducarnos con el fin de poder hablar, escribir,
recordar, reparar y rehabilitar.
Inspirada
también en el amor como el Taj Mahal, pero sólo para la única esposa de Don
Cristian Andressen Moller, la Quinta Teresa diseñada y construida por el
ingeniero Domingo Díaz, quien también construyera la estación central del
Ferrocarril de Cúcuta, fue el regalo de cumpleaños del filántropo danés a su
esposa Teresa Briceño, con quien en el año de 1896 fundaría la Sociedad de San
Vicente de Paul. Con detalles que denotan su origen romántico y un conjunto que
hace alarde de una estética sólida que sólo la indiferencia a lo largo de los años
amenaza con echar al piso, a pesar de ser declarada bien de interés cultural,
desde el 5 de noviembre de 1996, ratificado por el Tribunal Administrativo del
Norte de Santander mediante una acción popular el 30 de septiembre de 2010 que
dicta que el Municipio debe recuperar el emblemático inmueble; proceso que
hasta el día de hoy no ha logrado conciliar los devenires de nuestra agitada
vida contemporánea por cuanto las acciones de restauración se han caracterizado
por la burocracia y desconocimiento de los valores sociales.
Iglesia del Perpetuo Socorro
Los
inmuebles representativos son los órganos vitales de las ciudades, en ellos
reside la identidad, desafortunadamente muchos, como algunas estaciones del
Ferrocarril han desaparecido y se han ido al olvido. Su caída nos genera una
onda expansiva que se siente más en nuestros corazones que en la tierra. In
memoriam…
Y si
esta es la actitud más contemporánea o las más extendida en una ciudad que ha
reemplazado su historia y sus culpas por la indiferencia y la aceptación, se
aplaude en contraposición al olvido, el proyecto ganador para la recuperación
del Parque GranColombiano por los arquitectos Jaime Cabal y Jorge Buitrago.
Lo
valioso del diseño se encuentra en su fuerte apuesta por “reconectar,
estructurar y difundir y articular” los monumentos y valores de la historia con
el contexto actual, donde además se toman como estructurantes los elementos
ambientales en sintonía con la diversidad de flora y fauna, recordándonos que
estos son nuestro verdadero y más preciado patrimonio.
Si
queremos un ícono de encuentro, memoria y curación para los olvidos y retornar
a la muy noble, leal y valerosa, este conjunto de ideas es un muy buen
candidato. Encore!
Y, hoy,
no sabemos bien si queremos que la arquitectura nos explique o nos consuele,
nos represente o nos cure. Ya no está Rogelio Salmona para ilustrarnos sobre la
memoria y sus metáforas, pero sí estamos a tiempo de evitar que el paso del tiempo,
o la amnesia de un tiempo fugaz, borre más de nuestra memoria construida.
Si el
desarrollo inmobiliario irresponsable debe moderarse, será sin duda porque colectivamente
hemos decidido construir menos y hacer más ciudad, porque decidimos juntos dar
permanencia física y temporal a lo urbano y vital, y porque democráticamente
entenderemos que después de más de 200 años de
Cementerio Central
independencia
y emancipación, para afrontar a las tempestades de un mundo globalizado, lo
debemos hacer desde la construcción de un proyecto colectivo de sociedad donde
la memoria común nos une y amalgama.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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