lunes, 28 de abril de 2014

561.- AGOSTO, TIEMPO DE COMETAS


Ciro A. Ramírez Dávila





Verano, sol, calor, sofoco, sed, días brillantes, cielo despejado, Horizontes largos, montañas borrosas, ventiscas y polvaredas, todo porque ahora es agosto, el mes del estío, del bochorno, de la canícula, de las

cometas.


Ah…las cometas, las cometas……con sus colores, sus múltiples formas, sus piolas o cordeles, sus largas colas, sus enredos. Todo esto es un devenir de recuerdos, de nostalgias, de vivencias, infantiles y juveniles. Cómo esperábamos la aparición de los vientos agosteños, para preparar primeramente, en el primer domingo una caminata hacia las riveras de nuestro Pamplonita, donde estaban las haciendas paneleras cucuteñas, cultivadas de cañaduzales, proveedoras de la materia prima para la construcción de nuestras cometas, pues de la flor de la caña, se obtiene la verada, que es el esqueleto o marco de las mismas.


Esas salidas, desde las diferentes barriadas cucuteñas, se constituían en excursiones, con baño en el río, degustación de caña madura, mangos, mamones, naranjas y otras frutas, que para la época eran variadas y abundantes.


Esas correrías, de la muchachada cucuteña, con el pretexto cierto de recolectar las veradas para la construcción de cometas, provocaba otros ingredientes, saturados de aventuras, escaramuzas y demás hechos sucedidos en los albores de la adolescencia. Era una forma para algunos de evidenciar sus conocimientos de natación, durante el baño en el río; otros por el contrario dejaban ver su temor, sólo quedándose en la orillita, envidiando a los expertos.


El achaque, de las cometas, ameritaba atravesar por el entorno rural inmediato de una ciudad que apenas

comenzaba su desenvolvimiento como tal, puesto que sus linderos urbanos llegaban en el oriente, hasta La Playa y Los Sauces, hoy barrio Popular; por el sur, hasta la Cabrera y Puente Barco; por el norte se llegaba hasta Sevilla, más concretamente a la X Roja y por el occidente el Contento, el Llano, Callejón y Carora: esa, y no más, esa era la Cúcuta de los años cincuenta.


Nosotros, callejoneros y caroreños, con el pretexto de las cometas, salíamos por el costado sur del ferrocarril, atravesábamos a caño picho, hoy puente de las tirantas, pasábamos por el estadio General Santander y nos adentrábamos en una secuencia de potreros, plataneras, y cañaduzales, hasta desembocar a las haciendas la Rivera y Guaimaral, que tenían su ajuar panelero y colindaban con el río Pamplonita. Todo esto, era un verdadero paseo, con ingredientes como asoleada; baño en el río; correteada de los perros guardines de las fincas, quienes nos salían, por sustraer a hurtadillas frutos de sus huertos; cacería de torcazas e iguanas, puesto que cada quien tenía su respectiva cauchera. Cuando coincidíamos, con la molienda, gorreábamos miel y boronas de panela, en los trapiches.


Esa misma noche, nos asesorábamos de algún vecino ducho en fabricar cometas y comenzábamos su elaboración; previamente, nuestras mamás nos habían comprado el papel vejiga o celofán de diversos colores, la piola y los retazos de ropa vieja para las colas. No hay que olvidar, el engrudo de almidón, como pegante; las tijeras; el cartabón para las medidas; y una navaja filosa para dejar muy liviano el marco. Las había de diferentes tamaños, según la capacidad física del “elevador”, sobra decir que después que la cometa, se encumbra, se vuelve indómita y a veces incontrolable.


También existen diversas formas, recordamos las tradicionales hexagonales, las hachas, las panelas, las estrellas, los papagayos y muchas más; cada quien quería ponerle su estilo, cómo no recordar de las “bramaderas”, cuyo sonido se podía confundir con un monomotor y los festones de múltiples colores. La confección de la cola, tiene su misterio, pues debe equilibrarse con el tamaño dela cometa, si es muy pesada, no despega, si es muy liviana  ”caracolea” pero no eleva, ni se “duerme”.


Hoy esta costumbre, dejó ser sólo una “goma” o pasatiempo, para convertirse, casi en un deporte profesional, con verdaderos expertos en esta técnica; admiramos la cantidad de estilos, modas y modos de su práctica.


Como no recordar en esa vieja Cúcuta, los sitios propios para elevar cometas, los cuales eran colmados en

esas temporadas, por vecinos de todas las edades y condiciones, para divertirse, con el multicolor espectáculo.


Así, los playeros y cabrereños, iban a Cristo Rey; los contenteros a King Kong o a la Columna de Padilla; los callejoneros, al Paraíso; los caroreños al Alto de las Pavas; los sevillanos, al Cerro de la Cruz; los llaneros, al Patio del Gol o a la Loma de Bolívar. El ambiente era lúdico, pero se presentaban enfrentamientos entre

contendores de diferentes barriadas, por la competencia o rivalidad ante la vistosidad, colorido, tamaño, confección o alcance, de la mejor cometa.


No faltaban entre los cometeros, personas mal intencionadas, que en la cola colocaban “crucetas”, hechas con trozos pequeños de veradas con cuchillas de afeitar, para trozar en pleno vuelo otra cometa. Esto generalmente se hacía desde un sitio diferente y ocasionó disputas desagradables.


Qué bueno es recordar, los momentos intensos de los años juveniles, con la picaresca de la época, las costumbres, las tradiciones, el vecindario, la barriada, pero sobre todo la alegría con que nos levantamos, porque había paz, seguridad, y convivencia entre las gentes, así era nuestra Cúcuta.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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