jueves, 1 de mayo de 2014

563.- DON JOSE GREGORIO ACEVEDO


Guillermo Maldonado Pérez





Hay una foto familiar con don José Gregorio en el rincón predilecto de su casa, junto al escritorio donde cada día cumplía con vocación inquebrantable su quehacer periodístico. Allí se ve su vieja Olivetti, verde pálido, como un destroyer encallado en el maremágnum de periódicos y papeles: su instrumento en el diario trajinar con las palabras, las ideas, los hechos del acontecer de su ciudad, durante medio siglo.


El tecleo ruidoso se disparaba rápidamente en la mañana; redactaba con facilidad extraordinaria, igual a como hablaba; tenía el don de palabra y grandes dotes de orador. De un tirón escribía los editoriales que debía leer al mediodía en su radio periódico Cúcuta al Día, informativo que mantuvo al aire durante veinte años; escribía artículos y columnas que lo identificaron entre las figuras patriarcales de la prensa y la radiodifusión local.


Cumplió a cabalidad su cometido, en una ciudad que dispone de una rica tradición en la historia del periodismo hablado y escrito. Ejerciendo este noble y riesgoso oficio transcurrió su vida; dedicó muchos años al registro cotidiano de la crónica de la ciudad, de sus anhelos colectivos, de los triunfos o fracasos de sus gentes, registrando lo nimio o lo solemne, lo trivial o lo impactante, lo banal o trascendente, lo fugaz o lo histórico, del diario acontecer de la vida de su pueblo.


¿Qué mayor significado puede tener el oficio que hace la crónica de los días de un pueblo - “los días que uno tras otro son la vida”- y al ciudadano que la cumple, con honestidad, profesionalismo y valentía?


Don José Gregorio emprendió duras luchas por el bien común; las libró con altura, en la elegancia de su lenguaje, con talante cívico y postura ética. Una vida íntegra que propicia una reflexión sobre el significado del ejercicio de informar y opinar limpiamente, en una sociedad que lo exige, y que necesita de la palabra que guía, orienta, denuncia y construye.


Redactor y director de Sagitario y Bronce, entre otros míticos hebdomadarios liberales; porque fue liberal de racamandaca, no podía serlo menos, como hijo de una ciudad liberal hasta la médula; sus mayores habían luchado en las guerras civiles, en especial en la de los Mil Días, la emblemática contienda que determinó el siglo XX; creció bajo su sombra, y fue fiel a esas ideas, nada fáciles de sobrellevar en una época de violento sectarismo; actuó y expresó su pensamiento, alentado por estas convicciones, y lo hizo con acendrado sentido civilista y democrático. En años de actividad política fue dos veces secretario del Concejo Municipal, de la Asamblea, de la Gobernación de Norte de Santander. Corresponsal de El Espectador, miembro de la Academia de Historia, fundador y director de radio-periódicos en La Voz de Cúcuta, y en Radio Tasajero.


Al final de sus días, cuando el ave errante de la decepción busca su nido, nunca dejó que la alada oscura se posara en su alma; se mantuvo fiel a sí mismo, sereno, diáfano, lejos de toda sombra de rencor; nunca obró a cambio, y al expresar sus convicciones lo hizo con respeto por su prójimo, por contrario que fuese a sus ideas.


Era hombre bueno, alegre, íntegro; su gentileza en el trato, sus modos de caballero irreductible, suavizaban al más áspero o cerrero. De conversación fácil, amena, matizada con humor, tenía el poder de la seducción que solo poseen los sabios de la vida; de natural tranquilo, su bonohomía, sin embargo, no ocultaba al hombre recio que había en él, de armas tomar llegado el caso.


En la foto, junto al escritorio, se le ve en franela de entrecasa, en sus manos fresco el periódico del día; el pelo blanquísimo de nube, y a esa edad -los años postreros- exhibiendo todavía su pinta varonil de galán de antigua película de tango.


En las lejanas veladas de su casa cantaba tangos de Gardel, y doña Ana Francisca, su mujer, lo acompañaba al piano como lo había acompañado toda la vida, con amorosa sincronía.


Al fondo, en las paredes de la foto, cuelga la iconografía más cara a sus afectos: los hijos, los nietos. Margarita, su hija, bailarina clásica desde sus tempranos años, discípula del bailarín ruso Vladimir Volsky; con el amor por su arte y su ciudad, ella ha dedicado su vida a la enseñanza; cientos de jóvenes, de niñas, han pasado por su academia de ballet y, sin duda, guardan el maravilloso recuerdo del contacto que tuvieron con la danza en un momento de su infancia y juventud; algunos de sus discípulos figuran en prestigiosas agrupaciones del país y de Europa. En la foto también está Beatriz, su hija pianista, egresada del conservatorio de la Universidad Nacional, de larga trayectoria como concertista y pedagoga; siguen Manuel y Emilio, y Enrique, virtuoso del piano y connotado arquitecto, con obras notables nacionalmente,

muchas de ellas realizadas en colaboración con el famoso arquitecto Fernando Martínez Sanabria.


Quienes hace mucho tiempo se marcharon suelen cumplir años en silencio, de modo que nos sorprenden con la noticia de sus fechas imposibles; pero la sorpresa no es más que un reflejo de nosotros mismos, del paso fugaz de nuestro propio tiempo; así, este 28 de julio, se cumplieron treinta años de su partida; suma insignificante para el tiempo de la eternidad, y más que suficiente para que de este lado se haya levantado una generación completa y otra vaya en marcha ahora.


Al final don José Gregorio se consagró a vivir en plenitud su condición de abuelo; rodeado del amor de los pequeños, en paz consigo y con sus semejantes, terminó sus días. Hermosa lección la de un hombre cuya vida se recuerda ante todo con gratitud y afecto, pese al numeroso paso de los años. Paz en su última morada.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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