miércoles, 27 de agosto de 2014

624.- EXTRAÑO INCENDIO EN EL CONSULADO DE VENEZUELA EN CUCUTA



Gerardo Raynaud

Antes de finalizar la primera mitad del siglo 20, tanto en Venezuela como en Colombia la agitación política era recurrente y los gobiernos de ambos países trataban de mantener la calma ante los embates de las fuerzas oscuras que trataban de desestabilizarlos. 

En Cúcuta, como siempre sucede en estos casos, sufrimos las consecuencias de ambas partes, pero esa misma situación nos alienta a mantener un equilibrio que con el tiempo contribuye y se traduce en beneficios intangibles  ayudándonos  a no tomar partido en ninguno de los dos territorios.

Pues bien, a mediados del siglo pasado sucedió un acontecimiento bastante singular, tanto por sus características como por las consecuencias que se esperaba se produjeran como resultado de los hechos, al parecer delictuosos. 

La representación diplomática del hermano país, siempre ha mantenido relaciones muy amigables en esta ciudad, razones por demás obvias ya que los parentescos que existen en ambos costados se confunden en los confines del tiempo.

Ya lo expresaba en alguna oportunidad un dirigente local, a raíz de una de las tantas crisis que se han presentado en los últimos sesenta años, “que nos vamos a pelear con los sanatoñeros y ellos son cucuteños trasplantados y viceversa".

Pues bien, por la época de esta crónica, el Consulado General de Venezuela quedaba en la avenida quinta entre calles catorce y quince, metros arriba de la Gobernación y a escasos metros de la casa de Felice Torre, el gerente del almacén Tito Abbo y Hno, que estaba a escasa cuadra y media del lugar, en la esquina de la quince con quinta. 

¿Por qué hago esta presentación?   

Debido a que años más tarde, por los años sesenta, la sede del mismo Consulado se trasladaría a esa, una de las mansiones más lujosas y ostentosas de la ciudad.

El sábado 24 de enero de 1948 en las horas de la tarde, cuando el encargado de las operaciones de aseo llegó a la casa del consulado, Luciano Márquez, se le hizo extraño que la puerta principal estuviera abierta y sin los candados que tradicionalmente exhibía cuando el inmueble estaba cerrado.

Sorprendido procedió a ingresar al local con las precauciones que consideraba debía tener para no arriesgarse a encontrarse con algo desagradable, pues notó, a medida que avanzaba, que las cerraduras que protegen las puertas estaban violentadas; pudo constatar además, que una pequeña puerta del zaguán que comunicaba con el despacho del señor cónsul, igualmente había sido violada. 

Pero ese no fue su mayor desconcierto, pues al continuar con su avance comenzó a olfatear los olores de los humos que salían del salón donde se encontraba el Departamento de Archivo, que adicionalmente servía de despacho del Oficial encargado de Pasaportes y facturas comerciales.

Estaba en presencia del comienzo de un incendio que cada vez tomaba mayores proporciones así que sin dudarlo un instante, inició prontamente el traslado de los muebles y útiles que estaban a su alcance y lejos del fuego, para ponerlos a buen resguardo y tan pronto pudo, se comunicó telefónicamente con los bomberos y la policía nacional y municipal así como a sus superiores el cónsul, Antonio José Romero Espejo y el vicecónsul José Amílcar Fonseca.

Tanto las autoridades y encargados sólo tardaron unos minutos en hacer presencia y es justo reconocer que lograron dominar y aislar el incendio que amenazaba con extenderse al resto del edificio y a las casas vecinas. 

La oportuna intervención del portero del consulado y de los bomberos evitó una catástrofe que fue reconocida por las autoridades del vecino país y por toda la ciudadanía honrada y amiga del gobierno venezolano.

Sin embargo, las investigaciones no giraron en torno al incendio, toda vez que se tenía como sentado que éste había sido producido como distractor de las actividades ilícitas que se querían encubrir con el hecho. 

¿Qué era lo que realmente había sucedido?

Veamos qué escribieron los encargados de la investigación; los asaltantes violentaron las seguridades de la entrada principal, ya en el zaguán, forzaron la puerta de madera y vidrio que da al despacho del cónsul, forzaron las gavetas de su escritorio y esculcaron todos los cajones y archivos. 

Lo curioso es que los escritorios y demás muebles de los otros funcionarios, el vicecónsul, los oficiales y el representante del Ministerio de Agricultura y Cría fueron abiertos y que las chequeras y el dinero en efectivo que se encontraba en el escritorio del cónsul no fueron sustraídos.

Dicen las autoridades que “se podía apreciar que los asaltantes obraban sin deseos de llevarse  dinero, ni objetos ni joyas y cabe preguntarse, si obraban por su propia cuenta o estaban obrando por intermedio de terceros?”   

Las dudas eran cada vez mayores pues no sustrajeron nada aparentemente, no se llevaron los revólveres, ni las máquinas, ni menos el efectivo, entonces qué buscaban o anhelaban localizar los malhechores?

Se dieron cuenta, posteriormente, la pérdida de una máquina de escribir portátil de propiedad del cónsul, que utilizaba esporádicamente pero que no correspondía al inventario de la sede. 

De todo lo anterior, cada día se robustecía la idea que buscaban un documento comprometedor, ¿pero cuál documento?

Los cronistas de la época, trataron de profundizar en los hechos pero cada vez que llegaban a un determinado punto, las autoridades recalcaban que esa información pertenecía a la reserva del sumario y hasta ahí llegaban. 

Las autoridades locales así como, la dirigencia en pleno, rodearon a los diplomáticos en manifestaciones de apoyo, incluso las cancillerías de ambos países hicieron una declaración conjunta en la que declararon que “este hecho aislado en nada menoscababa las relaciones fraternales de amistad que desde tiempos lejanos unen a las dos naciones”.

Tal vez lo más insólito de todo este suceso haya sido el comunicado oficial expedido, algunos días después por el gobierno de Colombia que dice textualmente: “… al tener conocimiento de que se había producido anoche un incendio en la casa del vicecónsul de Venezuela, ordenó que el juez militar, en compañía de la policía nacional, se trasladara al lugar de los acontecimientos con el fin de comprobar los hechos y efectuara una inspección ocular, dando como resultado que solo se encontró quemado el techo de una de las oficinas, sin que se hubieran sustraído elementos de ninguna clase, según afirmación del mismo vicecónsul.”

El mismo comunicado informaba sobre la designación del juez militar doctor Gómez Mariño para que iniciara y adelantara la respectiva investigación.

Las reacciones que produjo ese comunicado fueron variadas toda vez que no se ajustaba totalmente a la realidad de los hechos y los conocedores de los mismos no se explicaban, cómo es que el gobierno nacional dijera que el incendio se produjo en la casa del vicecónsul y no mencionan la destrucción del archivo, que era lo más importante a destacar por parte de quien hizo la ‘inspección ocular’ y como siempre en estos casos asoman los chascarrillos, no hubo quienes dejaran de insinuar que el “inspector ocular debía ser tuerto” pues no parece haber visto lo realmente ocurrido.

Mientras se desarrolló la investigación, las oficinas y todos los asuntos consulares fueron suspendidos y se esperaba localizar a los autores responsables de este atentado criminal que tanta zozobra creó, en una época en que este tipo de acciones maquiavélicas no eran usuales. 

Aunque este suceso generó toda clase de expectativas y mantuvo a la opinión pública en ascuas durante un tiempo prudencial para ver si se lograba dar con los responsables del hecho, al parecer, ningún resultado exitoso se dio y el hecho continúa en la más absoluta incertidumbre hasta el día de hoy y nos quedamos sin saber qué buscaban con tanto afán aquellos lejanos delincuentes.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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