Gerardo Raynaud
En tiempos
pretéritos era de normal usanza que funcionarios de menor rango en los niveles
territoriales, les hicieran de manera directa, cordiales peticiones a ministros
e incluso a Presidentes, no sabemos si saltándose el conducto regular o
simplemente por ‘mojar prensa’, el hecho es que esta costumbre, perdida o
archivada hoy, era bastante promocionada y le traía a quien lo hacía,
beneficios de todo tipo y además, daba pie para que se le tuviera en cuenta en
el futuro, cuando de propuestas, especialmente políticas, se tratara.
En esta
ocasión, el personero municipal, don Rodrigo Peñaranda Yáñez, profesional de la
más rancia estirpe azul, estaba por encima del bien y del mal, toda vez, que en
el pasado reciente había sido miembro del Congreso de la República, pero que preocupado
por los problemas que continuamente lidiaba, en razón de su cargo, encontró que
la forma más práctica de conseguir el apoyo del Gobierno Nacional era el de
dirigirse directamente a quien tuviera la facultad de ayudarle a intervenir en
esos asuntos domésticos de tanta trascendencia y que de paso, afectaban la vida
normal de la ciudad y de sus habitantes.
Por esa
razón, le dirigió al doctor Gonzalo Restrepo Jaramillo, ministro de relaciones
exteriores, una extensa misiva en la que pone de manifiesto las dificultades de
la región debido a la vecindad, que no se diferencian en nada de la situación
de hoy y que le solicita, realice las gestiones necesarias para la construcción
de un puerto en el sur del Lago de Maracaibo, como salida a la difícil
situación que se está viviendo por razones que más adelante les estaré
narrando.
Comienza el
señor Personero por rememorar los ‘lazos
de amistad’ existentes desde la época de la independencia pero también pide
suspender ‘el romántico desfile de los
héroes de la independencia’ y entrar por los caminos de una realidad
geográfica y topográfica hacia fines económicos y fiscales.
La idea
central planteada al Canciller no era otra cosa que la antigua inquietud que ha
rondado la cabeza de los habitantes de esta frontera de utilizar la vía del
Lago de Maracaibo como salida al mar en abierta competencia con la ruta de
Mompós y Cartagena.
Basa su
petición en una antigua orden expedida por el último visitador real Domingo
Camacho, en el año 1808, cuando vino a controlar el cumplimiento de la Cédula
Real de Aranjuez de 1793 mediante la cual se les ordenaba al Virreinato de la
Nueva Granada y a la Capitanía General de Venezuela que todos los frutos
provenientes de lo que hoy constituye la frontera de los dos países utilizasen
aquel Golfo como si fuesen producidos en Maracaibo.
Continúa
relatando que desde años ancestrales se venía utilizando esta vía en desarrollo
del comercio con el interior del país, especialmente llevando las mercaderías
hacia la capital de la república, pero que debido a la sequía de los ríos de
los ríos comunes, Zulia y Catatumbo, fueron marchitándose los negocios
arrastrando tras sí el trasporte ferroviario, el cual complementaba sus
itinerarios con los ferrocarriles de Cúcuta y del Táchira, que ya por la época
de esta carta, habían quedado en condiciones inservibles.
Tras esta
histórica introducción y señalando que la distancia de Cúcuta al extremo sur
del Lago de Maracaibo es de tan solo 173 kilómetros, le pide al ministro
intervenir con todos los poderes del gobierno para ejecutar la denominada Barra
de Maracaibo, un instrumento aprobado en el Congreso colombiano mediante Ley 50
de 1945, mediante la cual se autoriza la compra del Ferrocarril de Cúcuta por
parte del gobierno central y se exhorta al gobierno venezolano para que haga la
misma operación con el del Táchira y luego que entre ambos países construyan un
gran ferrocarril que termine en el extremo sur del Lago.
Le aclaraba
al ministro que esa ley era solamente un instrumento diplomático pero además,
le mostraba los beneficios que dicha propuesta le traería a los dos países.
El primero
de ellos, sería la salida al mar para los territorios del oriente colombiano,
una vía que sería más corta, más económica, más fácil y más segura. Adicionaba
que así mismo, esta salida le daría el respiro económico que necesitan los
departamentos de Boyacá y Santander como consecuencia de su lejanía del mar.
Remataba que
las distancias entre Bogotá y el mar se verían disminuidas en más de
trescientos kilómetros y que con el proyecto se fortalecería la economía ‘como en los lejanos tiempos de la Colonia,
cuando en medio de nuestra relatividad guardaba mejores proporciones de desarrollo
con el resto del país que las que hoy observa’.
Es
interesante la apreciación que le hace a su interlocutor cuando argumenta que ‘es indispensable saber y comprender que Cúcuta representa, en toda política de
entendimiento con Venezuela, inmensas posibilidades, que la buena y la mala
política con Venezuela se adelanta desde Cúcuta y que no sólo por ser ella
nuestra única puerta de entrada y nuestro único factor de sociabilidad con los
vecinos sino por el hecho palpitante de que los hombres nacidos en la frontera con Colombia son y siguen
siendo desde hace más de cuarenta años, los conductores del pueblo venezolano’ .
Continúa,
ahora preguntándole al Canciller, si no es una fortuna tener cerca a un vecino
que tiene una sola riqueza en producción, el petróleo y advierte que la riqueza
petrolífera es tal, que recibe más de un millón doscientos mil bolívares
diarios por vender su crudo a razón de algo más de un bolívar el barril y que
en los momentos actuales, se siente en Venezuela cierta angustia económica,
desazón provocada por el agotamiento presupuestal del gobierno, a pesar del
dinero que el pueblo mantiene manejando sin criterio de economía, en un país
sin capacidad económica, sin cultura industrial, sin brazos para la
agricultura; agrega que Venezuela necesita carne, arroz, huevos, gallinas
absolutamente todo lo que producimos o podemos producir y tienen las divisas
que son las que precisamente necesitamos.
Remata
diciendo que el venezolano recibe su dinero sin esfuerzo y lo malbarata sin dificultad,
así que nosotros estamos en la capacidad de ofrecerle un mercado honesto, libre
y verdaderamente abierto y este abierto mercado está en Cúcuta, la vitrina está
en Cúcuta.
Finaliza la
carta con dos peticiones que parecieran recurrentes, vista a la luz de los días
actuales, el nombramiento de un embajador conocedor de la problemática
fronteriza común y la intervención de su despacho para interponer sus buenos
oficios para que el puerto al sur del Lago, que está siendo discutido en el
gobierno venezolano, sea una realidad, toda vez que las autoridades marabinas
se están oponiendo con la tesis que ello “estrangularía su economía”.
Releyendo
este documento pareciera que el tiempo se hubiera estancado y que las
condiciones siguen siendo las mismas del pasado relativamente reciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario