Gerardo Raynaud
Una muy
interesante nota escrita en el año del título y dirigida a los habitantes de la
ciudad, a manera de recuento y a la vez de crítica y de agradecimiento por la
hospitalidad que le depararon durante sus años mozos, a él y su familia, uno de
tantos venezolanos que tuvo que emigrar a la fuerza, lo que hoy se denomina
desplazado, por cuenta de la situación política del país vecino en las épocas
pretéritas de la primera mitad del siglo veinte.
René del
Moral, nuestro narrador de marras, relata cómo tuvieron que salir por cuenta de
la invasión que Cipriano Castro encabezó contra el régimen del presidente
Ignacio Andrade desde estas tierras en compañía de un grupo reducido de
insurgentes, se asegura que no eran más de setenta, pero que lograron
apoderarse del gobierno e iniciar las purgas que se acostumbraban entonces.
Por fortuna
para la familia del Moral, cuyo padre era funcionario del gobierno de turno, se
hallaban afincados en el balneario de Nueva Arcadia, nombre real del caserío
conocido hoy como Aguas Calientes, en la vecina población de Ureña, debido a
una recomendación médica sugerida a la señora del Moral para tratar sus
afecciones reumáticas, pues las aguas termales que allí emanan habían alcanzado
un prestigio muy merecido, no solo en Venezuela sino en toda la frontera
regional.
Relata cómo
llegaron los cuatro, padre, madre y su hermana a la “tierra de Santander” donde fueron acogidos en esta “ciudad
hospitalaria y fecunda en caballeros conspicuos, damas de señorío y gentes en
general alegres y cordialísimos.
”Recuerda
que su padre no tuvo dificultad en conseguir ocupación en una casa de comercio,
pues era “hombre de letras y de vasta
preparación” y luego de algunos años y merced a influencias pudo viajar a
Caracas y ocupar un alto puesto en el gobierno de quien despectivamente llamaba
“el cabito”.
Después de
muchos años regresaba por estos lares, acompañado de su hijo que había
estudiado medicina en Bogotá y recién recibía su diploma de la especialidad.
Quería
aprovechar esta oportunidad para recordar los tiempos de su exilio y para
mostrarle a su vástago, los lugares por los cuales había deambulado en su
juventud, de la mano de sus padres y en compañía de su hermana.
Contó de su
paso por el colegio de don Luis Salas Peralta donde comenzó a forjar su
personalidad de joven, pero de la ciudad como tal, dice que no ha cambiado gran
cosa.
Habrían
pasado poco menos de treinta años desde la última vez y no apreciaba mayores
adelantos; para él no era más que el mismo pueblo pero más grande y con “humos
de metrópoli” con una lenta prosperidad y a medio superar, pues carece de “toda característica favorable como agua,
luz, aseo, mercados, tránsito organizado y cultura y sociabilidad en su pueblo,
pero especialmente, carece de un hotel, factor importante y complemento
indispensable para su desenvolvimiento”.
Continua
diciendo que veía la mediocridad, pues no se apreciaba “por ninguna parte, jardines, parqueaderos, piscinas, campos de juego y
todo lo que debe tener un hotel tropical como el Nutibara de Medellín, el
Tairona de Santa Marta, el Aristi de Cali o el Tequendama de Bogotá.”
Sin embargo,
como el proyecto del hotel de turismo estaba en desarrollo, por los días de su
visita, se discutía el nombre con que lo bautizarían, toda vez que se tenían
dos prospectos; el primero era el nombre de Guasimales, que a su parecer, no
era de buen recibo en la población y el segundo, Tonchalá, como efectivamente
fue llamado.
En aras a la
verdad, lo que dio pie a don René del Moral para enviar esta carta abierta a
los medios de entonces, no era hacer evocación de su vida pasada ni recordar
pasajes de su niñez, sino que lo motivaba o más bien le exasperaba la idea del
nombre que se le daría al nuevo hotel de turismo, en construcción por esos días
y que él consideraba como el avance más significativo de la ciudad y el
atractivo mayor para la promoción de turistas y visitantes, especialmente la de
sus compatriotas.
Como nuestro
comentarista era partidario furibundo
del nombre de Tonchalá, asumió como propia la defensa de la designación y se
dispuso a exhibir sus argumentos con la mejor determinación, como si de ello
dependiera su suerte o su fortuna.
En reuniones
con sus condiscípulos y contemporáneos expresaba que le había escuchado decir,
en Caracas, a un doctor García-Herreros que se había acordado el nombre de
Guasimales; en ese momento, pensó para sus adentros, ¿Guasimales? Pero eso
significa tierra donde hay muchos guásimos, y guásimo es un matorral que da
unas pepas negras que cuando se maduran y su corteza macerada en agua produce una baba
que sirve para fijar la lechada con que se pintan las paredes.
Así que
decidido a defender su propuesta de nombre, aprovechó para recordar los albores
de la fundación de la ciudad. Decía, que la donación de doña Juana, que se
llamaba precisamente el Guasimal era
un pedazo de tierra entre el Cerro El
Diviso y el río Pamplonita y que no era otra cosa que recordar un sitio
lleno de esos matorrales carentes de significación y por ende, sin importancia
ni pertenencia.
En cambio y
según le manifestaron sus amigos, ‘muchas personas de alguna cultura’ eran
partidarias del nombre de Tonchalá con el argumento que era más evocador, más
autóctono y de mayor aceptación, pues ese era el nombre de la hacienda donde
doña Juana había concebido la idea y cristalizado el propósito de dar la tierra donde se asentaría la ciudad
y además, fue allí donde el gran músico y artista del pentagrama, Elías
Mauricio Soto, se inspirara para crear el himno insignia de la ciudad, Brisas del Pamplonita, que hizo
memorioso su nombre e inmortalizó la música cucuteña, bambuco cantado por los
poetas y los sensitivos, quienes aseguran que Tonchalá es el riachuelo que
refresca las tierras de la iniciadora de esta población y que sus ninfas saltan
de roca en roca en las tardes atornasoladas por los arreboles del sol de los
venados.
Y con estas
poéticas palabras, nuestro ilustre visitante, en compañía de su hijo, nuevo
médico, decidiría enrumbarse a su tierra, pues tenía el tiempo justo para
dirigirse al aeropuerto para abordar la nave que lo llevaría de vuelta a su
tierra, no sin antes, despedirse de sus amistades, quienes lo verían no por
última vez, sino hasta la próxima, puesto que años más tarde, ya inaugurado el
Hotel Tonchalá, tuvo el privilegio de hospedarse y dejar constancia que había
sido uno de los principales defensores del nombre que ostentaba esa bella
edificación, orgullo de la ciudad y sus habitantes.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario