miércoles, 17 de diciembre de 2014

681.- CARTA ABIERTA A LOS CUCUTEÑOS DE 1954



Gerardo Raynaud


Una muy interesante nota escrita en el año del título y dirigida a los habitantes de la ciudad, a manera de recuento y a la vez de crítica y de agradecimiento por la hospitalidad que le depararon durante sus años mozos, a él y su familia, uno de tantos venezolanos que tuvo que emigrar a la fuerza, lo que hoy se denomina desplazado, por cuenta de la situación política del país vecino en las épocas pretéritas de la primera mitad del siglo veinte.

René del Moral, nuestro narrador de marras, relata cómo tuvieron que salir por cuenta de la invasión que Cipriano Castro encabezó contra el régimen del presidente Ignacio Andrade desde estas tierras en compañía de un grupo reducido de insurgentes, se asegura que no eran más de setenta, pero que lograron apoderarse del gobierno e iniciar las purgas que se acostumbraban entonces.

Por fortuna para la familia del Moral, cuyo padre era funcionario del gobierno de turno, se hallaban afincados en el balneario de Nueva Arcadia, nombre real del caserío conocido hoy como Aguas Calientes, en la vecina población de Ureña, debido a una recomendación médica sugerida a la señora del Moral para tratar sus afecciones reumáticas, pues las aguas termales que allí emanan habían alcanzado un prestigio muy merecido, no solo en Venezuela sino en toda la frontera regional.

Relata cómo llegaron los cuatro, padre, madre y su hermana a la “tierra de Santander” donde fueron acogidos en esta “ciudad hospitalaria y fecunda en caballeros conspicuos, damas de señorío y gentes en general alegres y cordialísimos.

”Recuerda que su padre no tuvo dificultad en conseguir ocupación en una casa de comercio, pues era “hombre de letras y de vasta preparación” y luego de algunos años y merced a influencias pudo viajar a Caracas y ocupar un alto puesto en el gobierno de quien despectivamente llamaba “el cabito”.

Después de muchos años regresaba por estos lares, acompañado de su hijo que había estudiado medicina en Bogotá y recién recibía su diploma de la especialidad.

Quería aprovechar esta oportunidad para recordar los tiempos de su exilio y para mostrarle a su vástago, los lugares por los cuales había deambulado en su juventud, de la mano de sus padres y en compañía de su hermana.

Contó de su paso por el colegio de don Luis Salas Peralta donde comenzó a forjar su personalidad de joven, pero de la ciudad como tal, dice que no ha cambiado gran cosa.

Habrían pasado poco menos de treinta años desde la última vez y no apreciaba mayores adelantos; para él no era más que el mismo pueblo pero más grande y con “humos de metrópoli” con una lenta prosperidad y a medio superar, pues carece de “toda característica favorable como agua, luz, aseo, mercados, tránsito organizado y cultura y sociabilidad en su pueblo, pero especialmente, carece de un hotel, factor importante y complemento indispensable para su desenvolvimiento”.

Continua diciendo que veía la mediocridad, pues no se apreciaba “por ninguna parte, jardines, parqueaderos, piscinas, campos de juego y todo lo que debe tener un hotel tropical como el Nutibara de Medellín, el Tairona de Santa Marta, el Aristi de Cali o el Tequendama de Bogotá.”

Sin embargo, como el proyecto del hotel de turismo estaba en desarrollo, por los días de su visita, se discutía el nombre con que lo bautizarían, toda vez que se tenían dos prospectos; el primero era el nombre de Guasimales, que a su parecer, no era de buen recibo en la población y el segundo, Tonchalá, como efectivamente fue llamado.

En aras a la verdad, lo que dio pie a don René del Moral para enviar esta carta abierta a los medios de entonces, no era hacer evocación de su vida pasada ni recordar pasajes de su niñez, sino que lo motivaba o más bien le exasperaba la idea del nombre que se le daría al nuevo hotel de turismo, en construcción por esos días y que él consideraba como el avance más significativo de la ciudad y el atractivo mayor para la promoción de turistas y visitantes, especialmente la de sus compatriotas.

Como nuestro comentarista  era partidario furibundo del nombre de Tonchalá, asumió como propia la defensa de la designación y se dispuso a exhibir sus argumentos con la mejor determinación, como si de ello dependiera su suerte o su fortuna.

En reuniones con sus condiscípulos y contemporáneos expresaba que le había escuchado decir, en Caracas, a un doctor García-Herreros que se había acordado el nombre de Guasimales; en ese momento, pensó para sus adentros, ¿Guasimales? Pero eso significa tierra donde hay muchos guásimos, y guásimo es un matorral que da unas pepas negras que cuando se maduran y  su corteza macerada en agua produce una baba que sirve para fijar la lechada con que se pintan las paredes.

Así que decidido a defender su propuesta de nombre, aprovechó para recordar los albores de la fundación de la ciudad. Decía, que la donación de doña Juana, que se llamaba precisamente el Guasimal era un pedazo de tierra entre el Cerro El Diviso y el río Pamplonita y que no era otra cosa que recordar un sitio lleno de esos matorrales carentes de significación y por ende, sin importancia ni pertenencia.

En cambio y según le manifestaron sus amigos, ‘muchas personas de alguna cultura’ eran partidarias del nombre de Tonchalá con el argumento que era más evocador, más autóctono y de mayor aceptación, pues ese era el nombre de la hacienda donde doña Juana había concebido la idea y cristalizado el propósito  de dar la tierra donde se asentaría la ciudad y además, fue allí donde el gran músico y artista del pentagrama, Elías Mauricio Soto, se inspirara para crear el himno insignia de la ciudad, Brisas del Pamplonita, que hizo memorioso su nombre e inmortalizó la música cucuteña, bambuco cantado por los poetas y los sensitivos, quienes aseguran que Tonchalá es el riachuelo que refresca las tierras de la iniciadora de esta población y que sus ninfas saltan de roca en roca en las tardes atornasoladas por los arreboles del sol de los venados.

Y con estas poéticas palabras, nuestro ilustre visitante, en compañía de su hijo, nuevo médico, decidiría enrumbarse a su tierra, pues tenía el tiempo justo para dirigirse al aeropuerto para abordar la nave que lo llevaría de vuelta a su tierra, no sin antes, despedirse de sus amistades, quienes lo verían no por última vez, sino hasta la próxima, puesto que años más tarde, ya inaugurado el Hotel Tonchalá, tuvo el privilegio de hospedarse y dejar constancia que había sido uno de los principales defensores del nombre que ostentaba esa bella edificación, orgullo de la ciudad y sus habitantes.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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