jueves, 18 de diciembre de 2014

683.- EL EDIFICIO SAN JOSE



Gerardo Raynaud

Mercado Cubierto hasta  mayo de 1949, esquina suroccidental avenida 6ª con calle 11.


Edificio San José desde 1956, esquina suroccidental avenida 6ª con calle 11

A mediados del año 49 del siglo pasado, el mercado principal de la ciudad, el único que por entonces existía, estaba localizado en la esquina suroccidental del parque Santander.

Allí se expendían todos los productos del campo que llegaban a la ciudad y el ferrocarril de Cúcuta permitía que allí desembarcaran y salieran las mercaderías, tanto las que venían del exterior por la vía del Lago de Maracaibo, como las que salían exportadas por la misma ruta, especialmente el café y en menor cantidad, cacao.

Un buen día, por descuido, una de las veladoras que se mantenían encendidas para que la buena suerte y las intervenciones divinas mantuvieran el negocio próspero de alguna de las humildes vendedoras, desencadenó un incendio de proporciones considerables, hasta reducir a cenizas el local, incluido sus enseres y todas sus pertenencias.

A partir de entonces, la ciudad se quedó sin dónde mercar, situación que se prolongó de manera exagerada, al punto que se tuvo que apelar a los expendios de barrio para suplir las necesidades más inmediatas de los habitantes, pues las instalaciones del mercado libre que había sido ubicado, tiempo antes, en la avenida octava entre calles doce y trece no daba abasto.

Sin embargo, el problema de los suministros alimentarios y de la oferta de los productos de la tierra no pudo resolverse en el corto plazo, toda vez que el gobierno municipal, encargado del manejo de la situación, no lograba ponerse de acuerdo para dotar nuevamente la ciudad de una plaza de mercado que resolviera las dificultades; de manera que mientras se llegaba a un acuerdo, se decidió construir las cuatro plazas satélites de las que hablamos en unas crónicas anteriores y de las cuales, hoy sólo queda la de La Cabrera en funcionamiento y la del Contento, totalmente abandonada y deteriorada.

Ahora bien, toda la controversia se basaba en que la administración municipal se había dividido en dos bandos, unos que deseaban reconstruir la plaza de mercado en el mismo sitio que estaba antes de la conflagración y otro grupo, respaldado por los empresarios del sector privado, que consideraban que allí debía construirse un edificio que le diera mayor lustre y presencia a la ciudad y que el mercado se alejara del sector céntrico.

Esa discusión duró casi siete años y podemos concluir que se llegó a aceptar esta última propuesta durante el gobierno del alcalde Numa Pompilio Guerrero, quien impulsó ambas mociones pues, promovió tanto la construcción del edificio San José como de la nueva plaza de mercado que posteriormente se llamó ‘La Sexta’.

Así que un buen día de comienzos de la década de los cincuenta, cuando había trascurrido, casi cinco años de la debacle del ‘mercado cubierto’, don Numa P. citó en el salón de recepciones de la alcaldía municipal, lo que se llamó en ese momento ‘una importantísima reunión’ con el objeto de oír las diferentes opiniones sobre la destinación que debía dársele al lote donde funcionó el Mercado Central.

Con anterioridad, la alcaldía había conformado una Junta Asesora integrada por las más encumbradas personalidades de la ciudad encabezada por el párroco de la iglesia de San José, el padre Daniel Jordán y quienes lo acompañaban, don Felice Torre, gerente del Almacén Tito Abbo, el doctor Luis Parra Bolívar director del Diario de la Frontera, el doctor Rodrigo Peñaranda, ex congresista y don Nicodemus Rangel Acevedo, quienes habían sido nombrados por el señor Alcalde y en representación del sector privado, la Cámara de Comercio había designado sus representantes, Carlos Luis Peralta, Fernando Gómez Rivera, Eduardo Silva Carradine y Rafael J. Mejía. Como observador fue invitado Domingo Pérez Hernández.

Por razones de fuerza mayor no pudo asistir el ingeniero Víctor Pérez Peñaranda, tal vez el más importante miembro de esta comisión, dada su calidad de constructor y de su vasta experiencia se esperaba que aportara las luces que contribuyeran a dilucidar el ‘nudo gordiano’ que se había convertido la decisión sobre ¿qué hacer con el bendito lote? Completaba el grupo además del alcalde, sus secretarios de Hacienda, de Gobierno y de Obras Públicas así como el personero municipal.

Desde las diez de la mañana que estuvieron reunidos, se escucharon los argumentos de las partes, los cuales ponían resumirse así, los representantes del gobierno querían que allí se construyera un edificio que permitiera que se expendieran productos del mercado como carne y víveres;  los demás participantes, que se hiciera un gran edificio pero sin tiendas de víveres y carne.

Finalmente, quien terció en favor de una solución salomónica fue el R.P. Jordán quien puntualizó con la más absoluta claridad, que en la discusión del problema no era aceptable otro criterio que ‘el del bien de la ciudad’ sin darle cabida a los intereses particulares ‘que parecía que ya estaban entrando en juego’.

Así que después de la serena y muy precisa exposición del Padre Jordán se llegó a la conclusión y se acordó la construcción del ‘Edificio Comercial’ sin cabida para mercado, decisión en la cual estuvieron todos de acuerdo.

Quedaba por resolver el tema de la financiación del proyecto, así que el alcalde, programó una reunión días más tarde para tal efecto.

Mientras tanto, se invitó a las firmas constructoras más importantes del país a presentar sus anteproyectos al tiempo que se le solicitaba al gobierno nacional la autorización para emitir unos ‘bonos industriales’ por valor de un millón de pesos con destino a la construcción que finalmente le fue adjudicada a la firma Ibañez y Manner de la ciudad de Bogotá.

Los bonos estaban ya negociados con la Compañía Colombiana de Seguros, con lo cual se aseguraba la disponibilidad inmediata de los recursos para iniciar la construcción.

Posteriormente, el Banco Cafetero prestó sus buenos oficios para permitir que los recursos fueran manejados a través de sus cuentas bancarias, toda vez que estaba interesado en que se le asignara uno de sus principales espacios para establecer la sucursal, como así efectivamente sucedió pues se quedó con el local de la esquina de la calle once con avenida sexta, sitio en el que funcionó hasta cuando se construyera el edificio Agrobancario a donde se trasladó hasta el día de hoy, ya desaparecido y absorbido por Davivienda.

Inicialmente el proyecto presentado era el de un edificio de cuatro pisos, con una capacidad de 96 oficinas y varios apartamentos, que se definirían a medida que avanzara la comercialización. El primer piso estaba destinado en su totalidad a locales comerciales para almacenes de lujo. 

Sin embargo y esta vez con la asesoría del ingeniero Pérez Peñaranda, se sugirió realizarle unas modificaciones al proyecto original, las cuales quedaron aprobadas así, un bloque central de oficinas y apartamentos rodeado de locales comerciales en el primer piso.






Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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