Gerardo
Raynaud
Mercado
Cubierto hasta mayo de 1949, esquina
suroccidental avenida 6ª con calle 11.
Edificio San José desde 1956, esquina suroccidental
avenida 6ª con calle 11
A mediados del año 49 del siglo pasado, el mercado
principal de la ciudad, el único que por entonces existía, estaba localizado en
la esquina suroccidental del parque Santander.
Allí se expendían todos los productos del campo que
llegaban a la ciudad y el ferrocarril de Cúcuta permitía que allí desembarcaran
y salieran las mercaderías, tanto las que venían del exterior por la vía del
Lago de Maracaibo, como las que salían exportadas por la misma ruta,
especialmente el café y en menor cantidad, cacao.
Un buen día, por descuido, una de las veladoras que se mantenían encendidas
para que la buena suerte y las intervenciones divinas mantuvieran el negocio
próspero de alguna de las humildes vendedoras, desencadenó un incendio de
proporciones considerables, hasta reducir a cenizas el local, incluido sus enseres
y todas sus pertenencias.
A partir de entonces, la ciudad se quedó sin dónde mercar, situación que se
prolongó de manera exagerada, al punto que se tuvo que apelar a los expendios
de barrio para suplir las necesidades más inmediatas de los habitantes, pues
las instalaciones del mercado libre que había sido ubicado, tiempo antes, en la
avenida octava entre calles doce y trece no daba abasto.
Sin embargo, el problema de los suministros
alimentarios y de la oferta de los productos de la tierra no pudo resolverse en
el corto plazo, toda vez que el gobierno municipal, encargado del manejo de la
situación, no lograba ponerse de acuerdo para dotar nuevamente la ciudad de una
plaza de mercado que resolviera las dificultades; de manera que mientras se llegaba
a un acuerdo, se decidió construir las cuatro plazas satélites de las que
hablamos en unas crónicas anteriores y de las cuales, hoy sólo queda la de La
Cabrera en funcionamiento y la del Contento, totalmente abandonada y
deteriorada.
Ahora bien, toda la controversia se basaba en que la
administración municipal se había dividido en dos bandos, unos que deseaban
reconstruir la plaza de mercado en el mismo sitio que estaba antes de la
conflagración y otro grupo, respaldado por los empresarios del sector privado,
que consideraban que allí debía construirse un edificio que le diera mayor
lustre y presencia a la ciudad y que el mercado se alejara del sector céntrico.
Esa discusión duró casi siete años y podemos concluir que se llegó a aceptar
esta última propuesta durante el gobierno del alcalde Numa Pompilio Guerrero,
quien impulsó ambas mociones pues, promovió tanto la construcción del edificio
San José como de la nueva plaza de mercado que posteriormente se llamó ‘La
Sexta’.
Así que un buen día de comienzos de la década de los
cincuenta, cuando había trascurrido, casi cinco años de la debacle del ‘mercado
cubierto’, don Numa P. citó en el salón de recepciones de la alcaldía
municipal, lo que se llamó en ese momento ‘una importantísima reunión’ con el objeto
de oír las diferentes opiniones sobre la destinación que debía dársele al lote
donde funcionó el Mercado Central.
Con anterioridad, la alcaldía había conformado una
Junta Asesora integrada por las más encumbradas personalidades de la ciudad
encabezada por el párroco de la iglesia de San José, el padre Daniel Jordán y
quienes lo acompañaban, don Felice Torre, gerente del Almacén Tito Abbo, el
doctor Luis Parra Bolívar director del Diario de la Frontera, el doctor Rodrigo
Peñaranda, ex congresista y don Nicodemus Rangel Acevedo, quienes habían sido
nombrados por el señor Alcalde y en representación del sector privado, la
Cámara de Comercio había designado sus representantes, Carlos Luis Peralta,
Fernando Gómez Rivera, Eduardo Silva Carradine y Rafael J. Mejía. Como
observador fue invitado Domingo Pérez Hernández.
Por razones de fuerza mayor no pudo asistir el
ingeniero Víctor Pérez Peñaranda, tal vez el más importante miembro de esta
comisión, dada su calidad de constructor y de su vasta experiencia se esperaba
que aportara las luces que contribuyeran a dilucidar el ‘nudo gordiano’ que se
había convertido la decisión sobre ¿qué hacer con el bendito lote? Completaba
el grupo además del alcalde, sus secretarios de Hacienda, de Gobierno y de
Obras Públicas así como el personero municipal.
Desde las diez de la mañana que estuvieron reunidos,
se escucharon los argumentos de las partes, los cuales ponían resumirse así,
los representantes del gobierno querían que allí se construyera un edificio que
permitiera que se expendieran productos del mercado como carne y víveres;
los demás participantes, que se hiciera un gran edificio pero sin tiendas de
víveres y carne.
Finalmente, quien terció en favor de una solución
salomónica fue el R.P. Jordán quien puntualizó con la más absoluta claridad,
que en la discusión del problema no era aceptable otro criterio que ‘el del
bien de la ciudad’ sin darle cabida a los intereses particulares ‘que parecía
que ya estaban entrando en juego’.
Así que después de la serena y muy precisa exposición
del Padre Jordán se llegó a la conclusión y se acordó la construcción del
‘Edificio Comercial’ sin cabida para mercado, decisión en la cual estuvieron
todos de acuerdo.
Quedaba por resolver el tema de la financiación del
proyecto, así que el alcalde, programó una reunión días más tarde para tal
efecto.
Mientras tanto, se invitó a las firmas constructoras
más importantes del país a presentar sus anteproyectos al tiempo que se le
solicitaba al gobierno nacional la autorización para emitir unos ‘bonos
industriales’ por valor de un millón de pesos con destino a la construcción que
finalmente le fue adjudicada a la firma Ibañez y Manner de la ciudad de Bogotá.
Los bonos estaban ya negociados con la Compañía
Colombiana de Seguros, con lo cual se aseguraba la disponibilidad inmediata de
los recursos para iniciar la construcción.
Posteriormente, el Banco Cafetero prestó sus buenos
oficios para permitir que los recursos fueran manejados a través de sus cuentas
bancarias, toda vez que estaba interesado en que se le asignara uno de sus
principales espacios para establecer la sucursal, como así efectivamente
sucedió pues se quedó con el local de la esquina de la calle once con avenida
sexta, sitio en el que funcionó hasta cuando se construyera el edificio
Agrobancario a donde se trasladó hasta el día de hoy, ya desaparecido y
absorbido por Davivienda.
Inicialmente el proyecto presentado era el de un
edificio de cuatro pisos, con una capacidad de 96 oficinas y varios
apartamentos, que se definirían a medida que avanzara la comercialización. El
primer piso estaba destinado en su totalidad a locales comerciales para
almacenes de lujo.
Sin embargo y esta vez con la asesoría del
ingeniero Pérez Peñaranda, se sugirió realizarle unas modificaciones al
proyecto original, las cuales quedaron aprobadas así, un bloque central de
oficinas y apartamentos rodeado de locales comerciales en el primer piso.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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