martes, 14 de abril de 2015

743.- LA REINA QUE NO FUE REINA



Gerardo raynaud




Amparo Canal Sandoval

Desde mediados del siglo pasado los reinados, de todas las clases, han sido de las actividades que más ha llenado de alegría y felicidad a los habitantes de esta comarca del mundo.

Especialmente en Colombia, se han celebrado de manera constante y reiterada las funciones ceremoniales de reinados, carnavales, festivales y fiestas conmemorativas de cuanto producto, bien o servicio se encuentre a disposición de los mortales que la habitamos.

Pero desde mucho antes que se instituyeran oficialmente estos certámenes, nuestros antepasados hacían sus primeros ‘pinitos’ en estas carnestolendas, presagio de lo que sucedería en los días por venir.

Leía, hace algunos días, en uno de esos periódicos regionales, en La Tarde más específicamente y que paso a narrarles, que Colombia es un país que se destaca por su alegría a pesar de la problemática interna con la que debe convivir diariamente.

Ese optimismo propio de los colombianos se une a su creatividad hasta para celebrar. No importa cuál sea la época del año, en Colombia, sin duda, algún reinado, feria o celebración, en cualquier lugar de su geografía nacional se lleva a cabo, pues los colombianos siempre cuidan de mantener vivas sus tradiciones, herencia de españoles, indígenas y africanos.

Festividades religiosas, los momentos memorables de la historia y hasta los triunfos de los deportistas son acontecimientos que se festejan mientras el cuerpo aguante con carnavales, desfiles, bailes, comparsas y cabalgatas, la celebración es al son de música tropical y en medio de una alegría contagiosa.

Entre las 3.794 celebraciones anuales de carnavales, ferias, fiestas folclóricas y patronales, que se realizan en el país, más de la mitad tiene un reinado, en el que se compite para obtener el título de soberana de tubérculos, hortalizas, verduras, frutas, arboles, minerales, animales, bailes, bebidas, mares y belleza, entre otros.

Pero esta crónica no trata de esos eventos tan tradicionales y de tanta importancia en el imaginario de los colombianos, sino de uno de tantos traspiés que se suceden en los mismos, algunos de buena fe pero otros, no tanto, ya que ciertos se rodean a veces, de elementos con intereses particulares que desdibujan los objetivos nobles que persiguen.

Nuestra historia se ubica a finales de 1956 cuando se realizaba el torneo para escoger a la representante del departamento que iría a defender los colores de su región en el reinado del café a nivel nacional, que entonces se desarrollaba en la capital de la república.

Hago aquí la salvedad, de que no se trata del actual Reinado Nacional del Café, que se celebra cada año en el marco de la Fiesta Nacional del Café y cuya ganadora representa al país en el Reinado Internacional del grano, como uno de los programas de la Feria de Manizales. Era pues uno de tantos reinados que comenzaban a radicarse dentro de la tradición y que tenía el apoyo de la mayoría de los entes territoriales existentes en el país.

En el teatro Zulima, que entonces era el centro de los acontecimientos sociales y culturales, habiendo desplazado al majestuoso Teatro Guzmán Berti, por sus ventajas de modernidad y comodidad, se proclamó en sesión solemne el acto de coronación de la soberana del café del departamento, resultando ceñida la corona en la sienes de Amparo Canal Sandoval y en sus manos el cetro que la identificaba como la más hermosa del grupo de damitas que competían por la distinción.

Desde el mismo momento de su entrada al recinto del teatro, la muchedumbre la aclamaba y le gritaban que sería la próxima reina nacional. Los medios se deshacían en elogios al mencionar su extraordinaria belleza, su simpatía, su gracia, su porte, su juventud y lo más importante, su vinculación a través de varias generaciones al cultivo del precioso grano, todo ello presagiaba que conseguiría el éxito sin mayores dificultades.

En su traslado al aeropuerto se produjo una avalancha de admiradores, así como a su llegada al entonces aeropuerto de Techo en Bogotá, la muchedumbre la reconocía  de tal  manera que le gritaban, ¡qué linda! Esa será la reina!

De igual manera, la prensa capitalina la señalaba como la más segura ganadora. En los desfiles, por las calles de Bogotá, el público no dejaba de ponderar su belleza y con orgullo, nuestros coterráneos gritaban con entusiasmo, ¡viva el Norte de Santander! ¡viva la reina nacional del café!

Y llegó la noche de la elección, en la amplia sala del Teatro Colombia, apiñada de concurrentes de todas las regiones de Colombia, se destacaba el clamor ¡El Norte si! El Norte si! ¡Amparo reina!¡Amparo reina!

Comenzaron los desfiles de las beldades y para Amparo la adhesión se hacía cada vez más intensa y en las primeras eliminatorias, Amparo quedó entre las ocho finalistas.

En la fase semifinal, Amparo punteaba entre las cuatro mujeres que fueron escogidas y el clamor popular era cada vez mayor, el delirio entre sus paisanos casi llegaba al éxtasis, ya no quedaba duda, definitivamente, Amparo era la segura ganadora.

El maestro de ceremonias, encargado de la presentación estaba listo para declarar: ‘la reina nacional del café es Amparo Canal Sandoval’.

El jurado calificador le entregó el sobre con el resultado y casi sin abrirlo dijo: La reina es Amp… Gloria Aristizábal del departamento de Antioquia.

Nunca se supo qué pasó ese día, pero lo que sí es seguro, es que alguna mano, de esas misteriosas, se introdujo en el sobre del jurado y por arte de magia, cambio los nombres y hasta el sol de hoy es el caso de una auténtica reina que no lo fue.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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