Carlos H. Africano
Cúcuta,
capital del departamento Norte de Santander, está situada en la margen nororiental
de Colombia, muy cerca de la frontera con la hermana república de Venezuela, apenas a 12
Km. Asentada en el valle del río Pamplonita, es la ciudad de las calles amplias
como el corazón de sus gentes, decía un viejo locutor.
En
un principio el Valle de Cúcuta fue durante dos siglos la ruta comercial entre
Pamplona (1549), Mérida, La Grita (1567), Salazar (1583) y Ocaña (1572) y tenían por esta vía salida
al mar.
Pero,
¿Qué era Cúcuta? Era un asentamiento precolombino de la tribu Cúcuta, en lo que
hoy es San Luis.
Pedro
de Ursúa lo dio (???) en encomienda en 1550 a Sebastián Lorenzo, que sólo vino
a ser fundada, la encomienda, en 1660, después del exterminio de los indios.
San
José de Cúcuta no tuvo una fundación como las acostumbradas por los famosos encomenderos,
quienes a costas de la vida de los aborígenes explotaban nuestras tierras en
cultivos y en minas. Por el contrario, fue creada a partir de una parroquia,
con un espíritu comunal, por un grupo de 28 colonos, algunos habitantes del pueblo
Cúcuta, establecidos allí.
Uno
de los creadores de la parroquia, fue Doña Juana Rangel de Cuéllar, quien
donó media estancia de ganado mayor (782
hectáreas), en el sitio GUASIMAL, para la creación de la parroquia, ante el alcalde ordinario de Pamplona, don
Juan Antonio de Villamizar y Pinedo, el 17 de junio de 1733.
A
partir de esa fecha se suceden unos eventos que es preciso referenciar.
El
25 de Junio de 1733 se firma la escritura de creación de la parroquia de San
José y obligación de los vecinos del pueblo Cúcuta.
El
28 de Junio de 1733 se firma la escritura de compromiso de los vecinos para el
sostenimiento de la parroquia.
El
13 de noviembre de 1734, el arzobispo de Nueva Granada concede la licencia para
crear la PARROQUIA DE SAN JOSÉ DEL GUASIMAL.
El
16 de Noviembre de 1734 el presidente –gobernador de Nueva Granada concede el permiso civil
para la erección de la parroquia.
En
el año de 1790 los pobladores de la parroquia, solicitaron al Virrey de Nueva
Granada llevar a la categoría de villa, la parroquia de San José.
El
9 de diciembre de 1790 el Virrey elevó solicitud al monarca español quien la
aceptó.
El
18 de Mayo de 1792 el rey Carlos IV expide la cédula real que otorga el título
de: “MUY NOBLE, VALEROSA Y LEAL VILLA DE SAN JOSÉ DEL GUASIMAL”, de los valles
de Cúcuta.
El
21 de abril de 1793 el Teniente Corregidor de Pamplona, don Juan Antonio
Villamizar Peña da posesión a los vecinos de la parroquia de San José del
título otorgado por el Rey de España.
Luego
la vida transcurre apacible en este pueblo, se llega al siglo XIX, se sucede lo
que se llamó el grito de independencia, la emancipación y la lucha en la que
está la batalla de Cúcuta el 28 de Febrero de 1813. Llega la república y se
sucede el congreso de Cúcuta en 1821.
En
1850, a mitad del siglo, con la llegada de los extranjeros: Italianos, alemanes,
marabinos empieza el desarrollo de Cúcuta, que habría de extenderse por 100
años.
Con
una población aproximada de 21.500 habitantes, 137 establecimientos comerciales
y 72 industriales, una sociedad pública, un consulado, un colegio para niños,
dos escuelas primarias para varones y dos escuelas primarias para niñas, Cúcuta
fue devastada por el terremoto que ocurrió el día martes 18 de mayo de 1875 a
las 11.15 AM, hora que quedó marcada en el reloj de la iglesia de Cúcuta, que
se encontró marcando la hora fatídica. La intensidad fue de 7,3 Mc y duró entre
40 y 50 segundos.
Habían
transcurrido apenas 25 años de aquella era esperada, cuando ocurrió aquel
fatídico hecho de la naturaleza. Faltaban 75 en los cuales Cúcuta llegó a ser
una de las ciudades más hermosas para esa época y más pujante de este país, que
fue reconstruida al mejor estilo de las ciudades europeas hasta que llegó la
envidia y la avaricia que se llevaron todo lo que aquí poseíamos y habían
creado, con la pujanza, el fervor, el empuje de los criollos, aquellas gentes llegadas de afuera de aquí.
Porque
Cúcuta era una ciudad pujante, con una vida económica propia, con casas de
comercio filiales de las europeas, con un comercio internacional diverso con
países europeos a donde se llevaban productos agrícolas de las grandes
haciendas y productos elaborados en las fábricas existentes y se traían toda
suerte de mercaderías.
Esto
llevó a que Cúcuta fuera la primera ciudad de este país en tener en 1888 un
ferrocarril, internacional además; la primera en tener en 1890 un tranvía; una
de la primeras ciudades en tener transporte público y con autobuses de
fabricación local; la primera ciudad en tener en 1886 alumbrado público
eléctrico; la primera en tener compañías de teléfono y telégrafo, además de ser
internacionales; la primera en tener en 1880 un club de comercio.
Cúcuta
fue la primera en tener una cámara de comercio y una compañía de seguros.
Además de una caja de ahorros, compañías por acciones, un moderno hospital.
Tenía también asilo de ancianos, hospital mental, asilo de niños. Tenía, para
la época, lujosos teatros de variedades al estilo europeo, calles
“pavimentadas” en piedra y un mercado cubierto, pozos sépticos y canales de
agua limpia. Era una ciudad privilegiada y avanzada.
Cúcuta
realmente vivió una época de esplendor. El historiador Jaime Pérez López dijo:
“mientras en Bogotá vestían con ruanas y zarazas de Boyacá, en Cúcuta se vestía
de lino y sedas importadas. Mientras en Bogotá bebían chicha y guarapo, en
Cúcuta se bebía vinos y brandis traídos de Europa”.
Pero,
¿qué ocurrió, entonces? Se preguntarán ustedes. Tal parece que el año de 1950
fue el año de quiebre.
Para
empezar: ¿qué se hicieron los extranjeros? Dicen que en ese año recogieron a
los extranjeros y los deportaron. Y que sus pertenencias fueron confiscadas
y rematadas.
Las
empresas, industrias y comercios quedaron a la deriva y fueron cerrados. La
ciudad quedó en el desamparo. Las grandes haciendas desaparecieron. Los
cultivos de cacao, café y caña de azúcar que eran el fuerte de las
exportaciones, fueron trasladados a occidente.
El
tranvía ya no existía. Había sido cerrado en 1942. Fue desmantelado para dar
paso a los avivatos de la industria del transporte automotor. El ferrocarril
fue desmantelado y vendido como chatarra. 20 máquinas en perfecto estado fueron
“chatarrizadas”.
La
frontera fue cerrada para las exportaciones. Fue prohibida la exportación de
café por esta frontera. Hoy continúa cerrada para la exportación de productos
agrícolas.
Creció
la cultura del contrabando. Apareció el comercio de las chichiguas. Las
mercancías eran y son traídas del interior del país. Aquí no se instalaron
industrias, no se reactivaron las haciendas. Al contrario, fueron reprimidas.
Apareció
el petróleo en Venezuela y el bolívar empezó a subir. Se nos vinieron para acá
antioqueños, vallunos tolimenses y hasta rolos a explotar la ciudad. Floreció
el comercio de la picardía y el contrabando de las chichiguas. El contrabando
en ambos sentidos fue la cultura generalizada. La descomposición social empezó,
se perdieron los buenos modales, el buen vestir y el buen hablar.
Nació
“la mamadera de gallo”, apareció “el toche” y “la tochada” como respuesta al
desamparo en que quedó el pueblo abandonado a su suerte. La mamadera de gallo y
la ordinarez hizo mella y empezamos a hablar con ese tonito burlón que nos ha
caracterizado.
Expresiones
así, se empezaron a usar: ¡Quiubo mano!
¡No sea toche! ¡dígame!
Y
el desmantelamiento continúa. Industrias
locales como eran la de licores, la empresa de servicios públicos, la empresa
de energía eléctrica, pasaron a otras manos. Se han cerrado empresas,
industrias, institutos del estado y otros han pasado a aquellas otras manos.
La
economía mundial ha golpeado como nunca a esta ciudad. La crisis por la que
atraviesa Venezuela nos ha afectado y nadie le para bolas, al contrario, nos cierran todas las puertas, El cierre
temporal de la frontera se está volviendo permanente. La única vena económica:
el comercio internacional, se puede decir que desapareció.
De
otro lado, las obras en esta parte del territorio nacional no son prioritarias
para el gobierno central, así lo dijo el jefe de planeación nacional. Por ello
no nos hacen las carreteras necesarias para el desarrollo como son la Vía del carbón y la del Escorial.
Tampoco
se realizará el proyecto Cínera, tan caro a nuestros intereses, no lo es para el jefe de planeación nacional y el gobierno central.
La
Zona Franca es una mentira. Los productos cucuteños fueron excluidos del último
pacto de exportación. Se hacen carretera a Venezuela por la costa y por el
llano. No se quiere hacer el tren a Maracaibo y el transporte fluvial por el
Catatumbo. La Cámara de Comercio es un embeleco.
Los
alcaldes no le paran bolas al comercio internacional. No nos va a tocar nada
del TLC y tenemos todos los atributos para ser la primera ciudad. Y lo último. En la penúltima visita de
nuestro señor presidente Santos, se nos acaba de negar el puerto libre
necesario para la ciudad.
Ante
esta situación de ignominia que vive la ciudad, hago un llamado a las nuevas generaciones, que van a
ser los dirigentes de esta ciudad, que van a ocupar los altos cargos tanto en
el estado como en las empresas.
Son los llamados a cambiar esta situación de
desamparo que ha tenido Cúcuta. Deben cambiar la mentalidad conformista, de
sumisión, de francachela, de abandono egoísta e individualista que nos ha
caracterizado.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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