Silvano
Pabón Villamizar
“Con la llegada de los extranjeros los cucuteños conocieron los espaguetis
y aprendieron a usar cubiertos, pues hasta mediados del Siglo XIX aún tomaban
la sopa en totuma y el seco o bastimento lo recibían en una hoja de plátano”. Rafael Eduardo Ángel
En una de esas fascinantes y enriquecedoras tertulias historiográficas y
eruditas que solíamos tener con el extinto académico Rafael Eduardo Ángel
Mogollón sobre la historia de Cúcuta, extrayendo de ese intrincado pergeñar
sobre el pasado humano las notas más sugestivas para las generaciones
presentes, surgió cierto día la idea de historiar la cotidianidad, las
mentalidades y la vida privada de los cucuteños del Siglo XIX.
Queríamos emular la monumental obra de George Duby “historia de la vida
privada de la Europa Feudal al Renacimiento”, de la cual compartíamos algunos
pasajes.
Leíamos viajeros antiguos y buscábamos fuentes que permitieran triangular
la exquisita información contenida en los paisajes y retratos que Don Manuel
Ancízar hiciera de la Cúcuta de 1851.
De tales intercambios salió una imagen muy especial sobre las costumbres
culinarias y el comer de los cucuteños de aquella época.
Encontrábamos cómo el almuerzo más común en los hogares como en las
haciendas para alimentar los peones o labriegos era una suerte de sancocho,
saldo o hervido color negro o marrón oscuro, producto de la cocción del plátano
revuelto con la yuca, la ahuyama, mazorca tierna, entre otras raíces y verduras.
A ese cocido se le ponía la carne en tasajo (carne seca u oreada), hueso de
costilla, zapata o sobrebarriga, y en ocasiones gallina y carne de caza que en
aquellos tiempos era muy común.
A la hora de servir, se llevaba la olla al lugar donde se encontraran los
comensales (si éstos no se encontraban en casa) y los llamaban dando altas
voces, a cuya convocatoria acudía cada uno con una totuma en la mano para
recibir en caldo ese y una hoja de plátano en la otra para recibir la carne y
el bastimento.
Luego buscaba un lugar dónde acomodarse y procedía a ingerir sus alimentos,
al tiempo que disfrutaba de los chistes y chascarrillos propios de los
calentanos, como se les decía a los habitantes de estos valles cálidos.
Pero aquella imagen etnográfica y de la vida privada se fue transformando
con la llegada de los extranjeros de las diversas naciones europeas, quienes
arribaron a estas tierras atraídos por su producción y su potencial como
mercado.
En el Siglo XIX, recién pasadas las Guerras de Independencia, el nuevo
gobierno de la naciente república hizo todo lo posible por romper aquello que
consideraban la desdichada herencia hispana. Para ello nombró representantes
diplomáticos que buscaran un acercamiento con los gobiernos de los Estados
enemigos de España y sí muy interesados en los recursos de la nueva nación.
La presencia de franceses desde finales del Siglo XVIII en la Villa del
Rosario de Cúcuta como Don Pedro Chauveau y don Pedro Fortul, hombres de alto
intelecto, aventureros y con visión comercial, casaron con damas herederas de
los terratenientes establecidos en estas localidades, convirtiéndose en los
patriarcas y primeros empresarios agrícolas e impulsores de las compañías de
comercio locales que enviaron a España los productos de la tierra como cacao,
tabaco, maderas, añil, harinas, cueros, quina, sacos de fique y sombreros,
entre otros.
Estos señores trajeron consigo su cultura, maneras de vestir, idioma, sus
intereses vitales, sus gustos gastronómicos y las costumbres de casa, techo,
mesa y lecho.
Entre los años 30 y 50 del Siglo XIX llegó a Maracaibo, procedentes de
Europa, un grupo de comerciantes representantes de las casas comerciales
europeas, en busca de mercados para sus productos terminados y en procura de
conseguir nuevos productos para abastecer los mercados de Europa.
San José de Cúcuta, Villa del Rosario, Chinácota y Salazar de las Palmas
fueron algunos de los asentamientos elegidos por las casas comerciales y sus
representantes italianos, alemanes, franceses, venezolanos y estadounidenses
para establecerse y desde allí, dedicar sus esfuerzos a comercializar toda la
producción local de materias primas como cacao, café, añil, quina, maderas,
sombreros de jipijapa y enviarlas por los puertos fluviales y lacustres hasta
los puertos oceánicos de sus respectivos países.
Al abrir sus comercios ofrecieron productos importados que acercaron estos
pueblos a los insumos y artículos elaborados en el mundo europeo, región que
para entonces se movía en plena revolución industrial y transitaba hacia la
modernización de la cotidianidad humana.
Las mercancías que venían de Europa incluían: medicamentos, bebidas
alcohólicas (brandy, ginebra, whisky y vinos), caldeadores, alimentos
elaborados como las pastas de harina de trigo, especias, sal, prensas de
hierro, y artículos suntuarios como pianos, perfumes, alfombras, espejos,
guantes, jabón, loza, menaje doméstico, cubiertos, lámparas, pañuelos, relojes,
paragüas, telas, trajes, máquinas de coser, herramientas de todo tipo,
maquinaria para beneficio del café, hierro, libros y tecnología que facilitaron
a los cucuteños y rosarienses conocer antes que la mayoría de los granadinos,
aspectos de la modernización del mundo, como la gastronomía, (enriquecida al
adoptar comidas y sazón de estos países), formas sociales de comportarse, de
vestir, así como la educación cosmopolita que influyó en la decisión de muchas
familias de enviar a sus hijos a estudiar en otras partes del mundo.
Don Manuel Ancízar, secretario de la Comisión Corográfica de Agustín
Codazzi escribió en 1853 que:
“San José era favorecida por la concurrencia y vecindario de muchos
extranjeros laboriosos, cuenta cinco mil moradores aposentados en buenas casas
de teja situadas en el centro y multitud de casitas que forman los arrabales
esparcidas sin demarcación de calles, en amplios espacios con plazuelas, y
sombreados por los protectores cujíes.
Vagos no hay, ni beatas ni el desaseo en las personas y habitaciones que
mancha y degrada la generalidad de nuestros pueblos de cordillera. En San José,
todos son negociantes, mercaderes o agricultores”… “El tipo masculino es el
joven voluble, vestido a la ligera, con chupetín o chaqueta de lienzo, y casaca
los domingos, dedicados al comercio, atento, despejados, bailador y poco
instruido, salvo en requiebros y galanteo; el femenino, es la damita de
proporciones delgadas, aspecto débil, modales pulcros, talle flexible y
profusa, en el vestir muy aseada y elegante, siguiendo las modas francesas, en
el trato llena de amabilidad e ingenio, sobremanera sociable y cariñosa, pero
siempre recatada. La música y el baile son su vocación; y rara es la casa donde
al caer la noche no suene un piano con las marcadas cadencias de vals o un arpa
maracaibera” (Peregrinación de Alpha).
David Jhonson Chulch, colombianista canadiense, observó cómo “La
prosperidad se mostraba en el comportamiento de los habitantes de la nueva
ciudad, especialmente cuando la mayoría había adoptado los usos y costumbres
que los comerciantes europeos compartían.
De los italianos tomaron, el gusto por la música y las artes, por la
gastronomía, convirtiendo la pasta en un producto de consumo popular,
aprendieron el uso de los cubiertos de manera apropiada; de los alemanes su
frugalidad comercial y el aprendizaje de la contaduría, el vestuario, de los
hombres de lino blanco y a las mujeres de seda, la repostería, el consumo de
brandy, ginebra y de salchichas alemanas; de los franceses, el gusto por el
pan, los quesos y los vinos exquisitos; de los italianos el disfrute por los
jamones, salchichones, tocino ahumado, aceite legítimo de aceite de oliva.
San José de Cúcuta y la Villa del Rosario mantuvieron una colonia
extranjera amplia y amable con conexiones internacionales permanentes, que le
permitieron a sus habitantes nativos conocer el mundo, recibir novedades y en
las conversaciones con lo cucuteños viejos, rememorar la buena vida de los años
de su juventud.
En conclusión, la vocación comercial de quienes habitamos esta región tiene
raíces profundas, en cuanto gusto y horizonte de vida… Sin embargo, parece que
mientras se quedó el uso generalizado de los cubiertos y en consumo de
espaguetis, la ética de trabajo con que laboraron y negociaron aquellos hombres
y mujeres no se heredó como mucho… se perdió en las generaciones posteriores…
pues ahora se vive una cultura de mercachifles muy banal e inmediatista, muy
adeptos a la ilegalidad y el dinero fácil, donde el héroe de hoy es el
traqueto, el ilegal, el rufián, el vivo… mientras el honesto es considerado un
pendejo, un bobo…
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