Gustavo Gómez Ardila
Ferrocarril de Cúcuta, ruta Puerto
Santander
Con ese grito de júbilo, los muchachos de aquellos tiempos recibían,
alborozados, al tren que llegaba desde Puerto Santander, donde se conectaba con
el ferrocarril de Venezuela.
Los muchachos corrían detrás de los vagones, que iban reduciendo velocidad
a medida que se acercaban a la estación de El Salado, la última, antes de
llegar a la estación Central, en Cúcuta, ubicada donde años después levantarían
la Terminal de Transportes.
A escondidas del vigilante, y contraviniendo las órdenes de los papás, los
niños ya volantones, de aquellos contornos, se trepaban al tren aún en
movimiento.
Era una aventura mágica que despertaba ilusiones en los pequeños y los
ponía a soñar para cuando fueran grandes.
El sol de la tarde también hacía cabriolas, como los muchachos, en los
vagones bamboleantes, cuyos pasajeros adormilados regresaban de sus
trabajos del campo y aprovechaban el único medio de transporte que había en esa
época. Por la mañana habían hecho el trayecto de ida y ahora regresaban.
Pero había otros pasajeros.
Estación Central en Cúcuta
Los que venían de Maracaibo, por lo general comerciantes, que traían sus
mercancías europeas, llegadas en barco desde el otro lado del mar.
En territorio venezolano viajaban en el tren de esa nacionalidad, y, desde
Puerto Santander, el tren era colombiano.
Los dos ferrocarriles se integraban y trabajaban armonizados.
Antes de la estación, en la última vuelta del camino de rieles, el tren
dejaba escuchar su pitazo monótono y triste que se regaba por todo el valle,
anunciando su llegada.
Era la señal que los muchachos esperaban para estar listos a treparse y
hacer en el tren el recorrido entre las dos estaciones, la de El Salado y la de
Cúcuta, sin importarles que debían volver a pie hasta sus hogares.
Estar en Cúcuta era tener la posibilidad de otra aventura: la de recorrer
la ciudad en el tranvía, es decir, el tren urbano.
Tranvía de Cúcuta
Desde la Estación Central hasta San Rafael, el tranvía recorría las calles
y hacía las paradas de rigor en las estaciones intermedias: Rosetal, La Aduana,
Puente Espuma…
Fue toda una época de esplendor, de verraquera, de empuje de cucuteños que
se sobrepusieron a la desgracia del Terremoto y cuyos nombres no han sido lo
suficientemente recordados en nuestros tiempos.
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