Alvaro
Riasco
El
comerciante experto en café Jhohannes Ludwing Meyer llegó a Cúcuta, en donde se
enamoró. Hogar en el que nació Carlos Otto Meyer Baldó.
La Primera Guerra Mundial fue ocasión para la trasformación
de las tecnologías de los equipos de guerra. Pasar de la caballería a la aviación con toda su
tecnología, fue un paso inmenso.
Esta transformación la debieron afrontar los
integrantes de los distintos cuerpos de combate, “chapados a la antigua”. Este
paso lo debió vencer nuestro héroe.
Corrían los primeros años del siglo pasado y Cúcuta era una ciudad con
características seculares y vivía aislada por las dificultades de comunicación
que hacían casi imposible el contacto con el centro del país y
para sobrevivir debió buscar acercarse a su vecino hacia donde logró abrir
actividades comerciales y culturales que no solo generaron fuertes lasos de
amistad, sino importante actividad de los negocios.
Usar las más avanzadas vías de Venezuela era la única,
la más económica y fácil forma de salir al mar y la oportunidad de impulsar los
mutuos negocios.
Tal situación fue
sin duda la razón de embarcarse en la titánica empresa de construir el
Ferrocarril de Cúcuta y con él, lograr
abrir vías para activar exportaciones, participando en el incipiente comercio
internacional.
Tal relación de cercanía permitió además que se
estrecharan lazos de amistad y fue generador fácil de uniones y fuertes
relaciones familiares.
Estas son las
circunstancias en las que se gestó la familia del As de la aviación germana
Carlos Otto Meyer Baldó, como lo veremos.
Hacia los años 1890, el café de América logró imponer
su prestancia en Europa y el originario de Venezuela tuvo gran aceptación.
Vastas regiones de Norte de Santander producían
deliciosos granos del afamado producto, que hasta la Reina Victoria de
Inglaterra reclamaba con deleite.
La presencia del ferrocarril de Cúcuta, que pronto
conectó con el del Táchira, fue el medio moderno para poder trasladar junto con
muchos otros productos el aromático café, situándolo en el puerto de Maracaibo
para su exportación a Europa.
Tal situación, que generó nuevos negocios y gran
actividad, fue el motor que abrió activos horizontes comerciales y que generó
fuerte interés a las grandes firmas comerciales europeas a establecerse aquí, y
poder atender con eficiencia y cercanía las nuevas y las importantes
transacciones.
Pronto se establecieron en Cúcuta casas comerciales
como Bulton Jr. & Cia, Steinvorh & Cia, etc.
La presencia de recién llegados hombres de negocios,
que con sus atractivas figuras y sus extraños apellidos, pronto entablaron
relaciones sociales con familias lugareñas.
Tal el caso del comerciante experto en café, Jhohannes
Ludwing Meyer, quien se dejó atrapar por los encantos de la linda cucuteña
María Amalia Baldó Jara, con quien casó y de cuyo matrimonio nacieron 8 hijos.
El quinto Carlos Otto, quien vivió por poco tiempo
aquí, dada una nueva inesperada circunstancia, ya que hacia 1899 el negocio de
exportación de café a Alemania decayó bruscamente, al sumirse ese país en una
fuerte crisis económica que vino a poner cortapisas a sus importaciones.
Como consecuencia, las oficinas de Cúcuta fueron
reducidas de tamaño y sus negocios concentrados en Maracaibo. Hacia allá debió
trasladarse la familia Meyer Baldó, y poco después, por órdenes de la oficina
principal debieron mudarse a Hamburgo.
Allí, Carlos Otto debió terminar sus estudios en 1914,
en plena Primera Guerra Mundial. Atraído por las milicias, solicitó entrar en
la escuela de caballería del Ejército de Wandbeck siendo trasferido al
Escuadrón del Regimiento Dragonas No.9 y enviado al frente oriental contra los
rusos, donde permaneció hasta 1916, ascendiendo a teniente y condecorado con la
Cruz Hanseática por su gran valor en combate.
Sin embargo, la caballería había perdido su importancia
para el combate, ante la reciente e imponente presencia de una nueva y al
parecer muy prometedora arma, la aviación cuyas primeras actuaciones mostraron
gran eficacia y versatilidad, por lo que de inmediato es adoptada como reemplazante
de la caballería.
A Meyer le entusiasma la nueva carrera y solicita su
traslado, siendo aceptado en la Luftstreitkrafte, a la que se incorpora con
entusiasmo. La aviación de combate aún no existía, pero se le vislumbra gran
desempeño.
Carlos logra la trasferencia y concluye su nueva
carrera con éxito. Pronto alcanzó alto prestigio y se hizo a un historial de
valor al servicio de la nueva fuerza.
Para entonces, con solo aparatos de madera los que no
superaban los 100 kilómetros por hora y a los que inicialmente solo se
les instalaron ametralladoras como arma de guerra, dieron resonantes éxitos.
Allí, por sus excelentes servicios en la fuerza, se le
concedió la Cruz de Hierro.
Para 1917, el capitán Richthofen (el conocido Barón
Rojo), busca candidatos para integrar su grupo de pilotos avezados y jóvenes, a
su flotilla conocida como el Escuadrón Jasta No.11, el que al mando del
capitán Reinhardt rápidamente obtiene contundentes triunfos y quien al terminar
la guerra, había acumulado 350 triunfos en el derribo de aeronaves enemigas.
Al año siguiente, Meyer calificado por sus actuaciones
como piloto es trasferido al escuadrón conocido como ‘El Circo Volante de
Richthofen’, en el que entró a codearse con los pilotos alemanes más famosos
del mundo, como lo eran los hermanos Richthofen, Ernst Udet y Herman Goering.
El señalado honor de hacer parte de este cuerpo élite
se ganaba por el número de aeronaves enemigas derribadas. Meyer logra su primer
derribo a sus 22 años en la batalla aérea sobre el cielo de Flandern, Bélgica,
al mando de un Albatros D.V. y en dura batalla enfrentando al biplano inglés
RE.8, pilotado por el teniente Longton.
Así inicia su ascenso al título de As de la aviación
para el cual tiene que lograr al menos, 5 derribos demostrados.
Casi simultáneamente a su hazaña, cae derribado su
jefe, Von Richthofen, quien con solo 25 años y una carrera brillantísima fue
tristemente abatido dejando una dolorosa huella en Meyer y en sus compañeros.
Debió reponerse pronto y buscar vengarlo, lo que casi
de inmediato se le dio en el enfrentamiento con el biplano SPAD S.X111 francés,
el que ganó prontamente.
Al final de la guerra, Meyer Baldó había logrado siete
derribos de naves enemigas, lo que lo catapultó a su título de ‘AS de la Guerra
Mundial’ al mando de los distintos aviones que tuvo asignados en las fuerzas
germanas.
Como su impronta personal siempre utilizó la figura de
un hambriento perro babeante, en desafiante actitud frente a sus enemigos.
En noviembre de 1918, se firma el armisticio de
Rethondes y se acuerda la victoria de los aliados en el conflicto que duró
cuatro años, y que obliga a Alemania a la disolución de sus fuerzas militares.
Meyer se encuentra desempleado y sin un futuro
inmediato, lo que lo impulsa a regresar Venezuela su país de origen.
Había tratado de desempeñar algunas actividades
comerciales y empresariales en Europa sin éxito, ante la crisis económica que
se generó al terminar la guerra.
Ante esta circunstancia y la opción de su ciudadanía
venezolana, regresó al país y gracias a su prestigio como aviador buscó ser
admitido en la Aviación Militar Venezolana y así, a mas de tener necesarios
ingresos, calmar sus ansias de seguir volando.
El gobierno lo aceptó pero lo asignó a volar solamente
aviones no militares con el rango de teniente y además, buscó destacarlo como
ejemplo y estímulo a las nuevas promociones de aviadores.
El 27 de noviembre de 1933, volando un biplano Stearman
C-3B, lo hizo practicando maniobras de acrobacia altamente riesgosas, al punto
de quebrar un ala, precipitándose a tierra y falleciendo en el accidente.
Meyer contaba en ese momento con 38 años.
La noticia de su muerte llegó a Alemania, ya gobernada
por Hitler, y fungiendo en la comandancia de la aviación su antiguo compañero y
último comandante del “Circo Volante”, Hermann Goering, quien enterado de la
lamentable pérdida, ordenó enviar una comisión presidida por el Barón Wilhem
von Birtner a sus exequias.
Hoy los restos de Meyer Baldó reposan en el Cementerio
General del Sur, en Caracas y, en homenaje a su memoria, una calle de esa
ciudad lleva su nombre y en la Base Aérea de Maracay, el Museo Aeronáutico fue
bautizado igualmente con su nombre.
Esta es la historia gallarda de este valiente
coterráneo quien dejó huella de valentía y arrojo.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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