Gerardo Raynaud
El extenso territorio situado al norte de la república y que corre paralelo
a la frontera con Venezuela, era prácticamente desconocido. La describían
bucólicamente, como una región de montañas abruptas, ríos serenos y
profundos y selva enmarañada y misteriosa, un patrimonio que lo anhelarían
metrópolis “de luenga cultura e ingente experiencia colonizadora.”
Agregaban además, que era una región maravillosa que nada tenía que
envidiarle a otras, pues gozaba de exuberante fertilidad, pródigo en toda clase
de maderas, yacimientos de minerales comunes y exóticos, fuentes de aguas
medicinales, apreciable cantidad de peces y el oro negro y líquido que brota
hasta la superficie pero que desafortunadamente, penetrar en ese territorio era
más que una aventura, una desgracia.
Relatan el viaje así: lo primero es trasladarse en una ‘tentativa de
ferrocarril de tipo negrero’ y que constituye la más vergonzosa afrenta para el
país; sale, más o menos a las seis de la mañana, en un vagón grasiento y
desvencijado, cuya estructura produce un ruido semejante al de las llamas en un
pajonal reseco; lo remolca una maquinilla asmática “con la cual termina el
viajero por congratularse cuando llega a Puerto León, en virtud de su audacia.”
En desarrollo del viaje, se presentaban más reculadas que avances y los
pasajeros debían apearse cada vez que la máquina se dañaba y los pasajeros
colaboraban trayendo agua, leña o empujando los vagones; los únicos exonerados
de tales trabajos ‘de emergencia’ eran los pasajeros de primera clase. Hasta
ahí era la primera etapa, pues hasta Tres bocas, que era la segunda parada, el
escenario cambiaba.
Era, según los conocedores, la mejor carretera petrolizada que existía en
el país y había sido construida por la Colombian Petroleum Company, la
Ecopetrol de la época. Claro que tenía su razón de ser, pues era la vía que
utilizaba la compañía para atender sus pozos de perforación, sus tanques de
almacenamiento y una pequeña refinería.
En ese trayecto, la región había recibido unos seis mil colonos, quienes
con su propio esfuerzo habían ido recuperando esas tierras baldías y dándoles
un mejor uso, especialmente criando ganado que era una de las actividades más
prósperas y mejor gratificadas, por cuando era más fácil conseguir los
recursos, bien fuera con la banca agrícola de la época o con financiación
particular de parientes o amigos.
En el kilómetro ocho de este camino, se encontraba la finca de uno de los
pioneros de esta colonización, don Desiderio Baquero, una de las más extensas,
pues decían los entendidos que para recorrerla de un extremo al otro, a lomo de
acémila, se gastaba más de un día.
Por ella, corrían los ríos San Miguel y Sardinata, como para tener una idea
de su extensión y en sus riberas se apreciaba una fauna heterogénea y
singularmente rara, toda vez que se hallaban especies poco conocidas por las
personas que muy esporádicamente transitaban por el lugar, además de la
increíble cantidad de peces que podían atraparse con anzuelo o atarraya.
En entrevista que se le hiciera al señor Baquero, narraba que con increíble
esfuerzo había abierto caminos, descuajado selva y montañas, cercado potreros y
sembrado pasto de la variedad “Yaguará”, que a su entender era el más propicio
para esta clase de tierras. Había construido una casa de madera en la parte
alta de la propiedad, en un terreno que va en declive hasta confundirse con la
inmensidad de la selva. Circundando la casa, se tenían sembradíos de árboles
frutales cuyos frutos se caracterizaban por su gran tamaño, razón que le
atribuía al agua que proveía el preciado líquido para la hacienda, obtenida de
una fuente rica en calcio hidratado, que además tenía propiedades medicinales.
Adicionalmente, el predio contaba con quince arroyos de aguas ferruginosas
térmicas, azufradas y salitrosas, propias como para construir allí un
espléndido sanatorio.
Ahora bien, pasando a temas de interés expuestos por los colonos, éstos
destacan la exuberancia que en maderas existe en la región, pues allí se
encuentran ceibos gigantes, finos caobos, cedros erectos y rayados y gran
variedad de maderas de construcción que tienen altos precios y además, escasean
en los mercados, pero toda esta riqueza no puede ser explotada debido a la
falta de una carretera que una a la población de El Zulia con Cúcuta y un
puente sobre el río del mismo nombre.
Por la época de esta narración, la colonización del Catatumbo, constituía
una verdadera proeza, habida cuenta de los riesgos a los que se enfrentaban
quienes emprendían la peligrosa aventura. ¿Por qué peligrosa? Dos eran las
contingencias a las que se enfrentaban.
La primera de ellas, el continuo asecho de los aguerridos indios motilones
que veían cómo les iban quitando sus tierras y eran desplazados hacia las
profundidades de la selva y cada día tenían menos espacio para sus
tradicionales y cotidianas actividades. Eran frecuentes las incursiones de
estos nativos, en las que hostigaban con sus silenciosos flechazos, tanto a
colonos como a los trabajadores de la compañía, con sus “paletillas” hechas de
madera de macana, duras como el acero.
Por otro lado y tal vez más delicado aún, era el intervencionismo que
ejercía la compañía petrolera sobre el territorio de su concesión, el cual
manejaba como una “economía de enclave”, que a veces se excedía en el trato y
en los controles que ejercía.
Antes de terminar la primera mitad de siglo, los colonos tuvieron que
recurrir, sin éxito, a las autoridades, pues la compañía les prohibía en
ocasiones el tránsito por las carreteras de penetración que habían construido y
que los colonos utilizaban para transportar sus productos a los mercados
cercanos, particularmente a Cúcuta a donde era toda una odisea , por demás
costosa llegar, pues se utilizaban todos los medios de transporte
disponibles en la época, las mulas en primer lugar, luego el transporte
terrestre hasta el puerto, donde por vía fluvial se llevaba al
ferrocarril para terminar en la Estación Norte de la ciudad.
Hoy, el Catatumbo sigue siendo la misma región desconocida y olvidada por
los gobernantes, sólo que ahora ha sido “colonizada” por los agricultores de
los cultivos ilícitos, mucho más rentable que cualquier que cualquiera otra del
sector agropecuario, sin que se avizoren soluciones en el corto plazo.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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