Jean Javier García Moncaleano
Ni los pitos de los carros ni el ruido de los vendedores ambulantes, ni
siquiera las brigadas de recuperación del espacio público de la Policía sobre
la avenida quinta, han impedido que
Johan Manuel Contreras, 27 años, pierda la concentración al dibujar los
rostros de la gente.
Todos los días, este artista anónimo
se sienta diagonal al parque Santander en una diminuta silla plegable,
reclina una docena de dibujos de su autoría sobre una sucia pared, como
garantía de su trabajo, e impresiona con el realismo de sus obras.
Son cerca de 5 mil retratos de
niños, adultos y viejos hechos en carboncillo, en apenas 8 años; para algunos, es una carrera
vertiginosa, que solo se aprende tan velozmente con la práctica en la calles;
para otros, simplemente es el resultado de un talento innato.
Algunos no dudan en llamarlo mago.
Cuando apenas era un niño y estudiaba en el colegio, Jhoan Manuel se
caracterizaba por ser un joven introvertido, que siempre estaba con un papel y
un lápiz pintando dibujos animados, recuerdan su excompañeros de colegio en Los
Patios, de donde es oriundo.
Esa característica, aunque hoy día no lo tienen vistiendo de lino en
las mejores exposiciones de arte, le han dado el reconocimiento popular: en las
calles le dicen el Da Vinci cucuteño.
Cuando no se le ve en la avenida quinta con calle 11, está en su aposento
en Los Patios, donde vive con su pareja y dos hijas.
Vive en una pequeña habitación, en la primera de una hilera de
puertas de una vieja pensión, donde la propietaria tiene un restaurante no muy
bien cuidado, pero donde le permiten vivir por 160 mil pesos mensuales...
(“Estas obras pueden lograrse si concentramos 7 cualidades: disciplina,
conocimiento, práctica, humildad, paciencia, aplicación y determinación”, dice
Johan Manuel Contreras, dibujante callejero de la ciudad.)
Aprendió a dibujar por pura voluntad
Un día, cuando caminaba por la avenida 5 con calle 9, frente a la droguería
Coromoto, quedó hipnotizado cuando vio por primera vez un dibujo realista, que
realizaba Freddy Sanguino, un artista callejero bogotano que luego fue su
mentor.
“Fue una cadena de coincidencias, porque ese día yo caminaba y cuando vi
esas obras, quedé impactado”, dijo Contreras. “Le pedí al maestro que me
enseñara y desde ese día empecé a aprender con él en la calle; lo primero que
hice fue ojos, narices y bocas”.
Aunque tuvo un maestro, el joven artista se considera un autodidacta, pues
fue a través de libros de técnicas de dibujo y de tutoriales en Youtube donde
mejoró su técnica, la cual difícilmente puede encontrarse en la ciudad.
Inspirado en los tutoriales de los que él considera la generación
renacentista del dibujo en el mundo, como el brasilero Charles Lavesso o la
estadounidense Linda Huber, este patiense puede ser catalogado uno de los
representantes callejeros de las mejores muestras de arte en su género.
Aunque nunca ha pisado una universidad o instituto de bellas artes en su
vida, el artista tiene proyectado presentar un libro que consiste en enseñar a
las personas a hacer un retrato realista desde los huesos del cráneo, pasando
por los tipos de músculos y luego yendo a la piel y la anatomía exterior como
ojos, nariz, boca, barba...
Son rostros que con lenguaje silencioso hablan
de sus tragedias, como una etapa dolorosa, pero superada y que no debe
repetirse.
En los
rostros se aprecian los daños colaterales de la guerra.
Exposición Rostros del Silencio
Rostros del silencio recoge el ejercicio constante del
dibujo en carboncillo. Sobre
la construcción de los rostros, unos nos miran, mantienen su gesto de silencio
frente a la realidad, otros hablan con la mirada.
Johan Manuel Contreras Rangel, es contar con un maestro
del trazo, la luz y el gesto de los rostros que sufren, reconstruidos como
edificaciones viejas, reliquias clásicas que deben ser cuidadas como patrimonio
de identidad.
Se aprecian los daños colaterales de la guerra. Es una obra que reflejara el dolor dejado
por la guerra en cualquier ser humano, sin importar la condición o edad.
El gestor cultural Humberto Pisciotti Quintero aclara
que este trabajo se hizo sin ánimo de lucro y que tiene la misión de mostrarle
al mundo como desde el arte se puede contribuir a un país en paz. Se reflexiona
sobre las consecuencias del conflicto armado, que durante más de 60 años ha
cobrado la vida de cientos de colombianos, y tiene gran valor.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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