Gerardo Raynaud
Esta fotografía fue
tomada en 1949 y muestra años después al mencionado, a algunos de los
integrantes del Club de Caza y Pesca, que fue la base para la creación del hoy
Club de Cazadores. En ella recordamos entre otros, de izquierda a derecha a
Eloy Mora, Marianito Estévez, Miguel Peña, César Castro O., Oscar
Pacheco, Humberto Bernal Pinto y Carlos Durán. Como se puede apreciar en la
gráfica, tenían bus propio para sus desplazamientos a las diversas regiones
donde practicaban sus actividades, acompañados de los perros de cacería.
Los días transcurrían delicadamente tranquilos a pesar de los ocasionales
brotes de violencia partidista en algunos pueblos del departamento. Las
noticias que se leían en los principales diarios de la ciudad, aparte de las
pocas noticias nacionales que se le colaban a la censura, eran las relacionadas
con el desarrollo de la guerra en Europa y según la inclinación ideológica del
periódico, los chismes y rumores que la política originaba, especialmente a
nivel local y regional.
Pero, al margen de esta situación, la cotidianidad seguía su curso y los
escasos programas que tenían los cucuteños de entonces se reducían a las
actividades al aire libre, entre ellas, la cacería, uno de los deportes que
mayor entusiasmo generaba entre los mayores y quienes lo practicaban con
bastante regularidad, razón por la cual, habían decidido agruparse y conformar
una colectividad que más tarde adquiriría la figura de club, del cual, pasaré a
narrarles a continuación, algunas de sus aventuras.
Son las 3:30 a.m. de un domingo cualquiera de mediados de este apacible año
y un pequeño grupo conformado por Luis Alberto Contreras, Rafael Moreno,
Cristóbal Rodríguez, Enrique Faillace, José Saieh, Hugo Marcucci y Miguel Peña
se apresta para salir de cacería.
Con anterioridad habían preparado el avío y las municiones que llevarían,
así como los perros rastreadores, los cuales permanecían por lo general en una
de las casas, bien de Luis Alberto Contreras o de su primo y vecino Luis
Francisco Jaimes.
Para el trasporte utilizaban una moderna camioneta Chevrolet International
que el Club había adquirido a uno de sus socios fundadores, don Cristóbal
Rodríguez y cada uno de los participantes de la cacería debía aportar cincuenta
centavos para la compra del combustible.
Están reunidos en un lote que acaban de comprar, ubicado a un costado de la
carretera que conduce a la frontera y solo tiene unos kioskos que les sirven de
tiendas de campaña y de esparcimiento, donde se preparan para salir en una de
sus excursiones semanales, en su camioneta, que es uno de los pocos activos que
tiene su club de cacería, al que le pusieron por nombre Club de Cazadores, al
cual el gobierno nacional, por intermedio de su ministro de gobierno Alberto
Lleras Camargo, acababa de otorgarle la personería jurídica, después de cuatro
largos años de espera.
Ese día discutieron sobre cuál de los lugares escogerían para aventurarse
en su faena, entre las fincas ribereñas del rio Zulia, como Borriqueros,
Astilleros o Pajarito, a las que para llegar, debían que atravesar el rio antes
mencionado, en una de las barcazas que para tal fin se tenía o por el
contrario, dirigirse por el cerro Tasajero bordeando el Pamplonita, hasta el
Paso de los Ríos o hasta San Faustino, en busca de sus presas, como venados o
tigrillos, que era lo que más apreciaban, sin olvidarse de las guartinajas, los
armadillos, las culebras, las cuales eran muy apreciadas, al igual que
los tigrillos por su valiosa piel y una que otra paloma de esas que
llamaban “rabiblancas”.
Las pieles eran comercializadas en la bodega de Luis A. Contreras en la
calle doce.
Las excursiones de caza tenían una estricta y absoluta disciplina; eran
comandadas por el presidente del club, en este caso Rafael Moreno, quien se
desempeñaba como Secretario Privado de la gobernación del departamento y que
más tarde, ejercería su profesión de químico farmacéutico, en su reconocida
droguería La Gran Colombia, ubicada también en la calle doce muy cerca de la
bodega de Luis A. Contreras y de la ferretería de José Saieh, la afamada Gallo
de Oro, muy dada a los chistes destemplados de la época.
Miembros del club de
caza y pesca de Cúcuta de 1949 frente al vagón del ferrocarril llamado Justo L.
Durán destinado para transportar a los miembros a sus excursiones. En la foto
aparecen Mariano Estévez, César Castro O., Oscar Pacheco, Eloy Mora, Caracciolo
Vega, Jose María Ramírez; agachados Luis Díaz Bocaranda, Mariano Estévez Jr.,
Carlos Durán, Miguel Peña S., Luis Vega, Enrique García Lozada y Pablo Medina.
Cuando el presidente no podía ejercer el comando de la expedición, éste
debía designar un ‘capitán’, quien debía ceñirse estrictamente a los
reglamentos de cacería, además de hacer cumplir las disposiciones del
ministerio de la economía nacional sobre las actividades de caza.
Los socios de nacionalidad colombiana, cuando estaban en su actividad
deportiva, también desempeñaban las funciones de “policías forestales”,
disposición que el gobierno nacional les había otorgado como una valiosísima
colaboración para la conservación de las aguas y los bosques. Como los
reglamentos prohibían tomar bebidas alcohólicas durante la cacería, los paseos eran
sanos y agradables.
El principal y más apetecido trofeo era el venado. Los cazadores conocían
las rutas de tránsito de los venados y demás animales de caza, así que habían
establecido un código de alerta. Cada cazador cargaba un pito, de manera que cuando
avistaban una posible presa, avisaban con una pitada; dos pitadas, advertía el
paso de un venado u otro animal susceptible de ser cazado y tres, la muerte del
animal.
Entre los participantes y particularmente para la cacería del venado, se
distinguían dos disciplinas realizadas por expertos; el “echador”, que era el
encargado de soltar los perros que fácilmente encontraban el rastro para que
los cazadores ubicaran cuando asomara su cornamenta, y los “peladores”
encargados de desollar y repartir proporcionalmente las piezas del animal entre
los cazadores.
Al regreso traían sus presas y las arreglaban en los kioskos que habían
levantado en el lugar donde hoy están las instalaciones de la prestigiosa
institución; allí desollaban los animales y preparaban para su repartición,
bien fuera la carne o las pieles y se aplicaban unas cuantas Sajonias, mientras
intercambiaban experiencias y anécdotas de las jornada.
En algunas oportunidades, cuando regresaban temprano en la tarde, se daban
un paseo por el parque Santander para exhibir los productos obtenidos en la
cacería y se parqueaban frente al Café Roma de propiedad del italiano Dino
Barsotti a degustar algunas bebidas refrescantes que calmaran la sed acumulada
por la dura jornada, tampoco faltaban los aguardientes que ayudaban a recuperar
las fuerzas perdidas.
En esas reuniones post-cacería se tejían anécdotas que fueron haciendo
tránsito a míticas leyendas, como aquella que sucedió en una ocasión, cuando un
grupo avanzaba sigilosamente por entre el espeso bosque vecino al río
Pamplonita por los lados de San Faustino, de repente el venado de voluminosas
proporciones les pasó por el frente, pudiendo reaccionar algo tardíamente, sin
embargo todos descargaron sus tiros pero ninguno atinó, ante lo cual, don Luis
Contreras quien era muy fervoroso en su fe católica, cayó arrodillado gritando
que no era un venado, sino el mismísimo demonio.
Entrada la noche, cada uno se dirigía a sus respectivos hogares con el
producto de su cacería y a quitarse de encima la mostacilla; minúsculas
garrapatas que por su tamaño y color pasaban desapercibidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario