Gerardo Raynaud
Comenzando el decenio de los año sesenta, las administraciones locales,
regionales y nacionales, se dieron a la tarea de promover proyectos de
infraestructura que mejoraran la calidad de vida de los habitantes de todo el
país, sin mayores distingos, salvo aquellos en los que intervenían los
congresistas de las distintas regiones, buscando para ellos las mejores tajadas
o mayor mermelada, como es la expresión de hoy.
Alguno de nuestros parlamentarios gestionó y fue aprobada una ley, mediante
la cual se aprobaba la construcción de “un hermoso paseo” a la entrada sur de
la ciudad, entre el sector de Los Vados y Pinar del Río.
Sin embargo, avanzados los primeros meses del año, esta ley no había tenido
fiel cumplimiento y los trabajos avanzaban a paso de tortuga, no obstante el
tramo en cuestión formaba parte de la carretera a Pamplona.
A este tramo de la carretera se le había bautizado en la ley mencionada con
el nombre de Avenida Juana Rangel de Cuéllar y en su diseño preliminar era una
vía en doble sentido con un separador central arborizado con palmeras, que
debían ser suministradas por la Sociedad de Mejoras Públicas.
A pesar de los buenos ánimos que siempre atendían los miembros de la
Sociedad de Mejoras, en los últimos tiempos se habían desmotivado debido al
constante robo de las palmas que venían sembrando, sobre las demás nuevas vías,
como la recientemente inaugurada Diagonal Santander o los casquitos de la
Avenida de los Nuevos Fundadores o Reconstructores, la que posteriormente sería
la hoy conocida como Avenida Libertadores.
Por tales motivos, se había presentado a las autoridades departamentales la
propuesta de que esta carretera, desde Pinar del Rio hasta La Garita, que
pertenecía al municipio de Villa del Rosario, fuera incorporada al municipio de
Cúcuta, pues además, haría parte de la nueva parroquia de San Rafael que estaba
a punto de decretarse por parte de la Diócesis de Cúcuta y que las Empresas
Municipales de Cúcuta, podría prestarle un mejor servicio, incluyendo al
grupo de caballería de Los Patios.
Al parecer, la propuesta no pasó el filtro establecido por la Asamblea
Departamental y el proyecto se quedó en veremos y la tal Avenida Juana Rangel
de Cuéllar nunca se construyó.
Por los lados de la cultura, el sitio preferido de los intelectuales y de
algunos profesionales adictos a los libros y en general a la lectura, era la
magnífica librería Zig Zag del historiador Luis Gabriel Castro, que para
los entendidos, era indudablemente la que más se preocupaba por traer las
mejores obras, ya por la clase de ediciones, como por sus autores.
Por ese tiempo acababa de desempacar la serie de “Obras Eternas”, unos
bellos y lujosamente encuadernados ejemplares en finísima piel, con láminas en
colores y blanco y negro de la Editorial Aguilar de Madrid, España, así como
otros volúmenes no menos importantes de obras clásicas de la Editorial Sopena,
también española.
En cuanto a las publicaciones periódicas, estaban de moda, dos en
particular.
La primera de ellas de reciente lanzamiento en el país y en español, era la
Gran Revista Visión, publicada en Estados Unidos pero de aparición simultanea
en todas las grandes capitales y principales ciudades de Latinoamérica.
Esta revista tenía una clara orientación económica, política y social y en
ella se divulgaban los principios americanos de la libertad y del capitalismo,
particularmente, se publicaban artículos de los principales pensadores
americanos, incluidos los latinos, quienes defendían los preceptos del capitalismo.
Posteriormente y a su salida de la presidencia de la república, Alberto Lleras
Camargo sería su director.
Igualmente, se había lanzado otra nueva publicación de cubrimiento
continental pero de divulgación técnica y científica llamada “Para Todos”.
La revista, de 84 páginas traía un amplio y surtido contenido en temas de
carpintería, mecánica, electricidad, ebanistería, decoración, arquitectura,
construcción, caza y pesca, fotografía, entretenimiento y curiosidades; es como
decían entonces, “una revista como para poner a trabajar, en la misma casa, a
tanto desocupado que anda para arriba y para abajo en la calle, en la
holgazanería más grande, sin ganarse el pan de cada día.” La revista sólo
costaba noventa centavos y se promocionaba especialmente entre los alumnos de
la Escuela Industrial, los más interesados en sus artículos.
A principios de este año, tal como sucedía en años anteriores, la Junta
Central de Títulos Farmacéuticos había autorizado la presentación de los
exámenes para ejercer la profesión de Farmaceuta, pruebas que serían
practicadas por un Tribunal integrado por tres profesores de la Facultad de
Farmacia de la Universidad Nacional, conformado por los doctores Ramón
Mendoza Daza, Eduardo Calderón y Alirio Góngora; como secretario actuó el
doctor Hernando Cuello, farmacéutico de la misma facultad.
Los aspirantes se afiliaban previamente a la Asociación Nacional de
Farmacéuticos, después de acreditar por lo menos dos años de experiencia. Este
tribunal se reunía una vez al año, rotándose la sede en cada oportunidad y
ponía a prueba los conocimientos que en términos de farmacia tenían los
aspirantes, no sólo del país sino de otros países vecinos.
La Asociación Nacional de Farmacéuticos, contrataba con algunos profesores
de las facultades de farmacia que existían en el país para que dictaran
charlas, conferencias y realizaran talleres sobre los temas preponderantes en
el arte de la farmacopea, toda vez que en muchos casos los medicamentos debían
ser preparados y las recetas de los médicos, traían las indicaciones para ello.
En esta ocasión, muchos viejos conocidos presentaron y aprobaron los
exámenes, obteniendo el ansiado “cartón” de farmaceuta, los señores Guillermo
Ayala, Ramón Uribe, Rafael Moreno quien ya había abierto su Droguería La Gran
Colombia y que requería del título para poder ejercer con propiedad su ahora
nueva profesión, Carlos Luis Casanova, José del Carmen Morantes, Humberto
Ramírez, Víctor Manuel Ardila, Francisco A. Lázaro, Ciro Alfonso Leal, Antonio
José Ramírez, Belisario Laguado y la única dama que se atrevió a presentarlos
Reinalda viuda de Navarro, quien había quedado a la cabeza de botica de su
esposo tras su fallecimiento.
Este título, que se les concedía a quienes atendían las farmacias o boticas
como se llamaban las droguerías de hoy, equivale al actual de Regente en
Farmacia.
Los químicos farmacéuticos eran los profesionales graduados en las
universidades y estaban orientados a la fabricación y elaboración científica de
medicinas y demás componentes, tanto para humanos como para animales.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario