La Opinión
Desde que tiene uso de razón Castellano ha sido devoto de la Virgen, por lo que hacerle mantenimiento al
monumento es su mayor ofrenda.
Jean Wilson Gregorio Castellanos Hernández tiene nervios de acero y una fe
bastante fuerte, cualidades que le permiten bandearse sin ningún problema sobre
la cabeza de la estatua de la Virgen de Fátima en el santuario hecho en su
honor en San Miguel, parte alta.
Estar 30 metros por encima del
suelo, guindado a unas oxidadas escaleras y sin ningún tipo de protección,
porque la estructura no soportaría un arnés o una cuerda, no desvelan al
albañil: su devoción y el compromiso que tiene dos veces al año con la Virgen
de Fátima pueden más que el miedo.
Desde hace cinco años, cada 7 de diciembre y 12 de mayo, un día antes de
las festividades en honor a su patrona, sube al monumento. Un bolso con
alicates, pinzas y un trapo para limpiarle el rostro a la Virgen, lo acompañan
en la peligroso y corta travesía.
Castellanos demora 10 minutos subiendo los cerca de 40 escalones que
separan la corona de la Virgen del suelo, y tarda el doble de tiempo en bajar
por el cuidado que requiere el descenso. Nadie más en el barrio se le mide a
este reto, y él confiesa que esta práctica es su mejor curso de alturas.
“Por mi oficio, suelo trabajar en
alturas, pero no de esta magnitud. Cuando estoy arriba hago rápido mi trabajo
para poder disfrutar de la panorámica. Estar allí no me atemoriza, más bien me
relaja”, explica Castellanos mientras se alista para subir.
Asegura que la parte más difícil es la cintura de la imagen, pues en este
tramo las escaleras están bastante oxidadas y tambalean con el viento.
Heredó este oficio de su tío Jesús
Hernández Vera, quién por dos décadas fue el encargado de hacerle mantenimiento
a la imagen. Al igual que a su pariente, lo motivó la devoción que le profesa desde
niño a la protectora del barrio San Miguel.
Antes de empezar a escalar el monumento se cerciora de que los bombillos
que va a cambiar funcionen. En medio de risas recuerda que una vez se pasó de
confiado y subió a cambiarlos sin cerciorarse de que sirvieran. Cuando puso el
último se dio cuenta que estaba quemado y le tocó repetir de nuevo la hazaña.
Esa fue la primera vez que Francisca Hernández, su mamá, lo vio en acción.
Casi le da un patatús al ver que su hijo subía de nuevo por los endebles
escalones.
Cuando ya tiene todo listo se anima a subir, nunca mira hacia abajo y se
concentra en cada escalón.
Abajo, unos obreros que están adelantando unos trabajos en los alrededores
del santuario bromean sobre la veracidad de su hazaña.
Un par de minutos después, cuando está a punto de llegar a la meta, los
obreros paran su trabajo y empiezan a grabarlo con el celular. Unos se rascan
la cabeza y lo tildan de loco, otros se persignan para que no tengan ningún
resbalón.
Los vecinos que van pasando por el santuario también se estacionan al verlo
posando en la cabeza de la Virgen para darle los últimos retoques y
destrabar una que otra cometa que tiene enredada en la corona.
“Yo me subo confiando en ella. Le cambio los bombillos de la corona y no me
bajo hasta dejarla bien linda, y ella cumple con devolverme sano y salvo”, dice
en medio de risas.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
Dios y la Virgen de Fátima lo protejan en esta labor de alto riesgo que es subir hasta la aureola de la Virgen y cambiar los bombillos para mantenerla siempre iluminada.
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