Gerardo Raynaud
Desde el mismo comienzo de la conquista, la iglesia católica estuvo
enquistada en la nueva sociedad, pues su misión, la encomendada por los reyes,
era la de conquistar las almas para la gloria de Dios, claro, sin olvidarse de
sus bienes materiales, esos sí, para el prestigio y el honor de la corona.
En toda misión era obligatorio incluir un monje y toda expedición iba
acompañada de religiosos que serían instalados posteriormente como “curas de
almas”, bautizando a cuantos “salvajes” se atravesaran en su camino, siempre y
cuando éstos se dejaran convencer.
Por esta razón, el catolicismo expandió sus redes por toda la América
hispana, circunstancia que no sucedió con los vecinos nativos del norte,
a quienes los anglosajones conquistaron ofreciéndoles una cultura
diametralmente opuesta.
Por motivos como éstos, avanzado el tiempo e instaurada la independencia,
la religión y especialmente la católica, tenían la mayor injerencia en los
destinos de estas nuevas naciones, de manera que curas y obispos mantenían una supremacía
en las decisiones políticas y sociales que los hacía verdaderos líderes, al
punto que ninguna disposición, fallo o medida se tomaba sin su aprobación o
consentimiento.
Pero a medida que avanzaba el tiempo, las políticas liberales fueron
modificando las estructuras de la sociedad y nuevos cultos fueron apareciendo.
Estos nuevos escenarios comenzaron a generar angustias y desazón entre los
representantes católicos, quienes desde el púlpito incitaban a sus fieles a
combatir a sus rivales, llegando en ocasiones a provocar verdaderas
amotinamientos, como lo sucedido en el año 1945 en el corregimiento de San
Luis de la calurosa villa de San José de Cúcuta y que paso a narrarles.
Se acercaba la hora del almuerzo del domingo 7 de enero, cuando se reunió a
la salida del templo o de una casa vecina de la avenida segunda, una
muchedumbre de parroquianos compuesta de hombres, mujeres y niños, en número de
unos doscientos.
El corregidor Víctor Camacho, quien pasaba por el lugar, supuso que era uno
de los llamados “ejercicios de primer domingo”, pero en un momento dado vio
como la multitud se agolpó frente a la casa del señor Pablo Bello, a quien
presumían “evangélico” y luego de arengas y una que otra palabra injuriosa,
comenzaron a apedrearla.
Ante este hecho, el corregidor, decidió intervenir para calmar los ánimos y
situándose frente a la casa agredida logró apaciguar el descontento e
impedir los oscuros propósitos de la turba. Posteriormente y previendo que la
situación pudiera empeorar, decidió llamar a las autoridades municipales
solicitando destacamentos de la policía municipal y nacional.
Y en efecto así sucedió, pues el tropel continuó su camino gritando vivas
al cura párroco y a la virgen María, hasta llegar a la vivienda de otro
personaje la cual apedrearon igualmente.
Para evitar que la situación se desbordara, el corregidor ordenó la requisa
y desarme de los presuntos cabecillas a quienes remitió al Permanente Central.
Entre tanto y una vez disuelta la manifestación, el cura párroco José Rubén
Rubio, llegó a las oficinas del corregidor para enterarse de lo sucedido. Luego
del sucinto relato del funcionario, lo único que atinó a decir, con cierto
asombro, el presbítero fue: “lo ocurrido está muy mal hecho”.
Esta fue la versión oficial de los acontecimientos, la que fue publicada en
los medios locales con destacados titulares como “Asonada religiosa” o “Motín
político”, sin embargo, un grupo de ilustres personalidades del lugar solicitaron
la rectificación de la noticia, por cuanto consideraron que lo relatado no
correspondía a la verdad y enviaron su versión de los hechos.
En su nota a la redacción de los periódicos, indicaron que los anteriores
titulares no correspondían a la verdad y que lo sucedido en San Luis radicaba
simplemente “que existe allí un foco muy
peligroso de propaganda protestante, empeñado en desarraigar de la conciencia
del pueblo católico sus creencias sacrosantas; los católicos en legítima
defensa del más grande ideal de nuestra nacionalidad y de nuestro pueblo
salieron a las calles a hacer manifestación pública y pacífica de sus
sentimientos, con el propósito muy patriótico por cierto, de encender y avivar
más aún, la fe de nuestros mayores.
Efectivamente un grupo muy
respetable de damas, niños y caballeros de la población, salieron en horas de
la tarde a recorrer las calles elevando cánticos religiosos en honor de la
Virgen y de nuestro único Dios, sin pretender con esto ofender a nadie.
Pero al pasar frente a la casa
habitada por el señor Pablo Bello, lugar donde frecuentemente llegan los
pastores protestantes a hacer sus reuniones propagandísticas, los manifestantes
católicos fueron sorprendidos por la intervención del señor Bello, quien desde
el interior de su casa se propuso llamarles la atención seguramente con el fin
de formar desórdenes.
Como los manifestantes no atendieran
ni respondieran a los llamados de dicho señor, sino que continuaran su marcha
vivando a Cristo Rey, intervino el corregidor Víctor Camacho quien en forma
atrevida se lanzó contra el señor Venancio Gómez, quien es una persona anciana
y enferma, estrujándolo violentamente.
Ante semejante proceder los
manifestantes necesariamente tuvieron que proceder, pero no con piedras ni con
insultos como pretende hacerlo creer el corregidor, sino con la varonía y la
entereza de quienes se ven ultrajados y perseguidos por las autoridades que
debían garantizarles a todos sus derechos ciudadanos.
Es absolutamente falso que allí
hubiera pedrea, ni que los manifestantes albergaran oscuros propósitos como lo
afirma el corregidor.”
Al margen de las versiones, los sucesos ocurridos ese domingo, movilizó a
todas las autoridades hasta el lugar de los acontecimientos, alcalde y
gobernador incluidos, pues desde un principio se había creído que se trataba de
uno de tantos enfrentamientos partidistas, toda vez que hubo un ataque
adicional contra la vivienda de don Jorge Martínez, un honrado padre de trece
hijos, todos bautizados por la Iglesia católica, pero que no acostumbraba a ir
“fanáticamente al templo del padre Rubio” como él mismo lo aseguró y que el
atentado contra él y su familia se debía a que era liberal.
Aprovechando la visita de los ilustres visitantes, los líderes del
movimiento solicitaron o más bien, exigieron el inmediato cambio del
corregidor, “por considerarlo elemento incapaz de desempeñar digna e
inteligentemente el cargo y para evitar futuros desórdenes, ya que el
citado señor carece de las cualidades que amerita un buen funcionario.”
Esta fue una de las tantas protestas que continuaron presentándose en el
municipio.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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