Carlos Edgardo Rodríguez Angarita
(Bachiller del colegio Sagrado Corazón de Jesús, 1966. Médico de la
Universidad Nacional)
El
grupo de bachilleres de 1966 del colegio lasallista Sagrado Corazón de Cúcuta
festejamos este 18 de noviembre, 50 años de ese inolvidable momento.
De arriba
hacia abajo, izq. a der. Area de Alumnos: Armando Albarracín, Omar Ayala,
Víctor H. Ballén, Ricardo Beltrán, Luis E. Bermúdez, Gastón Bermúdez, Jorge
Bohórquez, José Bohórquez, Juan C. Burgos, José Bustamante, Marcos Calderón,
Hernando Castro, Fabio Calixto, César Contreras Ch., Reinaldo Contreras, Alvaro
Coronel, Alberto D´Pablo, Eduardo Duarte, Hugo Espinosa, Jesús Lamk, Jos
Leconte, Carlos López, Luis F. Maldonado, Jaime Marciales, Fernando Matamoros,
José Moncada, Fernando Morales, Jesús Niño, Carlos Ojeda, José Ontiveros,
Celestino Ortiz, Jaime Palacios, Amilcar Parada, Ciro Prato, Douglas Quintero,
Samuel Quintero, José Rangel, Carlos E. Rodríguez, Henry Rosas, Alfonso Salgar,
Francisco Serrano, Jorge Téllez, Jorge Uribe, Isaías G. Toscano, Rubén D.
Villamizar. Area de Profesores: Hno. José Martín, Hno. Eduardo, Mons. Alejandro
Jaimes, Dr. Luis F. Peña, Hno. Eugenio, Prof. Jaime Castro, Prof. Jesús
Ramírez, Hno. José Gonzalo.
Celebrar la amistad, pienso, es celebrar la
vida. Esa amistad que empezamos a forjar en el final de la niñez, signado por
el uso de pantalones largos en los pequeños y una temprana adolescencia por la
aparición del bozo en los mayores. En el rincón interno de la avenida 3ª con
calle 16 donde se ubicaban los salones de primero A y primero B del colegio
Sagrado Corazón.
Forzados a relacionarnos, por el deseo de
nuestras familias de que perteneciéramos al “mejor colegio de la ciudad” y el
haber aprobado el examen de admisión. En un bullicioso laboratorio social, en
el que confluimos una mayoría “pobre pero honrada”, de hijos de obreros de la
Colpet-Sagog, sastres, costureras, secretarias, comerciantes, tenderos, maestros,
y una minoría con más holgados ingresos cuyos padres vendían seguros, eran empleados oficiales,
dentistas o profesionales. Algunos, miembros de una dinastía de padres y
hermanos que habían egresado del admirado claustro y generalmente habían
militado o lo hacían activamente en la asociación de padres de familia, y cuyos
nombres se volvieron símbolo de un poder que no necesitaba apellido: Doña Edith,
Don Trino, Doña Tilcia.
Ignorábamos que acabábamos de inaugurar una
década que el mundo habría de reconocer como maravillosa. Creímos que un azar
feliz nos juntaba, leíamos las señales del mundo de manera ingenua y
fragmentada; la posguerra y su guerra fría, la recién nacida era espacial, con
Laika ladrándole a la luna tan cerca como ninguno de los miembros de su especie
lo hizo nunca. Las naciones africanas comenzaban a independizarse de sus amos
europeos, evento que apenas logramos reconocer apodando Lumumba y Katanga a dos de nuestros más prietos
compañeros, soslayábamos así el asesinato del Primer Ministro de la República Democrática
del Congo (17 de enero de 1961) y la díscola provincia
que no lo reconocía e iniciaba una nueva guerra, así percibíamos el eco de la
historia. Los postreros efectos de la magia de la infancia nos hacían creer
libres y felices.
El Frente Nacional, que pretendía poner fin a la violencia
partidista y a las razones que trajeron
a muchas de nuestras familias de Boyacá, Santander y varios municipios del
Norte de Santander, buscando el Faro del Catatumbo o la rica Venezuela, como
remedio al miedo y la miseria; marcaría y condicionaría, sin que lo supiéramos,
nuestra formación académica.
Comenzamos a vencer nuestras reticencias y
temores mutuos, dirigidos por un Hermano “rolo” y coloreto, Miguel de La Salle,
hincha apasionado de Millonarios y excepcional delantero con sotana, que
repartía registros con trocitos de la sotana de un tocayo suyo camino a los
altares, y un pausado y taciturno profesor Pablo Villamil, cuyo más orgulloso
logro fue tener un hijo seminarista, fruto de su piadosa convicción católica. En
pago por rajarnos en historia patria, recibió por sobrenombre Panquiaco, en
recuerdo del joven aborigen que se reveló a Vasco Núñez de Balboa, desde una
montaña del Istmo que aún figura en nuestro escudo; la existencia del Mar del
Sur, iniciando la perdición del Imperio del Tawantinsuyu.
De haber sabido ese día del examen, no
habríamos tenido los últimos puestos de la clase en la libreta de notas de esa
semana. Novedosa y bella costumbre, que nos daba la oportunidad a todos de
tener alguna vez un primer puesto en una de las materias “fáciles” e izar
bandera el sábado. Se requería eso sí,
tener cinco en disciplina. Nos
enseñó de paso que teníamos talentos diversos.
Comprendimos desde el primer día, que el
objetivo era el de endurecernos, dejar de ser “tiernos”, mostrar talento para
algo, para ser admitidos por los “grandes”.
De responder al insulto a los coñazos o con el ingenio de los chistes o
los apodos. Mostrar los dientes en lugar de lágrimas. Como acicate, la vocación
de ser los mejores en cualquiera de las materias del pensum, el básket, el fútbol,
el ciclismo, el nado; hasta inventamos el fútbol “africano”, especie de
balonmano sin regla alguna, en el que
era fácil ser “estrella”. Un solo código secreto, no ser “sapo con los curas”.
Apenas en abril de ese 61, conocimos el
asombro del primer hombre en el espacio y de una nueva palabra, cosmonauta. Lado
amable de la guerra fría que nos ganaba para el bando ruso. En mayo nuestra
primer celebración del Día de San Juan Bautista de La Salle, indeleble para
siempre, porque los Hermanos nos brindaron pasta y gaseosa.
En el 62, ya no éramos nuevos en el colegio
y el mundo comenzaba a mostrarnos su dureza, ya fuera en las manazas del Prof. José
del Carmen Roncancio, o en el sibilino oráculo de semillas de dividivi que
“Chispas”, Prof. David Becerra, nos hacía responder conjugando un verbo a la
manera de Bello o de la Academia de la Lengua.
Nuestros erotizados sueños se hacen trizas,
cuando Marilyn, la muñeca del celuloide, manipulada y explotada por la
industria del cine y la publicidad, ahoga su neurosis en un mar de alcohol y
barbitúricos. El resto de nuestros sueños amenaza irse a pique, con la
posibilidad de un estallido nuclear en el Caribe durante la Crisis de los
Misiles.
Tercero, fue una especie de meseta que
marcaba la mitad del recorrido, con la indulgente conducción en la primera
parte, del titular Hermano José Buenaventura, fonomímico, que concedía notas
“suplementarias” por casi cualquier cosa. Y en la segunda mitad con el Hermano
Edgar. Y el otro grupo continúa soportando las correcciones en el lenguaje y
escritura con “Chispita”.
Se consolida la murga de la clase y se
convierte en nuestro representante musical en todos los eventos. El asesinato
de Kennedy, da inicio a una serie de magnicidios y endurece la política
norteamericana en el mundo, y culmina el año siguiente con la entrada en pleno
a la Guerra de Vietnam.
Sin entender que significaban los sucesos
de Marquetalia y Riochiquito, fundamos la república independiente de Cuarto B,
con las ínfulas de intocables que nos daba ser el curso del Prefecto de
Disciplina del colegio, Hermano Arturo Monier, a quien le importaba más que
supiéramos algebra, pues confiaba que
nuestras almas las hubiera salvado ya Astete. Mientras el Cuarto A, sufre los embates
del Prof. Ramón Higuera.
Se consolidaban los mejores basquetbolistas
del colegio que se verían prontamente ungidos campeones nacionales. Los Beatles
enloquecen a los Estados Unidos con su primer disco compacto: Love Me Do e
ingresan en nuestro panteón, donde reinaban: Billos, Felipe Pirela, Los
Melódicos, Paul Anka y sus émulos latinos, César Costa y Enrique Guzmán. Muhammad
Ali venga a Floyd Patterson derrotando a Sonny Liston, y con sus bravatas
promueve la protesta civil, que habría de prolongarse en Berkeley y el
movimiento hippie contra la inicua Guerra de Vietnam. Comienza a parecernos
soso el pelo corto. Por fin, el grupo se ha consolidado.
Estamos ya en Quinto con el Hermano Gonzalo
Daniel y somos un solo grupo, se han ido muchos compañeros entrañables. Aprendemos
con “Tachuelita”, que la lucha contra el
Maligno no da un segundo de tregua, y entendemos que esas agendas programadas
obsesivamente se proponen evitar el ocio, a través del cual él pueda hacernos
caer en el pecado. Metáfora de los muchos males que la vida nos pondrá la
frente, y que solo pueden ser vencidos con la consecuencia de esa disciplina:
el Rigor en lo que hagas, profesionalismo a ultranza, vivir veinticuatro horas
para una idea.
Año 66, somos los más grandes del colegio. Por primera vez
un Sexto sin el Hermano Alfredo. Pero con el Hermano José Gonzalo, rompemos las últimas tradiciones con un mosaico
diferente al sempiterno, y un orden alfabético que reconoce tácitamente las
diferencias individuales en el saber. Cuando por fin hemos llegado a querernos
genuinamente, es hora de irnos.
Celebremos esa amistad, que seguirá viva
hasta que quede el último de NOSOTROS.
Cantemos con Benedetti:
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.
(No te rindas)
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario