Leopoldo J. Vera Cristo
Reparto:- 3º de izq. a derecha fila superior: Libardo
Mojica, -En la misma fila 2º de derecha a izq. Luis Fernando Gil, -Segunda fila
de sentados, 2º de izq. a derecha: Alvaro Suárez.
Nadie
podría imaginar que en aquellos tiempos felices y olorosos a santidad, se
hubieran gestado en nuestra calurosa Cúcuta los carteles que luego fueron
popularizados por los paisas.
Colegio La
Salle, primeros años de bachillerato. Todo un mundo de canchas, patios y
construcciones que se nos antojaban el espacio más grande que hubiéramos
conocido. En la escasa media hora de recreo podíamos recorrer todo ese espacio
con la sagrada limitación de las habitaciones de la congregación y la famosa
huerta de los hermanos Cristianos, situada en la parte nororiental del colegio.
Nunca la
conocí y solo la recuerdo como un portón de alambres y palos, ajustado con una
herradura entre dos argollas. Más allá se veían árboles, matas y lo que la
imaginación nos deparara. La poblaban un montón de plumíferas que llamaban
gallinetas.
Gallinetas:
de la familia Tinamidae, unos dicen que es una perdiz grande y otras que se
relacionan con las avestruces. Yo conocía las gallinas y los gallos de mi mamá, que morían
de viejos porque ella no dejaba tocarlos. Hasta los piscos y gansos que también
criaba con cariño. Pero estas raras aves de las que ha escrito hasta Alfonso X
el Sabio, no. Tenían un aspecto singular: del cuello hacia arriba la elegancia
de Carlitos Bustamante, y de allí hasta los pies la corpulencia del Dr.
Sanclemente. Eso si eran estruendosas y parlanchinas como cualquier Gustavo
Vejar.
A veces se
salían y ponían uno que otro huevo cerca de las canchas de futbol, interesante
situación que no escapó a los ojos de uno de nuestros compañeros que ya de
muchacho demostraba sus dotes del empresario que luego fue. Libardo Mojica, mi
querido amigo y compañero, el único contemporáneo del bachillerato que puede
contar la historia de haber celebrado ya el cincuentenario con dos cursos; y
aún le faltan por celebrar otros dos. Era de los grandes del curso, tan grande
que aún recuerdo que el primer beso en vivo y en directo que presencié en mi
vida lo perfeccionó Libardo con su novia, quien gracias a Dios hoy sigue siendo
su esposa. Tuve que contárselo en confesión al Padre Jaimes y me gané una
penitencia que no le he cobrado aún.
Libardo reclutó
dos alfiles y empezó la planeación de uno de los golpes más famosos de la
época: el robo de los huevos de las gallinetas de los Hermanos Cristianos. Los
dos lugartenientes fueron Alvaro Suárez L. y Luis Fernando Gil.
Alvaro fue y es
uno de mis hermanos de crecimiento, fuente fidedigna de lo sucedido; de los
Suárez Lizarazo de antes, nada que ver con los Suárez dueños de la política
local actual. Mamador de gallo como buen cucuteño, aún se arrepiente de haberse
dejado convencer por Libardo y sostiene que la repartición fue desigual. Tenía
un tío millonario, empedernido cazador en el Africa que, hasta donde pude
enterarme, no le dejó nada visible.
Luis Fernando,
persona retraída, también de los grandes del curso, lucía unos ojos azules
conservadores que rechinaban con el negro indio y azabache de los nuestros. El
pelo peinado a lo Elvis Presley no le lucía tanto como a Elvis, pero tenía un
raro encanto que le proporcionaba el tener unas hermanas muy simpáticas.
Libardo retuvo a
sus ayudantes hasta las 5.30 pm, cuando las canchas aledañas a La Huerta ya
estaban solas. Los reunió frente al portón, hizo que Luis Fernando quitara la herradura
y sigilosamente penetraron al recinto sagrado. A Alvaro le pareció esta primera
incursión la entrada al paraíso terrenal. Libardo les indicó dónde estaban los
nidos (nunca se supo con qué espías contó para ubicarlos) y procedieron a
vaciarlos.
Aún no había
desarrollado Libardo todas sus actuales habilidades gerenciales y olvidó prever
en qué llevarse los huevos. Tuvieron que acudir a los bolsillos, con el
desastroso resultado de los consabidos huevos revueltos. Eran huevos gigantes,
de un amarillo bilioso, cuyo raro aroma se impregnó en sus cuerpos en una época
de la vida en que los muchachos no eran fanáticos del baño.
Alvarito
sostiene que se los llevó a su mamá. Yo no le creo porque aquellas eran épocas
de fuete cuando uno no explicaba de dónde salieron los huevitos. Lo cierto es
que la leyenda cuenta que fueron a las tiendas de sus vecindarios y se las
vendieron a los Don Fausto, Don Pedro y Doña Brígida que había en las esquinas
del barrio.
Luis Fernando
estaba muy nervioso y años más tarde me dijo que no se acordaba de nada. El
resto del colegio si se acuerda. Libardo apresuró la repartición del botín
detrás de la plaza de toros y dicen que con sabias reflexiones los convenció de
quedarse con la mayoría.
Nadie sabe cómo,
pero alguien sapió. Tal vez Luis Fernando y por eso se le olvidó tan rápido. O
Alvaro que por esos tiempos se arrepentía rápidamente de las maldades.
En una reunión
me parece haberle oído a Gabriel Moure Ramírez que él también estuvo en la
confabulación como revisor fiscal de Libardo. Por cierto que fue una reunión en
mi casa en Bogotá y Gabriel y Libardo quedaron de encontrarse después de 40
años de no verse en la entrada 6 de Unicentro.
Dice Gabriel que
él esperó de pie junto a un desechable de unos 80 años y que cuando
Libardo llegó se abalanzó sobre el viejito, lo abrazó y le dijo: -“Gabriel,
cuánto tiempo sin verte !”-. Tuvo que llamarle la atención y sacarlo de la
confusión.
Los Hermanos
Cristianos lo supieron todo.
El sábado
siguiente hubo izada solemne de bandera. Era todo un acontecimiento, banda de
guerra, himno del colegio, todos los cursos formados en el patio y desde el
puente superior que dominaba el patio el Hermano Rector se dirigía al alumnado
antes de que los primeros alumnos del curso de turno izaran la bandera.
En esta ocasión
el Reverendo Hermano Rodulfo Eloy, insigne educador, escritor y autor de varios
libros, tomó la palabra y solicitó que los alumnos Mojica, Suárez y Gil,
subieran y lo acompañaran en el podio de las banderas.
Libardo no cabía
de la emoción; me confesó que había pensado para sí mismo que al fin reconocían
sus dotes y dedicación invitándolo a izar la bandera. Subieron orondos y
orgullosos. Cuando se dirigían a las banderas, el Rector los detuvo con una
tajante orden; y apenas los tuvo bien alineados empezó su reflexión:
-”Estos
alumnos mancharon el honor del Colegio. Avergonzaron a sus padres y profesores.
Como cualquier Barrabás sustrajeron los huevos de las gallinetas de La Huerta y
dispusieron de lo que no era suyo. El Colegio los castiga bajándoles una
nota en conducta (4 sobre 5 significaba expulsión) y, como muestra de
conmiseración, se reducirá el castigo a media nota si devuelven los huevos”.
Dicen los
implicados que sintieron un corrientazo en la parte donde termina la
espalda; Alvaro alcanzó a llorar, Luis Fernando olvidó todo y Libardo aún no
sabe si retirar o no de su autobiografía ese episodio. A veces piensa que fue
magistral ese estreno empresarial y otras cree que si se sabe, el Concejo
Municipal le quitaría la medalla que le otorgó en 1.960 y su numerosa prole
podría permitirse la libertad de juzgarlo.
Lo cierto es que
la operación rescate de los huevos fue otra brillante empresa que requirió de
rápida planeación y ejecución. Los tenderos fueron duros de convencer y
entiendo que los papás de los comprometidos tuvieron que comprar los huevos de
vuelta por el doble de su valor.
El suceso
impactó nuestras mentes preadolescentes e hizo parte de ese montón de recursos
que sirvieron a nuestros maestros para formar mientras instruían.
Pasaron los
años, Luis Fernando nos dejó por voluntad propia; Alvaro hizo una brillante
carrera como maestro en colegios cucuteños y continúa siendo uno de los
permanentes aglutinadores del grupo de bachilleres 65; Libardo, destacado y
generoso empresario, continúa escribiendo sus memorias y perfeccionando
la retórica con la que día a día hace más adeptos.
Ese sábado
aprendimos que el refrán “Más vale pájaro en mano que cien volando”, no
funciona para las gallinetas de los Hermanos Cristianos.
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