miércoles, 18 de enero de 2017

1062.- BURDELES EN ´EL PALENQUE´



Gerardo Raynaud

Posiblemente, el nombre del lugar no oriente al lector de hoy pero para los cucuteños de mediados del siglo pasado, no les era desconocido, toda vez que se localizaba a escasos metros del Mercado Cubierto, centro de la actividad comercial de la ciudad, antes que éste sucumbiera al pavoroso incendio que lo destruyó en el año 49.

El Palenque era el nombre de un establecimiento dedicado a la venta de licores y de cerveza, que se hizo famoso en la Cúcuta de los años 40, porque además, ofrecía espectáculos interpretados  por lindas chicas, actuaciones que no eran propiamente culturales como las del Guzmán, pero que atraían otra clase de público.

El lugar, pasó a ser una “zona de tolerancia” informal, toda vez que en esa época, las autoridades definían los territorios donde se podían ofrecer ese tipo de servicios. Llegó a ser tan popular la esquina donde operaba El Palenque, que tomó su nombre y así fue conocida por años la intersección de la calle trece con avenida séptima.

Para los propietarios de la casa fue un magnífico negocio, pues estaba ubicada en el pleno centro de la actividad comercial de la ciudad, ubicación que lograron obtener cuando fueron “expulsados” de su anterior dirección, igualmente presionados por los habitantes del sector.  

Los vecinos, preocupados por ese nuevo negocio hacían todo lo posible para que la policía interviniera para poner fin a los espectáculos grotescos que brindaban, no solamente las mujeres, sino también los hombres que pululaban en el lugar para conquistar las gracias femeninas. Claro que personajes astutos que siempre han existido, lograban instalarse en sitios de gran afluencia de parroquianos, hasta que los
vecinos se quejaban ante las autoridades, que a regañadientes, cumplían con el deber de cerrarle los negocios y conminarlos a que se trasladaran a zonas menos residenciales.

Se supo que los nuevos llegados provenían de otro negocio similar, del cual habían sido echados, igualmente por presión de la vecindad, cuando tuvieron que desalojar una residencia del barrio Carora, ubicada frente al “Cementerio Católico”, específicamente en el lugar donde hoy existe la cancha de futbol de ese tradicional barrio cucuteño.

El sitio les pareció fabuloso, ya que se aprovechaba una zona de influencia de mucho tránsito, pero además, tenía relativamente pocas casas de habitación cercanas y eso contribuía a que las quejas se redujeran al mínimo, de no ser porque esa esquina era paso obligado de estudiantes y trabajadoras que venían de sus viviendas y se dirigían a sus lugares de estudio y de trabajo, lo que constituía un insulto a la decencia y las buenas costumbres, al decir de los numerosos padres y especialmente, madres de familia, que debían taparle los ojos a sus retoños para que no miraran los degradantes espectáculos que allí sucedían.

El hecho es que esta circunstancia casi degenera en una situación de orden público, cuando intervinieron los habitantes de la zona, acompañados de los sacerdotes párrocos de las iglesias cercanas, quienes fueron todos en manifestación hasta las instalaciones del Palacio Municipal, a tan solo tres cuadras del lugar, a dialogar con el señor alcalde Jorge Hernández Marcucci, quien los recibió en su despacho y dijo conocer el caso, pero que ese problema no se había sucedido durante su administración sino que lo había heredado del anterior alcalde Luis Monsalve Cuberos, quejándose adicionalmente, por la poca atención que había prestado a la cuestión, que ahora tomaba tintes desproporcionados, dada la notoriedad y popularidad que adquirió el lugar, que además sumaba otro ingrediente, por estar apenas a una cuadra de la Cárcel del Distrito, lo que facilitaba la presencia de personas de dudosa reputación, entre quienes entraban y/o salían de ella.

En todos los medios disponibles de la época se escuchaba o se leían los argumentos expuestos por quienes se consideraban perjudicados por la presencia hostil que representaba ese rincón indeseable. Las noticias sobre el tema se acrecentaba con el tiempo y páginas se llenaban con los informes de individuos de todas las pelambres que intervenían, así no tuvieran que ver con el asunto.

Eran interesantes los artículos que se publicaban al respecto y que me voy a permitir transcribir, a manera de ejemplo:

“Reclamar en forma cuerda, es tiempo perdido. No queda otro recurso sino aconsejar a las familias ultrajadas, a los directores de esos planteles y a los vecinos transeúntes, que abandonen habitaciones, que suspendan las tareas de esas escuelas y que no pasen por esos lados mientras exista ese foco de corrupción, porque aquí en la capital del Norte de Santander, no se cuenta con autoridad responsable, sino con una cáfila de corrompidos, que lo mismo les da respetar o no, hacer cumplir o no la ley a favor de la moralidad pública.”

Y no era para menos, pues los señalamientos más graves se hacían en estos términos:

“Este es un burdel público. A todas horas del día  y de la noche, numeroso grupo damas de la vida, en estado de completo libertinaje, excitan a cuanto ciudadano pasa por la calle o la avenida, a entrar en sus fornicios. Hablamos así para que el señor alcalde nos entienda. Aquel espectáculo es extremadamente asombroso. Se fornica al aire libre. Las hembras agarran a cuanto jovenzuelo se les acerca. La brutalidad de bestias pasa a la locura inenarrable. Los hijos de familia conviven allí, tranquila y muellemente. Están asegurados porque también les acompaña un gran personal de la policía. Al único que no hemos visto es al señor alcalde.  Con una ‘caja de música’ (así llamaban entonces a las conocidas ‘rokolas’) a la orden, donde se extraen los recursos de sirvientas, niños y demás de cuantos pasan al mercado a hacer sus compras ordinarias, es materia auxiliar de ese desenfreno. Todo el que quiere danzar al compás de la deshonesta barahúnda, echa medio o cinco centavos en la ‘caja’ y ésta cumple su cometido musical.

Vemos allí todas las noches el desfile de jóvenes, hombres casados, infantes y personas de mediana presentación, embadurnados de esa mezcla de perversión suicida. Las mujeres desnudas hacen las delicias de los visitantes. Se baila en ese estado. Una Babilonia moderna nos parecería pálida ante el colorido de ese cuadro. Todo cuanto narremos es poco frente al abuso que se comete con desdoro de la sociedad en que vivimos y no se tiene en cuenta que el hecho se ejecuta en pleno centro de la ciudad.”

En conclusión, podemos argumentar sin temor a equivocarnos que El Palenque fue conjuntamente con el King Kong, -del cual tendremos oportunidad de hablar más adelante-, los pioneros de esa actividad que dio a conocer internacionalmente a Cúcuta, cuando en sus épocas de bonanza, los visitantes identificaban “La Ínsula”, como su destino favorito.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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