Gerardo Raynaud
Posiblemente,
el nombre del lugar no oriente al lector de hoy pero para los cucuteños de
mediados del siglo pasado, no les era desconocido, toda vez que se localizaba a
escasos metros del Mercado Cubierto, centro de la actividad comercial de la
ciudad, antes que éste sucumbiera al pavoroso incendio que lo destruyó en el
año 49.
El Palenque
era el nombre de un establecimiento dedicado a la venta de licores y de
cerveza, que se hizo famoso en la Cúcuta de los años 40, porque además, ofrecía
espectáculos interpretados por lindas chicas, actuaciones que no eran
propiamente culturales como las del Guzmán, pero que atraían otra clase de
público.
El lugar,
pasó a ser una “zona de tolerancia” informal, toda vez que en esa época, las
autoridades definían los territorios donde se podían ofrecer ese tipo de
servicios. Llegó a ser tan popular la esquina donde operaba El Palenque, que
tomó su nombre y así fue conocida por años la intersección de la calle trece
con avenida séptima.
Para los
propietarios de la casa fue un magnífico negocio, pues estaba ubicada en el
pleno centro de la actividad comercial de la ciudad, ubicación que lograron
obtener cuando fueron “expulsados” de su anterior dirección, igualmente
presionados por los habitantes del sector.
Los vecinos,
preocupados por ese nuevo negocio hacían todo lo posible para que la policía
interviniera para poner fin a los espectáculos grotescos que brindaban, no
solamente las mujeres, sino también los hombres que pululaban en el lugar para
conquistar las gracias femeninas. Claro que personajes astutos que siempre han
existido, lograban instalarse en sitios de gran afluencia de parroquianos,
hasta que los
vecinos se quejaban ante las autoridades, que a regañadientes, cumplían con el deber de cerrarle los negocios y conminarlos a que se trasladaran a zonas menos residenciales.
vecinos se quejaban ante las autoridades, que a regañadientes, cumplían con el deber de cerrarle los negocios y conminarlos a que se trasladaran a zonas menos residenciales.
Se supo que
los nuevos llegados provenían de otro negocio similar, del cual habían sido
echados, igualmente por presión de la vecindad, cuando tuvieron que desalojar
una residencia del barrio Carora, ubicada frente al “Cementerio Católico”,
específicamente en el lugar donde hoy existe la cancha de futbol de ese
tradicional barrio cucuteño.
El sitio les
pareció fabuloso, ya que se aprovechaba una zona de influencia de mucho
tránsito, pero además, tenía relativamente pocas casas de habitación cercanas y
eso contribuía a que las quejas se redujeran al mínimo, de no ser porque esa
esquina era paso obligado de estudiantes y trabajadoras que venían de sus
viviendas y se dirigían a sus lugares de estudio y de trabajo, lo que
constituía un insulto a la decencia y las buenas costumbres, al decir de los
numerosos padres y especialmente, madres de familia, que debían taparle los
ojos a sus retoños para que no miraran los degradantes espectáculos que allí
sucedían.
El hecho es
que esta circunstancia casi degenera en una situación de orden público, cuando
intervinieron los habitantes de la zona, acompañados de los sacerdotes párrocos
de las iglesias cercanas, quienes fueron todos en manifestación hasta las
instalaciones del Palacio Municipal, a tan solo tres cuadras del lugar, a
dialogar con el señor alcalde Jorge Hernández Marcucci, quien los recibió en su
despacho y dijo conocer el caso, pero que ese problema no se había sucedido
durante su administración sino que lo había heredado del anterior alcalde Luis
Monsalve Cuberos, quejándose adicionalmente, por la poca atención que había
prestado a la cuestión, que ahora tomaba tintes desproporcionados, dada la
notoriedad y popularidad que adquirió el lugar, que además sumaba otro
ingrediente, por estar apenas a una cuadra de la Cárcel del Distrito, lo que
facilitaba la presencia de personas de dudosa reputación, entre quienes
entraban y/o salían de ella.
En todos los
medios disponibles de la época se escuchaba o se leían los argumentos expuestos
por quienes se consideraban perjudicados por la presencia hostil que
representaba ese rincón indeseable. Las noticias sobre el tema se acrecentaba
con el tiempo y páginas se llenaban con los informes de individuos de todas las
pelambres que intervenían, así no tuvieran que ver con el asunto.
Eran
interesantes los artículos que se publicaban al respecto y que me voy a
permitir transcribir, a manera de ejemplo:
“Reclamar en
forma cuerda, es tiempo perdido. No queda otro recurso sino aconsejar a las
familias ultrajadas, a los directores de esos planteles y a los vecinos
transeúntes, que abandonen habitaciones, que suspendan las tareas de esas
escuelas y que no pasen por esos lados mientras exista ese foco de corrupción,
porque aquí en la capital del Norte de Santander, no se cuenta con autoridad
responsable, sino con una cáfila de corrompidos, que lo mismo les da respetar o
no, hacer cumplir o no la ley a favor de la moralidad pública.”
Y no era
para menos, pues los señalamientos más graves se hacían en estos términos:
“Este es un
burdel público. A todas horas del día y de la noche, numeroso grupo damas
de la vida, en estado de completo libertinaje, excitan a cuanto ciudadano pasa
por la calle o la avenida, a entrar en sus fornicios. Hablamos así para que el
señor alcalde nos entienda. Aquel espectáculo es extremadamente asombroso. Se
fornica al aire libre. Las hembras agarran a cuanto jovenzuelo se les acerca.
La brutalidad de bestias pasa a la locura inenarrable. Los hijos de familia
conviven allí, tranquila y muellemente. Están asegurados porque también les
acompaña un gran personal de la policía. Al único que no hemos visto es al
señor alcalde. Con una ‘caja de música’ (así llamaban entonces a las
conocidas ‘rokolas’) a la orden, donde se extraen los recursos de sirvientas,
niños y demás de cuantos pasan al mercado a hacer sus compras ordinarias, es
materia auxiliar de ese desenfreno. Todo el que quiere danzar al compás de la
deshonesta barahúnda, echa medio o cinco centavos en la ‘caja’ y ésta cumple su
cometido musical.
Vemos allí
todas las noches el desfile de jóvenes, hombres casados, infantes y personas de
mediana presentación, embadurnados de esa mezcla de perversión suicida. Las
mujeres desnudas hacen las delicias de los visitantes. Se baila en ese estado.
Una Babilonia moderna nos parecería pálida ante el colorido de ese cuadro. Todo
cuanto narremos es poco frente al abuso que se comete con desdoro de la
sociedad en que vivimos y no se tiene en cuenta que el hecho se ejecuta en
pleno centro de la ciudad.”
En
conclusión, podemos argumentar sin temor a equivocarnos que El Palenque fue
conjuntamente con el King Kong, -del cual tendremos oportunidad de hablar más
adelante-, los pioneros de esa actividad que dio a conocer internacionalmente a
Cúcuta, cuando en sus épocas de bonanza, los visitantes identificaban “La
Ínsula”, como su destino favorito.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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