lunes, 15 de mayo de 2017

1124.- EN RECUERDO DE LUIS TRISTANCHO ORDOÑEZ

Susana Buitrago Valencia


Habiéndole permitido la vida sobrepasar los 90 años de edad con lucidez y vitalidad sorprendentes, para satisfacción familiar, a quienes amó entrañablemente, el 17 de febrero de 2017, Dios llamó a su encuentro con él, y a reunirse con su esposa Aurita, a nuestro amigo de siempre, al excelente ser humano, al ciudadano íntegro en todo el sentido de la palabra, a un ser inolvidable que permanecerá en nuestros corazones: a Luis Tristancho Ordóñez.

Gran señor que por su alegría desbordante, por su don de gentes, por su honorabilidad a toda prueba, su trato afable que le brotaba por los poros, su dinamismo incansable y su arrolladora personalidad, definitivamente deja huella indeleble.

Un gran vacío produce entonces su ausencia física. No solo como el patriarca de la linda y unida familia de sus ocho hijos, fruto del ejemplar y admirable hogar que conformó con Aurita Cogollo, integrado por: Luis Francisco, Martha, Judith, Miryam, Luz Marina, Eleonora, Josué y Fabiola; hoy ampliado con nueras, yernos y nietos, sino también en los espíritus de quienes nos sentimos sus amigos de verdad.

Siempre cercanos en la empatía y en el afecto (que en él, lo sabemos, era recíproco), e identificados con su temperamento de hombre ejecutivo, en permanente función de la actividad productiva (se destacó como hombre de negocios y en ramo de los seguros), conciliador como el que más, ajeno a los conflictos, y preocupado por el bienestar de la familia y de la gente, presto a la solidaridad, consciente de que a este mundo vinimos fundamentalmente a dos misiones: a aprender y a servir.

Es por ello que Luis Tristancho amorosamente llamado desde siempre por sus hijos - ‘Papaíto’, denominación cariñosa que, ampliamente conocida, fue luego asumida también por los amigos más próximos para referirse y dirigirse a él, sumado a su carisma y liderazgo arrolladores para unir y para convocar, que adornaba con su natural sonrisa, con ameno y prudente trato, fue todo un personaje. Ahora, ya a la diestra de Dios Padre, de perenne recordación.

Personalmente es para mí de mucha complacencia dar testimonio, entre otros bellos recuerdos que guardo en el alma, de cómo olvidar la más agradable y divertida etapa de la niñez  compartida con él, con Aurita -también entrañable ser de la más grande calidad humana- y con sus hijos, durante algunos años maravillosos de esa etapa de la vida, cuando nuestra familia Buitrago Valencia, tuvimos la fortuna de ser sus vecinos, en la emblemática Avenida Cero de Cúcuta, en la misma cuadra, frente al colegio La Salle.

Cuántos estupendos programas familiares compartidos, cuántas anécdotas y situaciones de alegría; cuánta solidaridad y generosidad que sus hijos le heredaron, al recibir el mejor de los legados: su ejemplo de honrar el valor de la amistad; el de la comprensión hacia nuestros semejantes, y el de aprender a no causar jamás daño alguno al prójimo; así como también, el don de la sencillez, el de saber disfrutar frugalmente, y el de agradar y compartir, elementos indispensables para una vida de armonía plena, premisas esenciales en las que los formó.

A Luis -cariñosamente Papaíto hay que recordarlo, ante todo, como un hombre feliz, consentidor de sus hijos como el que más, agradecido con la vida de ser padre de su extensa prole, por excelencia alegrísimo bailarín y entusiasta organizador de viajes y de paseos.

En la época de niños, cuando ello constituía una deliciosa diversión y se podía practicar, se deleitaba realizando invitaciones a maravillosos paseos de sancocho al río Zulia, infaltables los primeros de enero de todos los años, como infaltables también fueron para toda la muchachada, cuando compartíamos los 24 de diciembre en su casa, los regalos del Niño Dios colocados cuidadosamente por él, a la media noche: bolsas que contenían ricas galletas, deliciosos cereales Kellogg’s, y variados confites: pipas - en el argot cucuteño-, entre otras exquisiteces que todos en nuestra infancia esperábamos ansiosos encontrar los 25 de diciembre. (Me cuentan sus hijos que nunca abandonó este detalle, que de grandes, siempre continuó obsequiándolos).

Y ni qué decir de aquel extraordinario paseo por carretera desde Cúcuta hasta Barranquilla cuando adquirió el campero de marca Gaz (de fabricación rusa) a principios de los años 70, en unas vacaciones de julio, para visitar a su hermano gemelo Josué Tristancho y disfrutar del mar caribe, al cual fuimos generosamente admitidas mi hermana María Victoria y yo, pese a que se sumaba un alto número de pasajeros, y haciéndose cargo de la responsabilidad que implica llevar niños ajenos, y que nuestros papás, con acierto, depositaron en él y en Aurita.

Por todo lo anterior, y por muchas más razones que no alcanzan a narrarse en estas líneas, para él en la eternidad y para toda su querida familia presente, dirijo esta sentida semblanza, con inmenso cariño, y en memoria del gran Papaíto: LUIS TRISTANCHO ORDÓÑEZ.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

No hay comentarios:

Publicar un comentario