Susana Buitrago Valencia
Habiéndole permitido la
vida sobrepasar los 90 años de edad con lucidez y vitalidad sorprendentes, para
satisfacción familiar, a quienes amó entrañablemente, el 17 de febrero de 2017,
Dios llamó a su encuentro con él, y a reunirse con su esposa Aurita, a nuestro
amigo de siempre, al excelente ser humano, al ciudadano íntegro en todo el
sentido de la palabra, a un ser inolvidable que permanecerá en nuestros
corazones: a Luis Tristancho Ordóñez.
Gran señor que por su
alegría desbordante, por su don de gentes, por su honorabilidad a toda prueba,
su trato afable que le brotaba por los poros, su dinamismo incansable y su
arrolladora personalidad, definitivamente deja huella indeleble.
Un gran vacío produce
entonces su ausencia física. No solo como el patriarca de la linda y unida
familia de sus ocho hijos, fruto del ejemplar y admirable hogar que conformó
con Aurita Cogollo, integrado por: Luis Francisco, Martha, Judith, Miryam, Luz
Marina, Eleonora, Josué y Fabiola; hoy ampliado con nueras, yernos y nietos,
sino también en los espíritus de quienes nos sentimos sus amigos de verdad.
Siempre cercanos en la
empatía y en el afecto (que en él, lo sabemos, era recíproco), e identificados
con su temperamento de hombre ejecutivo, en permanente función de la actividad
productiva (se destacó como hombre de negocios y en ramo de los seguros),
conciliador como el que más, ajeno a los conflictos, y preocupado por el
bienestar de la familia y de la gente, presto a la solidaridad, consciente de
que a este mundo vinimos fundamentalmente a dos misiones: a aprender y a
servir.
Es por ello que Luis
Tristancho amorosamente llamado desde siempre por sus hijos - ‘Papaíto’,
denominación cariñosa que, ampliamente conocida, fue luego asumida también por
los amigos más próximos para referirse y dirigirse a él, sumado a su carisma y
liderazgo arrolladores para unir y para convocar, que adornaba con su natural
sonrisa, con ameno y prudente trato, fue todo un personaje. Ahora, ya a la
diestra de Dios Padre, de perenne recordación.
Personalmente es para mí
de mucha complacencia dar testimonio, entre otros bellos recuerdos que guardo
en el alma, de cómo olvidar la más agradable y divertida etapa de la niñez compartida con él, con Aurita -también
entrañable ser de la más grande calidad humana- y con sus hijos, durante
algunos años maravillosos de esa etapa de la vida, cuando nuestra familia
Buitrago Valencia, tuvimos la fortuna de ser sus vecinos, en la emblemática
Avenida Cero de Cúcuta, en la misma cuadra, frente al colegio La Salle.
Cuántos estupendos
programas familiares compartidos, cuántas anécdotas y situaciones de alegría;
cuánta solidaridad y generosidad que sus hijos le heredaron, al recibir el
mejor de los legados: su ejemplo de honrar el valor de la amistad; el de la
comprensión hacia nuestros semejantes, y el de aprender a no causar jamás daño
alguno al prójimo; así como también, el don de la sencillez, el de saber
disfrutar frugalmente, y el de agradar y compartir, elementos indispensables para
una vida de armonía plena, premisas esenciales en las que los formó.
A Luis -cariñosamente
Papaíto hay que recordarlo, ante todo, como un hombre feliz, consentidor de sus
hijos como el que más, agradecido con la vida de ser padre de su extensa prole,
por excelencia alegrísimo bailarín y entusiasta organizador de viajes y de paseos.
En la época de niños,
cuando ello constituía una deliciosa diversión y se podía practicar, se
deleitaba realizando invitaciones a maravillosos paseos de sancocho al río
Zulia, infaltables los primeros de enero de todos los años, como infaltables
también fueron para toda la muchachada, cuando compartíamos los 24 de diciembre
en su casa, los regalos del Niño Dios colocados cuidadosamente por él, a la
media noche: bolsas que contenían ricas galletas, deliciosos cereales
Kellogg’s, y variados confites: pipas - en el argot cucuteño-, entre otras
exquisiteces que todos en nuestra infancia esperábamos ansiosos encontrar los
25 de diciembre. (Me cuentan sus hijos que nunca abandonó este detalle, que de
grandes, siempre continuó obsequiándolos).
Y ni qué decir de aquel
extraordinario paseo por carretera desde Cúcuta hasta Barranquilla cuando
adquirió el campero de marca Gaz (de fabricación rusa) a principios de los años
70, en unas vacaciones de julio, para visitar a su hermano gemelo Josué
Tristancho y disfrutar del mar caribe, al cual fuimos generosamente admitidas
mi hermana María Victoria y yo, pese a que se sumaba un alto número de
pasajeros, y haciéndose cargo de la responsabilidad que implica llevar niños
ajenos, y que nuestros papás, con acierto, depositaron en él y en Aurita.
Por todo lo anterior, y
por muchas más razones que no alcanzan a narrarse en estas líneas, para él en
la eternidad y para toda su querida familia presente, dirijo esta sentida
semblanza, con inmenso cariño, y en memoria del gran Papaíto: LUIS TRISTANCHO ORDÓÑEZ.
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