Jonathan Ruiz
Varias historias se cuentan de estas lagunas.
Temprano en la mañana. La hora de emprender
el viaje es importante. El páramo de Santurbán tiene un clima impredecible, por
lo tanto, mientras se disponga de mayor tiempo para la caminata es mejor. En La
Viuda (Silos) empieza el frío, aunque nada comparado con lo que vendrá.
Metros más adelante y por la misma vía que
lleva a Bucaramanga, hay una salida sutil. A la derecha se entra a un camino de
herradura angosto y durante 15 minutos en vehículo se atraviesan cultivos de
papa o de cebolla larga. La última parcela es El Estado, de ahí en adelante los
pies son el transporte.
Buen abrigo e impermeable, botas
pantaneras, suficiente agua, dulces, la ración de comida y mucha voluntad son
las herramientas necesarias para emprender camino. Se pasa una quebrada de agua
cristalina, más fría que el ambiente. El guía explica que el origen del agua es
adonde se debe llegar.
A pesar de solo haber recorrido 100 metros,
la falta de oxígeno hace sentir el corazón en la garganta. La cabeza duele, la
respiración se acelera por el paso, la neblina llega y se va, amenaza a quien
venga con mala intención. Cuando se alcanzan los 3800 metros sobre el nivel del
mar, se ve.
El páramo de Santurbán regala la primera
postal, un pequeño valle entre dos cumbres donde chorrean pequeñas nacientes,
reservorio que dará vida a la quebrada. De igual manera peligroso. La tierra
hace el último filtro, enriquece de minerales el agua, una marisma en las
alturas que parece papilla. Si pisa se entierra.
A una hora del inicio, empieza el ascenso a
la cumbre, 2000 metros por la falda de la montaña se cortan en diagonal. Esta
distancia solo para subir los últimos 200 metros en vertical hasta las Lagunas
Verdes, destino de la caminata. El viento que silba entre la baja vegetación
mueve los únicos valientes atrevidos en crecer, los frailejones.
La longevidad del frailejón paramuno es
inigualable, centímetro al año crece conforme filtra la vida recogida del aire.
Estos gigantes de más de dos metros, majestuosos y frágiles, enseñan de manera
paciente su altruismo. La paz les permite desarrollarse a plenitud, celosos de
su habitad. “Si los dañas, hacen que el páramo te eche”, advirtió el guía.
Si era difícil caminar al subir, la
infinidad de hilos de agua que caen por la falda forman esponjas de pastos
cortos engañosos al pisar, rocas lisas y la pendiente de unos 45 grados, hacen
que el esfuerzo crezca. Un sorbo de agua, una mordida al dulce, ajuste al
abrigo y aferrarse a la voluntad que la vista a mitad de camino, reaviva.
La recomendación es permanecer en pie,
cualquier cambio en el ritmo implicaría mareos o vómito, depende de la
preparación física. Unas tres horas a paso medio son requeridas y luego de
subir la última pendiente de pasto casi amarillo, el espejo de agua que refleja
la cima con la reunión de frailejones más grande visto en el recorrido, marcan
la meta.
Son tres lagunas en los límites de Silos,
Mutiscua y Vetas, pero el complejo Lagunas Verdes pertenece al parque natural
Mutiscua. A este municipio pertenecen 1600 de las 5000 hectáreas del páramo de
Santurbán, terrenos comprados por gestión de Corponor y la administración
local. Esfuerzo en pro de la conservación.
Varias historias se cuentan de estas
lagunas, que “los indígenas chitareros hacían ritos y que al igual que otras
tribus alrededor del país, lanzaban el oro a la laguna para venerar a los
dioses”, que “hay una tumba memorando un miliciano guerrillero” y que “la
laguna se comió dos ciudadanos californianos que visitaron sin prevención el
área”.
Edwuard Vanegas, uno de los guías y el más
conocedor de los hallazgos del páramo, asevera que si se sigue por la misma
ruta, kilómetros adelante se llegará al Valle de los Salados. En donde se encontraron
cuevas con cerámica vidriada, pinturas rupestres y cuecos dejados por las
tribus chitareras nativas antiguas.
Estas lagunas alimentan el río Zulia,
fuente hídrica de abastecimiento para Cúcuta. De vital importancia es,
entonces, conservar el área originaria del agua que se consume en la capital
del departamento. La parte del páramo del lado santandereano se declaró
patrimonio natural, título que aún le falta a la parte
nortesantandereana.
Hace unos años, la multinacional Greystar
mostró interés por la zona, luego de efectuar el estudio satelital que reveló
los secretos del subsuelo. Santurbán es rico en oro y el fondo de las lagunas
de agua glaciar milenaria rebosa del mineral.
El impredecible clima arrecia en cualquier
momento, por eso la recomendación es estar poco tiempo en la cima. La neblina
baja rápido por el cerro El Viejo, de 4050 metros de altura sobre el nivel del
mar, el segundo más alto del municipio. Llegó la hora de bajar y por la misma
ruta de subida se emprende el regreso.
El bajar se hace sencillo. En una fracción
del tiempo se desciende la montaña. Paso a paso quedan atrás la cima, el
pantano y el valle. Los frailejones, cada vez más pequeños en el fondo,
continúan erguidos e imponentes. Laguna Verde, de 21 metros de profundidad, y
Laguna Surcura, de 81 metros, desaparecen de la vista, escondidas por la
altura.
Dos horas después se divisa la parcela El
Estado. Los 15 kilómetros recorridos cobran cuentas en el cuerpo. El
barro en la ropa, las mejillas rojas y una travesía lograda se unen para dar
satisfacción de la proeza terminada. Un destino de uso consiente al que la
naturaleza regala, la majestuosidad de un remanso de paz en peligro de
desaparecer.
Cae la tarde y baja el manto blanco que
cubre a Santurban para preparar la noche. Temperaturas tan bajas que hasta los
menos cuatro grados centígrados llega y que solo soportan las especies nativas.
Es su hogar, el que usurpamos por unas horas para conocer dónde nace la vida y
el tan preciado líquido que la provee.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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