Juan Pabón
Hernández
Recuerdo al Mono Flórez con una extraña
sensación de sencillez y, sobre todo, por su manera de remitir las cosas a su
ancestro en Silos, con estupendas anécdotas y remembranzas costumbristas.
Contaba de su padre o de la gente de por
allá, como aquello del primer aguardiente que se tomaban en las fondas cuando
llegaban a caballo, muy temprano, al que le decían “Las mañanitas”, o la
vivencia de las querencias simples, desde donde debe apreciarse la vida.
“NO HAY COMO LA COMIDA DE EDELMIRA”
Educado en Francia y cultivado en espacios
sociales elegantes, parecía ser siempre de Silos, o de Pamplona, a lo más: a mí
me gustaba mejor así, con sus bromas y la sonrisa socarrona, pulgosa (según el
monito, su hijo) y entrecortada, con la que terminaba cada mamadera de gallo.
Cuando jugaba golf, o billar, seguramente
recordaba lo que ocurría por allá, o cuando disfrutaba las reuniones sociales
con la élite (?) de Cúcuta, dejaba ver el cobre con cualquier salida sarcástica
y una nueva risa. Al Mono no le gustaban las personas que pretendían ser lo que
no eran.
Lo importante era proyectar una imagen
sencilla; por eso, era el mismo con el capataz, el ricachón o el nuevo rico. Y
comía en el Tenis como lo hacía en una tienda de Silos, o con unos frijoles
preparados por Edelmira…es que “no hay como la comida de Edelmira” le confesó
una vez a Álvaro Andrés en París, en un café de esos exquisitos, con el eco de
la historia del mundo que se vive allí, un buen vino y un delicioso plato… “ya
quiero mi pollito sancochado con arroz y fritas de maduro”. (Edelmira es parte
de la familia; tod
UN POCO DE HISTORIA
Nació en Pamplona un 13 de junio; allí estudió,
en el Provincial, pero en las vacaciones iba a Silos, recorría a caballo las tierras,
nostálgicas ahora, donde su abuelo Pedro Flórez, cultivó las orgullosas raíces campesinas
que le trasmitió.
La admiración por su padre, Jorge Flórez
Castillo era notable; le encantaba contar su historia, de cómo se fue a París,
de sus hermanas, quienes preparaban dulces para mantenerlo en Francia: Dice el
Monito “Mi abuelo retribuyó ese esfuerzo de sus hermanas con generosidad y mi
papá lo tuvo muy claro; por eso él fue también muy agradecido con las personas
que lo ayudaron, como Manolo Lemus”.
En el Provincial de Pamplona uno de los profesores
hablaba francés y lo empezó a interesar en el idioma. De hecho, aunque la idea
era ir a España, donde su hermano Jorge estudiaba Optometría, terminó pronto en
París.
Y regresó. “Llegó comunista” decía el abuelo Jorge, ante
los comentarios del Mono. Vino en la década de 1960 dejando novia en París, una
hija de empresarios de óptica suizos, a visitar la familia: su idea era devolverse
a Suiza a casarse; pero ocurrieron dos cosas: una buena perspectiva del negocio
de optometría y una novia cucuteña.
La suiza vino con el papá y el Mono les dijo: “yo después
llego”. Pero todo cambió cuando otra bella cucuteña, Silvia Faillace, quien
estudiaba en Bogotá, fue a ponerse lentes de contacto. A los 3 meses estaban
casados.
La torre Eiffel
inspira a Álvaro Andrés, Silvia, el Mono y Silvia Carolina.
Ya estaba construyendo él la casa de Los Caobos: tenía él
26 y ella 19. Comenzó la óptica en la Calle 9.ª entre 4.ª y 5.ª, sólo, con
cortina de tela y sillas y mesas del comedor de la casa.
Fue creciendo con la bonanza de Venezuela y la ayuda del
tío Manolo, hasta expandirse a Caracas y San Cristóbal como socio de una cadena
de ópticas. Hoy es, además, una empresa emprendedora, ampliada a una Fundación
de ayuda a los necesitados.
Los pacientes que llegan lo recuerdan con mucho cariño y
las señoras mayores lloran cuando lo extrañan: murió de 68 años.
ADMIRACIÓN POR EL DR. JORGE FLÓREZ CASTILLO
Recuerdo el momento en que me entregó un artículo de su
padre, el Dr. Jorge Flórez Castillo, “Carta a mis nietos”, porque se ajustaba a
su verdadero perfil sentimental, ese que escondía y que sólo algunas veces se
escapaba por la fluencia de un “brandicito” en el atardecer. Algo así como una
transferencia de sueños ocurrida en tiempos coincidentes de luz: “Yo fui
médico, habiendo ocurrido en mi vida dos circunstancias que lo determinaron…
En primer lugar, el no haber nacido en la opulencia, sino
en un sencillo hogar de pueblo, en Silos, de cuyo origen siempre me sentí
orgulloso, porque fue allí, en Silos, donde pasé los mejores años de mi
infancia…Vienen a mi mente con nostalgia los agradables años pasados en mi
pueblo natal, disfrutando de la plaza del pueblo y de los campos, en duro
contraste con los tiempos que ahora se ven obligados a pasar los niños … Por mi
origen silero hubiera podido ser como otras personas, un ciudadano de pueblo
como el común de mis paisanos”.
LA DESPEDIDA
En Argentina,
con Hugo Horacio Londero y Álvaro El Flecho Hernández.
Álvaro Andrés recuerda el 10 de Julio de 2014. “Yo me
consideraba muy amigo de papá antes de su enfermedad, en todo sentido, pero con
ella se volvió una relación profunda y maravillosa. Quizá fue lo único bueno:
él se interiorizó”.
“Cuando confirmaron su cáncer, llorando me dijo “llámeme
al padre Botello”; entonces entró en un proceso de acercamiento a Dios, de
autoanálisis y profundidad de pensamiento.
Yo me quedé las dos últimas noches con él; la noche antes
de morir, había llegado inconsciente a la clínica pero, ¡oh sorpresa!, al día
siguiente cuando me desperté tenía los ojos abiertos y era él, el de siempre”:
-qué más, dijo, estoy jodido-; llegó Raúl Colmenares, conversó con él, luego
habló con mi mamá y fue gran alegría para todos.
Por la noche nos pusimos a ver una película en francés y
como a las 9 o 10 me dijo “estoy cansado, quiero dormir”: no volvió a abrir los
ojos, ya no era el mismo, otra vez estaba en sus finales.
Se despertó para despedirse de nosotros. Antes de morir, la
noche anterior, llamó al Flecho: cuenta el monito que fue la última persona que
mencionó en su lecho de muerte “…Flecho,
¡venga!…”
Siempre recordaba a sus amigos, tantos, a Beto Carvajal
su compañero de muchos años, al Ñeco, quien partió antes, en fin…
EPÍLOGO
Un bonito recuerdo dejó el Mono en todos sus amigos, en
sus pacientes y en la gente que compartió con él diversas circunstancias.
Para mí fue especialmente grato conversar con Álvaro Andrés,
el Monito, acerca de su padre y advertir en él un gran amor filial.
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