miércoles, 15 de noviembre de 2017

1217.- CUCUTA TAUROFILA



Gerardo Raynaud

Aunque no lo crean, desde su reconstrucción, Cúcuta fue una plaza con grandes aficiones taurinas. Basta releer algunas crónicas pasadas en las que se narran historias como la primera plaza de toros de la ciudad o el último proyecto presentado para construir la última, que a fin de cuentas, nunca se realizó o la cuadrilla de toreros bufones, famosos en esos años, llamados Los Bombeiros Toreiros.

Pero en esta narración trataré de mostrar la afición en el momento cumbre de la tauromaquia local, que tuvo su mejor momento a finales del decenio de los cuarenta.

Por entonces se tenía una placita que había sido construida con las características de la época y para la afición ídem. Se la había bautizado con el muy apropiado nombre de Suspiros de España y tenía una programación bastante frecuente, con asistencia de mataores, novilleros, muleteros y banderilleros, algunos de gran renombre en la madre patria y otros tantos, criollos americanos, que aspiraban a serlo.

Los empresarios eran Vargas y Campos, quienes precedieron a la posteriormente famosa empresa promotora de propiedad de Campitos, que durante muchos años fue el patrón de las corridas en las principales ciudades y pueblos de Colombia.  

La ganadería, por lo menos, la que suministraba los astados que se lidiaban en nuestra plaza, pertenecía a los señores Apolinar y Fernández, cuyos encierros feroces y bravíos levantaban el ánimo enfortecido de la afición.

Amenizaba los tendidos  la Banda de Departamento, que dicho sea de paso y lo comentaban los aficionados, había comenzado siendo una “banda chirriona” pero a medida que la temporada avanzaba se había afinado, sin embargo, en las malas tardes ya por culpa del ganado, bien por los diestros o por cualquier otra circunstancia, la orquesta presentaba aún más aburrido el ambiente.

Numerosos fueron los “mano a manos” dominicales protagonizados por los representantes del arte de Cúchares en la colonial Cúcuta de mediados del siglo XX y muy comentadas en todos los medios, por ser de las pocas distracciones que se tenía entonces.

Terminando la primera mitad del siglo, las corridas fueron la mayor fuente de entretenimiento y por esa razón, las corridas se programaban religiosamente todos los domingos con llenos hasta las banderas, como suele decirse en el argot taurino. Por esta razón, les comentaré detalles de algunas de ellas ocurridas en la época de la referencia.  

A mediados del 48 se programó una larga temporada, algo inusual pero que por el interés que manifestaba la afición, se mantuvo en cartelera por espacio de casi medio año y como se leía en las crónicas “con un lleno rebosante en el cual abundaban bellas damas de nuestra sociedad.”

En esta ocasión tomaban parte los diestros Álvarez Pelayo y Rafael González “Machaquito”. Fueron sus dos últimas corridas en la ciudad. Dicen que con este encierro ambos españoles brindaron una de las mejores tardes y que difícilmente los asistentes podrían presenciar otra corrida igual en mucho tiempo. Los comentaristas aseguraron que los toros fueron bravos y con poder, sobresaliendo el segundo de la tarde.

El granadino Álvarez Pelayo, que a fuerza de pundonor había conquistado al público cucuteño y que el solo anuncio de su presencia en el ruedo era una garantía, tanto para el público como para la empresa, ejecutó la faena más valiente que hasta la fecha se había visto en esta plaza. Para los aficionados era el torero que se acoplaba a las condiciones del animal, sean las condiciones que fuere tuviera el toro y premio a ello era que seguía gozando del estímulo del noble público que venía asistiendo, domingo tras domingo en los últimos meses.

En su última fecha en la ciudad toreó espectacularmente con el capote y cuando remató de media verónica, la multitud le aplaudió calurosamente, terminando el tercio de banderillas, excelentemente ejecutados por Campitos y Escobar, elementos de su cuadrilla.

En el último tercio llegó a unos terrenos inverosímiles con su muleta, poniendo al público de pie que lo coreaba a rabiar. En la suerte final, mató de un pinchazo en lo alto hasta la trensilla, que dobló al toro, por lo cual, le fue concedida una oreja y vuelta al ruedo en medio de una atronadora ovación.

En su segundo, un ejemplar de genio descomunal y rápido le obligó a ejecutar una faena de dominio, cosa que logró doblándose en seis o siete arrancadas en las que parecía que el bruto iba a poder con él, pero con maestría y echando el cuerpo hacia delante, logró tener a su merced al toro más enastado de cuantos se hayan lidiado en esta plaza, sin embargo su esfuerzo no fue recompensado pues la presidencia no le otorgó  premio alguno.

El mano a mano del día fue con el debutante “Machaquito”. Salió al redondel vestido de lila y plata y le correspondió un ejemplar con lámina y kilos, muy bravo, lo que le permitió una muy lucida faena con el capote, pero fue su consagración definitiva con la muleta que se pudo apreciar  la clase y sabor de este madrileño.

Fueron largos y armoniosos muletazos que el público ovacionó largamente y aunque no tuvo suerte a la hora de matar, el público le galardonó obligándolo a dar la vuelta al ruedo.

En el último de la tarde, Machaquito volvió a ser ovacionado con el capote y con unos sobresalientes muletazos que los taurófilos de la época dieron por nombrar “machaquinas”. Los banderilleros estuvieron todos muy acertados colocándolas, pero fue sin lugar a dudas la actuación de “El Temerario” quién más se destacó y por lo cual fue el más aplaudido.

Al finalizar la corrida, ambos fueron estruendosamente ovacionados, dieron la vuelta al ruedo recogiendo las prendas que el público emocionado les arrojaba. La temporada terminó con una última corrida protagonizada por estos dos diestros al domingo siguiente antes de proseguir su camino hasta la capital, donde los esperaba la afición de la Santamaría.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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