La Opinión/Gustavo Gómez Ardila
Fernando Vega Pérez fue presidente
de la Academia de Historia de Norte Santander.
Vega Pérez nació en Pamplona el 21 de octubre de 1938. Fueron sus padres,
Antonio Vega Rangel y María Teresa Pérez Hernández. Estuvo casado con Ana
Teresa Quiroga, de cuyo matrimonio son hijos, María Consuelo, Claudia, María
Eugenia, Ana Teresa y Fernando Vega Quiroga.
Cursó estudios de bachillerato en su ciudad natal. En la Universidad
Javeriana, en Bogotá, se matriculó en
la carrera de Ingeniería pero se retiró pocos años después.
Dedicado a la lectura, se interesó
en la investigación histórica y aplicó sus conocimientos en trabajos culturales
de su propia iniciativa.
Fue presidente de la Academia de Historia de Norte Santander, así como de
la Sociedad Bolivariana.
Tuvo a su cargo la organización del Archivo de la Administración Municipal
de Cúcuta y durante 19 años desempeñó la dirección ejecutiva de la Fundación
Barco.
De su autoría es el libro “Conozcamos a Cúcuta”, muy leído por estudiantes,
profesionales y empresarios interesados en la historia y los desarrollos de la
ciudad.
Junto con otros historiadores y gestores culturales participó en el proyecto Monumento de la Confraternidad, en El Malecón de
Cúcuta. Es un archivo de documentos y diversos objetos enterrados para 50 años.
De un paro cardíaco falleció el 3 de febrero de 2018 en Cúcuta a los 79
años, numerosas personas expresaron su condolencia por la muerte del destacado
historiador, y las exequias se oficiaron en la iglesia del Espíritu Santo.
Gustavo Gómez Ardila dice del historiador:
Conocí
a Fernando a través de Guillermo, su hermano, amigo mío, copartidario y
concejal de Cúcuta, hace un jurgo de años. Pero en realidad mi amistad con
Fernando comenzó cuando él se desempeñaba como Jefe de archivos de la Alcaldía
de Cúcuta y yo, amigo de la historia, iba allá a investigar algunos datos sobre
la ciudad, que más tarde me sirvieron para escribir el libro Cúcuta para
reírla, una historia de Cúcuta, pero contada en forma humorística.
Fernando
era retraído, hablaba poco y bajo, pero era un estudioso de la historia,
preocupado por reunir en el archivo que dirigía todo lo que encontraba sobre la
ciudad. Lo veía uno, de oficina en oficina de la Alcaldía, buscando papeles,
recogiendo resoluciones viejas en las que nadie reparaba y archivando libros
abandonados, que nadie leía, pero cuya importancia Fernando sabía valorar.
Caminaba
lento, como hablaba, ensimismado tal vez en sus proyectos de historiador. Era
un fumador empedernido y un excelente anfitrión. Varias veces fui a su casa con
otros amigos comunes donde formábamos la guachafita, alrededor de una botella
de aguardiente y de mi guitarra que yo zurrungueaba. Yo no era músico, nunca lo
fui, pero en tierra de ciegos el tuerto es rey, según dice la sabiduría
popular.
En
aquellas tertulias, en las que se hablaba de poesía, de historia y hasta de
política, salía a flote la alegría de vivir que a Fernando siempre lo
acompañaba, y se volvía excéntrico y cantaba y gritaba “histeria, histeria” y
todos lo acompañaban con gritos y aplausos y zapateos. Ana Mercedes, su
esposa, y sus hijas le ponían ambiente festivo a aquellas “tenidas”, como se
les decía en ese entonces a las tertulias con sabor etílico y ambiente amistoso.
Durante
algún tiempo dejamos de vernos, hasta una tarde en que lo encontré convertido
en el flamante Secretario general de la Fundación Virgilio Barco. Fue allí
donde me habló de la Academia de Historia y me invitó a formar parte de ella.
Me
habló de la importancia de ser miembro de tan importante institución, me mostró
los estatutos y me dio coba, asegurándome que yo como escritor y como
columnista de La Opinión le podía aportar mucho a la Academia. Sonreí
incrédulo, se dio cuenta que no le había comido coba, entonces me dijo muy
seriamente:
- No
es mamadera de gallo, pero la Academia necesita gente como usted.
Débiles como somos los hombres (y las mujeres) ante las lisonjas, le agradecí y le dije: ¿Dónde le firmo?
De manera que ingresé a la Academia de Historia de Norte de Santander, de la mano de Fernando Vega Pérez, mi viejo amigo y viejo contertulio. Después de dos años de ser miembro correspondiente, me postuló Fernando para ascender a miembro de número, y nuevamente de su mano se produjo mi ascenso.
Cuando
murió don José Tolosa, secretario de la Academia, fue Fernando quien me propuso
que me postulara para ese cargo. La Junta de ese entonces (una junta de altos
quilates: Mario Vásquez Rodríguez, Pablo Emilio Ramírez Calderón, Cristina
Ballén, Alfonso Ramírez Navarro, Olger García Velásquez, Pablo Chacón Medina,
Luis Eduardo Lobo Carvajalino, José Luis Villamizar Melo), aceptó mi nombre.
Así
las cosas, le debo a Fernando Vega Pérez el inmenso honor de ser miembro de la
Academia de Historia de Norte de Santander, entidad en la que él ocupó todos
los cargos y nominaciones habidas y por haber.
Fernando fue miembro correspondiente, de número, vicepresidente de la Junta, secretario general, presidente de la junta y presidente honorario, lo que muestra la calidad de gente que era.
Por aquellas circunstancias de la vida, no pude estar presente en sus exequias ni acompañarlo al cementerio donde me hubiera gustado lanzar a su tumba un puñado de flores, acompañado de mis suspiros de tristeza.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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