Gerardo Raynaud
Miguel Alvarado García fue un prestigioso abogado penalista de la ciudad de
Cúcuta por los años cincuenta del siglo XX.
Como era usual en aquellos tiempos, sobre todo entre personajes
polémicos y especialmente dedicados a las actividades que podrían considerarse
riesgosas, portar un arma era de lo más habitual.
Para un profesional de sus condiciones, mantener un arma en el cinto era
parte de su vestimenta.
Para un penalista de su reputación, los problemas parecían atraerlo, por
esta razón, en más de una oportunidad estuvo envuelto en dificultades en la que
su vida peligraba.
A mediados del 53 se había trasladado a la ciudad de Bogotá, donde llevaba
varios negocios y allí se vio envuelto en un tiroteo que involucraba una mujer,
al parecer por una relación sentimental, resultando herido en la pierna
izquierda, lo cual casi le ocasiona la muerte.
Repuesto de sus dolencias regresó a la ciudad donde retomó sus actividades
jurídicas y algunas otras que por su preparación era llamado para su desempeño.
El abogado Miguel Alvarado hacía obtenido su título de doctor en
jurisprudencia en la universidad Externado de Colombia en 1944 y desde muy
temprano ejercía su profesión, especializándose en la rama del derecho penal.
Su éxito profesional y su destacada gestión personal abrió las puertas para
ingresar a la carrera diplomática, que entonces no tenía los requisitos ni las
condiciones que hoy la caracterizan, siendo nombrado cónsul, primero en la
vecina población de San Antonio del Táchira y luego de un brillante desempeño
fue trasladado a la ciudad de Esmeraldas en la costa pacífica del Ecuador
donde, en representación del país, ejerció en iguales condiciones el cargo de
cónsul general.
Cumplida su misión diplomática y de vuelta a su terruño, se desempeñó en
algunos cargos políticos, como la presidencia de la Junta Directiva de las
Empresas Públicas Municipales, igualmente ejerció como Consejero Municipal.
En el campo de su profesión fue miembro del Colegio de Abogados del Norte
de Santander y del Colegio de Abogados Penalistas de Bogotá. En el periodismo,
colaboraba frecuentemente en la mayoría de los diarios locales y en algunos de
la capital.
El año 1956 había sido un periodo de grandes triunfos profesionales, lo que
le había generado ingresos extraordinarios, razón por la cual estaba
programando unas vacaciones con su familia antes de reanudar sus labores de
comienzos de año.
Su familia estaba creciendo y con la llegada de un nuevo retoño, eran tres
sus herederos; la hija mayor, Janet había cumplido sus primeros cuatro años,
Miguel, de dos años y la recién nacida Patricia, conformaban un cuadro familiar
aparentemente feliz.
Como sucede en todas los matrimonios, los problemas no faltaban, más cuando
la personalidad de alguno de sus integrantes no era propiamente tranquila sino
todo lo contrario, dado lo agitado y turbulenta que se vuelve la existencia
cuando se ve rodeada de las circunstancias propias de su profesión.
Pues bien, comenzaba el año 57, el lunes 21 de enero, se sucede en la
ciudad, una dolorosa y lamentable tragedia que conmovió profundamente a toda la
sociedad cucuteña.
Miguel, su esposa Ligia Ramírez y sus tres hijos concluían el almuerzo en
su casa de habitación; las criadas terminaron sus labores domésticas y salieron
a realizar algunas diligencias, mientras tanto y como era su costumbre,
acostaron a los niños para su siesta diaria.
La pareja se retiró a su habitación comenzando una discusión por cuestiones
que no pudieron establecerse plenamente, pero que algunos comentaron que eran
pasionales los motivos de la discordia, pues en varias ocasiones se les había
escuchado discutir sobre el tema.
En esos momentos, en que los esposos comenzaron la riña, las criadas se hallaban
fuera de la vivienda y los hijos durmiendo; al poco rato una de las empleadas
que había regresado, escuchó los disparos e inmediatamente llamó a su compañera
para avisarle que algo grave estaba sucediendo.
Las dos muchachas, al darse cuenta de la gravedad de la situación llamaron
a los parientes de la señora Ligia, quienes de inmediato se dirigieron a la
casa para enterarse de lo sucedido.
Luego de constatar la tragedia y al encontrar los cuerpos agonizantes de
los esposos Alvarado Ramírez, los familiares de la esposa del doctor Alvarado,
solicitaron la presencia de las autoridades para que procedieran conforme a la
ley.
Le correspondió entonces al inspector de turno del Permanente Central, el
señor Francisco Pinto, quien en compañía de su secretario procedió a iniciar la
investigación.
Se hizo el levantamiento del cadáver de la señora Ligia, pues el doctor
Alvarado aún daba muestras de vida, a pesar de la gravedad de la herida de
carácter mortal que presentaba, ya que el proyectil había penetrado por la sien
derecha con orificio de salida por la coronilla; murió pocos minutos después en
presencia de los investigadores.
Los peritos encontraron el arma, una Colt Caballito calibre 32, al pie del
cuerpo del doctor Alvarado con tres vainillas; los cuerpos de los
desafortunados fueron hallados dentro de la habitación desordenada, la ropa y
los cajones del armario en desorden por lo que concluyeron que una pelea se
había producido entre ellos.
Al día siguiente, el juez primero penal municipal, Jaime González Peñaranda
y su secretario, procedieron a una detenida inspección ocular del lugar de los
trágicos acontecimientos para el esclarecimiento de tan lamentable y sentida
tragedia.
Se decidió el sellamiento de la habitación, así como la de la oficina del abogado,
además el juez ordenó a los médicos legistas para que procedieran a las
autopsias a fin de establecer efectivamente las causas de las muertes.
Una gran concurrencia se vio en el entierro, el miércoles 23 de enero, pues
muchos eran los amigos personales y políticos de la pareja.
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