miércoles, 16 de mayo de 2018

1306.- MUSICA DE CANTINA EN CUCUTA



Sergio Peña
(De su libro, ´Recordemos Música Isleña y Caribeña…´, promovido por la Fundación Cultural El 5 a las 5)

Esquina sureste avenida 6ª con calle 13

¿16 + 15 + 6 – 10 + 11, ... Oscar Peña?... Era mi turno para dar la respuesta acertada al Padre Tomás en la clase de Matemáticas de esa tarde calurosa, en uno de los años iniciales de la década de los maravillosos años 60.

Pero Peña no estaba, al menos su mente… El salón de clases del segundo piso del viejo edificio que ocupaba en ese entonces el colegio Calasanz, estaba directamente encima del bar situado en la calle 13 con avenida 6a, esquina, y a esa hora de la tarde sonaban a todo volumen los acordes de la música de la ‘rockola’.

Me había distraído un toque de corneta y luego una voz gangosa que anunciaba:

“Vengo a decirle adiós a los muchachos, porque pronto me voy para la guerra y aunque vaya a pelear en otras tierras voy a salvar mi derecho, mi patria y mi fe.”

Intenté volver mi atención a la clase, pero no pude evitar ponerme nostálgico con las últimas estrofas:

“Solo me parte el alma y me condena que deje tan solita a mi mamá, mi pobre madrecita que está viva, quien en mi ausencia la recordará.”

La canción era cada vez más triste:

“Quien me le rezará si ella se muere, quien pondrá una flor en su sepultura, quien se condolerá de mi amargura si yo vuelvo y no encuentro a mi mama.”

El final con un nuevo toque de corneta, esta vez en señal de duelo era para sacar lágrimas, sólo que en esta ocasión el regaño del Padre y la mala nota aportaron su cuota a mi tristeza.

Al salir esa tarde, regresando a la casa de La Nona, me detuve un rato en esa esquina observando el sitio, amplio, abierto, ventilado y ocupado por múltiples mesas donde grupos masculinos departían y bebían las cervezas frías que les llevaban las meseras, coperas o cantineras, jóvenes damiselas que atendían sus clientes.

En el centro del sitio estaba la causante de mis pesares, la ‘rockola’, y el señor gangoso continuaba su perorata esta vez lamentando que:

“Yo no he visto a linda, parece mentira, tantas esperanzas que en su amor cifré. No le ha escrito a nadie, no dejó una huella, no se sabe de ella desde que se fue”.  

A pesar de las advertencias de mi madre de no parar en esa esquina prohibida, no pude con la tentación de escuchar hasta el final la queja del gangoso:

“Sabrá Dios cuantos le estarán pintando ahora pajaritos en el aire, yo no he querido ni podré querer a nadie con tan loco frenesí, menos el domingo... tooooooodas las tardes, salgo a ver al cartero a ver si trajo algo para miii”.

Decidí mudar mis sesiones de música de cantina para la clase de religión, ya que el Padre se sentaba en su silla y nos leía pasajes de la biblia, lo cual facilitaba mis escapadas mentales, aunque a veces se ponían interesantes las historias de los personajes bíblicos, como las andanzas del sinvergüenza del Rey David o el erotismo implícito en El Cantar de los Cantares que a mí sí me lo leyeron.

Fue así como me enteré de que había aparecido Linda:

”Por fin recibí carta de Linda, por fin, ahora si se dónde está esta. En un convento donde vive cerca al cielo, donde se cortó su pelo y entrego su libertad”.

No joda, que ‘man’ tan de malas, pensé.

También me enteré de que existía algo que llamaba:

 ”Virgen de media noche, Virgen eso eres tú, para adorarte toda, rasga tu manto azul”.

No entendía algunas estrofas, porque como así, en una canción a la Virgen le decía:

“Señora del pecado, cuna de mi canción, vine arrodillado, junto a tu corazón”

Y peor aún:

”Virgen de media noche, cubre tu desnudez, bajaré las estrellas, para alumbrar tus pies”.

Además del señor gangoso, que mi ilustrado hermano Sergio me contó se llamaba Daniel Santos, aparecieron tiempo después otros intérpretes con temas más fuertes aún, los cuales sonaban en la tienda de la gorda Tulia, enigmático personaje que apareció con su establecimiento en una de las esquinas de mi cuadra, aprovechando que el D.A.S. (después mutaría su razón social a Departamento Administrativo de Inseguridad) había inaugurado su sede en la calle 17 entre avenidas 2a y 3a.

Algunas canciones rondaban la incitación al delito, como La Cárcel de Sing Sing que contaba:

“Yo tuve que matar, a un ser que quise amar y aunque aun estando muerta yo la quiero, al verla con su amante a los dos los maté, por culpa de esa infame moriré”.

Lo reafirmaba en El preso No 9:

“Al preso No 9 ya lo van a confesar, está rezando en la celda con el cura del penal, porque antes de amanecer la vida le han de quitar, porque mató a su mujer y a un amigo desleal. Dice así al confesor, los maté sí señor, y si vuelvo a nacer, yo los vuelvo a matar. Padre no me arrepiento ni me da miedo la eternidad, Yo sé que allá en el cielo el ser supremo me ha de juzgar. Voy a seguir sus pasos voy a buscarlos al más allá”.

La voz era un poco más aguda que la de Daniel Santos y al acudir a la ilustración de mi oráculo en materia musical, me dio su nombre: Alci Acosta.

Que toche tan de malas, escuche esta vaina, le comenté:

“No te apures compañero si me destrozo la boca, no te apures que es que quiero con el filo de esta copa borrar la huella de un beso traicionero que me dio. Mozo... Sírvame la copa rota sírvame que me destroza esta fiebre de obsesión Mozo... Sírvame la copa rota, quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor”.

Con el auge de la salsa estos temas tristes se vieron acompañados en las rockola por las canciones de La Fania y era intérprete preferido don Héctor Lavoe con temas como El Cantante. Igualmente estaba el maestro Dámaso Pérez Prado con su Mambo.

Muchas de las damas que poblaban estos sitios provenían del occidente de país, donde la salsa era auténtica pasión y alguna vez en ese sitio tan conocido de Cúcuta como fue el bailadero “Ciudad Llanera” vi la mejor bailarina de mambo que he visto en mi vida.

No podía creer que alguien moviera los pies con tanta agilidad, yo que no podía bailar ni siquiera ”La Sirena”, que para mí no era ese ser mitológico sino una tortura, durante la cual escuchaba la alarma de los Bomberos Voluntarios para avisarnos que eran las 12 o que había un incendio o una inundación.

Ni el paso del tiempo ha logrado borrar del recuerdo de muchos esta música y es por eso que eruditos como Sergio, que ya ostenta el título del “Mejor Billólogo del mundo”, nos ilustran con su conocimiento y nos ayudan a conocer mejor a esos autores y sus intérpretes.

Si Oscar Eduardo, mi hermano menor, tuvo esas dudas al llegar a la calle 13, díganme, las que yo  tuve, cuando en 1956, entré al Calasanz ubicado en esa calle…

Pasando la avenida 6a por la 13, eran sitios de “pecado”, encabezados por “El Palenque”, por lo cual, aparte de venir del Gimnasio Domingo Savio, santo, cuyo lema era ’morir antes que pecar’ y mostraba al niño Domingo subido en un árbol persiguiendo con un cuchillo gigante al diablo, era traumático para mí, pero las canciones y la “carne” que exhibían en esos sitios fueron más fuertes que la inocencia, dando inicio a ser ferviente admirador de la música de rockola, hasta una maestría hice en Manizales en las aulas del “Café Central”, a donde llevamos a Alci Acosta, en los célebres 45 rpm.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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