Sergio Peña
(De su libro, ´Recordemos Música Isleña
y Caribeña…´, promovido por la Fundación Cultural El 5 a las 5)
Esquina sureste
avenida 6ª con calle 13
“¿16 + 15 + 6 – 10 + 11, ... Oscar
Peña?... Era mi turno para dar la respuesta acertada al Padre Tomás en la clase
de Matemáticas de esa tarde calurosa, en uno de los años iniciales de la década
de los maravillosos años 60.
Pero
Peña no estaba, al menos su mente… El salón de clases del segundo piso del
viejo edificio que ocupaba en ese entonces el colegio Calasanz, estaba
directamente encima del bar situado en la calle 13 con avenida 6a, esquina, y a
esa hora de la tarde sonaban a todo volumen los acordes de la música de la
‘rockola’.
Me
había distraído un toque de corneta y luego una voz gangosa que anunciaba:
“Vengo a decirle adiós a los muchachos, porque pronto
me voy para la guerra y aunque vaya a pelear en otras tierras voy a salvar mi
derecho, mi patria y mi fe.”
Intenté
volver mi atención a la clase, pero no pude evitar ponerme nostálgico con las
últimas estrofas:
“Solo me parte el alma y me condena que deje tan
solita a mi mamá, mi pobre madrecita que está viva, quien en mi ausencia la
recordará.”
La
canción era cada vez más triste:
“Quien me le rezará si ella se muere, quien pondrá una
flor en su sepultura, quien se condolerá de mi amargura si yo vuelvo y no
encuentro a mi mama.”
El
final con un nuevo toque de corneta, esta vez en señal de duelo era para sacar
lágrimas, sólo que en esta ocasión el regaño del Padre y la mala nota aportaron
su cuota a mi tristeza.
Al
salir esa tarde, regresando a la casa de La Nona, me detuve un rato en esa
esquina observando el sitio, amplio, abierto, ventilado y ocupado por múltiples
mesas donde grupos masculinos departían y bebían las cervezas frías que les
llevaban las meseras, coperas o cantineras, jóvenes damiselas que atendían sus
clientes.
En
el centro del sitio estaba la causante de mis pesares, la ‘rockola’, y el señor
gangoso continuaba su perorata esta vez lamentando que:
“Yo no he visto a linda, parece mentira, tantas
esperanzas que en su amor cifré. No le ha escrito a nadie, no dejó una huella,
no se sabe de ella desde que se fue”.
A
pesar de las advertencias de mi madre de no parar en esa esquina prohibida, no
pude con la tentación de escuchar hasta el final la queja del gangoso:
“Sabrá Dios cuantos le estarán pintando ahora
pajaritos en el aire, yo no he querido ni podré querer a nadie con tan loco
frenesí, menos el domingo... tooooooodas las tardes, salgo a ver al cartero a
ver si trajo algo para miii”.
Decidí
mudar mis sesiones de música de cantina para la clase de religión, ya que el
Padre se sentaba en su silla y nos leía pasajes de la biblia, lo cual
facilitaba mis escapadas mentales, aunque a veces se ponían interesantes las
historias de los personajes bíblicos, como las andanzas del sinvergüenza del
Rey David o el erotismo implícito en El Cantar de los Cantares que a mí sí me
lo leyeron.
Fue
así como me enteré de que había aparecido Linda:
”Por fin recibí carta de Linda, por fin, ahora si se
dónde está esta. En un convento donde vive cerca al cielo, donde se cortó su
pelo y entrego su libertad”.
No
joda, que ‘man’ tan de malas, pensé.
También
me enteré de que existía algo que llamaba:
”Virgen de media noche, Virgen eso
eres tú, para adorarte toda, rasga tu manto azul”.
No
entendía algunas estrofas, porque como así, en una canción a la Virgen le
decía:
“Señora del pecado, cuna de mi canción, vine
arrodillado, junto a tu corazón”
Y
peor aún:
”Virgen de media noche, cubre tu desnudez, bajaré las
estrellas, para alumbrar tus pies”.
Además
del señor gangoso, que mi ilustrado hermano Sergio me contó se llamaba Daniel
Santos, aparecieron tiempo después otros intérpretes con temas más fuertes aún,
los cuales sonaban en la tienda de la gorda Tulia, enigmático personaje que
apareció con su establecimiento en una de las esquinas de mi cuadra,
aprovechando que el D.A.S. (después mutaría su razón social a Departamento
Administrativo de Inseguridad) había inaugurado su sede en la calle 17 entre
avenidas 2a y 3a.
Algunas
canciones rondaban la incitación al delito, como La Cárcel de Sing Sing que
contaba:
“Yo tuve que matar, a un ser que quise amar y aunque
aun estando muerta yo la quiero, al verla con su amante a los dos los maté, por
culpa de esa infame moriré”.
Lo
reafirmaba en El preso No 9:
“Al preso No 9 ya lo van a confesar, está rezando en
la celda con el cura del penal, porque antes de amanecer la vida le han de
quitar, porque mató a su mujer y a un amigo desleal. Dice así al confesor, los
maté sí señor, y si vuelvo a nacer, yo los vuelvo a matar. Padre no me
arrepiento ni me da miedo la eternidad, Yo sé que allá en el cielo el ser
supremo me ha de juzgar. Voy a seguir sus pasos voy a buscarlos al más allá”.
La
voz era un poco más aguda que la de Daniel Santos y al acudir a la ilustración
de mi oráculo en materia musical, me dio su nombre: Alci Acosta.
Que
toche tan de malas, escuche esta vaina, le comenté:
“No te apures compañero si me destrozo la boca, no te
apures que es que quiero con el filo de esta copa borrar la huella de un beso
traicionero que me dio. Mozo... Sírvame la copa rota sírvame que me destroza
esta fiebre de obsesión Mozo... Sírvame la copa rota, quiero sangrar gota a
gota el veneno de su amor”.
Con
el auge de la salsa estos temas tristes se vieron acompañados en las rockola
por las canciones de La Fania y era intérprete preferido don Héctor Lavoe con
temas como El Cantante. Igualmente estaba el maestro Dámaso Pérez Prado con su
Mambo.
Muchas
de las damas que poblaban estos sitios provenían del occidente de país, donde
la salsa era auténtica pasión y alguna vez en ese sitio tan conocido de Cúcuta
como fue el bailadero “Ciudad Llanera” vi la mejor bailarina de mambo que he
visto en mi vida.
No
podía creer que alguien moviera los pies con tanta agilidad, yo que no podía
bailar ni siquiera ”La Sirena”, que para mí no era ese ser mitológico sino una
tortura, durante la cual escuchaba la alarma de los Bomberos Voluntarios para
avisarnos que eran las 12 o que había un incendio o una inundación.
Ni
el paso del tiempo ha logrado borrar del recuerdo de muchos esta música y es
por eso que eruditos como Sergio, que ya ostenta el título del “Mejor Billólogo
del mundo”, nos ilustran con su conocimiento y nos ayudan a conocer mejor a
esos autores y sus intérpretes.”
Si
Oscar Eduardo, mi hermano menor, tuvo esas dudas al llegar a la calle 13,
díganme, las que yo tuve, cuando en 1956, entré al Calasanz ubicado en
esa calle…
Pasando
la avenida 6a por la 13, eran sitios de “pecado”, encabezados por “El
Palenque”, por lo cual, aparte de venir del Gimnasio Domingo Savio, santo, cuyo
lema era ’morir antes que pecar’ y mostraba al niño Domingo subido en un árbol
persiguiendo con un cuchillo gigante al diablo, era traumático para mí, pero
las canciones y la “carne” que exhibían en esos sitios fueron más fuertes que
la inocencia, dando inicio a ser ferviente admirador de la música de rockola,
hasta una maestría hice en Manizales en las aulas del “Café Central”, a donde
llevamos a Alci Acosta, en los célebres 45 rpm.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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