Gerardo Raynaud
Rafael Pineda, Angel Mª Corzo,
Ulises Joves, Pablo Tarazona, Víctor M. Guerrero y Rafael ´Rafuchas´ Martínez.
Estaban estrenando traje de etiqueta que les había obsequiado el Municipio de
Cúcuta por gestión del concejal Corcito. 1956.
Después de la reconstrucción, la vida de la ciudad fue retomando
paulatinamente el ritmo que había perdido tras la tragedia del terremoto.
Conocíamos de antemano las costumbres de nuestros antepasados, narradas
detalladamente en las crónicas escritas por Manuel Ancízar en su “Peregrinación
de Alpha”.
Éstas fueron recuperando poco a poco la regularidad, especialmente las
culturales, que a medida que se iban construyendo los escenarios propicios,
comenzaron a expandirse y a popularizarse en bien de la sufrida población y una
de las artes más destacadas, era la música.
La cultura musical regional ha sido una de las características que
identifica a los individuos de esta zona del país, pues como estímulo que
impresiona los sentidos, suscita experiencias estéticas, y expresa
sentimientos, pensamientos, ideas y emociones.
Desde entonces, compositores e intérpretes locales han surgido y brillado
en el firmamento artístico del país y el mundo; ha sido una constante en la
ciudad, el desarrollo de una cultura en este sentido y por ello, en esta
crónica haremos alusión a los actos que en este sentido se presentaban en el
pasado, aunque la costumbre se haya ido perdiendo por la aparición de las
nuevas tecnologías, que a pesar de expandir las artes, van diluyendo las
ilusiones y apagando los sueños. Lo que antes era prerrogativa de unos pocos
privilegiados, por fortuna ahora es material accesible a muchos y lo que
antes era restringido hoy está a disposición de la mayoría.
En el año 1945 se presentó en la Escuela de Música uno de los actos
culturales más interesantes de esos tiempos y el protagonista fue un personaje
de quien poco se conocía hoy de sus aptitudes y conocimientos musicales.
El padre eudista Luis Pérez Hernández, poco después sería entronizado como
primer obispo de la nueva diócesis de Cúcuta, pero en esa época, además de
destacado sacerdote era una verdadera autoridad en el cultivo de las bellas
artes. Decían los críticos que siendo la cátedra de la predicación apostólica,
su verdadera profesión, con la misma erudición hacía oír su voz para hablar de
pintura, de escultura y para ejecutar las notas del difícil arte del
pentagrama.
El acto en mención se realizó el último lunes del mes de junio. El R.P.
Pérez Hernández fue el centro de atracción del magno evento que cautivó con su
fluidez de palabra la atención de la selecta concurrencia. Puntualizó el
prestigioso conferenciante, objeto de tan simpática exhibición, sobre la
historia, origen y encantos del rey de los instrumentos musicales, su
estructuración anatómica y su transformación a través de varios siglos de
experimentos de las escuelas de luthiers. La donosura en el dominio de las
palabras y el gracejo literario de sus exposiciones hacían del levita
nortesantandereano un verdadero cultor de las artes musicales clásicas del
momento.
Con una magistral exquisitez interpretó con el instrumento de su
predilección, el violín, las piezas musicales de Beethoven, entre ellas el
Minuett, la Canción de Cuna de Hansser y para culminar su presentación escogió
una de las piezas musicales religiosas más sublimes, el Ave María de Schubert,
con la cual se llenó el claustro de armoniosa unción dentro del mayor
recogimiento y solemnidad.
El acompañamiento musical lo integraban los prestigiosos artistas, en el
piano, el maestro Fausto Pérez Mogollón, en los violines, los maestros Pablo
Tarazona Prada, recién incorporado a la plantilla de maestros de la Escuela y
Angel María Corzo Yáñez, a quien consideraban el más experto y mejor ejecutante
de ese enigmático instrumento.
Completando la jornada musical, se presentaron en dúo, ya consagrados por
su disciplina y amor al estudio los músicos vocales, alumnos de la Escuela,
Danilo Velasco y Jesús M. Monroy. En el chelo, otros destacados estudiantes, la
señorita Mariela Luna y el joven Helí Jara y en el contrabajo, Jesús Echeverri
quienes contribuyeron a darle al conjunto artístico el ritmo y los matices de
un verdadero concierto sinfónico.
Esos actos culturales de mediados de siglo se caracterizaban por la
sobriedad de sus participantes, tanto artistas como asistentes, quienes se
reunían fraternizando al término del evento y en muchas ocasiones prolongando
la reunión varias horas más, durante las cuales continuaban las
interpretaciones, ahora más informales casi que familiares, sin que esto
disgustara a los artistas; al contrario, se sentían halagados por la simpatía
demostrada. Y esto mismo sucedió en esta ocasión.
Terminado oficialmente el acto de la Escuela, ya en círculo familiar, en
charla sencilla y cordial, el autor de la velada infundió un tinte de gran
simpatía al motivo musical, escogiendo al azar y para culminar la velada en la
más alta nota de arte, a la espiritual señorita Ligia Ramírez Soto para que
ejecutara en el piano una pieza de su repertorio, la que cumplió con gran
dominio y con natural y admirable expresión de sentimiento, demostrando así que
era el más preciado fruto de la Escuela de Música de la ciudad y la mejor
alumna de la distinguida profesora doña Elena Ruiz de Valera. Por esta razón,
decían en los corrillos artísticos de esta pianista, que “el sortilegio de sus
manos sobre el nácar armonioso, cautivan como por arte de magia la atención de
peritos y profanos en el arte de Beethoven.”
Los artistas clásicos comenzaron su declive con el advenimiento de la
tecnología y aunque otros estilos musicales fueron apareciendo, la enseñanza de
la música clásica, por lo menos en nuestras latitudes ha ido perdiendo
simpatías.
La Escuela de Música del Departamento fue clausurada años más tarde, la
Banda Departamental sufrió igual destino, así que nuestro ámbito musical,
por lo menos en esta categoría, desapareció por completo. Así pues, solo nos
queda el acceso a la música culta a través de los medios tecnológicos que
coincidencialmente propiciaron su ocaso.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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