Gerardo Raynaud (La
Opinión)
A mediados de los años cincuenta, se dio un gran paso
cultural en la Cúcuta provinciana del siglo pasado. El cinco de junio de 1954
se inauguró la Discoteca Departamental.
Lejos está asociar este acto con las actividades
mundanas relacionadas con las prácticas y pasiones con que hoy se interpreta el
término “discoteca”.
No se trataba de un “bailadero” ni mucho menos. En esa
época la Biblioteca Julio Pérez Ferrero se había empeñado en promover las demás
actividades culturales diferentes a la lectura y por esa razón, se dio a la
tarea de proponer una nueva iniciativa cuya finalidad era entregarle a los
ciudadanos la oportunidad de escuchar las obras de los más famosos compositores
con la esperanza que se fuera formando una conciencia más estilizada y culta.
Recordemos que la Biblioteca Departamental estaba
ubicada en la calle novena frente al conocido hoy como Parque Nacional; sin
embargo, para guardar concordancia con la época de la crónica, las menciones
que se harán de los lugares y circunstancias se regirán por las usadas en ese
momento.
Así pues, tal como se anunció oficialmente, ese día,
primer sábado del mes de junio, se inauguró la Discoteca Departamental,
bautizada con el nombre del ilustre cucuteño Arturo Villamizar Berti, en
recuerdo al insigne ciudadano que enaltece a quienes concibieron y realizaron
este feliz advenimiento.
El acto inaugural se cumplió en forma por demás
sencilla, con un auditorio bien aprestigiado por la presencia de distinguidas
damas de la sociedad, por los secretarios del despacho del gobernador Gonzalo
Rivera Laguado, por los reverendos sacerdotes de las distintas parroquias de la
ciudad y algunas otras personalidades en un número que no alcanzaba la cifra de
cincuenta individuos.
Esta situación, llenó de escepticismo a las directivas
de la Biblioteca, quienes ante el aspecto desolador del recinto,
manifestaron que era la demostración de la indiferencia de estas expresiones
del espíritu, sin que ello significara la ausencia de valores de primera
magnitud en el “divino arte”.
Vale decir que los mentores de la idea no debieron, de
ninguna manera, sentirse defraudados, sino al contrario, prometieron continuar
con su gestión hasta “obligar” a nuestro público, alto o bajo, a oír las
composiciones de los más famosos músicos, con la seguridad de que poco a poco
se les irá formando esa conciencia cultural que tanto aspiraban.
Sin embargo, entre las muchas razones del desinterés
por dicho acto, vale la pena mencionar, entre las más importantes, las
condiciones ambientales que rodeaba el punto de encuentro.
Sin desconocer la elegancia del llamado en ese
entonces, el Salón de Conferencias del Palacio de Mejoras Públicas, en el que
se destacaba el lujo y la comodidad de sus butacas, el recinto no otorgaba las
facilidades que hicieran atractiva la estancia de los asistentes, pues era
estrecho, caluroso y mal ventilado.
Sin duda, y como era de suponer, el calor no permitía
permanecer mucho tiempo sentado, razón por la cual, posteriormente se les
recomendó a los encargados de la programación, instalar
altoparlantes sobre la fachada frente al parque del Palacio Santander, a
fin de que los conciertos puedan oírse al aire libre y a lo fresco.
No sabemos si la sugerencia fue aceptada, pero de
hecho, la existencia de la Discoteca no sobrevivió por mucho tiempo.
Continuando con el programa propuesto en la magna
inauguración, el acto central no fue un concierto ni la presentación de obra
musical alguna, como era de esperarse para ser contextualmente
coherentes, sino la presentación de un ilustre nortesantandereano catalogado en
ese entonces como uno de los primeros cuentistas, orgullo de Cúcuta su tierra
natal. Se trataba del padre Rafael García-Herreros quien apenas comenzaba su
cruzada social-cristiana y había propuesto como tema de su exposición una
disertación sobre las cuestiones sociales del momento.
Aunque la conferencia era de una palpitante actualidad
y su desarrollo mostraba el gran conocimiento que sobre el tema tenía, estimo
que las expectativas del público no eran las de una charla sobre las políticas
sociales que se desplegaban en esos años, sino algo más relacionado con el
objeto de la convocatoria.
El discurso resultó bastante interesante para los
profesionales y especialmente para los funcionarios públicos, toda vez que
explicó con lujo de detalles las tres doctrinas imperantes durante la primera
mitad del siglo XX:
La doctrina individualista basada en la Plusvalía de
los ingleses, fundada en la desmoralización de la dignidad humana y que fue la
base del capitalismo actual impulsado por los norteamericanos; la doctrina
comunista, originaria de Rusia e impulsada por Marx y apoyada por la
belicosidad de Lenín y sobre la cual no se extendió, salvo para decir que sus
agentes se aprovechaban de los problemas nacionales para “fomentar sus roídas
teorías”; y su nueva teoría de la Social Cristiana, en la cual la Iglesia
Católica propugnaba por la dignificación del trabajador como factor de riqueza
con una remuneración ajustada al nivel de vida que debe tener “como hijo de
Dios”.
Como puede apreciarse en el breve resumen de su
conferencia que duró algo más de una hora, a pesar de lo interesante, la
concurrencia salió más aburrida que contenta, pues nunca se imaginaron que les
quedarían debiendo el verdadero objeto de la citación, pues esperaban
deleitarse con las gloriosas notas de las más encumbradas obras musicales.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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