jueves, 6 de junio de 2019

1504.- 50 AÑOS BACHILLERES 1968 COLEGIO CALASANZ



Oscar Peña Granados (Imágenes)

Han pasado 50 años desde cuando el 28 de noviembre de 1968 nos graduamos 29 jóvenes, en una bonita ceremonia en el teatro Zulima, en una conjunción de anhelos, con la emoción de los padres, los amigos, los profesores, en quienes se sembraba una huella de esperanza por nuestro porvenir. Somos parte del recuerdo de Calasanz: cada uno, desde su espacio y su tiempo, según su talento. Los más brillantes se lucieron; los menos, también, con esfuerzo compensamos las deficiencias y superamos obstáculos. De manera que nos sentimos orgullosos y ofrecemos al colegio una ofrenda de gratitud.

 Juan Pabón Hernández

 Promoción de bachilleres del colegio Calasanz
28 de noviembre de 1968



BACHILLERES: Jorge Arango Villegas, Campo Elías Borrero Gómez, José A. Carrillo Castillo, Ramón Castrillón Tarazona, José Joaquín Celis Gutiérrez, William Faillace Escalante, Álvaro García Ramírez, Mauricio García Silva, Eusebio Gómez Arvilla, Félix F. Martínez Blanco, Víctor M. González Angarita, Fernando González Miranda, Rodolfo Granados Díaz, Luis I. Lizcano Bueno, Luis F. Mantilla Briceño, Oscar Peña Granados, Juan Pabón Hernández, Jairo E. Nieto Hernández, Sergio E. Mutis Villamizar, Augusto Montagut Cote, Jaime R. Pérez Sanclemente, Eduardo A. Pizarro Hoyos, Carlos Rodríguez Duarte, Eduardo Sabogal Sayago, José V. Suarez Briceño, Ramón G. Urquijo Castro, Germán E. Villamizar García, Hernando Villamizar Gómez, Sergio Yáñez Canal.

PROFESORES: P. Leonardo Ordaz, P. Eugenio Cano, P. Manuel Guerra, P. José Delgado, Dr. Luis E. Conde Girón, Dr. Luis Peña, Profesor Romero, Profesor David Silva, Profesor Guillermo Mendoza, Profesor Abraham Lizcano.



Dice un tango muy famoso “Que veinte años no es nada” y yo lo usaría para decir “Que cincuenta años no es nada”, cuando veo a mis compañeros en los preparativos para celebrar medio siglo de nuestro grado de Bachilleres.

Sin importar los caminos que hemos en este tiempo, todos: arquitectos, agrónomos, ingenieros, educadores, prósperos comerciantes, doctores en física y en medicina, volvemos a ser los mismos muchachos a pesar de la artritis, las cardiopatías, la hipertensión, la temida hipertrofia prostática, la antiestética calvicie y la lucha porque las tinieblas del olvido no borren nuestros recuerdos.

Rápidamente surge el mismo relajito de otras épocas y se escuchan los llamados a Caneco, El Chivo, Chiricuto, Nicotina, Caballito, Garrapato, Paciencia y demás apodos que usábamos para nombrarnos en esos años que compartimos en el Colegio Calasanz de Cúcuta.

Sin más parafernalia que el recuerdo comienzo mi viaje por el tiempo situándome en esa mañana de febrero del año 59, cuando entré por primera vez a las aulas del colegio.

Funcionaba en un edificio que tenía ya algunos años, el cual había mutado su función original de una fábrica de cerveza para convertirse en las instalaciones de un colegio. Los arquitectos me dirían que era un edificio de estilo republicano, de dos pisos, pintado de color blanco marfil, situado en pleno centro de Cúcuta, calle 13 entre avenidas 5a. y 6a. Enquistado en la esquina de la avenida Sexta funcionaba un bar que nos daba un adelanto de lo que podría encontrarse calle 13 arriba y el cual se encargaba de dictarnos la cátedra de música de cantina con su rocola a todo volumen en las tardes.

Los primeros años transcurrieron bajo la tutela del padre Tomas Saiz, recién ordenado y de buen temperamento. Para segundo de primaria, el primer año que cursé en el Calasanz, estábamos agrupados cuarenta y pico de muchachos bastante chiflados en un amplio salón del primer piso. El padre sabía encausar nuestra energía haciéndonos participar en reñidas batallas para lograr los primeros puestos haciéndonos preguntas sobre la materia que correspondía.

Desde el primer momento se destacaron Sergio Yáñez, Joaquín Celis, Hernando Villamizar entre otros, pero los recuerdo a ellos en especial ya que fueron compañeros en el resto del viaje hacia nuestro grado de Bachilleres.

Con mucha frecuencia quedaba en un puesto vecino al de Augusto Montagú, quien poseía una gran imaginación y en los momentos de descanso me escenificaba sobre el pupitre, con sus ágiles dedos, sangrientas batallas, obras de teatro y demás historias que salían de su mente. Esos mismos ágiles dedos le sirvieron para ejercer con suficiencia la Medicina en una de sus ramas quirúrgicas.

El padre usaba las preguntas capciosas en algunas ocasiones, recuerdo en especial esta pregunta a la víctima de turno: ¿De qué tamaño son los huevos que pone el gorila? Como nuestro compañero no había preparado bien el tema, los gorilas en esas épocas solo se veían en las películas de Tarzán, y su vecino, un primo suyo en quien confiaba por lazos de sangre le decía que, del tamaño de un balón, optó por esta respuesta provocando la carcajada general y la tomadura de pelo por un buen tiempo pidiéndole todos nosotros huevos de gorila fritos para el desayuno.

Tuvimos que aprendernos la parte del acólito en latín como se usaba en la época, y por riguroso turno ayudar en la misa matutina. No faltaba quien se equivocase y soltara un Kyriel Eleison cuando no correspondía o lo peor, tocar las campanillas a rebato por fuera del momento intencionalmente o por equivocación, provocando la carcajada general de la feligresía y el castigo al infractor.

En esos años de la primaria fue muy marcada la influencia de lo español, estudiábamos todas las materias en una Enciclopedia que se traía de España; el libro de lectura, especialmente una edición de El Quijote adaptada como texto de estudio, venía de ultramar. El colegio nos proyectaba películas de Joselito y Marisol y recibíamos anualmente al Padre Salvador, mártir en los campos de concentración republicanos de la Guerra Civil Española.

El padre Tomás, aficionado a los toros escenificaba corridas cuando nos veía aburridos de estudiar, con torero, banderillero, picador y un pobre toro que sufrió una vez un accidente cuando el banderillero se tomó muy en serio su labor.

La parte seglar de la primaria estuvo a cargo principalmente de don Roque, grande en tamaño y humanidad, quien intentó convertir en cracks de fútbol a troncos tan grandes como el suscrito y creó el equipo Los Invencibles que otros llamaron los Invisibles porque en el campo de juego no se nos veía una buena jugada.

Aceptando su fracaso me invitó a participar en una obra teatral que presentamos para el acto final de quinto año, con la cual se cerró nuestro paso por el edificio de la trece y pasamos a las nuevas instalaciones en el entonces conocido como barrio Blanco.

La adolescencia fue aún más loca quizá por la carga de testosterona que caracteriza esa edad; sufrieron con nosotros algunos profesores a quienes espero no ofender con mis recuerdos.

El profesor de Ciencias Naturales a quien llamábamos Crispín, cayó en desgracia con algunos compañeros cuando afirmó que tener un limonar en la casa era como tener una farmacia. A partir de ese momento hubo un sistemático saboteo durante los años que nos dio cátedra y jamás quiso volver a compartir un salón de clases con nosotros.

Pablito Martínez tomó por su cuenta las lecturas en las clases de Química, leía mal alguna frase o se inventaba algún término que no correspondía solo para hacernos reír, a costa incluso de ser expulsado. Pero como nuestro profesor tenía muchas ocupaciones por ser un destacado profesional, a la clase siguiente Pablito volvía a leer con iguales o peores resultados.

Monsieur Guillot, profesor de francés, batió record de expulsiones de clase con nosotros pues mientras un grupo se dedicaba a prolongar indefinidamente la terminación ainsisoit-il con que se finalizaba las oraciones o a pronunciar mal el Me voici, el otro grupo pedía a grito herido la expulsión fulminante por groseros de los infractores. Casi media clase se perdía en el bochinche de las expulsiones y las protestas de los afectados.

El punto máximo sucedió cuando el sacerdote encargado de dictar Física tuvo necesidad de viajar a su país por una temporada larga. Decidieron no remplazarlo y darnos ese tiempo para estudio, pero nosotros lo invertimos en hacer una parodia del programa “Diluvio de Estrellas” que presentaba la en esa época rica televisión de nuestra querida Venezuela y donde fácilmente dos o tres estrellas de fama mundial se presentaban en una noche.

Teníamos a Fernando Martínez haciendo las veces de Gilbertico Correa como presentador y pasaron por nuestro escenario grandes estrellas. Recuerdo en especial La Tongolele, exótica bailarina de origen mexicano, porque fue imitada con gran perfección.

Ante tanta locura y fracasada la estricta fiscalización que sobre nuestra pureza realizó el padre Juan Antonio, creyeron los buenos sacerdotes que nos caería bien un retiro espiritual por fuera de nuestro terruño. Solo sirvió para trasladar este grupo de chiflados a Bucaramanga, donde tuvieron un mal final pues fueron castigados con sendos linternazos, propinados por el director de la casa de retiro, por invertir las noches jugando cartas en vez de reflexionar sobre sus pecados.

Afortunadamente para el Colegio y tristemente para nosotros llegó un 28 de noviembre de 1968, día en que pusimos punto final a la comunidad que se había forjado en tantos años de estar juntos, pero no a nuestro compañerismo, y por eso estamos hoy contestando al llamado del recuerdo y a honrar la memoria de quienes ya no están en esta dimensión.

Oigo el llamado a lista: Arango, Borrero, Carrillo, Castrillón, Celis… y espero escuchar el ¡presente! de todos ¡¡¡ Un gran abrazo, compañeros !!!



ENTONCES LOS CALASANCIOS
ENTONÁBAMOS “LAS CAMPANAS…”
Las campanas repican vibrantes,
Calasanz, volteando en tu honor,
y los cirios te ofrecen semblantes
en tu altar su poema de amor;
así quieren tus hijos queridos
sobre el son de las torres cantar
y con besos de amantes latidos
ser los cirios que alumbren tu altar.
Gloria y honor, gloria y amor a Calasanz.
Insigne pedagogo
mentor de juventudes,
espejo de virtudes,
del alma estudiantil;
alumbra nuestras mentes,
inflama nuestros pechos,
de amores y ansias hechos y vida juvenil.
Las campanas repican vibrantes.
Calasanz, volteando en tu honor,
y los cirios te ofrecen semblantes
en tu altar su poema de amor;
así quieren tus hijos queridos
sobre el son de las torres cantar
y con besos de amantes latidos
ser los cirios que alumbren tu altar.
Gloria y honor, gloria y amor a Calasanz.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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