Gerardo Raynud (La
Opinión)
Luego del periodo conocido como “La Violencia”, los partidos Liberal y
Conservador pactaron el Frente Nacional para alternarse en el gobierno y
dividirse la burocracia estatal. Sin embargo, el bipartidismo tuvo matices que
afloraron en el inicio de este periodo.
Luego del periodo conocido como “La Violencia”, los partidos Liberal y
Conservador pactaron el Frente Nacional para alternarse en el gobierno y
dividirse la burocracia estatal. Sin embargo, el bipartidismo tuvo matices que
afloraron en el inicio de este período.
La puja por la obtención de los empleos del sector público, ha sido desde
el mismo comienzo de nuestra institucionalidad, tema de eterna discusión entre
los distintos actores políticos. Durante los primeros años del siglo XX, los
dos partidos tradicionales se disputaron el poder y por lo tanto, las mieles de
los empleos públicos, que han sido el sustento de la autoridad, aunque esta no
haya sido aplicada en muchas ocasiones, con justicia ni equidad.
Durante la primera mitad del siglo XX, los partidos tradicionales
colombianos, liberales y conservadores, se alternaron el poder. Los primeros
treinta años, fueron llamados “Hegemonía azul”, pues sus gobernantes
pertenecían al partido que se ha distinguido por el uso de la bandera de ese
color. De hecho, venían controlando el Estado desde finales del siglo anterior,
de manera que cuando fueron “desbancados” del poder, por el partido de
oposición, completaban 46 años de dominio político.
Para las elecciones de 1930, los liberales aspiraban a mantenerse en el
poder, por lo menos, durante 50 años, lapso que no alcanzó a cumplirse por la
fractura presentada en las elecciones de 1946, cuando nuevamente ascendieron
los conservadores.
Esta somera introducción tiene por finalidad contextualizar las condiciones
del país y el manejo de la burocracia. De hecho se sabe, o por lo menos se
presume, que cuando un grupo político toma posesión, toda la plantilla
burocrática, con excepción de los cargos eminentemente técnicos, son ocupados
por personal de su filiación política.
A raíz del famoso “Bogotazo” de 1948, los líderes de ambos partidos
decidieron ponerse de acuerdo para terminar con la violencia partidista que azotaba
al país e iniciar un nuevo período para consolidar la paz política que tantos
muertos ocasionaba por el solo hecho de pertenecer a una divisa política
cualquiera.
En la discusión sobre el reparto de los puestos, tanto políticos como
burocráticos, se llegó a una solución salomónica llamada “milimetría”, según la
cual, el reparto sería equitativo, es decir, la mitad para cada uno de los
partidos tradicionales, esto se pactó durante 16 años, al cabo de los cuales se
pudo comprobar con efectos prácticos que el experimentó logró los objetivos
propuestos.
Pero en los primeros años del siglo pasado, se presentaban picarescas
y algunas veces, indiscretas situaciones en cuanto a nombramientos se trataba,
que resultaban ser la comidilla en los cafés y tertuliaderos de las ciudades y
pueblos en todo el país. Por esta razón, les traigo a mis lectores las notas
publicadas con ocasión de la escogencia, que para ciertos cargos, se hacían en
aquellos ya lejanos tiempos.
Veamos, en uno de los periódicos de más amplia circulación en el año 42,
leíamos:
“…antes cuando la primera hegemonía, la oposición vivía pendiente del
movimiento de los ciudadanos que eran escogidos para el desempeño de ciertas
posiciones oficiales en la administración.
El liberalismo, que dicho sea de paso, es una cosa en la oposición y otra
en el gobierno, constituía para el conservatismo la espada de Damocles puesta
sobre la cabeza de los que por una u otra causa engarzaban en los menesteres
presupuestales. Daba qué hacer esa constante e inflexible escrupulosidad
que se gastaba persiguiendo la personalidad de esos agraciados, su competencia,
sus modales, sus antecedentes, en fin, la manera general cómo hubiera vivido
antes de entrar a acariciar la nómina. Que era político extraordinario, agresivo,
guapetón, amigo de pendencias, etc.
El partido de oposición se sentía amenazado, veía espantado proyectos de
muerte, vislumbres de exterminio personal de alguno de los sostenedores de esa
oposición, y entonces rasgaba sus vestiduras y prorrumpía en protestas
acaloradas.
En más de una ocasión muchos nombramientos de conservadores eran
consultados con liberales como Leandro Cuberos, Manuel José Vargas o Miguel
Durán Durán; necesitaban para mantener la tranquilidad en los campos de ese
partido. Y cuando el parecer de alguno de estos caballeros, el conservador
candidatizado no reunía las condiciones para ofrecerles las garantías que ellos
exigían, pues no se nombraba y se atendía la recomendación que tales señores
hicieran… de eso somos testigos presenciales”.
Hasta aquí la nota periodística que termina argumentando que a partir de
ese momento comenzó la decadencia del conservatismo y entró a dominar el
corazón del gobierno que así procedía.
Recordemos que fueron los años de las reformas del gobierno de López
Pumarejo, particularmente de su segundo mandato, cuando el clima de
polarización era cada día mayor, entre otras razones por el desarrollo de la
segunda guerra que tuvo efectos nefastos sobre la economía del país.
En su primer período había iniciado su ‘Revolución en Marcha’, la que
tuvo que abandonar al término de su mandato para enfrentar la
‘contrarrevolución’ iniciada por el partido Conservador y por algunos sectores
de su mismo partido.
En la ciudad mientras tanto, la corrupción se paseaba rampante por las
administraciones liberales. Por ello, los medios de oposición emprendían
feroces editoriales contra lo que consideraban como una persecución partidista,
ejemplo de ello, puede leerse en uno de los editoriales de la fecha:
“…por eso vemos con estupor que de las administraciones para abajo, en el
engranaje oficial, se presentan a la observación ciudadana el soborno, el
peculado, la vendetta de la justicia. Son contados los casos excepcionales. La
mediocridad, sobre todo, ejerce grandes poderíos en este asunto.
Un desarrapado de esos que consigue un puesto, porque tiene fama de
matarife o porque le sirve de guardaespaldas a cualquier cabecilla de salón o
de barrio, al posesionarlo en cualquier escondrijo del gobierno se vuelve una
fiera como perseguidor de conservadores, de ciudadanos que no los apoyan en sus
fechorías, que no comulgan con esos sistemas de crimen disfrazado de bondad.
Cuando se prescinda de todos esos elementos corrompidos y los llamados
dirigentes se amolden a la realidad de la vida republicana de Colombia
podremos ver la renovación y como consecuencia el éxito de todos sus
habitantes”.
Y pensar que esos problemas eran resultado de las ansias de poder de
algunos dirigentes que podían arreglarse conciliando sus intereses personales
por el beneficio colectivo.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario