Leonardo Favio Oliveros (La Opinión)
Julio Ernesto León
tiene 81 años.
Su delgadez, baja estatura y la cantidad de almanaques
que lleva sobre sus hombros, lo hacen parecer débil; pero las apariencias
engañan. Tiene 81 años de edad y 40 de
ellos prácticamente los ha pasado sobre un equino, pues es la manera en la que
se ha ganado el dinero para mantenerse él y su familia.
Por estos días se le ve en el lomo de ‘Maravilla’, su
yegua y cuyo nombre a veces olvida. Él es Julio Ernesto León, un jinete al que es común ver en las calles de los
barrios Toledo Plata, Trigal del Norte, La Concordia, Virgilo Barco y
Aeropuerto, debido a que se dedica a la venta de leche de vaca en estas
comunidades de Cúcuta desde hace cuatro décadas.
“Yo vendo por ahí 30 o 35 litros al día, porque hay
una empresa que disque la está dando a 1.200 pesos el litro, pero entonces
usted tiene que comprar 100 o 200 pacas, y eso me ha bajado la venta”,
expresó León, quien le hace honor a su apellido, mostrando la furia de este
animal para el trabajo.
Oriundo de Salazar de
Las Palmas, fue traído muy pequeño a Cúcuta; llegó a vivir con sus padres al barrio
Magdalena, quienes huyeron de la violencia desatada por el asesinato del
caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, el 9 de abril de 1948.
Como todo campesino, es aguerrido para las labores del
campo, por eso trabajó en un finca ordeñando cabras durante cuatro años y
cuando vio la necesidad de obtener su propia fuente de ingresos, se decidió a
comercializar leche, compró un caballo y desde entonces no ha dejado de
hacerlo.
Sacando cuentas, dijo que ha tenido unos 30 animales.
A ‘Maravilla’ le tiene un espacio en su hogar y la alimenta con hoja de
mazorca, la cual compra y se la da “bien picada”. Le cambia las herraduras cada
mes, pues el animal necesita buenos ‘zapatos’ para resistir las jornadas.
Julio Ernesto León
vive en Toledo Plata y cada mañana sale a las 7:00 a comprar la leche en la
vereda Agua Blanca, en la vía a Puerto Santander, para comenzar su faena, la cual
termina entre las 12:30 y 1:30 de la tarde.
Labora de lunes a lunes, no hay día en el que no deje
de hacerlo, a menos de que los achaques de la edad se lo impidan; uno de esos
es el dolor en una rodilla. Afirmó que su negocio sobrevive gracias a la
clientela, el precio del lácteo es de 2.000 pesos el litro y siempre lleva tres
pimpinas a cada lado.
“Así me toca ganarme la vida y eso que estoy malo de
una rodilla. Va uno a una clínica y le dan dos sobrecitos de Ibuprofeno, nada
más… Tengo que pagar agua, luz y gas y comida, por eso toca trabajar. Usted se
acuesta en una cama y al gobierno no le interesa que esté enfermo, mientras
tanto los recibos de los servicios le llegan todos los meses”, expresó.
La responsabilidad que
tiene León con su esposa Carmen Rosa Calderón, quien también está enferma; un
hijo con discapacidad y un nieto, es lo que le lleva todos los días a montar a
‘Maravilla’ y a cabalgar con sus recipientes llenos de leche.
“Me tocó quitarle el niño a la mamá, ella no le daba
ni de comer a mi nieto. Yo soy pobre y feo, pero en la casa nunca falta el
plato de comida. Mi esposa es la que me hace la comidita”, agregó.
Atropellado con una
mula
Y como cada oficio tiene sus percances, el repartir
leche en un equino también. Julio
Ernesto León recordó que en una oportunidad perdió una mula, debido a que un
busetero se la mató en medio de un accidente en el barrio Aeropuerto.
“El conductor le pegó a la mula y nos mandó contra una
pared, yo no supe nada por unos minutos porque perdí el conocimiento. Nadie
respondió por ese accidente”, añadió este hombre que espera seguir teniendo
fuerza para mantener a sus clientes abastecidos.
“Con eso me mantengo. No debo ni el catastro, pues lo
acabo de pagar gracias a la lechecita”, concluyó este hombre que es ejemplo de
lucha y de que la vejez no importa, pues lo que mueve al ser humano es un
espíritu joven.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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