Introducción
(Gramalote por Alberto Donadio -
El Espectador 29-12-2010)
Ruego que alguien rescate, si se puede, las lápidas que había a lado y lado
del altar de la iglesia de Gramalote, la del padre Secundino Jácome, fundador
del pueblo hace ciento cincuenta y tres años, y la de mi bisabuela Clara
Lázaro, fallecida en 1895.
La lápida de mármol la puso mi bisabuelo Gaetano Morelli Schifino, uno de
los italianos que se asentaron en Gramalote cuando ese pueblo fue la cuna del
café en Colombia.
Durante medio siglo Gaetano Morelli estableció un eje entre Gramalote y su
pueblo natal, Morano Calabro. Compraba café a los campesinos en las calles del
pueblo que hoy ablandaron las aguas y traía mercancías del extranjero que
vendía en su almacén a los mismos campesinos.
Cuando su esposa Clara Lázaro murió a los 28 años, Cayetano se devolvió a
Morano, se casó con una calabresa malgeniada llamada María Medaglia, la trajo a
vivir a Gramalote, tuvo otra media docena de hijos y luego regresó a Italia
porque la severa María no se amañó en las faldas montañosas. Pero Gaetano ya
había traído a su hermano Doménico, que le cuidaba sus negocios.
En el Gramalote que hoy penosamente se está agrietando día a día, nació mi
abuela Adelina Morelli Lázaro, que quedó huérfana de madre a los dos años y fue
criada por su abuela materna.
Cuando tenía 14 años Cayetano la llevó con engaños a vivir a Morano,
diciéndole que irían de paseo a Curazao. Solamente al zarpar el vapor en
Maracaibo le contó que la pondría interna en un colegio de monjas en Italia.
Tan pronto salió del internado ella se casó en Morano con Oreste Donadio y
suspiró toda su vida por Gramalote y fue a misa de cinco de la mañana todos los
días con otra gramalotera que vivía en Morano, Séfora Peñaranda.
Cuando Séfora se casó en Gramalote con Doménico Morelli, el hermano de mi
bisabuelo, los Peñaranda no asistieron a la boda. Querían que ella se casara
con un Yáñez o con un Peñaranda, como era la costumbre en el pueblo, se casaban
entre las dos familias más numerosas de Gramalote.
La conexión Morano-Gramalote siguió viva. En 1938 mi abuela Adelina mandó a
vivir a Gramalote a su hijo Fausto, que tenía 16 años, para que trabajara en el
almacén de sus tíos, comprando café a los campesinos y vendiendo zarazas.
Fausto Donadio, siente el ocaso de Gramalote. A todos los gramaloteros
regados por el mundo les duele ver cómo se les escapa el país de las primeras
nostalgias.
En Cúcuta viven un centenar de Morellis, descendientes de Cayetano. Y desde
cuando el café perdió importancia, casi todo Gramalote ya vivía lejos, como
vivió lejos Gonzalo Canal Ramírez, tal vez el hijo más ilustre del pueblo,
escritor y tipógrafo, fundador de la editorial Antares.
Muchos colombianos están descubriendo ahora a Gramalote, cuando el pueblo
desaparece del mapa. Y tal vez no saben que el café no empezó en el Quindío, ni
en Risaralda, ni en el viejo Caldas, sino en las montañas de clima templado a
una hora de Cúcuta, en el vecindario de Gramalote, Lourdes y Sardinata, en la
cuenca del río Peralonso. Colombia dejó de ser exportador de quina, de cacao y
de añil, para convertirse en el primer productor de café suave del mundo. El
café nació en Gramalote.
Las dos patrias de un emigrante (Juan José Hoyos - El Colombiano 23-06-2019)
Hablando de su padre, el periodista Alberto Donadio,
dice que el emigrante es un extranjero en dos países. Yo me atrevo a
contradecirlo. Digo que él fue un emigrante con dos patrias. Se llamaba Fausto
Donadio Morelli y murió la tercera semana de junio de 2019 en Medellín, a los
98 años.
Su muerte entristeció los corazones de sus hijos, sus
nietos y sus incontables amigos colombianos e italianos que lo rodearon de amor
durante largos años.
Al mismo tiempo, estremeció los corazones de los
Donadio y los Morelli en Morano, el remoto y antiguo pueblo de Calabria que lo
vio partir hacia América cuando apenas tenía 16 años.
Don Fausto desembarcó en el viejo muelle de Puerto
Colombia en 1938. Creía que lo esperaban los rascacielos de Nueva York. En
cambio, se encontró con ranchos de paja, camino a Cúcuta y luego a Gramalote,
donde aprendió a comprar café y vender telas en el almacén de sus tíos Gaetano
y Miguel Morelli.
“Llegó cuando López Pumarejo estaba terminando el
gobierno de la Revolución en Marcha. Por esa veteranía más de 80 años adquirió
el título, que nadie le discute, de ser el italiano que más tiempo ha vivido en
Colombia” cuenta Alberto.
Después se fue a Bucarasica, otro pueblo de Norte de
Santander, y luego a Cúcuta. Allí fue comerciante por necesidad y carpintero
por devoción. Jamás quiso abandonar este último oficio.
En Cúcuta, se vinculó al comercio y fundó el almacén
La Corona, que estuvo abierto durante 60 años, y se casó con María Teresa
Copello. Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas. Luego se trasladó con su familia
a Medellín, donde vivió los últimos 50 años.
Sin embargo, jamás olvidó su pueblo natal, Morano,
situado en el talón calabrés de la bota italiana. Dicen que, mal contados, hizo
unos cuarenta viajes a Italia, muchos de ellos a su pueblo.
Su historia
La historia de don Fausto es fascinante: su bisabuelo
Gaetano Morelli Schifino llegó a Colombia a mediados del siglo XIX y se asentó
en Gramalote, Norte de Santander.
Allí, como penitencia impuesta por un cura, hace 150
años, los campesinos empezaron a sembrar palos de café. Los sembrados se
extendieron por los pueblos vecinos de Lourdes y Sardinata, en la cuenca del
río Peralonso.
Con el paso del tiempo, los italianos comenzaron a
comprar y a exportar café por el lago de Maracaibo, en Venezuela, a través del
río Zulia. Luego, se construyó el ferrocarril de Cúcuta.
Como el café llegaba más rápido a los puertos por el
lago de Maracaibo, los inmigrantes italianos se convirtieron en los primeros
exportadores de café colombiano al resto del mundo.
El cultivo del café en gran escala no empezó, pues, en
el viejo Caldas, ni en el Quindío, ni en Risaralda, sino en las montañas de
Gramalote.
Esta es la historia desconocida que cuenta Alberto Donadio
en su libro “Los italianos de Cúcuta”, publicado por Sílaba Editores.
“Mi padre siempre me había insistido en que contara
esa historia, la de él y de muchos italianos, turcos, libaneses y hasta judíos
polacos que llegaron aquí”. Era una época en la que todo el comercio se hacía
con mulas y las telas se vendían de puerta en puerta.
Don Fausto repitió la historia del bisabuelo: el viejo
estuvo viajando entre Gramalote y Morano durante muchos años. Compraba café a
los campesinos en el pueblo y traía mercancías del extranjero que vendía en su
almacén.
En Gramalote nació su hija Adelina Morelli. Muy niña,
Adelina quedó huérfana de madre y fue obligada por su padre a vivir en Morano.
Allí se casó con Oreste Donadio, el padre de don Fausto, pero siguió añorando a
Gramalote por el resto de su vida.
Desde allá mandó a vivir a su hijo adolescente a su
segunda patria.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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