Luis Fernando Carrillo (La
Opinión)
Doctor Eduardo Santos Montejo
Se dice en la cotidianeidad de San José de Cúcuta que en 1.940, cuando vino el doctor Eduardo Santos, presidente en ese entonces de Colombia, lució impecable con su frac, sombrero de copa, y bastón de mando.
Así recorrió parte de la ciudad oyendo las aclamaciones del pueblo y
posteriormente la oración fúnebre pronunciada por el padre Daniel Jordán
en la iglesia San José al conmemorarse los cien años de la muerte de Francisco
de Paula Santander.
Fue entre otras cosas una página magistral del sacerdote en la que exaltó
la vida del ilustre repúblico no obstante las diferencias
ideológicas existente entre los dos.
El calor como es tradicional era mucho en la ciudad pero el mandatario se
lo aguantó para que supieran los ciudadanos que era un ser diferente que quería
lucir impecable y distante.
Comentan los que vivieron estos momentos y lo escribieron que Santos muy de
vez en cuando sacaba su pañuelo, se limpiaba la frente y continuaba su labor
presidencial.
Seguramente no quiso venirse, como se hace ahora, en guayabera, en
traje deportivo, buscando crear un aire democratero o populista que no tenía.
Santos era Santos. El dueño de El Tiempo, el jefe del partido liberal, y desde el
palacio de San Carlos dirigía los destinos de la nación.
Desde allí impuso lo que se llamo “la pausa” para frenar las realizaciones
del gobierno de Alfonso López Pumarejo, llamado por la audacia de las
trasformaciones que realizó “la revolución en marcha”.
Esta anécdota para reflejar lo que en realidad debería ser un concepto
realista del Poder y la Democracia. Sin oponerse lo uno con lo otro. No se
excluyen cuando se gobierna con prudencia, con acercamiento al pueblo, no tanto
por el toque físico sino por las obras que se ejecutan en favor de la
comunidad.
Los grandes estadistas se recuerdan no por lo trivial de sus actuaciones
populistas sino por haber dirigido la nave del estado con acierto y grandeza.
Puede decirse que ni los desplazamientos permanentes por el país para
oír quejas, para oír intrigas, para aguantar calor, no tiene nada de
espectacular ni cambian los vientos de la historia.
Hoy con los avances de las comunicaciones un gobernante puede estar
informado de lo que sucede a grandes distancias con la misma facilidad de lo de
cerca. A veces el manoseo no es conveniente y se presta al irrespeto y a ser
confianzudo.
Sin que esto signifique que no pueda desplazarse personalmente a donde lo
desee y cuando lo desee.
Esta nueva política democratera que se impone no solo en Colombia sino en
el mundo ya comienza a cansar para querer volver a los tiempos en el que los
gobernantes permanecían en su dignidad sin que esto le restara méritos.
Alfonso López Pumarejo fue un hombre de multitudes solo utilizando el
periódico y la radio que para su gobierno hasta ahora comenzaba a ser un medio
de masas.
La historia de los grandes hombres se escribe desde la distancia de su
grandeza y no con el facilismo con el que pretenden algunos llegar a sectores
populares que los aplaude siempre y cuando la dádiva personal, el partido de
fútbol, el sancocho, la cerveza, se reparta dentro los aduladores de turno.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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