viernes, 26 de julio de 2019

1535.- GRANDEZA Y DECADENCIA DEL PODER



Luis Fernando Carrillo (La Opinión)

Doctor Eduardo Santos Montejo

Se dice en la cotidianeidad de San José de Cúcuta que en 1.940, cuando vino el doctor Eduardo Santos, presidente en ese entonces de Colombia, lució impecable con su frac, sombrero de copa, y bastón de mando.

Así recorrió parte de la ciudad oyendo las aclamaciones del pueblo y posteriormente la oración fúnebre pronunciada  por el padre Daniel Jordán en la iglesia San José al conmemorarse los cien años de la muerte de Francisco de Paula Santander.

Fue entre otras cosas una página magistral del sacerdote en la que exaltó la vida del ilustre repúblico  no obstante las diferencias ideológicas  existente entre los dos.

El calor como es tradicional era mucho en la ciudad pero el mandatario se lo aguantó para que supieran los ciudadanos que era un ser diferente que quería lucir impecable y distante.

Comentan los que vivieron estos momentos y lo escribieron que Santos muy de vez en cuando sacaba su pañuelo, se limpiaba la frente y continuaba su labor presidencial.

Seguramente no quiso venirse,  como se hace ahora, en guayabera, en traje deportivo, buscando crear un aire democratero o populista que no tenía. Santos era Santos. El dueño de El Tiempo, el jefe del partido liberal, y desde el palacio de San Carlos dirigía los destinos de la nación.

Desde allí impuso lo que se llamo “la pausa” para frenar las realizaciones del gobierno de Alfonso López Pumarejo, llamado por la audacia de las trasformaciones que realizó “la revolución en marcha”.

Esta anécdota para reflejar lo que en realidad debería ser un concepto realista del Poder y la Democracia. Sin oponerse lo uno con lo otro. No se excluyen cuando se gobierna con prudencia, con acercamiento al pueblo, no tanto por el toque físico sino por las obras que se ejecutan en favor de la comunidad.

Los grandes estadistas se recuerdan no por lo trivial de sus actuaciones populistas sino por haber dirigido la nave del estado con acierto y grandeza.

Puede decirse que ni los desplazamientos permanentes  por el país para oír quejas, para oír intrigas, para aguantar calor, no tiene nada de espectacular ni cambian los vientos de la historia.

Hoy con los avances de las comunicaciones un gobernante puede estar informado de lo que sucede a grandes distancias con la misma facilidad de lo de cerca. A veces el manoseo no es conveniente y se presta al irrespeto y a ser confianzudo.

Sin que esto signifique que no pueda desplazarse personalmente a donde lo desee y cuando lo desee.

Esta nueva política democratera que se impone no solo en Colombia sino en el mundo ya comienza a cansar para querer volver a los tiempos en el que los gobernantes permanecían en su dignidad sin que esto le restara méritos.

Alfonso López Pumarejo fue un hombre de multitudes solo utilizando el periódico y la radio que para su gobierno hasta ahora comenzaba a ser un medio de masas.

La historia de los grandes hombres se escribe desde la distancia de su grandeza y no con el facilismo con el que pretenden algunos llegar a sectores populares que los aplaude siempre y cuando la dádiva personal, el partido de fútbol, el sancocho, la cerveza, se reparta dentro los aduladores de turno.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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