miércoles, 4 de septiembre de 2019

1557.- ALVARO CONTRERAS ZERPA, “El verdadero cucuteño sigue siendo igual…”



Juan Pabón Hernández  (Imágenes)


A raíz de la celebración de los 50 años de nuestra promoción de bachilleres del Colegio Calasanz 1968, tuve oportunidad de conversar con Alvaro, con un poco más de tiempo y lugar, acerca de lo que significaba para sus compañeros, la trascendencia de su carrera deportiva.

LOS VALORES DEPORTIVOS

Se me ocurría que podía iniciar la entrevista de una manera inusual a alguien acostumbrado a preguntas de orden netamente deportivo y, claro, se sorprendió un poco: “¿Qué valores adicionales, como ser humano, desarrolla un deportista?”.

Se queda pensando y empieza a elaborar un análisis de su propia experiencia:

“Lo importante es el proceso que uno lleva como jugador, amateur o profesional; es que hay muy buenas relaciones, se conocen personas, se intercambian ideas y, todo, deja una cosa muy importante, la amistad, que dura para toda la vida, en la cual no hay envidias ni egoísmo. Siempre ve a la misma persona con la misma alegría”.

EL HUMANISMO

Era una forma de contarme cómo el deporte lo había enseñado a ser más humano, a reconocer las cualidades bondadosas de los demás, a aprender a ser más sensible.

Y brotan las anécdotas, ahora sí, esas que lo arraigaron a la vida deportiva y nunca se olvidarán, siempre estarán latentes.

“Fui feliz en mi carrera, conocí infinidad de personas, amigos, amigas, dirigentes, aunque con los directivos de esa época la relación era poca, lejana, porque había mucha distancia entre ellos y el jugador, a quien trataban como objeto para vender, o mostrar. Claro, con excepciones, como don Alex Gorayeb, Shauki Brahim, muy allegados, que le llegaban al jugador, con cariño”.

Todos hacemos la vida, cada quien, a su manera, unos estudiamos, otros comerciamos, además de generar esa reacción natural al talento que poseíamos, o a superar la incertidumbre con la que arreciaba el destino, unas veces claro, otras confuso. En Alvaro las cosas fueron ciertas desde el principio:

“Yo nací con ese don del deporte; me gustaban todos, el estudio no, no me entraba, lo mío era estar en una cancha de futbol, de béisbol, de básquet, o en una piscina para nadar… le di prioridad a eso”.

Era como si se le estuvieran dando desde el principio las oportunidades para practicarlos y se le fueran dando condiciones.

Pronto, empezó a participar en selecciones Norte en fútbol y básquet y, a los 15 años, fue invitado al Cúcuta Deportivo.

LAS COSAS BONITAS DE CÚCUTA

Pero yo no buscaba en él lo profesional; se dio cuenta de que quería hablar de cosas tradicionales, y comenzó a recordar cosas muy bonitas:

“Nací el 6 de junio de 1950; siempre viví cerca al Circo, en la avenida 2ª entre calles 9 y 10. Había una bomba cerca. En El Circo conocimos la gran variedad de dulces, lo que le gustaba a la niñez, que no se encontraba en ninguna otra parte; allí vendían cosas muy ricas. Nuestros padres nos enseñaron a ir allá y con nuestros amigos íbamos a comer”.

Desfilan por el recuerdo de Alvaro cantidad de afectos, sus padres, los amigos, las amigas, todos arraigados a las costumbres de la ciudad, que valoraban la parte humana. (Papá murió; mamá vive conmigo y vivirá hasta que muera: ¡no la dejo!).

Habla de ellos, de todo, de sus hermanas, una basquetbolista y otra profesora en Venezuela, de sus vecinos, los Lázaro, por ejemplo, de Jorge, su compañero de calle, de futbol en las callejuelas, los Tapias Guarín, cuyo padre era sastre y tenía su negocio en la calle 10 y tuvo muchos hijos, los Conde, unos muchachos de Barranquilla o Cartagena, o los Santander, primos de Totobito Quintana, de todos los zapateros de la calle 10, de los Bustamante, Jaime, jugador de fútbol, los Casadiego, el de los pasteles de la 10, Mojica con dulces y revistas y ese genio.

Ronda por su mente la época juvenil, hace recuento de sus novias, varias, bonitas niñas de Cúcuta, del Latino, del Colsag, a veces muy jovencitas por lo cual debía lidiar con la prevención de las mamás.

“La vida social de Cúcuta era muy tradicional, las fiestas se hacían los sábados por la noche y yo tenía que acompañar a mi hermana mayor, como debíamos hacerlo cuando los padres no acompañaban a las hijas a los bailes, todo con un gran respeto.

Pienso que se ha perdido ese valor, el respeto, que se olvidó darles a estas generaciones las enseñanzas que nos dieron a nosotros.

Y hay una cosa muy especial y bonita, que la gente no era pretenciosa, algo que ha cambiado, a la gente se le olvidó la sencillez. El verdadero cucuteño sigue siendo el mismo”.

LA VIDA DEPORTIVA

Haber tenido un padre que lo apoyó en todo fue definitivo para la vida deportiva de Alvaro Contreras; incluso, su papá fue basquetbolista, de selección, jugó con los grandes como Toto Hernández, los hermanos Alfredo y Carlos Díaz, y otras figuras del baloncesto.

“Yo fui muy sincero, le dije que no me gustaba el estudio, que me gustaba el deporte, que me dejara por ese lado y así fue: a los 16 años ya era profesional del Cúcuta y empecé a ganar los primeros centavitos por el deporte”. (Pasó por el Calasanz, La Salle y el Municipal donde se graduó de bachiller).

No había, como ahora, escuelas de fútbol, los muchachos se formaban en la barriada, se aprendía en la calle, en el colegio, en los torneos de liga; aparecían jugadores con muy buenas dotes y una habilidad y técnicas innatas.

Empezamos a repasar las condiciones de las canchas de ese entonces, de tierra, sin grama, en las cuales los jugadores aprendían a tener mucha habilidad, a controlar el balón por los saltos del terreno.

Se daba una gran calidad en los muchachos, en las canchas de Sevilla, la Manino Escobar, la de Cocacola (ahora queda ahí el Palacio de Justicia); jugaban descalzos, sin tantas cosas.

“Ahí conocí a un jugador de nombre ‘El loco’ Corea, el mejor, era fantástico, se formó allí. Y claro, el estadio, el de antes, sencillo y pequeño”. 

ITINERANCIA DE UN FUTOLISTA

Sale de la provincia al Cali, a los 17 años: “era un pelao sin experiencia, con el pesar de apartarme de la familia, de llegar sólo a una ciudad difícil, donde había gente sana, amable, pero había otra muy rumbera; la gente nace bailando, me habitué a ese ambiente y me volví un buen bailarín. Llegué al Hotel Del Río, adonde llegaban los jugadores, en el centro, calle 6 entre avenidas 14 y 15 (por la 15 pasaba el bus). Allí duré 3 años.

Cada uno tomó su rumbo y nos habituamos a Cali, donde viví 12 años, toda mi juventud; mis mejores años los pasé en Cali, estuve contento, me quiso mucho la afición. Estaba con el “burrito” González, que ya llevaba 3 años, quien me enseñó muchas cosas de la ciudad. Ahora nos vemos poco, por trabajo y demás, pero el cariño es igual”.


Alvaro hace referencia a los extranjeros que conoció, de quienes aprendió bastante y le llegaron al alma, como ‘El Tigre’ Benítez, un argentino, un cabeceador ‘El Verraco’, goleador, con quien congenió mucho y murió este año pasado.

O los técnicos, como Pancho Villegas y Vladislao Capp, el ‘Polaco’ Capp. Los dirigentes, como don Alex Gorayeb, un hombre de visión que ya tenía club, cancha, no importaba si la gente iba o no al estadio.

Del Cali pasó a la selección Colombia, a jugar partidos de orden internacional, como la Copa Independencia del Brasil, un mini mundial, la Copa Libertadores de América y otros.

El destino lo llevaría luego a Bucaramanga y Pereira, donde estuvo muy feliz y realizado, bajo la dirección de Pancho Hormazábal, de Chile, clasificando dos años a octogonales, sin mucha nómina.

“En Pereira jugué con Hugo Lóndero con quien me llevé muy bien; y, finalmente, el último año llegué al Cúcuta, bajo la dirección de Rolando Serrano y la presidencia de don German Guerrero.

Y terminé, a pesar de que vinieron a ofrecerme oportunidades en Venezuela, me quise retirar”.

“HEMOS LLEGADO”

Es grato conversar con alguien que se siente orgulloso de su vida, de cómo en su recuento de los sucesos y las personas que lo han rodeado, existen voces amables.

A su retiro del fútbol, Alvaro comienza a dirigir grupos, a dictar cursos, a trabajar con empresas como Coca Cola, la Licorera de Norte de Santander, a ser técnico de equipos de esas empresas, de selecciones de todas las categorías, hasta de las divisiones menores del Cúcuta Deportivo, con institutos como Indenorte o el IMRD; ahora, está jubilado, vive su jubilación; le gusta trabajar en proyectos esporádicos para mantenerse en forma.

EPÍLOGO

“Ahí llegó del cucho…”

Muy coloquialmente me cuenta de su vida sentimental, sus matrimonios, sus hijos (creo que 7) y nietos: con una caleña, con una sardinatera, en fin, con quienes tuvo relaciones y mantiene cordialidad.

Pero en medio de todo esto analiza la situación actual de la sociedad:

“La generación de nosotros, entre 68 y 70 años ahora, tuvo familias que por muy humildes que fueran tenían respeto por los mayores, se enseñaba la urbanidad, que nunca se volvió a ver en los colegios, la religión en un librito pequeñito que todavía recuerdo, los valores que aún conservan las personas de edad, los matrimonios respetuosos y largos.

Veo el ejemplo de la juventud actual en los nietos, que no le paran bolas a nada, viven su mundo de ahora, todo lo saben y es difícil llegarles. Tengo el caso de un amigo que me pidió el favor de entrenar a su hijo para probarse en un equipo, resulta que no le han enseñado nada, se quedó así, por eso no tienen credibilidad y sólo creen en ellos mismos; por eso no dicen buenos días, por eso dicen… ahí llegó el cucho”.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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