Juan Pabón
Hernández (Imágenes)
A raíz de la celebración de los 50 años de
nuestra promoción de bachilleres del Colegio Calasanz 1968, tuve oportunidad de
conversar con Alvaro, con un poco más de tiempo y lugar, acerca de lo que
significaba para sus compañeros, la trascendencia de su carrera deportiva.
LOS VALORES DEPORTIVOS
Se me ocurría que podía iniciar la entrevista de una
manera inusual a alguien acostumbrado a preguntas de orden netamente deportivo
y, claro, se sorprendió un poco: “¿Qué valores adicionales, como ser humano,
desarrolla un deportista?”.
Se queda pensando y empieza a elaborar un análisis de su
propia experiencia:
“Lo importante es el proceso que uno lleva como jugador,
amateur o profesional; es que hay muy buenas relaciones, se conocen personas,
se intercambian ideas y, todo, deja una cosa muy importante, la amistad, que
dura para toda la vida, en la cual no hay envidias ni egoísmo. Siempre ve a la
misma persona con la misma alegría”.
EL HUMANISMO
Era una forma de contarme cómo el deporte lo había
enseñado a ser más humano, a reconocer las cualidades bondadosas de los demás,
a aprender a ser más sensible.
Y brotan las anécdotas, ahora sí, esas que lo arraigaron
a la vida deportiva y nunca se olvidarán, siempre estarán latentes.
“Fui feliz en mi carrera, conocí infinidad de personas,
amigos, amigas, dirigentes, aunque con los directivos de esa época la relación
era poca, lejana, porque había mucha distancia entre ellos y el jugador, a
quien trataban como objeto para vender, o mostrar. Claro, con excepciones, como
don Alex Gorayeb, Shauki Brahim, muy allegados, que le llegaban al jugador, con
cariño”.
Todos hacemos la vida, cada quien, a su manera, unos
estudiamos, otros comerciamos, además de generar esa reacción natural al
talento que poseíamos, o a superar la incertidumbre con la que arreciaba el
destino, unas veces claro, otras confuso. En Alvaro las cosas fueron ciertas
desde el principio:
“Yo nací con ese don del deporte; me gustaban todos, el
estudio no, no me entraba, lo mío era estar en una cancha de futbol, de
béisbol, de básquet, o en una piscina para nadar… le di prioridad a eso”.
Era como si se le estuvieran dando desde el principio las
oportunidades para practicarlos y se le fueran dando condiciones.
Pronto, empezó a participar en selecciones Norte en fútbol
y básquet y, a los 15 años, fue invitado al Cúcuta Deportivo.
LAS COSAS BONITAS DE CÚCUTA
Pero yo no buscaba en él lo profesional; se dio cuenta de
que quería hablar de cosas tradicionales, y comenzó a recordar cosas muy
bonitas:
“Nací el 6 de junio de 1950; siempre viví cerca al Circo,
en la avenida 2ª entre calles 9 y 10. Había una bomba cerca. En El Circo
conocimos la gran variedad de dulces, lo que le gustaba a la niñez, que no se
encontraba en ninguna otra parte; allí vendían cosas muy ricas. Nuestros padres
nos enseñaron a ir allá y con nuestros amigos íbamos a comer”.
Desfilan por el recuerdo de Alvaro cantidad de afectos,
sus padres, los amigos, las amigas, todos arraigados a las costumbres de la
ciudad, que valoraban la parte humana. (Papá murió; mamá vive conmigo y vivirá
hasta que muera: ¡no la dejo!).
Habla de ellos, de todo, de sus hermanas, una
basquetbolista y otra profesora en Venezuela, de sus vecinos, los Lázaro, por
ejemplo, de Jorge, su compañero de calle, de futbol en las callejuelas, los
Tapias Guarín, cuyo padre era sastre y tenía su negocio en la calle 10 y tuvo
muchos hijos, los Conde, unos muchachos de Barranquilla o Cartagena, o los
Santander, primos de Totobito Quintana, de todos los zapateros de la calle 10,
de los Bustamante, Jaime, jugador de fútbol, los Casadiego, el de los pasteles
de la 10, Mojica con dulces y revistas y ese genio.
Ronda por su mente la época juvenil, hace recuento de sus
novias, varias, bonitas niñas de Cúcuta, del Latino, del Colsag, a veces muy
jovencitas por lo cual debía lidiar con la prevención de las mamás.
“La vida social de Cúcuta era muy tradicional, las fiestas
se hacían los sábados por la noche y yo tenía que acompañar a mi hermana mayor,
como debíamos hacerlo cuando los padres no acompañaban a las hijas a los
bailes, todo con un gran respeto.
Pienso que se ha perdido ese valor, el respeto, que se
olvidó darles a estas generaciones las enseñanzas que nos dieron a nosotros.
Y hay una cosa muy especial y bonita, que la gente no era
pretenciosa, algo que ha cambiado, a la gente se le olvidó la sencillez. El
verdadero cucuteño sigue siendo el mismo”.
LA VIDA DEPORTIVA
Haber tenido un padre que lo apoyó en todo fue definitivo
para la vida deportiva de Alvaro Contreras; incluso, su papá fue
basquetbolista, de selección, jugó con los grandes como Toto Hernández, los
hermanos Alfredo y Carlos Díaz, y otras figuras del baloncesto.
“Yo fui muy sincero, le dije que no me gustaba el
estudio, que me gustaba el deporte, que me dejara por ese lado y así fue: a los
16 años ya era profesional del Cúcuta y empecé a ganar los primeros centavitos
por el deporte”. (Pasó por el Calasanz, La Salle y el Municipal donde se graduó
de bachiller).
No había, como ahora, escuelas de fútbol, los muchachos
se formaban en la barriada, se aprendía en la calle, en el colegio, en los
torneos de liga; aparecían jugadores con muy buenas dotes y una habilidad y
técnicas innatas.
Empezamos a repasar las condiciones de las canchas de ese
entonces, de tierra, sin grama, en las cuales los jugadores aprendían a tener
mucha habilidad, a controlar el balón por los saltos del terreno.
Se daba una gran calidad en los muchachos, en las canchas
de Sevilla, la Manino Escobar, la de Cocacola (ahora queda ahí el Palacio de
Justicia); jugaban descalzos, sin tantas cosas.
“Ahí conocí a un jugador de nombre ‘El loco’ Corea, el
mejor, era fantástico, se formó allí. Y claro, el estadio, el de antes, sencillo
y pequeño”.
ITINERANCIA DE UN FUTOLISTA
Sale de la provincia al Cali, a los 17 años: “era un
pelao sin experiencia, con el pesar de apartarme de la familia, de llegar sólo
a una ciudad difícil, donde había gente sana, amable, pero había otra muy
rumbera; la gente nace bailando, me habitué a ese ambiente y me volví un buen
bailarín. Llegué al Hotel Del Río, adonde llegaban los jugadores, en el centro,
calle 6 entre avenidas 14 y 15 (por la 15 pasaba el bus). Allí duré 3 años.
Cada uno tomó su rumbo y nos habituamos a Cali, donde
viví 12 años, toda mi juventud; mis mejores años los pasé en Cali, estuve
contento, me quiso mucho la afición. Estaba con el “burrito” González, que ya
llevaba 3 años, quien me enseñó muchas cosas de la ciudad. Ahora nos vemos
poco, por trabajo y demás, pero el cariño es igual”.
Alvaro hace referencia a los extranjeros que conoció, de
quienes aprendió bastante y le llegaron al alma, como ‘El Tigre’ Benítez, un
argentino, un cabeceador ‘El Verraco’, goleador, con quien congenió mucho y
murió este año pasado.
O los técnicos, como Pancho Villegas y Vladislao Capp, el
‘Polaco’ Capp. Los dirigentes, como don Alex Gorayeb, un hombre de visión que
ya tenía club, cancha, no importaba si la gente iba o no al estadio.
Del Cali pasó a la selección Colombia, a jugar partidos
de orden internacional, como la Copa Independencia del Brasil, un mini mundial,
la Copa Libertadores de América y otros.
El destino lo llevaría luego a Bucaramanga y Pereira,
donde estuvo muy feliz y realizado, bajo la dirección de Pancho Hormazábal, de Chile,
clasificando dos años a octogonales, sin mucha nómina.
“En Pereira jugué con Hugo Lóndero con quien me llevé muy
bien; y, finalmente, el último año llegué al Cúcuta, bajo la dirección de Rolando
Serrano y la presidencia de don German Guerrero.
Y terminé, a pesar de que vinieron a ofrecerme
oportunidades en Venezuela, me quise retirar”.
“HEMOS LLEGADO”
Es grato conversar con alguien que se siente orgulloso de
su vida, de cómo en su recuento de los sucesos y las personas que lo han
rodeado, existen voces amables.
A su retiro del fútbol, Alvaro comienza a dirigir grupos,
a dictar cursos, a trabajar con empresas como Coca Cola, la Licorera de Norte
de Santander, a ser técnico de equipos de esas empresas, de selecciones de
todas las categorías, hasta de las divisiones menores del Cúcuta Deportivo, con
institutos como Indenorte o el IMRD; ahora, está jubilado, vive su jubilación;
le gusta trabajar en proyectos esporádicos para mantenerse en forma.
EPÍLOGO
“Ahí llegó
del cucho…”
Muy coloquialmente me cuenta de su vida sentimental, sus
matrimonios, sus hijos (creo que 7) y nietos: con una caleña, con una
sardinatera, en fin, con quienes tuvo relaciones y mantiene cordialidad.
Pero en medio de todo esto analiza la situación actual de
la sociedad:
“La generación de nosotros, entre 68 y 70 años ahora,
tuvo familias que por muy humildes que fueran tenían respeto por los mayores,
se enseñaba la urbanidad, que nunca se volvió a ver en los colegios, la
religión en un librito pequeñito que todavía recuerdo, los valores que aún
conservan las personas de edad, los matrimonios respetuosos y largos.
Veo el ejemplo de la juventud actual en los nietos, que
no le paran bolas a nada, viven su mundo de ahora, todo lo saben y es difícil
llegarles. Tengo el caso de un amigo que me pidió el favor de entrenar a su
hijo para probarse en un equipo, resulta que no le han enseñado nada, se quedó
así, por eso no tienen credibilidad y sólo creen en ellos mismos; por eso no
dicen buenos días, por eso dicen… ahí
llegó el cucho”.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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