Gerardo Raynaud (La Opinión)
Esta
crónica está basada en un melodrama acontecido un día de mediados de octubre
del año mencionado, en el tradicional y apacible barrio Carora. Por esas
calendas, tragedias de este tipo no eran tan frecuentes, pero sí causaban un
gran alboroto entre la pacata sociedad, especialmente en las provincias
alejadas de las grandes capitales del país. Pareciera el siniestro, resultado
de un triángulo amoroso, pero el resultado de las pesquisas indica que no fue
así.
Todo
comenzó con la amistad que una pareja de esposos mantuvo con un joven oriundo
del Catatumbo, quien había llegado a la ciudad en busca de oportunidades de
trabajo, a quien alojaron en su casa durante varios años y que finalmente tuvieron
que “echarlo” literalmente de su vivienda, porque parece que a última hora
resultó enamorado de la dueña de casa.
De regreso
a su terruño, Marco Benicio Hernández, nombre del sujeto en cuestión, consiguió
que lo contrataran en las labores de la compañía petrolera, en el caserío de
Petrolea en donde permaneció algunos meses hasta que decidió regresar a la
ciudad, como dice el dicho popular, ‘a buscar lo que no se le ha perdido’.
La historia
que se desarrolló en torno a lo sucedido tomó unos ribetes extraordinarios por
el interés que mostró la prensa y por las condiciones de los protagonistas.
La pareja
de esposos, Modesto Ramírez y María Petra Ariza, eran personas muy reconocidas
y queridas en su barrio. Ella tenía un puesto de venta de pescado en el Mercado
Central y él, trabajaba en construcción con los afamados ingenieros Pérez
Peñaranda y Faccini, y precisamente por esos días se encontraba laborando en la
construcción del estadio Santander, obra que había concentrado la atención de
los cucuteños, llamando su atención para que todos colaboraran con sus
contribuciones y pudiera levantarse un escenario digno de la ciudad en el menor
tiempo posible.
Inicialmente
se conocieron dos versiones de los hechos. Como siempre en casos como estos,
surgen interpretaciones acomodadas por quienes estuvieron cerca pero que
simplemente presumían ocurrencias que se acercaban más a sus fantasías
personales que a los verdaderos acontecimientos.
Días
después se logró reconstruir lo sucedido. Los hechos causaron tanto interés
entre los pobladores de la ciudad que fue comidilla en cuanto café o estadero
había, sin que no hubiera momento que se hablara de nuevas versiones o
nuevos detalles fueran conocidos o divulgados por los pocos medios existentes
en ese tiempo.
La versión
que en principio se conoció y que al parecer coincidió con la realidad fue que
alguien que conocía de las furtivas visitas de Hernández al laborioso hogar de
los Ramírez-Ariza corrió hasta las obras del estadio a avisarle que habían
matado a su esposa. Inmediatamente don Modesto llegó a su casa donde encontró
el cadáver de su compañera, salió a la calle precipitadamente y logró localizar
a Hernández dándole muerte de una violenta puñalada.
La otra
versión, esta sí amañada, cuenta que un sujeto cuyo nombre se reservaban las
autoridades, le avisó a Ramírez que su esposa estaba en su residencia con un
hombre con el que mantenía relaciones ilícitas. Al llegar, encontró al intruso
en sus habitaciones privadas y en mangas de camisa. Instantáneamente asesinó a
su esposa, mientras que Hernández salía huyendo levemente herido a la calle.
Modesto Ramírez fue tras él, enceguecido de celos y a una cuadra de distancia
alcanzó al destructor de la honra de su hogar y de una sola puñalada lo mató.
Avisados
los funcionarios del Permanente Central, los señores Durán y Santos, se
trasladaron al lugar de los hechos, detuvieron al agresor y practicaron el
levantamiento de los cadáveres.
Para el
miércoles 14 de octubre, ya los peritos de la Permanencia tenían claridad sobre
los hechos ocurridos y en rueda de prensa explicaron el desarrollo del
incidente ante un concurrido grupo de periodistas y locutores que fueron
invitados al acto.
En la
presentación se hizo la relación de los hechos tal como sucedieron desde el
momento en que los protagonistas se conocieron. Marco Benicio
Hernández había cultivado una amistad bastante cercana con los
esposos Ramírez-Ariza y había vivido en su casa por espacio de varios años.
Parece que últimamente el señor Hernández resultó enamorado de la señora de
Ramírez y llegó hasta hacerle la propuesta que abandonara el hogar y se fuera a
vivir con él, cosa que indignó a la señora y en forma muy discreta se lo
comunicó a su esposo y entre ambos decidieron despedirlo de su casa,
entregándole todos los objetos que en ella guardaba, como la ropa y un dinero.
Hernández
se fue a trabajar al Catatumbo por un tiempo, pero regresó y tal vez, por
decepción amorosa o porque María Petra no lo quería, en un momento de tormenta
psicológica, casi de angustia, resuelve matar a la mujer y al efecto se
presentó en su casa en las horas de la tarde de ese fatídico martes y la ultimó
de cuatro balazos. De inmediato Buitrago, un joven que vivía en la casa de los
esposos, le avisa a Modesto y éste en un “raptus” de intenso dolor, de ira y de
reacción a su honor ofendido sale precipitadamente a su casa donde encuentra el
cuadro desolador de su mujer tendida, saca de la cabecera de la cama una
cuchilla, sale en busca del asesino y lo acribilla a puñadas casi sin darse cuenta
de su hecho. Hasta aquí la relación de los hechos presentado por las
autoridades.
Los
acuciosos periodistas no se quedaron quietos con esta narración y continuaron
averiguando y descifrando lo acontecido con la ayuda de los vecinos testigos de
primera mano. Así pues, lograron desentrañar lo sucedido horas antes de la
tragedia.
El intruso
y obstinado enamorado venía rondando, no solo la casa de su víctima sino
también su puesto de venta en el Mercado Central y las personas que lo habían
visto recorriendo esos lugares también notaron que se vestía de negro, algo
inusual y repentino en él.
En la
inspección que les hicieran a las ropas de su cadáver encontraron una carta
redactada en papel de luto y escrita de su puño y letra en la que hace una
especie de testamento, donde lega sus pertenencias a unas personas de la ciudad
y otra despidiéndose del doctor Miguel Roberto Gélvis quien al parecer lo había
ayudado en algunas ocasiones.
Y como
detalle final, le confesó a una amiga que su cambio de indumentaria era porque
se iba de viaje de donde no regresaría, indicando con ello la consumación de su
macabro plan.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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