Pilar Moreno de Ángel (Imágenes)
La
labor del general Santander después de la batalla de Boyacá, como
vicepresidente de Cundinamarca primero, y luego de Colombia (incluidas
Venezuela y Ecuador), fue inconmensurable, mucho más tratándose de un joven
General de 27 años, novel e inexperto en el manejo de los asuntos públicos,
pero que gracias a sus aprovechamientos jurídicos en su época de colegial supo
dirigir con acierto y con brío el naciente Estado.
Ha
sido lugar común en los escritores políticos enemigos de Santander el
reprocharle, a título de baldón, la ejecución de los 38 prisioneros realistas
capturados después de la jornada de Boyacá. Ese acto al parecer de crueldad
innecesaria, fue precisamente el que le posibilitó gobernar efectivamente en un
país donde las masas populares eran indiferentes a las nuevas ideas
revolucionarias independentistas, y en donde la alta clase social, en un
elevado porcentaje, simpatizaba abiertamente con la monarquía española, como
ocurría en Santafé de Bogotá, donde del reciente gobierno republicano se hizo
un rey de burlas.
Nadie
quería obedecer a las nuevas autoridades, mucho menos contribuir con ellas. Por
la experiencia reciente de la Primera República, los chapetones y los
hacendados criollos cundiboyacenses consideraban que esta nueva República era
otra hoja más al viento del tormentoso torbellino político, efímera y sin
porvenir. Por ello inundaban de rumores la ciudad, hablando de la nueva
reconquista española y de la formación de focos de resistencia realista en las
afueras de la ciudad y en el mismo Monserrate.
Después
del fusilamiento del general José María Barreiro y de sus compañeros, otra fue
la tonada; ya nadie en las calles de la capital añoró la presencia de los
virreyes ni de los oidores.
Boyacá
apenas abrió la Nueva Granada a los independentistas en una porción de su
territorio, sólo en su parte central, pues el norte y todo el sur continuaron
bajo la esfera del poder realista. Y he aquí precisamente la grandeza de
Santander, sus altas cualidades no sólo como estadista sino como administrador
y organizador: gracias a su diligencia para conseguir y obtener recursos
pecuniarios y humanos con qué auxiliar los diversos frentes de guerra, se logró
en poco tiempo la unificación en torno a su gobierno de la Nueva Granada
primero, y después la independencia de Venezuela, Ecuador y parte del Perú.
Ello
fue posible porque como ecónomo de guerra desde la retaguardia, Santander
levantó ejércitos con sus vituallas, armas y dinero para enviar masivamente a
todos los frentes de batalla.
Ese
hombre egoísta y leguleyo se las sabía arreglar para convertir el caos en
disciplina y la miseria en posibilidades; ese hombre gris creó una nación de la
nada, erigiendo las bases de la democracia y del Estado de Derecho.
El
país que obtuvieron las tropas independientes; las y el que recibió Santander
al ocupar Santafé, era un remedo de país, afectado de ignorancia generalizada,
arruinado y presa del desgobierno, donde las viejas instituciones
jurídico-políticas del sistema monárquico aún calaban profundo en las mentes y
en los corazones de la mayoría de la población.
Se
imponía en aquel momento una ardua labor ideológica, tendiente a permear los
sentimientos realistas, arraigados en las masas por más de tres siglos de
dominio.
Era
necesario imponer nuevas concepciones institucionales y políticas, otras ideas
y formas de gobierno, y a esta titánica misión se consagró Santander. Su fin
primordial era el de culturizar al pueblo en las bases de civilidad y en el
imperio de la democracia, y para ello se valió de la instrucción pública, como
medio acertado para integrar una vieja sociedad a una nueva forma de Estado.
A
través del maestro de escuela, Santander pudo transformar ideológicamente la
concepción de un pueblo de sentimiento monarquista, iniciándolo en el culto a
las libertades individuales y sociales, y en el sistema representativo. Los
frutos no se hicieron esperar mucho, pues a poco la joven Nación estuvo
provista de literatos y políticos, de abogados y oradores, de una
intelectualidad con muy poco parangón en la América de su tiempo.
Santander
estableció la vida civil en la República, en un país convertido hasta su
gestión en un inmenso cuartel desde los lejanos sucesos del 20 de julio de
1810. Gracias a su labor, la conciencia política de la nación colombiana se
cimentó en el civilismo democrático que aún alienta a las nuevas generaciones;
hoy Colombia continúa como una de las naciones que menos regímenes militares ha
presenciado a lo largo de su historia.
Sin
la dirección de Santander, militar jurisconsulto, soldado con educación y
vocación civil, los gobiernos colombianos hubieran sido como los del resto de
repúblicas centro y suramericanas después de su rompimiento con España,
prebendas de una oligarquía militar y cesarista.
El
culto al que se consagró Santander no fue al de la gloria mentirosa de la
guerra, ni al pesado fardo de la riqueza, sino al de la ley como garantía de
vida social, base del Estado de Derecho. Hasta un espíritu conservador como el
de Silvio Villegas no deja de reconocer este mérito de Santander a quien se le
debe nuestro dibujo civil y se le puede llamar Padre de la República.
Resalta
en Santander, por encima de sus debilidades y pecadillos de hombre, sus ansias
por delinear las pautas para el efectivo implantamiento del Estado de Derecho.
Consagrado a este fin, armado de la paciencia de un tallador genial, fue
puliendo las anárquicas aristas del absolutismo primero y del militarismo
independentista después, en la conciencia social granadina.
El
tino político y civilista de Santander lo podemos comprender a partir de 1830,
cuando la llamada Gran Colombia se disolvió definitivamente y cada una de las
secciones que la integraban tomaron el rumbo propio de sus destinos (como diría
Milton Puentes, Colombia ingresando a la universidad, Venezuela entrando al
cuartel y Ecuador internándose en el convento).
Gracias
a la ilustración de Santander en las ciencias políticas, el Estado colombiano
ha sido, a lo largo de su historia, civilista y de Derecho. En la figura de
Santander encarnó la libertad en el orden jurídico.
Es
conocida la anécdota sobre la visita que un antiguo compañero de armas de la
campaña del Casanare efectuara al joven vicepresidente de Colombia en su propio
despacho de gobierno, encontrando abierta la Constitución sobre un sable
desenvainado, hecho que el magistrado le explicara con estos términos: Significa
que la espada de los libertadores tiene que estar, de ahora en adelante, sometida
a las leyes de la República.
Santander
seguía fiel a lo que había expresado en su proclama del 2 de diciembre de
1821, al promulgar la Carta de Cúcuta: “Las armas os han dado la independencia,
las leyes os darán la libertad”.
Sin
embargo, esta actitud de sumisión y respeto a la ley, que tanto ha dado que
escribir y que causó tanta desavenencia política, fueron comprendidas y
respetadas por muy pocos militares de la guerra de independencia.
Las fracciones
políticas, las camarillas que sucedieron el implantamiento de la República,
dividieron la opinión política en dos.
Un
sector de la sociedad colombiana, embriagado por los laureles del triunfo
revolucionario y carentes de conciencia política civilista, desconocedores del
incipiente Estado de Derecho, que por entonces apuntalaban con dificultad un
equipo de juristas granadinos, hizo blanco de sus odios y críticas a la figura
del general Santander, vicepresidente de la nueva República.
Casi
toda la casta militar venezolana lo combatió políticamente, al lado de los
sectores latifundistas granadinos, haciéndolo responsable de todos los
descalabros de la naciente economía y de la milicia colombiana.
Quienes
no pudieron derrotarlo jamás en el campo de las leyes y de la política, ni en
sus relaciones con el Congreso, tuvieron que acudir a la intriga, a la calumnia
y a la maledicencia públicas.
Santander
se distanció de Bolívar por los manejos poco ortodoxos que éste hacía del poder
y de la política. Las tendencias militaristas de Bolívar y de sus seguidores
fueron combatidas por los civilistas granadinos que hicieron de Santander su
líder, procurando por todos los medios el restablecimiento pleno del orden
constitucional y legal de la República.
Los
bolivarianos, por el contrario, simpatizantes de las facultades extraordinarias
del Ejecutivo y, sobre todo, de las conferidas a Bolívar, vieron un serio
peligro en el hombre de la Constitución y de las leyes, procediendo por todos
los medios a derrocarlo políticamente. Fue así como se le implicó en la
conspiración septembrina de 1828.
Le
siguieron un juicio, que constituyó el paradigma de la violación al debido
proceso, modelo de alteración o de desaparición de pruebas, y se le sentenció a
muerte. Gracias a las gestiones de los granadinos y de la jerarquía
eclesiástica, esta pena le fue conmutada por prisión y destierro.
Santander
se exilió en Europa y Norteamérica, donde gozó del reconocimiento y admiración
de sus estadistas y de sus prohombres.
Tomado
de la página de la red cultural del Banco de la República.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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