sábado, 31 de octubre de 2020

1775.- EL VICEPRESIDENTE DE LA GRAN COLOMBIA


Pilar Moreno de Ángel (Imágenes)



General Francisco de Paula Santander 

La labor del general Santander después de la batalla de Boyacá, como vicepresidente de Cundinamarca primero, y luego de Colombia (incluidas Venezuela y Ecuador), fue inconmensurable, mucho más tratándose de un joven General de 27 años, novel e inexperto en el manejo de los asuntos públicos, pero que gracias a sus aprovechamientos jurídicos en su época de colegial supo dirigir con acierto y con brío el naciente Estado.

Ha sido lugar común en los escritores políticos enemigos de Santander el reprocharle, a título de baldón, la ejecución de los 38 prisioneros realistas capturados después de la jornada de Boyacá. Ese acto al parecer de crueldad innecesaria, fue precisamente el que le posibilitó gobernar efectivamente en un país donde las masas populares eran indiferentes a las nuevas ideas revolucionarias independentistas, y en donde la alta clase social, en un elevado porcentaje, simpatizaba abiertamente con la monarquía española, como ocurría en Santafé de Bogotá, donde del reciente gobierno republicano se hizo un rey de burlas.

Nadie quería obedecer a las nuevas autoridades, mucho menos contribuir con ellas. Por la experiencia reciente de la Primera República, los chapetones y los hacendados criollos cundiboyacenses consideraban que esta nueva República era otra hoja más al viento del tormentoso torbellino político, efímera y sin porvenir. Por ello inundaban de rumores la ciudad, hablando de la nueva reconquista española y de la formación de focos de resistencia realista en las afueras de la ciudad y en el mismo Monserrate.

Después del fusilamiento del general José María Barreiro y de sus compañeros, otra fue la tonada; ya nadie en las calles de la capital añoró la presencia de los virreyes ni de los oidores.

Boyacá apenas abrió la Nueva Granada a los independentistas en una porción de su territorio, sólo en su parte central, pues el norte y todo el sur continuaron bajo la esfera del poder realista. Y he aquí precisamente la grandeza de Santander, sus altas cualidades no sólo como estadista sino como administrador y organizador: gracias a su diligencia para conseguir y obtener recursos pecuniarios y humanos con qué auxiliar los diversos frentes de guerra, se logró en poco tiempo la unificación en torno a su gobierno de la Nueva Granada primero, y después la independencia de Venezuela, Ecuador y parte del Perú.

Ello fue posible porque como ecónomo de guerra desde la retaguardia, Santander levantó ejércitos con sus vituallas, armas y dinero para enviar masivamente a todos los frentes de batalla.

Ese hombre egoísta y leguleyo se las sabía arreglar para convertir el caos en disciplina y la miseria en posibilidades; ese hombre gris creó una nación de la nada, erigiendo las bases de la democracia y del Estado de Derecho.

El país que obtuvieron las tropas independientes; las y el que recibió Santander al ocupar Santafé, era un remedo de país, afectado de ignorancia generalizada, arruinado y presa del desgobierno, donde las viejas instituciones jurídico-políticas del sistema monárquico aún calaban profundo en las mentes y en los corazones de la mayoría de la población.

Se imponía en aquel momento una ardua labor ideológica, tendiente a permear los sentimientos realistas, arraigados en las masas por más de tres siglos de dominio.

Era necesario imponer nuevas concepciones institucionales y políticas, otras ideas y formas de gobierno, y a esta titánica misión se consagró Santander. Su ­ fin primordial era el de culturizar al pueblo en las bases de civilidad y en el imperio de la democracia, y para ello se valió de la instrucción pública, como medio acertado para integrar una vieja sociedad a una nueva forma de Estado.

A través del maestro de escuela, Santander pudo transformar ideológicamente la concepción de un pueblo de sentimiento monarquista, iniciándolo en el culto a las libertades individuales y sociales, y en el sistema representativo. Los frutos no se hicieron esperar mucho, pues a poco la joven Nación estuvo provista de literatos y políticos, de abogados y oradores, de una intelectualidad con muy poco parangón en la América de su tiempo.

Santander estableció la vida civil en la República, en un país convertido hasta su gestión en un inmenso cuartel desde los lejanos sucesos del 20 de julio de 1810. Gracias a su labor, la conciencia política de la nación colombiana se cimentó en el civilismo democrático que aún alienta a las nuevas generaciones; hoy Colombia continúa como una de las naciones que menos regímenes militares ha presenciado a lo largo de su historia.

Sin la dirección de Santander, militar jurisconsulto, soldado con educación y vocación civil, los gobiernos colombianos hubieran sido como los del resto de repúblicas centro y suramericanas después de su rompimiento con España, prebendas de una oligarquía militar y cesarista.

El culto al que se consagró Santander no fue al de la gloria mentirosa de la guerra, ni al pesado fardo de la riqueza, sino al de la ley como garantía de vida social, base del Estado de Derecho. Hasta un espíritu conservador como el de Silvio Villegas no deja de reconocer este mérito de Santander a quien se le debe nuestro dibujo civil y se le puede llamar Padre de la República.

Resalta en Santander, por encima de sus debilidades y pecadillos de hombre, sus ansias por delinear las pautas para el efectivo implantamiento del Estado de Derecho. Consagrado a este ­ fin, armado de la paciencia de un tallador genial, fue puliendo las anárquicas aristas del absolutismo primero y del militarismo independentista después, en la conciencia social granadina.

El tino político y civilista de Santander lo podemos comprender a partir de 1830, cuando la llamada Gran Colombia se disolvió definitivamente y cada una de las secciones que la integraban tomaron el rumbo propio de sus destinos (como diría Milton Puentes, Colombia ingresando a la universidad, Venezuela entrando al cuartel y Ecuador internándose en el convento).

Gracias a la ilustración de Santander en las ciencias políticas, el Estado colombiano ha sido, a lo largo de su historia, civilista y de Derecho. En la ­figura de Santander encarnó la libertad en el orden jurídico.

Es conocida la anécdota sobre la visita que un antiguo compañero de armas de la campaña del Casanare efectuara al joven vicepresidente de Colombia en su propio despacho de gobierno, encontrando abierta la Constitución sobre un sable desenvainado, hecho que el magistrado le explicara con estos términos: Significa que la espada de los libertadores tiene que estar, de ahora en adelante, sometida a las leyes de la República.

Santander seguía ­ fiel a lo que había expresado en su proclama del 2 de diciembre de 1821, al promulgar la Carta de Cúcuta: “Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”.

Sin embargo, esta actitud de sumisión y respeto a la ley, que tanto ha dado que escribir y que causó tanta desavenencia política, fueron comprendidas y respetadas por muy pocos militares de la guerra de independencia.
Las fracciones políticas, las camarillas que sucedieron el implantamiento de la República, dividieron la opinión política en dos.

Un sector de la sociedad colombiana, embriagado por los laureles del triunfo revolucionario y carentes de conciencia política civilista, desconocedores del incipiente Estado de Derecho, que por entonces apuntalaban con dificultad un equipo de juristas granadinos, hizo blanco de sus odios y críticas a la ­ figura del general Santander, vicepresidente de la nueva República.

Casi toda la casta militar venezolana lo combatió políticamente, al lado de los sectores latifundistas granadinos, haciéndolo responsable de todos los descalabros de la naciente economía y de la milicia colombiana.

Quienes no pudieron derrotarlo jamás en el campo de las leyes y de la política, ni en sus relaciones con el Congreso, tuvieron que acudir a la intriga, a la calumnia y a la maledicencia públicas.

Santander se distanció de Bolívar por los manejos poco ortodoxos que éste hacía del poder y de la política. Las tendencias militaristas de Bolívar y de sus seguidores fueron combatidas por los civilistas granadinos que hicieron de Santander su líder, procurando por todos los medios el restablecimiento pleno del orden constitucional y legal de la República.

Los bolivarianos, por el contrario, simpatizantes de las facultades extraordinarias del Ejecutivo y, sobre todo, de las conferidas a Bolívar, vieron un serio peligro en el hombre de la Constitución y de las leyes, procediendo por todos los medios a derrocarlo políticamente. Fue así como se le implicó en la conspiración septembrina de 1828.

Le siguieron un juicio, que constituyó el paradigma de la violación al debido proceso, modelo de alteración o de desaparición de pruebas, y se le sentenció a muerte. Gracias a las gestiones de los granadinos y de la jerarquía eclesiástica, esta pena le fue conmutada por prisión y destierro.

Santander se exilió en Europa y Norteamérica, donde gozó del reconocimiento y admiración de sus estadistas y de sus prohombres.


Tomado de la página de la red cultural del Banco de la República.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.


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