lunes, 30 de noviembre de 2020

1790.- LOS ARBOLES DE CUCUTA


Antonio García-Herreros (Sabatinas N° 14 y N°16)

Cañaguate

Con la concurrencia admirable de Miguel Méndez Camacho, de Fernando Villa Quintero y de Hugo Espinosa Dávila, será presentada Cúcuta a través de sus árboles.

El libro que será bellamente editado, rememorará la importancia del árbol en la historia de la ciudad y en la vida de sus habitantes.

Guasimales fue el nombre originario de la ciudad que se deriva del ´guasimo´ y que servía para la construcción; los albañiles extraían de ese árbol una substancia pegajosa que mezclaban con la cal y daba a los muros gran consistencia.

Las tropas del Libertador después de la batalla de Cúcuta, el 28 de febrero de 1813, acamparon en la ´Plazuela del Cují´ y desde allí el padre Vicente Salas, coadjutor de la Parroquia, confortó a los despavoridos emigrantes que se refugiaron en La Vega, después de la catástrofe de 1875.

En el parque Mercedes Abrego existió, venerado por los vecinos durante una centuria, ´el chipio del jardín Abrego´, a que se refieren los historiadores y la ´plazuela del Samán´, se llamaba el sitio donde hoy se levanta el edificio Nacional.

Los cujíes, hurapos, clemones, acasios, perales, almendros, palmeras, dan frescura a la ciudad que, sigue siendo la más arborizada de Colombia; y los cañaguates dan colorido a los alrededores de Cúcuta; aquí es costumbre antes de clavar las chambas para construir su casa, se siembran los árboles de la calle.

¿Pero habrá flor más bella que la ´flor del baile? Más bella y más caprichosa que crece en los rincones de los solares, en los canales del tejado y florece solo una vez al año y por solo una noche; pero ese rato que alumbra, en ese rato de esplendor y de éxtasis, muestra todo lo que la naturaleza puede ofrecer en fantasía y ensueño.

Escribe Manuel Montagú Blanco:

Anuncia SABATINA – y de esto hace ya varios meses – la publicación de un libro sobre los árboles de Cúcuta, y a través de ello la historia de la ciudad. Sus autores serían los doctores Miguel Méndez Camacho, Fernando Villa Quintero y Hugo Espinosa Dávila. Las gentes cultas y aquellas que simplemente se interesan por la historia anecdótica local, continúan esperando, ansiosas, la aparición de tan importante obra.

Hay razón para estas expectativas lugareñas. El doctor Méndez Camacho además de poeta y ameno cronista, es abogado.

A su cargo, mejor, a su numen, nos ha informado el doctor Villa Quintero, está el relato poético. Fácil le será rimar, con los nombres de nuestros conocidos árboles: ´Cují ´ con ají, ´cañaguate´ con aguacate, ´almendro´ con Pedro y ´samán´ con Germán. Hará la apología de la madera, desde la cuna del recién nacido hasta la caja mortuoria, y revelará virtudes desconocidas de la clorofila y su influencia en la vida de los políticos cucuteños.

Dirá en maravillosa síntesis ecológica que Cúcuta sufrió, como sufrió las consecuencias del terremoto, por escasez de árboles, y demostrará que no se ha registrado hasta ahora, ningún terremoto en la selva amazónica, ni en la africana, que derrumbe edificios.

Es que, afirmará, las raíces de los árboles, apuntalan la tierra y, paradójicamente, le impiden hacer un alto, en su carrera discal.  El planteamiento es fruto de sencilla observación: ¿A dónde iríamos a parar si a alguien se le ocurriera, con una palanca su rotación?

Todo esto y mucho más, será expuesto en el anunciado libro, no en vulgar prosa, sino en verso de ´resonante cola´.

Hugo Espinosa Dávila

A cargo del doctor Villa Quintero está la tarea, igualmente artística, de ilustrar sus páginas de fotografías de cada una de las especies arbóreas criollas. Villa Quintero ha logrado con su lente fotográfico, colocar en sitio de importancia bichos para la mayoría de las gentes detestables.

Una foto suya de nuestros cañaguales, no es tan bella por el oropel de sus flores, ni tan natural por las gotitas de rocío que, como en sus pétalos, también tiemblan en el papel revelado, sino por los marrones y negros abejorros que en sus cálices beben.

Estos detalles que, según el doctor Méndez Camacho, son los que les dan vida, alegría, arte, maestría y belleza a sus fotografías, le han acarreado sinsabores. Y nos da un ejemplo:

Los ocañeros lo elogiaban hasta el delirio, poniendo su arte fotográfico por encima de su sapiencia jurídica, por las postales en color de La Torcoroma, de la casa de la Convención, los barbatuscas, los patinados patios de las antañonas residencias de los Quintero y los Jácome y los paisajes del Algodonal, hasta cuando retrató a fogoso y decisorio líder político de La Piñuela y alguien, en busca del detalle artístico, descubrió en su rizada cabellera unos animalitos que no eran los abejorros del cañaguate, ni las hormigas del cují.

Este hallazgo gracias al lente maravilloso del doctor Villa Quintero y a su secreto enfoque, puso fin a sus anhelos de diputación por la Provincia. Y es que los detalles, en la fotografía como en la vida amorosa, hay que dosificarlos insinceramente.

La tercera y última parte del libro, cuyo título aún es misterio, inclusive para el padre Atienza, fue encomendada al doctor Hugo Espinosa Dávila, ingeniero forestal, experto en el arte Bonsai y otras mañas del culto oriental.

Hugo después de exponer la historia de nuestros cujíes, hurapos, samanes, cañaguates y almendros, da a la luz pública sus experimentos de muchos años, de alguno de los cuales se apropió el padre José Bernal, como el injerto de papa-yuca, con el cual obtuvo –el reverendo- ´un híbrido con gusto a papa inglesa, semejante en apariencia a yuca, pero sin fibra´.

El doctor Espinosa Dávila es un joven inquieto, siempre en busca de lo desconocido. Ingresó a la francmasonería para demostrarle al H:. Daw que, Salomón no construyó su templo con maderos de cedro del Líbano, sino con leños de cují, que por entonces cubrían las pedregosas lomas de Judea. Resultado de la tesis histórico-religiosa-ecológico-botánica: Expulsión de la Orden.

Recién posesionado de la gerencia del aeropuerto Camilo Daza, según confesión secreta de Villa Quintero, propuso a la Aeronáutica Civil arborizar las pistas. Aeronáutica le respondió en oficio N° AC-2.300/79: ´nuestras felicitaciones por su iniciativa, pero esta entidad dispuso que es más urgente la arborización del aeropuerto de Palonegro y a dicha obra se destinaron los fondos respectivos´. Resultado: Renunció al cargo.

La ecología, la genética y la botánica lo obsesionan. Basta ir a su ´granja´ para quedar maravillado de sus inquietudes. Granja llama él, el solar de su casa. Allí vemos un cocotero cruzado con tagua. Los cocos, tal y como él lo perseguía científicamente, los produce la palma a flor de tierra. Vemos también un aguacate-totuma, con frutos de sabor aceite y color natural del primero, pero grandes y redondos, como cuadril de dama pintada por Botero.

Y, para no seguir el relato, que sería largo, una variedad de platanal que produce tres y más racimos de exquisito banano en la mitad del vástago, racimos que se producen en seis meses y ocho días después de cada corte.

Hay motivo, repetimos, para esperar vehemente este maravilloso libro, en el que habrá poesía, historia, ciencia, arte y hasta mamagallismo. Además, sabremos cuál es el árbol criollo, auténtico, pues hasta ahora el que conocemos como tal, es el genealógico de Juanita Turbay.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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