El Hno. Gonzalo Carlos, rector del colegio provincial San José de Pamplona, da algunas explicaciones al presidente Eduardo Santos junto a su señora Lorencita Villegas.
En una época en que las visitas presidenciales eran poco frecuentes, especialmente en las remotas ciudades de la periferia de la nación, el presidente Eduardo Santos fue, tal vez, el primer mandatario que visitó en más ocasiones el departamento.
No sólo estuvo en Cúcuta en varias ocasiones durante su mandato, sino que visitó a Pamplona, en por lo menos tres oportunidades, todas con ocasión de supervisar las obras que su gobierno impulsó para ampliar las instalaciones del Colegio Provincial de San José. En abril de 1941, regresaba nuevamente a la ciudad con la intención de entrevistarse con su homólogo venezolano, el general Eleazar López Contreras con el exclusivo fin de firmar el Tratado definitivo de límites entre las dos repúblicas hermanas, tal como era el tratamiento que se le daba en esa época a las estrechas relaciones que mantenían los dos países.
Al presidente Santos se le esperaba desde tempranas horas en la Carretera Central, en los límites con el departamento de Santander, numerosas comisiones de todos los municipios salieron a la carretera para dar la bienvenida al ilustre visitante que tanto se había preocupado por la grandeza del país, que ahora culminaba con la firma del Tratado que traería los más provechosos resultados para los dos países.
Para ambientar la reunión, toda la carretera a la frontera, desde Rosetal hasta el puente Internacional, fue bellamente adornado con las banderas de ambos países y el Templo Histórico engalanado en forma espléndida.
El puente Internacional también fue intervenido con luminarias especiales para que fuera iluminado profusamente durante días del encuentro, el 4, 5 y 6 de abril. La entrevista se realizó, el día 4, en un templete especialmente construido bajo la dirección de ingenieros venezolanos, con capacidad para 200 personas, colocado en la mitad del antiguo puente internacional Simón Bolívar.
Seguidamente se trasladaron al Templo Histórico de la Villa del Rosario donde los obispos de Pamplona y San Cristóbal, entonaron el correspondiente Te Deum; el presidente Santos estuvo acompañado de sus ministros de Gobierno y Relaciones Exteriores, Jorge Gartner y Luis López de Mesa, además de una nutrida corte de funcionarios entre quienes estaban los embajadores de Venezuela, Ecuador, Panamá y Bolivia; el encargado de negocios de Perú en representación del presidente Manuel Prado quien no pudo asistir por razones personales; el Contralor de la República, los directores de los principales periódicos del país y los corresponsales de las agencias noticiosas americanas, United Press y Asociated Press, así como la numerosa comitiva militar encabezada por el señor Ministro de Guerra.
En tanto que el presidente Eleazar López lo estuvo de su canciller Esteban Gil Borges y los ministros de Obras Públicas, Enrique Jorge Aguerrevere; de Educación, Arturo Uslar Pietri; de Agricultura y Cría, general Elbano Mibelli; los embajadores y Ministros de las Repúblicas Bolivarianas acreditados ante el gobierno de Venezuela, de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá, así como una vasta comisión militar integrada por los comandantes de las principales zonas militares del país, que fueron agasajados al día siguiente, por el gobierno colombiano y en reciprocidad, el gobernante venezolano invitó a la comitiva de su par colombiano a la ciudad de San Cristóbal, a un festejo similar.
Según se conoció posteriormente, el acto revistió trascendental importancia para que ambas naciones estrecharan más vigorosamente los vínculos fraternales que las unían. En un editorial del periódico Comentarios fue publicado que “… en esta hora de peligros para las democracias, la entrevista de los ilustres jefes de Estado de Colombia y Venezuela tiene una gran trascendencia para los ideales de solidaridad americana y de cooperación amplia y firme, especialmente entre los países libertados por la espada invicta de Bolívar y que un día formaron la Gran Colombia”. Nota especialmente importante para el mundo, toda vez que en esos días se desarrollaba en el viejo continente una de las guerras más sangrientas de la humanidad.
De su parte, las dos primeras damas, Lorencita Villegas de Santos y María Teresa de López Contreras, desarrollaron unas intensas actividades en Cúcuta y San Cristóbal. La esposa del presidente venezolano y su comitiva fueron agasajados en los salones del Club del Comercio con un suculento almuerzo, siendo correspondidos sus similares colombianos, con un banquete de honor en el Casino Militar de la capital tachirense. Así mismo, altos militares de uno y otro país, fueron solemnemente recibidos en los casinos militares de sus guarniciones, tanto en Cúcuta como en San Cristóbal.
De estas y de otras muchas actividades de alborozada fraternidad, quedó constancia en la memoria de los habitantes de esta frontera.
Para la firma de tan importante Tratado, una representación de la Federación de Estudiantes de Colombia, visitó en San Antonio del Táchira al presidente López Contreras para hacerle entrega de una pluma de oro con la cual será firmado el Tratado de Límites en nombre de Venezuela y a su vez, una comisión del Centro de Estudiantes venezolanos residentes en Bogotá, visitó al presidente Santos para hacerle entrega de otra pluma de oro con la cual será firmado el documento en nombre de Colombia. Ambas comisiones fueron recibidas con gran satisfacción por los dos mandatarios, quienes le expresaron la emoción patriótica que experimentaban por tan bello gesto de solidaridad de los estudiantes de las dos naciones.
En la víspera de la firma, el maestro José Rozo Contreras y la Banda Nacional de Música ofrecieron dos magníficos conciertos en el Parque de Santander, uno a las siete de la mañana y otro a las cinco de la tarde, con una enorme concurrencia de público. Como parte del protocolo acostumbrado para esta clase de encuentros, los presidentes intercambiaron sendos obsequios; el excelentísimo señor presidente de Venezuela obsequió a su homólogo colombiano un hermoso óleo del Libertador ejecutado por el afamado pintor venezolano Tito Salas y el presidente Santos retribuyó el gesto con la entrega de una espada que la Legión Británica obsequió al Libertador en agradecimiento a su participación en la gesta emancipadora.
Los presidentes Eleazar López Contreras de Venezuela y Eduardo Santos firmaron en Cúcuta el tratado
El documento firmado por los presidentes Eleazar López Contreras y Eduardo Santos se llamó oficialmente “Tratado sobre demarcación de fronteras y navegación de los ríos comunes con Venezuela”, fue firmado en el Templo del Rosario de Cúcuta, el 5 de abril de 1941, aprobado por la ley colombiana número 8 del 21 de agosto de 1941 y por la venezolana el 18 de junio del mismo año.
El canje de ratificaciones se verificó en Caracas el 12 de septiembre de 1941; promulgado por el gobierno de Colombia por decreto 1697 del 3 de octubre de 1941 y registrado en la Unión Panamericana el 4 de noviembre del mismo año.
El párrafo anterior es el registro oficial del Tratado, tal como quedó incluido en el Libro de Tratado Binacionales con Venezuela.
El Tratado generó toda clase de expectativas, algunas de las cuales vamos a referirnos en esta crónica, así como algunos de sus puntos relevantes. Todos los conceptos publicados por eminentes personajes ponen de relieve el patriotismo y la excelencia histórica del acuerdo firmado.
Cualquiera de los conceptos expresados denota la importancia y trascendencia de este hecho, por esta razón, he seleccionado el concepto expresado por el doctor Aníbal Bonilla Galvis, como el que más se ajustaba a las realidades de ese momento: ”… a las nueve de la mañana, precisamente dentro del augusto templo de la Villa del Rosario de Cúcuta, los cancilleres de Colombia y Venezuela, firmaron el tratado que definirá satisfactoriamente y para siempre el viejo y quizás enojoso litigio fronterizo colombo-venezolano, en una ceremonia revestida de severidad y sencillez. Después de ella, los presidentes de los países firmantes, ratificarán a nombre de sus pueblos y en simbólico apretón de manos tendidas por sobre la línea fronteriza del puente Internacional, las repercusiones fraternas del pacto.
Quien conozca siquiera los aspectos generales de este largo e intrincado proceso de fronteras, podrá asignarle al pacto que hoy se firmó algo de la significativa y trascendencia que encierra. Y quien lo haya estudiado a través de sus mil y más detalles, pequeños unos y elevados los más, podrán desentrañar mucho de su dilatado contenido como modalidad o procedimiento internacional de liquidar viejos conflictos.
Surgido el problema en 1830 al liquidarse la Gran Colombia, fueron necesarios ciento once años de paciente estudio y buena voluntad para resolverlo en forma que no provocara situaciones conflictivas armadas.
En torno a su solución, los dos pueblos pusieron a prueba sus más altos prestigios diplomáticos Francisco de Paula Santander, Márquez, Mosquera, Murillo Toro, Parra, Carlos Holguín, Restrepo, Concha, Suárez y Santos de parte de Colombia le dedicaron mucho de su fervorosa y patriótica sabiduría.
Lo más selecto de la diplomacia venezolana con Guzmán Blanco, Urbaneja, José Gil Fortoul, Lozada Díaz, Carbonell, Rodríguez, Borges y López Contreras a la vanguardia, contribuyeron también con sus luces y tino a despejarle el camino a la solución fraternal, hoy rubricada.
Así fue como los dos pueblos interpretando los fuertes sentimientos americanistas del Libertador consiguieron abonar el terreno donde al fin germinó el tratado que hoy surge a la admiración universal.
Particularmente para Colombia, el pacto tiene un hondo y nobilísimo sentido histórico. Él entraña la más hermosa ratificación de su fisonomía civilista porque sus cláusulas a no dudarlo son la más brillante concreción de las tesis de puro derecho internacional sostenidas por nuestra cancillería a todo lo largo del litigio.
Para la república hermana el tratado será también un motivo de legítimo orgullo, máxime cuando él tiene su feliz culminación dentro de un periodo constitucional de severos y elevados lineamientos democráticos, seguramente reafirmados con solidez para el futuro.
Por lo demás, el pacto se puede considerar, como la más bella reafirmación fisonómica colombiana, hasta ayer imprecisa y litigiosa en uno de sus flancos. Quizás esta conciencia de persona entera y completa sea el mejor y más fecundo resultado del pacto, porque sus repercusiones acrecentarán todavía más su sentido de responsabilidad histórica como ente de derecho público.
Altamente sugestivo, por no decir simbólico, es el hecho de que sea en el Templo de la Villa del Rosario de Cúcuta donde se firmó la conciliación fraterna, si hace precisamente ciento veinte años, sus majestuosas naves albergaron alborozadas a nuestros progenitores patrios para legarnos severos contornos de nación independiente y libre, hoy se estremece su augusto recinto cuando los delegatarios de las dos hijas predilectas de Bolívar, lleguen otra vez solemnemente ante sus aras a jurarse sincera lealtad de hermanos”.
Para el gobernador Darío Hernández Bautista, al firmar el Tratado, los presidentes “…pasarán a la historia como dos grandes americanistas y expertos conductores de pueblos, al definir, en acuerdo de mutua conveniencia, un secular litigio que mantenía intranquilos los corazones y las mentes de quienes amamos a América como tierra de promisión, de paz y de esperanza, para quienes veneramos la humanística y la consideramos fuente inagotable de enseñanza, este sencillo acto significa la continuación y el reflejo del pensamiento grandioso que animó a Bolívar y a Santander”.
Ahora bien, entrando al tema particular del Tratado, el documento es relativamente corto, pues contiene sólo cinco artículos, todos ellos muy precisos y concretos.
A continuación una muestra selectiva que nos permite profundizar en el Tratado sólo para tener una idea y a manera de ejemplo, de su contenido: en el artículo primero se establece que, “…todas las diferencias sobre materia de límites quedan terminadas; y que se reconocen como definitivos e irrevocables los trabajos de demarcación hechos por las Comisiones Demarcadoras en 1901, por la Comisión de Expertos Suizos y los que se hagan de común acuerdo por los comisionados designados conforme al parágrafo cuarto de este artículo”, y en el segundo, los dos países “… se reconocen recíprocamente y a perpetuidad, de la manera más amplia, el derecho a la libre navegación de los ríos que atraviesan o separan los dos países”.
El último artículo establece las condiciones con las que comienza esta crónica, las ratificaciones, el canje de notas, el lugar y plazo otorgados.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.