Gerardo Raynaud
Desde que el hombre comenzó a socializarse, en la época de las cavernas, con toda seguridad comenzaron a destacarse algunos especímenes, por alguna de las características que no les harán comunes a los demás.
Esos sujetos fueron identificados más adelante, como
los personajes que se diferenciaban de los demás y que por razones de las más
diversas índoles, fueron haciéndose famosos, trascendiendo las generaciones,
hasta que por efecto del tiempo y de la memoria, se fueron apagando lentamente
hasta desaparecer.
Ahora, con la ayuda de la tecnología y de los medios, mantener el conocimiento y la información vigente, es cada día más sencillo y por ende, transmitirla al futuro constituye un verdadero tesoro; algo así, como las riquezas que los piratas escondían para aprovecharlas en el futuro, cuando la fortuna ya no les sonriera.
Hoy pretendo recordar algunos de aquellos personajes que fueron destacados por sus conciudadanos, no necesariamente por sus ejecutorias sino que eran reconocidos por algunas de sus particularidades físicas, intelectuales o sociales.
Para ello, he recurrido a documentos publicados a
mediados del siglo pasado y que, sin mencionar la fuente, usurparé con su
venia.
Algo que ha caracterizado al cucuteño, cucuteño, ha sido su actitud displicente a las adversidades y su actitud jocosa y desinteresada frente a los hechos sustanciales o frívolos y que hemos dado por bautizar como ‘el gallo cucuteño’ o más comúnmente ‘la mamadera de gallo’.
Incluso, existe o existió, si no es que algún desocupado, lo desarmó y lo escondió, un monumento a tan insigne figura.
Así pues, nuestros personajes de hoy, serán destacados
más por ese tipo de comportamiento, por sus hábitos o por sus costumbres, que
por sus logros o resultados propios de sus actividades particulares.
Empezaremos por mencionar a un trío de muchachos con
ínfulas de periodistas, cuando ésta no era una profesión sino un arte que se
cultivaba con el diario trajinar de los hechos y que se llevaba a la
opinión pública sin mayores pretensiones que las de informar, como quien quiere
comunicar sus pensamientos, sin más retribución que el reconocimiento público.
En realidad eran tipógrafos y los reconocían como ‘los mosqueteros del panfleto’ y como buenos cucuteños se les llamaba por su nombre con sus respectivos apodos; el negro Manuel Vela, el chueco Hermes Monroy y el tuerto Saúl Matheus.
Fungían como periodistas de hecho, pues imprimían unos volantes con comidillas cuentos que se sucedían en la Cúcuta de mediados del siglo pasado y que no eran narrados ni contados como lo hacía su compañero de andanzas, ese sí, vinculado a un periódico local de amplia circulación entonces y a quien apodaban ‘Sagitario’, se imaginarán ustedes por qué.
Era nadie menos que Pedro Barrios Bosch, a quien el Gobernador Febres Cordero no se aguantó las andanadas críticas que le lanzaba a sus gestiones y para evitarse males mayores lo expulsó de la región, una sanción muy frecuente que los gobernantes de aquella época apelaban cuando consideraban que les torpedeaban sus actuaciones.
Eso sucedió, por ejemplo, con los dos primeros obispos de Nueva Pamplona a quienes les dictaron pena de destierro porque se oponían a la aplicación de las leyes dictadas al amparo de la recién instalada legislatura liberal que le eliminaba ciertas prerrogativas a la iglesia católica, lo que generó la desobediencia por parte del clero y ante hechos como éste, los gobernantes no tuvieron opción distinta que declararlos en rebeldía y desterrarlos de su jurisdicción; la norma exigía que debían permanecer a una distancia no menor de cuarenta leguas de su lugar de arraigo.
A este selecto grupo de ‘mamagallistas’ debemos añadir otro, no menos importante pero más linajudo, si es que se me permite esa expresión, para indicar que eran personas de otro nivel o como diríamos hoy, de otro estrato.
Así que reunidos había que temerles, por lo afilado de
su apéndice bucal, eran el súper gordo de entonces, Daniel Hernández Lascano,
tal vez el más legítimo exponente de la idiosincrasia local y que
desafortunadamente no heredaron ninguno de sus hijos, pues hubiera sido una
fortuna oír los comentarios mordaces de los momentos cruciales sucedidos en
esta Perla del Norte.
En compañía infaltable del siempre tambaleante Luis Unda Pérez, a quien el común de los parroquianos le temía por su inaudita y graciosa procacidad.
Y con ellos el no menos recordado ‘Conde de
Luxemburgo’, Cayetano Hernández y García; se había beneficiado de una herencia
bastante abultada, la que despilfarró en carnavales, mujeres y trago, las que
realizaba en una fastuosa mansión que había edificado en cercanías del
cementerio central y que llamaba ‘el castillo de lux’.
Terminó sus días tristemente asesinado en su casa de habitación, donde descubrieron su cadáver a la media noche de un día cualquiera con los brazos abiertos frente a un cuadro del Quijote, como agradeciéndole los dones otorgados y las orientaciones que le brindó durante su ajetreada vida mundanal.
A este grupo se le sumaba el poeta Pío Mendoza,
alcoholizado por las musas que lo paseaban por el Olimpo lírico del cual
alimentaba su inspiración.
Cerraba este grupo, otro de los raros personajes; Rolando Marcucci, inventor de un cañón que dio mucho de qué hablar y que hoy lamentamos no haber conocido, hablo del cañón, no de su constructor.
Como todo grupo importante tiene su séquito de
seguidores, aquellos que le alcahuetean las mojigangas y que se hacen en
círculo detrás de ellos, como guardándoles las espaldas, se sumaban ‘La
Coreana’ que aprovechaba la concurrencia para ofrecer sus hallacas y cocadas,
acompañada de Narciso, el vendedor de bollitos de corazón de fríjol y con ellos
Antonio, quien ofrecía el pan francés de La Zulianita, eran pues, proveedores
de sus paladares a la media tarde de las jornadas vespertinas que los reunía,
en uno de esos lugares tradicionales de la ciudad, el café, lugar de encuentro
y que se rotaban según el día de la semana.
Para terminar esta crónica, mencionaremos otro episodio excepcional de la vida cucuteña, se trata de don Luis Francisco Prada, uno de los mayores exponentes del espíritu cívico regional; siempre al frente de su ‘Pequeña Farmacia’, sus clientes sabían que solamente vendía purgantes, píldoras y el jarabe del doctor Villamora.
Pero adicionalmente era un activo líder deportivo que
además de patrocinar su propio equipo de futbol, mantenía su programa radial
‘Banda Deportiva’ y como si fuera poco, costeaba los frecuentes reinados de su
hija Marujita, a quien esperaba ver emparentada con un príncipe azul, así este
fuera su color político.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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