Guillermo
Maldonado Pérez (Imágenes)
Este año de 2019, la Biblioteca Pública Julio
Pérez Ferrero cumple cien años de su fundación. Sin duda un hecho trascendente
para la cultura regional. Cien años de una biblioteca es un acontecimiento
histórico, que enaltece a la ciudad. No hay muchos lugares en Colombia donde
pueda encontrarse una entidad de esta naturaleza con un siglo de existencia.
Especialmente honroso para la capital nortesantandereana, señalada muchas veces
de erial cultural, indiferente a los valores del intelecto y del espíritu.
Esta tradición centenaria contradice el
juicio anotado, pues al contrario muestra que se ha sabido mantener la
Biblioteca, que se ha reconocido su importancia al entregar gran parte del
edificio restaurado del antiguo Hospital-hermosa construcción del siglo XIX-,
para su actual funcionamiento.
Rara paradoja la de Cúcuta, ciudad fronteriza
y mercantil por excelencia que, sin embargo, puede mostrar a la par un sin
número de hitos culturales, de gran valía, que dan testimonio del interés que
la ciudad ha mostrado por el arte y la cultura a lo largo de su historia; sin
duda se han dado largos períodos de vacío y desinterés, pero no han faltado las
realidades culturales que, difundidas con amplitud, bien podrían contribuir a
una equilibrada resignificación de la ciudad.
En su comienzo la Biblioteca se llamó Batalla
de Boyacá, para conmemorar el Centenario de la Independencia; el gobernador de
la época, don Luis Febres Cordero – acucioso historiador del antiguo Cúcuta-
dispuso que el nombre de la Biblioteca fuera el de su fundador, Julio Pérez
Ferrero.
Nombre que además vincula el presente de la
ciudad con la formidable generación de la segunda mitad del siglo XIX, que construyó
por iniciativa propia el
Ferrocarril y el tranvía urbano, la misma que levantó la ciudad de sus ruinas
después del terremoto de 1875, para ser considerada nuevamente como una de las
más bellas y prósperas de Colombia.
Una generación histórica que debería iluminar como faro
el presente y futuro de la ciudad. En la mente de Julio Pérez Ferrero, por su
condición de miembro activo de aquella extraordinaria generación, resultó
natural concebir el proyecto de fundar una biblioteca pública en su ciudad natal,
que hoy cumple 100 años:
“Cuando ejercía como secretario de Instrucción Pública
del Departamento, ejecutó la ordenanza número 45 del 14 de abril de 1919, que
facultó al Gobierno Departamental para crear la Biblioteca Puente de Boyacá.
Pérez Ferrero redactó el reglamento y dispuso lo indispensable para que
funcionara la Biblioteca que se inauguró el 7 de agosto de 1919.”
Como modesto aporte a la celebración del acontecimiento
cultural centenario, anotamos aquí algunos apuntes biográficos de su fundador.
***
Don Juan Ferrero y Caballero, abuelo materno de nuestro
personaje, es el primero de este apellido que vino a América. Llegó a las
costas venezolanas enrolado como subteniente de las tropas de la Reconquista, a
órdenes del General Pablo Morillo; antes había combatido como soldado de su
país contra los ejércitos de Napoleón, y en Venezuela estuvo en la Batalla de
Carabobo, en 1821, y en la del Lago de Maracaibo, en 1823; al terminar la
guerra entre realistas y patriotas, ostentaba el grado de Capitán de su
Compañía, Primera del 2º Batallón de Burgos.
En las Capitulaciones de Maracaibo se estipuló que los
republicanos darían pasaporte a Cuba o España a los oficiales realistas
derrotados; don Juan Ferrero decidió quedarse en Maracaibo, donde a poco
contrajo matrimonio con doña Leonarda Leal de Ojeda, de 23 años; se dedicó al
comercio y en los primeros meses de 1826 el matrimonio se trasladó
definitivamente a Cúcuta, cuna del apellido Ferrero en Colombia.
Abrieron un pequeño almacén que don Juan atendía tras el
mostrador; el pequeño negocio creció y con el tiempo constituyó la sociedad
Spanochia & Ferrero, después Ferrero & Bousquet, que persistió hasta
después del Terremoto; según cuenta don Carlos Ferrero “el almacén estaba
situado al lado de la casa de habitación del familia, en la Av. 4ª de Soto,
poco más abajo de la calle 13, en los números 81, 83, 85 y 87 de la vieja
nomenclatura”.
Nunca volvió don Juan a su natal Castilla la vieja; murió
en Cúcuta en 1859; por aquellos días sucedía la guerra contra Melo, y en las
calles de la ciudad se libraban combates; los hijos de don Juan participaban en
la contienda bajo las órdenes del general Leonardo Canal; a la hora de la cena
los jóvenes volvían a su casa, hasta la noche que llamaron a la puerta como de
costumbre y al asomarse don Juan a la ventana para constatar que eran sus
hijos, una bala perdida raspó fuertemente su cráneo y lo derribó. Llevado a la
cama pidió tranquilidad a sus allegados, porque su muerte -según les dijo- solo
se produciría cuando la familia completara igual número de hijos que de nietos;
los hijos eran catorce y los nietos doce, faltaban dos para cumplir el
vaticinio; pero su hija Victoria, que esperaba un hijo, esa noche dio a luz
gemelos, Juan y Carlos Garviras Ferrero, que vinieron a completar la suma
fatal.
“Don Juan Ferrero murió plácidamente en brazos de su
esposa e hijos, el 31 de marzo de 1859, bajo la devoción gratísima de la Virgen
del Sagrado Corazón, que desde entonces ampara la familia”.
Como queda dicho, entre mujeres y varones don Juan y Da.
Leonarda tuvieron catorce hijos; una de ellas, Virginia, casó con el
comerciante maracaibero – y cónsul de Venezuela en Cúcuta- don Domingo Pérez y
Pérez, y fueron los padres de Julio Pérez Ferrero.
Como buen cucuteño, don Julio no solamente pertenecía a
una familia de comerciantes (traían mercancías de la Isla de San Thomas, centro
de las exportaciones e importaciones de Cúcuta, ) sino de gentes amantes de las
bellas letras, las artes, la música, el teatro; sus tíos Ferrero fundaron en
1847 el “Instituto Dramático”, que proporcionaba a la ciudad culto divertimento,
al tiempo que destinaban los fondos de las entradas para la construcción del templo
principal; las representaciones constituían éxito total de taquilla; anotamos
algunos de los títulos de las obras representadas y sus actores:
“Los Prusianos de Lorena”, “El Conde de Orange”, “Otelo”,
“Macías”, “Guzmán el bueno” de Nicolás Fernández de Moratín, ”Don Frutos de
Belechite”, “El Pelo de la Dehesa” de Manuel Bretón de los Herreros, ”La
Lotería o la novia de 70 años”, “El Verdugo de Amsterdam”, “El Mendigo de
Bruselas”, “ Ricardo Darlington” de Alejandro Dumas, padre, “Lázaro el mudo o el
Pastor de Florencia”, “La Flor de un día” de don Francisco Comprodon, etc.,
obras que se estrenaban casi al mismo tiempo que en España”, como lo anota el
médico Carlos Ferrero, quien agrega: “Componían el Instituto Dramático un
notable grupo de señoritas y caballeros, bajo la dirección de don Aurelio
Ferrero Leal: “Da. Virginia, Da. Cora, Da. Enriqueta y Da. Victoria Ferrero
Leal; Da. Domitila y Da. Ercilia Luciani; Da. Dolores Gallardo y Díaz - primera
esposa de don Aurelio Ferrero-; Da. Concepción y Da. Ezequiela Almeida; Da.
Josefa Estrada; Da. Ramona Vega; Da. Chinca y Da. Juana Josefa Salas; Da.
Porcia García Herreros; Da. Inés, Da. Rosa y Da. Mercedes Reyes Vega, Da.
Cleotilde Reyes; Doña Pepita, Doña Corina y Da. Felicitas Sánchez; Da. Rosa,
Da. Carmela y Da. Luisa Velasco y Da. Josefita Concha”.
Don
Julio Pérez Ferrero
“Entre los caballeros figuraban: don Aurelio, don Carlos,
don Numa y don Trinidad Ferrero Leal; Dr. Joaquín Castro; don José Atalaya, Don
Rafael Matamoros, don Pedro Reyes, Don Juan Luciani, don Scipión, don
Aristides, don Aníbal García Herreros, don Rafael Gallardo, don Juan E.
Villamil, Dr. Fermín Medina y don Manuel Baralt.
“El Instituto Dramático estaba situado cerca del Hospital
y su dotación era muy aceptable, con palcos y amplia platea”.
Don Julio vivió el terremoto que destruyó la ciudad en
mayo de 1875; en su libro Conversaciones
familiares, da su
testimonio de la catástrofe, donde perecieron cerca de tres mil habitantes:
“Nos sentábamos a la mesa a las 11 y 15 minutos de la
mañana del día 18 y teníamos en las manos el programa de las fiestas (del 20 de
julio) para leerlos de sobremesa: nos llevábamos a la boca la primera cucharada
de sopa cuando un ruido subterráneo, ronco y prolongado, al que sucedió el
primer sacudimiento de trepidación y enseguida otro y muchos más de oscilación (otros
de circunvolución) que destruyeron totalmente la ciudad en cortísimo número de
minutos.
“Corrimos instintivamente hacia la calle y nos situamos
en el centro de las cuatro esquinas cercanas a nuestra casa, y desde ese punto
vimos caer los edificios de toda una calle en que estaba la Botica Alemana
(calle 10) como caen las cartas de naipes en sucesión continua, en confusión horrible…”
Cuenta don Julio que “para aumentar lo sombrío de aquel
cuadro pavoroso” vino el saqueo, que fue contenido días después con el arribo
de la fuerza militar comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo
Canal. “A quien esto escribe nombraron subteniente y dándole una escolta le
ordenaron vigilar las salidas para San Luis…”
“El saqueo terminó con el fusilamiento de un personaje
llamado Piringo, en el Puente de San Rafael, a las cuatro y media de la tarde.
Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra
aterradora de las víctimas del terremoto…”
Fue don Julio un hermoso señor, de raigambre cívica,
respetadísimo entre sus conciudadanos - así fuesen de política contraria-,
amante de su ciudad, hombre de carácter -aunque ecuánime-, conservador histórico,
pacifista, civilista.
Conspicuas plumas nortesantandereanas escribieron sobre
sus virtudes intelectuales y cívicas. Don Luis Febres Cordero, el más
importante historiador del antiguo Cúcuta, anota:
“Ha sido un ágil cultivador de las remembranzas nativas,
sobre las cuales ha publicado el libro que se nombra al principio, (Conversaciones
familiares, 1925), el cual viene a llenar un vacío en las crónicas de la
ciudad, escritas por quien puede hacerlo ufanamente, testigo autorizad de su vida
social en más de una centuria.
Otro rasgo de su personalidad es el del estímulo protector
a la juventud educanda, que le ha llevado a exhibir con brillo, al frente de
varios colegios de Pamplona y Cúcuta, sus relevantes dotes de organizador y de conductor
pedagógico. La fundación de la Escuela de Artes y Oficios en esta última ciudad
adorna sus sienes con luciente lauro, en la fecundidad de su carrera”.
El lingüista y antropólogo, padre eudista J.H. Rocheraux,
en su libro Pamplona (1911), escribe:
“Nacido en Cúcuta, don Julio Pérez se educó en esta
región y completó sus estudios en Bogotá donde empezó el curso de Derecho.
Siendo muy joven todavía fue elegido para el puesto de cónsul de Colombia en
Venezuela, y desde entonces ocupó sucesivamente puestos de importancia, uno de
ellos el del ramo de Instrucción Pública en el departamento; tuvo varios cargos
militares de importancia en las últimas guerras y fue nombrado Representante en
el congreso.
“También ha dirigido varios periódicos, manifestando siempre
en ellos sus convicciones de católico, su talento literario y su universal erudición
completada por varios viajes a Europa. “Pero lo que siempre le ha atraído más
ha sido la educación de la juventud.
En su larga carrera no ha cesado de proteger las
aspiraciones de los jóvenes. Cediendo por fin a este atractivo fundó un colegio
privado de segunda enseñanza, el Liceo Católico, que fue honor del Sr. Pérez.
Se clausuró el Colegio en 1910, por haber aceptado su director la Rectoría del
Colegio de San José.
Finalmente anota su pariente Carlos Ferrero Ramírez de
Arellano: “Julio Augusto Pérez Ferrero, nació en Cúcuta el 9 de octubre de
1853; casó en Pamplona el 1º de mayo de 1890, con Da. Ana Hernández Bautista.
Doña
Anita Hernández de Pérez
Varias veces fue miembro del Cabildo de Cúcuta, fue
diputado de la Asamblea del Norte de Santander, secretario de Instrucción
Pública. Notable, conversador y escritor, suyo es el libro Conversaciones familiares, que es parte de la historia de Cúcuta.
“Fue un distinguido caballero que prestó invaluables
servicios a Cúcuta y Pamplona. Notable institutor regentó con maestría varios
colegios, como el Colegio de San José de Pamplona.
Cuando las acciones del Ferrocarril de Cúcuta estuvieron
en peligro, don Julio las salvó de que fueran vendidas, depositándolas en el
almacén de su tío don Numa Ferrero”.
Dejemos a la pluma de don Julio que narra el episodio:
“Comenzóse a hablar de un empréstito inglés que debía
solicitar la compañía de acuerdo con un plan concebido lejos de la ciudad.
Algunos en Bogotá se confabularon para comprar a plazo acciones que podían
pagarse con los que a ellas correspondiese en el empréstito, y aun apoderarse
de la suma cuantiosa perteneciente al distrito.
Para adueñarse de los 6.000 títulos del Municipio había
que quitárseles la condición de inajenables que les daba una nota puesta al pie
de ellas y bastaba cambiar estos títulos por otros nuevos que careciesen de esa
nota para hacerlos enajenables.
“Quien esto escribe, en previsión de lo que pudiera
suceder pues tenía la certidumbre de lo que estaba sucediendo, fue al Táchira y
en la muy respetable casa de comercio de su tío don Numa Ferrero depositó por
largo tiempo los títulos que el municipio de Cúcuta posee en la Compañía del
Ferrocarril”.
En la primera sesión del concejo Municipal lograron
imponerse como la junta directiva el Dr. Cuervo Márquez, Oscar Pérez F. y Julio
Pérez F., e hicieron aprobar la cláusula siguiente:
“El actual concejo municipal declara una vez más y para
siempre que los títulos que el municipio posee en la Compañía del Ferrocarril
de Cúcuta son intrasmisibles e inajenables”.
El presidente Payán avaló la medida al día siguiente por
telégrafo; tiempo después:
“El Dr. Núñez decretó la creación de una junta
administradora municipal del cuantioso producido del empréstito inglés y
correspondiente al distrito, nombrando para constituirla a las siguientes
señores: Trinidad Ferrero, Cristian Andressen Moller, Juan Atalaya, Eleuterio
García, G. Fhingstorn, Juan E. Villamil, Florentino González, Julio Pérez F., y
no recordamos cual otro”.
Don Julio Pérez Ferrero y Da. Ana Hernández Bautista
contrajeron matrimonio el 1º de mayo de 1890 y tuvieron catorce hijos, entre
los cuales sobresalieron en la región monseñor Luis Pérez Hernández (“tío
Padre” le decían sus sobrinos), Obispo Auxiliar de Bogotá, primer Obispo de la
Diócesis de Cúcuta; Domingo Pérez Hernández, empresario, Ramón Pérez Hernández,
abogado, gobernador de Norte de Santander, brillante escritor, autor de un “Análisis Espectral de Norte de
Santander”.
Don Julio murió el 22 de abril de 1927. El Congreso de la
República honró su memoria mediante la Ley 50 de octubre de 1928:
“El Congreso de Colombia a la memoria de Julio Pérez
Ferrero, maestro de la juventud y gran patriota”.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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